Me parece que el título mismo “Anudamientos” del texto de Guy Briole, es ya una orientación respecto a lo que Miller ubica en su inquietante Conferencia “Un real para el siglo XXI”, donde el reto mayor nos lo plantea “lo real sin ley”. 

Un real que no está ordenado por las leyes del significante y por lo tanto, podríamos decir que es un real que no hace síntoma.  Un real que no se inscribe en lo simbólico y queda reducido al empuje de una satisfacción pulsional directa, inmediata, sin rodeo ni detenimiento; fuera de sentido. “La ola de lo real sin ley, dice Briole, parece dar su fuerza a la marea ascendente del desamarre del sujeto” [1].

Un punto que es de todo mi interés, es la transformación que este “real sin ley” introduce en la clínica.  Nos dice Briole: “La verdad es, en la primera enseñanza de Lacan, un ineludible: el encuentro con el horror a la castración. Lo que permanece irreductible a lo simbólico es lo real que tiene la última palabra de la verdad, la de la castración.” [2]

Pero este real sin ley desordenado que nos presenta el siglo XXI, parece no correr más por las vías del real de la castración, que aún no inscribiéndose en lo simbólico, opera no obstante dentro de una estructura y bajo las leyes del significante.  La dificultad que nos presentan los análisis hoy, nos dice Briole, más allá de la movilización del deseo en su articulación con el fantasma y su reducción (con el atravesamiento de éste), enfrenta al psicoanalista al “Uno del goce”.  No se trata más de una repetición sintomática, digamos, a nivel de la estructura significante, sino de la iteración del Uno del goce.

Esto nos lleva, indica Briole, a distinguir dos niveles de escucha. Uno a nivel de la “dialéctica”, en donde estaría toda la dimensión sintomática “del sentido”, de los embrollos del deseo y el goce; y el de la iteración que no funciona ya en el nivel de la programación del significante sobre lo real, sino de lo real sin ley. El analista, dice, va de uno al otro; nada los liga, nada los  ordena lógicamente.

El analista, afirma, está confrontado al agujero que deja el Uno sin el Otro.

Y dice algo que me deja reflexionando: “el analista debe consentir a la ficción del Otro, allí donde se había distinguido por su soledad.  Es la única posibilidad que tiene de ocupar el lugar del analista.” [3]

Ya no se trata más de perturbar la defensa, “gracias a la cual el significante impone su ley a lo real” [4].  “Desmontar la defensa supone que, una vez desmontada, algo viene a ese lugar, vaciado de su goce: otro anudamiento.” [5]