Imperio del número y pulsión de muerte
Presentación en el 8º Stage de Formación Continuada del ICF y del CIEN en mayo de 2004
En el siguiente artículo, Anna Aromí interroga y desarrolla, en el primer apartado, lo que J.-A. Miller ha diagnosticado con el término de "ideología de la evaluación", término que explica la autora que "se sostiene en la idea de que todas las disciplinas, sobre todo las disciplinas que trabajan con personas, han de ser "científicas". Científico aquí quiere decir: calculable, matematizable, previsible..."y plantea, en el segundo apartado, cúal puede ser la aportación de la clínica psicoanalítica ante dicha ideología.
Edipo, pulsión de muerte, evaluación, síntoma, goce
I
Bajo el título que hemos dado al Stage de este año, Las instituciones y los procesos de segregación, hay una intención un poco esquinada, un poco escondida*. Queremos interrogar -y si fuera posible, sacudir- lo que J.-A. Miller ha diagnosticado con el término de "ideología de la evaluación"(1).
La ideología de la evaluación (a situar en las coordenadas del neohigienismo) se sostiene en la idea de que todas las disciplinas, sobre todo las disciplinas que trabajan con personas, han de ser "científicas". Científico aquí quiere decir: calculable, matematizable, previsible. El ideal de ciencia imperante hoy ha colonizado esas disciplinas (educación, sanidad, servicios sociales, justicia...) reuniéndolas bajo un nombre imposible: "ciencias sociales".
Su caballo de batalla, su caballo de Troya, son los protocolos. El protocolo se pretende el instrumento perfecto para el control de la calidad. Es lo que ha de permitir que una experiencia se repita de forma idéntica, inmutable. El ejemplo al uso suelen ser las pruebas diagnósticas para el cáncer o cualquier otra enfermedad: "gracias al diagnóstico protocolarizado, usted será atendido como si estuviera en el mejor hospital de Houston". Son también efectos de la globalización.
Ahora bien, lo que es bueno para el laboratorio o para la industria, no necesariamente lo es para todo. Querer aplicar sobre esas ciencias sociales un principio que pretende eliminar la dimensión de lo incalculable, incluso de lo contingente, tiene efectos nefastos. Sobre todo porque son disciplinas que en su corazón contienen un elemento espúreo a cualquier sistema totalizante, llamese a este elemento: sujeto, deseo, o imprevisibilidad.
Pero hoy lo serio no es la serie, como quería Lacan. La serie organiza un cierto campo respetando la diferencia entre elementos discretos, tomados uno por uno. Hoy lo serio quiere elementos idénticos, clónicos, para que resulten calculables, matematizables, previsibles. Es el imperio del número. Del número Uno.
En este imperio del uno, el protocolo aparece como la forma de participación del usuario o del consumidor. Es el consumidor de casillas "tengo, tengo, falta, falta". Solo que el destino del consumidor de casillas es acabar siendo consumido por ellas.
Y a cada disciplina se le hace creer que ha de hacer cuadrar los números para su propio bien. ¡Se acabó el recreo! Ahora cada profesional ha de velar por resultar rentable. Así, superpuesto a su propio trabajo ha de llevar su control estadístico. De ninguna manera se pueden dilapidar recursos, los recursos son escasos y hay que velar por su buen repartimiento. ¿Quién lo discutiría? Esa es la función de la atrocidad matemática y social llamada "déficit cero".
Los médicos dieron en su día la voz de alarma: "tengo tantos papeles por llenar que no me queda tiempo para los pacientes". Troya empezaba a sentir los efectos venenosos de haber acogido el caballo regalado...
En este sentido la crítica y la oposición a la protocolarización del mundo es también ¡ una defensa del Amazonas ! ¿O creemos que hay alguien que lee todos esos papeles? ¿Qué son sino esas historias clínicas abandonadas en la basura que aparecen de vez en cuando? ¡Qué ingenuidad, creer en el Gran Hermano que llevaría la Gran Contabilidad de todo ese control! (Y si fuera cierto: qué derroche). Ahí se ve la matriz delirante del asunto.
En realidad lo que funciona es una campaña de publicidad a gran escala que hace creer al público distraído -el público siempre esta distraído, es lo que lo diferencia del lector o incluso del ciudadano- que un ideal sería realizable. Peor aún: que debe ser realizable. Porque un ideal se define justamente por lo contrario, por ser aquello a lo que se tiende sin alcanzar jamás, como un horizonte. Por eso esta ideología de la evaluación tiene un corazón autoritario, porque pretende forzar un imposible, un real.
II
¿Cúal puede ser la aportación aquí de la clínica psicoanalítica? Este imperio del número, del más de lo mismo, de lo uno, se asienta en el rechazo de lo Otro con mayúscula, Otro distinto, extranjero. Justamente lo que un psicoanálisis enseña a cada sujeto a reconocer como "éxtimo", aquello que siendo más íntimo se vive como exterior.
Por eso el retorno del higienismo, la ideología de la evaluación, la dictadura del protocolo, se puede ver que en realidad son fenómenos de un tipo especial de racismo. El racismo de goce: la intolerancia al goce del otro por resultar diferente, inquietante.
Pero a nadie que alguna vez haya sido analizante se le esconde que ahí tiene su guarida el odio al propio goce: por lo que tiene de insuficiente, de excesivo, de perdido, de promesa siempre incumplida... formas todas ellas de envoltorio de su sinsentido.
El goce nos hace radicalmente extranjeros de nosotros mismos, librándonos a la transhumancia. Pero en cada uno late el poder de hacer, de esa transhumancia, una vida vivible. Es la parte "empresa educativa" del psicoanálisis. En este sentido, quiza el analista, si existe, es alguien que no se odia a si mismo.
En resumen: la evaluación toca el punto racista de cada uno contra si mismo. Un odio a la vida por ser abierta, inestable, insegura, sin garantía.... y acabarse.
Freud llamo a eso "pulsión de muerte" y su defensa le acarreó muchos problemas con sus propios colegas; algunos los abandonaron pero él nunca cedio en ese punto. A su elección le debemos que el psicoanálisis no pueda ser considerado ninguna "comida de coco".
Ahí toca, aunque duela, dejar ser al otro, pero sobre todo dejarse ser a si mismo. Para descubrir en uno mismo al Otro que cada uno cobija: y recuperar quizá a ese otro que fuimos y que nos eligió, por ejemplo, la profesión.
¿Cómo se ejerce una profesión? ¿Desde dónde se interviene como terapeuta, como maestro, como trabajador social? De la universidad se obtuvo el título, pero eso no basta. Con el psicoanálisis sabemos que es a título de síntoma que cada uno ejerce. Para decirlo simplemente: no a titulo de ideal. Estas profesiones afectadas por el imperio de la evaluación no se sostienen -y hoy menos que nunca- de los ideales (2).
Frente a ese punto inútil invocar al padre, el poder regulador del Edipo no puede nada, es impotente. Por eso el análisis necesita plantearse como un camino más allá del padre. O, para decirlo a la manera freudiana: con nuestros peores defectos manufacturar nuestras mejores virtudes. En un análisis llevado lo bastante lejos el síntoma se convierte en eso: tomar los defectos para usarlos como virtudes.
Por eso la verdadera reflexión sobre la práctica se apoya en el coraje de poner en causa la propia posición y el dispositivo desde el que se trabaja. Es lo único que permite acceder a una visión no simplista de los fenómenos. No hay lifting profesional más favorecedor ni efectivo.
Las cicatrices que deja el camino -que las hay- siempre podrán aprovecharse para que algún encuentro las fertilice.
Anna Aromí
Barcelona, mayo 2004
* Presentado en el 8º Stage de Formación Continuada del ICF y del CIEN, 21, 22, 23 de mayo de 2004.
Miller, J., A. y Milner, J. C., Evaluation. Entetiens sur une machine d'imposture, Agalma, Paris, 2004.
Imperio del número y pulsión de muerte
NODVS XI, octubre de 2004