Siempre se están quedando sin...
A propósito del libro “Cómo detener el tiempo. La heroína de la A a la Z” de Ann Marlowe [1]
Trabajo presentado en el ciclo: “Escrituras adictivas”, Primer Ciclo sobre el Objeto Droga en la Cultura 2017, en el marco del grupo de Investigación Toxicomanías y Alcoholismo. Testimonios en la literatura sobre la experiencia con las drogas, el 31 de Marzo de 2017.
Con un espíritu crítico, la autora, Ann Marlowe, escribe su propia autobiografía mostrando y teorizando de forma precisa la función de la droga en lo particular de su neurosis, así como también la función social de las adicciones.
Toxicomanía, neurosis, cuerpo, cultura digital, tiempo, objeto.
¿Por qué el libro de Ann Marlowe –periodista cultural y crítica de rock– no sólo debería figurar en las mesas de todos aquellos que de manera directa o indirecta tratan a sujetos consumidores de cualquier sustancia tóxica, sino también de los que se interesan en pensar las manifestaciones actuales referidas al cuerpo, a la imagen y al tiempo? Porque es un libro sensacional que aborda de forma lúcida parte de la estructura de toda una serie de fenómenos sobre el consumo de tóxicos que habitualmente suelen visualizarse, teorizarse y transmitirse trufados de prejuicios y, sobre todo en el campo de la clínica actual, conceptualizarse de manera absolutamente desorientada. Pero también porque el lector encontrará incisivos desarrollos teóricos sobre los movimientos de la cultura contemporánea y su digitalización, con sus paradojas, sus pasiones y sus callejones sin salida.
Un libro que no es sino una novela, que siendo una autobiografía, no deja de ser un ensayo crítico, que al mismo tiempo es un diccionario ya que, consecuente con uno de los puntos que Ann Marlowe plantea, –el “desanudamiento de la soga de la historia”–, se puede comenzar a leer por cualquier página, consultarlo por cualquier otra, retomarlo por la de más allá y terminarlo por donde se desee: la diacronía únicamente se mantiene en la definición de cada uno de los significantes (en inglés) que componen este peculiar diccionario, y la coherencia interna entre ellos la aporta la lectura de conjunto que cada lector realice de este excelente libro. Aunque una lectura más atenta devela un hilo secreto que, en forma diacrónica, avanza de manera inexorable de la muerte a la vida. Es decir, lo que aparenta una estructura sincrónica está regida por una escritura en segundo plano, diacrónica, de un duelo en su momento inacabado y que en su día la llevó a frecuentar a un psicoanalista.
El problema como solución
Aunque Marlowe acentúe la dimensión social para tratar de entender el tema de la adicción -“la adicción a los opiáceos no fue un problema social hasta que se convirtió en una solución social”-, al mismo tiempo no descuida la dimensión subjetiva, estableciendo un constante diálogo entre lo social y lo individual, no sólo en la persona de la autora, sino por medio de múltiples personajes que vemos desfilar en su relato, la mayoría adictos pero también no-adictos, tal y como son los miembros de su propia familia.
Nos encontramos entonces, no con un libro que se interna exclusiva, o casi exclusivamente en el territorio de las relaciones del sujeto con determinada sustancia, y que por ello opacaría la relación al Otro o velaría lo que del Otro tiene o no incidencia en el sujeto, (ejemplos radicales de esto son los manuales especializados en drogas donde el sujeto es tomado como un simple organismo afectado por una sustancia o sustancias que lo alteran). Ni tampoco explora únicamente la mitología social que incidiría en los consumidores de drogas en una sociedad y en un momento determinado de la historia, en lo que suele ser el campo de sociología, aún así, bastante más interesante que los arriba mencionados manuales elaborados por expertos en drogas.
Lo digital y la fractura del relato en el cuerpo
Muy al contrario, Ann Marlowe ya al final de los años ’90, se muestra particularmente sensible a las nuevas formas narrativas que introduce lo digital; aunque aquí habría que decir que lo digital más que la causa, no sería sino la consecuencia de un cambio en la concepción interna del relato de nuestras vidas, que ya no parecen necesitar, ni quieren, que después de A suceda B y luego continúe en C, y más tarde en D, sino que A, B, C, D, pueden llegar a convivir simultáneamente mostrándose refractarios a un orden temporal preestablecido. “La video-tecnología destruye nuestra presunción inconsciente de la linealidad del tiempo. Desanuda la soga de la historia, ya que no parece narrar nada, ni tener quizá un sentido o una interpretación. (...) El orden cronológico ya no parece la manera invariablemente correcta de leer la experiencia. ¿Y por qué, ya que estamos, tienen que terminar nuestras vidas en la muerte? ¿Qué hace que ese montaje sea el indicado?”.
La autora, no obstante, plantea que esta “fractura” del relato de nuestras vidas, esta nueva organización desorganizada, es a la que responde el sujeto actual con su propio cuerpo. Un cuerpo que vendría a marcar, a escandir, a introducir, con sus ritmos biológicos, una cronología, -y por tanto, una diacronía-, en la angustiosa sincronía digital, donde no habiendo pasado, ni tampoco futuro, todo deviene actual porque todo está a disposición de un clic de ratón o un toque en una pantalla digital.
El cuerpo como corte y/o borde
La paradoja es que los famosos ritmos biológicos no serían sino los ritmos de una energética corporal que sólo aspira a una conspicua satisfacción. Lo cual nos hace preguntar si, en el fondo, más que una respuesta por medio del cuerpo, -el cuerpo como una verdadero campo de batalla donde confluyen una cantidad ingente de discursos que abarcan desde el Body-Art hasta el muerto viviente, pasando por los cuidados, la violencia, continuando por la moda, las marcas, los tatuajes y un larguísimo etc-, repito, más que una respuesta mediante el cuerpo, sería más bien la consecuencia o incluso las dos cosas al mismo tiempo. Es decir, por una parte, una respuesta por medio del cuerpo tomado como la superficie éxtima de condensación de un goce angustioso y, por tanto, más manejable, ya que reintroduce un sentido y una organización como respuesta al estallido discursivo del que venimos hablando; un cuerpo que en su respuesta establece un corte y/o un borde.
Por otra parte, una consecuencia en tanto vela que, en definitiva, el relato clásico no estaba hecho sino para organizar, velar, normalizar, un goce en el cuerpo rebelde a cualquier normalización. Es decir, proporcionar una norma a lo que no tiene norma, bajo el clásico: planteamiento, nudo y desenlace, con su B después de A, y luego C, con su sentido, su coherencia y su final.
Marlowe apunta aquí al fuera de norma ubicado en el cuerpo, al que le enchufa un normalizador mediante el objeto droga, la heroína, inductora de un ritmo, una coherencia, una identidad, un style life, que protege al sujeto mediante la detención del tiempo; el tiempo como lo que avanza produciendo en su devenir un dolor en la relación con los otros. En definitiva, una exaltación de un tiempo detenido que, en su suspensión, encapsula al sujeto y lo protege de la muerte. “La heroína te vuelve a insertar en un implacable sistema cronológico que se basa, como el antiguo modelo desfasado, en el cuerpo, pero apoyándose en las subidas y bajadas de la droga en tu sistema sanguíneo. (...) la entrada regular de una droga en tu organismo te permite identificarte con una entidad exterior estable y previsible”.
El tiempo de la fobia
No obstante, el tiempo que busca detener Ann Marlowe no es el tiempo tal y como podríamos imaginarlo cada uno de nosotros, sino que es su tiempo particular... Sí, por supuesto que en su libro podremos leer una contraposición temporal entre el sujeto y la cultura capitalista al modo de la película Speed, cuyo eje no es otro que si te detienes explotas y si no te detienes, te lo llevas todo por delante..., pero el tiempo que sobre todo interesa a Ann Marlowe es el tiempo de una imposible separación.
En efecto, un síntoma infantil lo confirma cuando un buen día pierde el autobús escolar de regreso a casa y su madre acude a buscarla después de haberla llamado por teléfono. Como muy bien señala Marlowe, nada relevante pasó ese día: ni un mal comentario, ni un enfado, ni un reproche, nada, ni antes, ni durante, ni después. Mejor aún, hasta hubiese podido regresar ella solita a casa sin la menor dificultad. Pero hete aquí que, al día siguiente, o sea, justo después de la pérdida del día anterior, se abalanza sobre ella un pánico fundamental, una angustia profunda y radical que se transformará en fobia a perder el autobús..., justamente, podríamos decir, a no llegar a tiempo.
Un síntoma lo suficientemente escandaloso para que los demás niños lo advirtiesen y se burlasen de ella, y lo suficientemente prolongado en el tiempo para que la acompañase hasta el umbral de la pubertad en la que de un modo abrupto se trasformó en un radical miedo a la muerte: “Una noche estaba despierta en la cama, en mi habitación; una pieza espaciosa y aireada, pintada de un azul claro de tono tranquilizador. Había ventanas en cada una de las paredes que daban al exterior, y en una de esas ventanas un ventilador encendido ahogaba el ruido de los grillos y los aullidos enfurecidos de los perros. Las palas del ventilador giraban y giraban, y de repente, en lugar de adormecerme con su ritmo, me produjeron un ataque de ansiedad. ¡ME IBA A MORIR! No podía creer que me hubiesen gastado semejante jugarreta. ¿Por qué me habían traído mis padres al mundo, y porqué habían invertido tantos gastos y atenciones en darme un hogar, y en vestirme y educarme, sino estaban preparándome más que para la tumba? ¿Cómo eran capaces, ellos y los demás adultos, de seguir con su vida diaria sabiendo eso? ¿Y qué iba a hacer yo?”.
Así que, en una primera lectura podríamos decir que la adicción funciona como lo que fantasmáticamente detendrá el autobús al que nunca llegará... a tiempo. Mientras que, si miramos más de cerca, la propia Marlowe nos da otra clave del síntoma cuando señala hasta qué punto era víctima de lo que podemos denominar una alucinación negativa al no poder ver el ansiado autobús estacionado a la espera delante de sus propias narices. Lo que nos indica que el problema nunca es separase, sino no poder separarse; es de ahí, como bien podemos leer en su síntoma, de donde surge la angustia fundamental.
Y así, la pregunta sobre el deseo de sus padres, interpretado en términos de muerte, junto con el secreto de una falta paterna -el incesto fraterno del padre con su hermana-, y la propia enfermedad del padre debido a un Parkinson, que avanza con el tiempo paralizándole el cuerpo, es el nudo de hierro al que la droga viene a responder. Que además, el tío-abuelo paterno fuese en su día también toxicómano y que ambos padres trabajasen en la industria farmacéutica, pone el marco de rigor a la sobredeterminación sintomática.
Una adicción analítica
Ann Marlowe pide un tratamiento psicoanalítico a partir de lo que ella misma llama su propia locura, y su adicción surge como consecuencia del mismo tratamiento, como una tercera fase de su neurosis; siendo la primera la fobia a perder el autobús, la segunda el pánico a la muerte (y a la soledad) y la tercera la adicción, cuyo surgimiento tuvo lugar a partir del desarrollo y la movilización que introdujo el psicoanálisis mismo. “Ahora reconozco la posibilidad de que la heroína fuera una forma de automedicación contra el doloroso proceso que estaba atravesando”.
Análisis que se interrumpe con el extraño acuerdo del analista, justo y como no podía ser de otra forma, a raíz de una separación sentimental que dejará sin tocar el tema de la adicción durante 5 años más. No obstante, su análisis le permitió, entre otras cosas, crear una trama para hacer frente a su propia fragmentación. “Al psicoanálisis se le achaca a menudo que mancilla la belleza de los campos artísticos; campos que, según se afirma, deberían preservarse en estado de inocencia. Pero el psicoanálisis también te puede revelar una visión estética de tu propia vida. Llegas a ver tu historia personal como un objeto autónomo, y de ahí a ver tu vida como una obra de arte, por cruda y poco rigurosa que sea, no hay un salto demasiado grande. Era el estudio de mi propia locura, más que el de los textos, canciones o cuadros, lo que me permitía crear una trama entre tanta fragmentación.”
Marlowe detiene de forma abrupta sus consumos el día que sufre una parálisis de mandíbula en uno de sus ellos; lo que toca de forma directa la parálisis parkinsoniana del padre. Este punto pone de relieve el comentario de William Burroughs de que la verdadera decisión de dejar de consumir no atiende a razones de conveniencia, sino que es una decisión íntima que va más allá de cualquier cálculo en términos de perjuicios o beneficios... Y aquí de forma mucho más evidente en tanto que la autora acentuará, de manera incisiva, más el costado insatisfactorio de las drogas que el costado placentero. Punto notable, ya que con Marlowe nunca estamos del lado del exceso, del relato exaltado de los grandes colocones, sino más bien del lado del defecto, del defecto persistente y tenaz de un goce nocivo. “La química de la droga [podríamos decir la “química" del goce] es inexorable: está diseñada para decepcionarte”. Siendo así que el objeto droga viene a ser conceptualizado, al igual que el tiempo, en diferentes planos.
La nostalgia tóxica
En efecto, hay un primer momento en el que es presentado como un objeto de satisfacción primordial, pero lo es en tanto que satisfacción perdida justo en el momento en el que se alcanza. Es decir, se cumple a rajatabla lo que Freud ya señaló como la lógica implacable de la primera y mítica satisfacción: La primera vez deviene maravillosa en función de una segunda que se muestra deficitaria respecto de la primera. También como lo que abre a la repetición, a lo que Ann Marlowe señala como “amor a la repetición”. En este punto, plantea que este amor por la repetición es una nostalgia, siendo este el significante que viene a condensar, sin saberlo, su síntoma inicial, ya que reúne el nostos definido como “regreso al hogar”, y algia que es dolor..., precisamente el dolor del regreso al hogar. “Si tuviera que definir la adicción en una frase, la describiría como un lamento por las glorias irrecuperables de aquella primera vez. Eso quiere decir que la adicción es básicamente nostálgica, lo cual debería quitarle el lustre a la nostalgia tanto como a la propia adicción”.
De esta forma, y como ella misma señala, la heroína plantea problemas y soluciones simultáneamente, es decir, desde esta perspectiva, la adicción sería un monumento a la vez que un tratamiento a su dificultad de separarse, de no poder separarse, para ser más preciso. Lo que en otra entrada de este peculiar diccionario personal, llamará un luto.
Una nostalgia entonces que reúne el “miedo a la muerte” y un “amor por lo previsible”, un amor por lo mismo, es decir, no un amor enlazado al otro, al otro en tanto insustituible, como ella misma señala. Otro del que no podrás nunca encontrar un sustituto exacto, sino al contrario, un amor por algo que no deja de ser un “objeto fungible”, y que por ello mismo “nunca te abandona, sino que al contrario eres tú el que lo hace sin provocar demasiados sentimientos”, por tanto, no se registra como tal pérdida. Para resumirlo en una de sus geniales frases que pululan por doquier en este excelente libro: “La heroína vuelve romo el borde de la mortalidad, el amor, sin embargo, lo afila”. Y “El amor por la experiencia previsible, no la propia droga, es lo que más daño hace a los consumidores de heroína”.
No obstante, no dejaremos de señalar que más bien la mortalidad que afila el amor es la del deseo, mortalidad en tanto que algo en el deseo siempre evoca una pérdida, -una pequeña muerte, podríamos decir-, sólo que para Marlowe el deseo es algo bien problemático, de ahí que en otro lugar señale que siempre ha “preferido dejarse llevar por las inercias que por los deseos”, en tanto que para ella estos, -es su interpretación-, se conectan con la muerte. Porque paradójicamente, la heroína aunque vuelva romo el borde de la mortalidad, lo hace en tanto que imaginariamente, ya que más bien lo afila en tanto que posibilidad de muerte real del sujeto, ¡¡¡esta es una gran contradicción!!! Gran contradicción que no impide que haya sujetos que se protegen del vacío mortífero de su existencia mediante el consumo de drogas; los casos de psicosis son paradigmáticos de esto, lo que será un tema para posteriores trabajos.
El objeto y su agujero
De ahí que también todo lo que Marlowe describe sobre el objeto heroína esté siempre afectado por una pérdida, por una perdida que evoca constantemente el pánico contra el cual ella consumía... Por un lado, lo que de manera brillante no deja de señalar como los efectos adversos, los efectos de malestar sutil y casi silencioso que “siempre quedan ocultos por los subidones”; por el otro, que con el paso del tiempo, ya siendo adicta, se convierten en un profundo malestar general: “Ni el placer, ni la ausencia del placer están justificados; a medida que aumenta la adicción te sientes tiranizado por tu cuerpo”. Exactamente lo que señala Lacan ya inicialmente en su enseñanza, que en materia de satisfacción uno comienza en la cosquilla y acaba indefectiblemente en la parrilla. Es la lógica implacable del goce.
De la misma manera que todas las descripciones que A. Marlowe realiza de la droga como un objeto, conforman un catálogo que la adjetiva como un vacío, en último término representado por un “vacío de papelinas, una montaña de papelinas vacías”, pasando por ser un “sucedáneo, un tapón, una máscara de lo que creemos nos falta, una sombra, en definitiva, proyectada por movimientos culturales que no vemos directamente”, y terminando por algo que siempre está faltando, un objeto agujereado tal que, como ella misma se pregunta, “¿Cómo es que los yonquis se están quedando siempre sin drogas? (...) Los yonquis siempre se están quedando sin droga. Casi parece que quieren quedarse sin ella, y, por supuesto, así es. Primero transfieres tu miedo a la muerte a la droga, con lo que el inminente desastre, una vez que le das el nombre de heroína, es más fácil de afrontar. Y luego conviertes tu miedo a la droga en miedo a quedarte sin ella. El miedo a que las drogas se acaben es manejable; el miedo a que se acabe el tiempo no lo es. Todas tus ansiedades acaban congregándose alrededor de una sola cuestión: conseguir droga; lo cual, aunque extenuante a su manera, es más fácil de afrontar que tu propia mortalidad”. Y aquí reside la tragedia de la toxicomanía: es un siempre estar quedándose que nunca se queda; es lo que no cesa de no escribirse, lo que no cesa de no escribirse de la castración que para Marlowe tiene, singularmente, un nombre: el tiempo.
[1] “Cómo detener el tiempo. La heroína de la A a la Z” de Ann Marlowe. Ed. Anagrama 2002. Barcelona. Trad. Roger Wolfe
Siempre se están quedando sin...
A propósito del libro “Cómo detener el tiempo. La heroína de la A a la Z” de Ann Marlowe [1]
NODVS XLIX, juny de 2017