El traumatismo del goce
Referencia a "Más allá del principio del placer", presentada en el S.C.F. de Barcelona de Enero de 2005
goce, repetición, principio del placer, resto, pulsión
Más allá del principio del placer" es un texto publicado en Viena en el año 1920 que marca un "más acá" y un "más allá" en la enseñanza de Freud. En este texto Freud logra una formalización definitiva -tras años de sucesivos intentos- de su teoría de las pulsiones, introduciendo el concepto de pulsión de muerte como efecto de su articulación con el concepto de compulsión de repetición.
Escrito en un estilo que en algunos lugares adopta el lenguaje de la biología, Freud presenta además un modelo del aparato psíquico que se adapta y es muy similar al presentado 25 años antes en el Proyecto.
En el presente ensayo, Freud trabaja para cuestionar el imperio del principio del placer sobre la vida anímica del sujeto abordando las tendencias contradictorias que ponen en crisis a toda la imaginaria unidad de la economía del placer.
Ya en un texto anterior al presente, Lo ominoso (1919), Freud anticipa la tesis fundamental de "Más allá del principio del placer" según la cual "en el inconsciente se discierne el imperio de una compulsión de repetición que probablemente depende de la naturaleza más íntima de las pulsiones y tiene el suficiente poder para doblegar al principio del placer"2 .
Según un abordaje económico fluyen en el aparato psíquico magnitudes de estímulos de procedencia exterior, percibidos como un peligro inminente, y otros de procedencia interna: exigencias pulsionales, que permanecen libres de toda ligazón. El incremento de estas magnitudes en el aparato psíquico se percibe como una sensación de displacer, mientras que su reducción es percibida como placer.
El principio del placer postula que el aparato anímico tiende a la estabilidad, a la menor tensión, a la constancia del fluido de las excitaciones presentes en él, de tal modo que un equilibrio de las tensiones evitaría el displacer y a su vez garantizaría la ganancia de placer en el sujeto.
Pero rápidamente Freud se encarga de desmontar esta ilusión introduciendo la noción de tendencia3. El principio del placer es sólo una tendencia, y su meta puede alcanzarse sólo por aproximación. Es decir, que el placer no está garantizado.
Existe una tensión irreductible al placer, que lo doblega y lo desborda. Es un resto de tensión insurgente que seguirá orbitando en el aparato anímico produciendo un displacer irreductible al que Freud le otorgará un estatuto diferente.
Freud percibe que esta tensión no es un efecto del principio del placer sino que es independiente de él, e incluso más primaria, y no predispone necesariamente un efecto displacentero, por el contrario, existen tensiones placenteras y distensiones displacenteras en donde el displacer se constituye él mismo como meta.
El resto de tensión imposible de encauzar en el principio del placer se constituye a partir de este momento de la enseñanza de Freud, en lo más originario de la pulsión y la urgencia de su tendencia no es la represión sino la repetición.
La compulsión de repetición, el "nada nuevo bajo el sol"4 freudiano, se instaura en la vida anímica desde la constitución misma del sujeto, más allá del principio del placer y revela el carácter general de las pulsiones, que Freud formalizará en este texto al inaugurar la noción de pulsión de muerte.
Freud recurre al juego infantil, al sueño traumático y más adelante a la neurosis de transferencia para articular la función de la repetición y su relación inherente con la pulsión de muerte.
El sueño traumático, efecto de una fijación psíquica al momento del trauma, conduce al sujeto a la repetición de la escena real del acontecimiento, de la cual despierta con renovado terror.
El sueño remite una y otra vez a la situación traumática en un intento de ligazón, a modo de reedición de una situación vivenciada no tramitada.
Este tipo de sueño no obedece a las premisas del Traumdeutung freudiano según el cual el sueño es la realización de un deseo5. Más bien parece obedecer a una tendencia masoquista del yo.
Si el sueño traumático respondiera efectivamente al principio del placer bastaría con soñarlo una vez para lograr la descarga de la tensión original enquistada en el aparato psíquico, liberándolo por abreacción. La pregunta obligada sería cuál es la ganancia de placer y por qué entonces no basta con soñar el sueño traumático sólo una vez? ¿Por qué insiste y se repite? ¿Qué es lo que se repite? y ¿qué relación guarda esto con el principio del placer siendo que el displacer de la repetición es mayor que el displacer del recuerdo6? ¿De qué tipo de ganancia se trata? En términos económicos aparentemente tendría que producirse una pérdida, y sin embargo parece que con la introducción de la repetición se activa y se genera una producción. En donde debería haber un menos hay un plus.
Freud logra una aproximación más precisa al núcleo de la compulsión de repetición gracias al juego infantil que tuvo la oportunidad de observar en su nieto- Ernst Freud, de un año y medio de edad - durante un período prolongado de tiempo en una estancia de vacaciones.
En este juego el niño recreaba la pérdida y reencuentro de un objeto que él mismo hacía aparecer y desaparecer. Este juego tuvo múltiples variantes pero su estructura principal era la siguiente:
El niño arrojaba por la baranda de su cuna un carretel de madera atado a un piolín. El carretel desaparecía allí dentro, entonces el niño exclamaba "o-o-o-o" a lo que la madre y Freud significaron como "Fort" ("fuera"). Inmediatamente el niño tiraba del piolín haciendo aparecer nuevamente el carretel, y exclamaba con placer "Da" ("acá está").
El niño además introducía una variante, jugaba al mismo juego pero frente al espejo, en donde el objeto que hacía aparecer y desaparecer era su propia imagen en el espejo, una conducta que Freud explicará con la noción de masoquismo primario.
El juego consistía en la puesta en escena de unas impresiones psíquicas vividas por el sujeto cuyos efectos eran sin duda displacenteros. El niño logra a través del juego vengarse de su madre por su partida: "Vete, pues yo mismo te echo".
Ante la ausencia de la madre, el niño se encuentra con el objeto pulsional. Lo que resultó ser un efecto (contingente), ahora se convierte en su causa (necesaria).
A partir de ese momento, el niño repite en el juego la ausencia de la madre y frente a la pérdida coloca en el lugar vacío el objeto carretel o su imagen especular, la vivencia pasiva de un abandono que se torna ausencia, se venga y se compensa haciendo presente activamente a través del juego un objeto sustituto.
Ante el encuentro con la falta del Otro, el placer esperado ya no coincidirá jamás con el placer obtenido, y ante esta diferencia el sujeto se procura un objeto que en una ficción sostendrá el tiempo del placer, aunque en definitiva, en la vertiente de la repetición no se encuentra sino en el tiempo del goce. La repetición está vinculada a una ganancia de placer de otra índole y más directa que la del principio del placer.
Se ve una oposición clara entre placer y goce. "En todos los casos la novedad será condición de goce"7 nos dice Freud y a partir de aquí solo queda repetir, intentar volver a lo originario, allí donde antes del principio del placer hubo una vez un supuesto encuentro satisfactorio, y único.
Desde el encuentro fortuito con la falta del Otro, el goce se ubica más allá del principio del placer, ya no es ni será un absoluto, algo completo, sino que ha devenido objeto a, un resto de goce que vuelve a insistir en la repetición, la repetición cuyo valor fundamental, según Lacan en el Seminario 178, es anudar el goce y el significante. De este modo la noción de repetición permite al goce procurarse un lugar en la estructura, ya sea como efecto de rechazo del discurso o como efecto de su producción (plusvalía).
El S1 rasgo unario desde el momento de su inscripción, queda como marca, el origen del significante, el que representa al sujeto para otro significante. En esa inscripción se produce una pérdida de goce, algo que se ha perdido pero ha quedado como marca para siempre, un resto que jamás se logrará asir, sólo lo hará por rodeos. Es este rodeo la esencia misma de la vida, la que esquiva el placer absoluto que implicaría el silencio del aparato anímico, es decir su muerte, la muerte del sujeto.
La entropía de la que habla Lacan en el Seminario 179 es una pérdida operativa: la insistencia de la cadena significante produce un plus de goce y la producción de goce es el efecto del lenguaje. El saber es el medio del goce.
La repetición es un intento no sólo de "recuperar" el goce perdido, sino de generarlo10. Allí donde Freud se orienta hacia el objeto que se ha perdido para siempre dejando solo al sujeto en total desvalimiento, Lacan apunta al goce del sujeto, un sujeto que siempre ha estado solo pero ahora lo sabe. El objeto perdido, según Lacan, es el que introduce el goce en el ser del sujeto11.
La perspectiva freudiana del objeto perdido responde a una lógica fálica, el objeto siempre será parcial y limitado, mientras que Lacan propone la perspectiva del goce que responde a otra lógica, más afín a la lógica de la repetición, allí donde hay algo que insiste y rebasa sus propios límites.
En definitiva se repite algo que jamás pudo suceder debido a la preexistencia de la ley simbólica, y el goce es inherente a esa ley que precede al sujeto. Hay algo que se repite, y no es la insistencia de un material psíquico olvidado, sino que es algo que en definitiva se repite por no haber sido nunca experimentado. Y es esta la novedad lacaniana.
El traumatismo del goce
NODVS XIII, maig de 2005