Lectura y psicoanálisis
Seminario realizado en el Instituto del Campo Freudiano en Bilbao el 10 de marzo de 2005
Texto que articula el ejercicio de la Lectura y el Psicoanálisis, no sin antes realizar un recorrido por autores -Amos Oz, Gustavo Martín Garzo, María Zambrano y Bernad Pivot- que defienden desde su práctica la idea de que leer es una experiencia libidinal, que anuda al goce. El psicoanálisis es un ejercicio de lectura del analizante, es un leer el pasado para transformar el futuro sin creer en el metalenguaje y sin estar orientado por la interpretación de sentido sino por la idea de una lectura que atañe al goce.
Amos Oz, Gustavo Martín Garzo, María Zambrano, Bernard Pivot, lector que haga funcionar la castración, mal lector y buen lector, aprendizaje como anudamiento, lectura como aprendizaje y dominio corporal, placer en juego en la lectura (humanizadora, culturalizadora), escritura como inscripción de la palabra y escritura como marca, lectura como experiencia libidinal, psicoanálisis como experiencia de lectura
Una teoría del lector
Freud decía, y Lacan nunca le contradijo en eso, que el analista hace bien cuando sigue de cerca los pasos del poeta, del creador, ya que éste le desbroza el camino de lo real*.
Amos Oz, premio Nobel de literatura, tiene una teoría del lector en su libro Una historia de amor y oscuridad1 o, más precisamente, una teoria del "mal lector".
Sigámosle un trecho en su descripción: "El mal lector siempre quiere saber, saber de inmediato, cuál es la historia que está detrás del relato, qué pasa, quién está en contra de quién, quién folló con quién realmente. En el fondo, ¿qué quiere el mal lector, el lector perezoso, sociológico, cotilla y mirón? ".
Quieren "la última palabra". El "qué quería decir el poeta" quieren arrebatarme [...] El mal lector me exige que le desmenuce el libro que he escrito; pretende que con mis propias manos tire mis uvas a la basura y le dé sólo las pepitas
Aquí subyace una idea de lectura como trabajo, a falta del cual el lector se degrada en "perezoso", en "mirón". Y sobre todo hay la idea de lectura como ejercicio de alteridad, del lector acompañándose del Otro -el que lee nunca está solo, dice Lacan-. El mal lector es el que le da el esquinazo al Otro, el que cortocircuita la otredad haciendo existir la figura imposible de "la última palabra". Esa "última palabra" que, de exisitir, haría desaparecer toda literatura.
El mal lector rechaza al semblante, no quiere saber nada del vacío que las palabras envuelven:"El mal lector es una especie de amante psicópata que se abalanza sobre una mujer y le desgarra la ropa y, cuando ya está desnuda del todo, le arranca la piel, abre su carne con impaciencia, rompe el esqueleto y al final, cuando ya ha roído los huesos con sus ávidos dientes amarillos, sólo entonces se queda satisfecho: ya está. Ahora estoy dentro del todo. He llegado. ".
¿Adónde ha llegado? [...] al conjunto de estereotipos que, como todos, el mal lector conoce desde hace tiempo: los personajes del libro no son más que el escritor en persona, o sus vecinos, y el escritor y sus vecinos, evidentemente, no son ningunos santos [...] Cuando se llega hasta el hueso, se pone de manifiesto que "todos somos iguales". Y eso es precisamente lo que el mal lector busca con ansia (y encuentra) en cualquier libro
Oz urbaniza los espacios que crea un escrito, los huecos entre texto y lector, entre texto y autor: "Aquel que busca el corazón del relato en el espacio que está entre la obra y quien la ha escrito se equivoca: conviene buscar no en el terreno que está entre lo escrito y el escritor, sino en el que está entre lo escrito y el lector. ".
No es que no haya nada que buscar entre el texto y el autor: hay lugar para una investigación biográfica y hay placer en el chismorreo [...] Tal vez no haya que menospreciar el chismorreo: es el pariente pobre de la literatura
Correlativamente a la idea de que cada relato tiene un núcleo vivo, un "corazón", aparece la figura del "buen lector" -y, poniéndolo en ejercicio, Oz utiliza aquí la segunda persona. El autor convoca esa figura para animarla a bajar a sus mazmorras, a encontrar en ellas el verdadero corazón, el del relato y el suyo mismo, en un trayecto cercano al que se hace en un psicoanálisis: "El espacio que el buen lector prefiere labrar durante la lectura de una obra literaria no es el terreno que está entre lo escrito y el escritor, sino el que está entre lo escrito y tú mismo. ".
En vez de preguntar "Cuando Dostoievski era estudiante, ¿de verdad asesinó y robó a ancianas viudas?", pueba tú, lector, a ponerte en el lugar de Raskolnikov para sentir en tus carnes el terror, la desesperación y la perniciosa miseria mezclada con arrogancia napoleónica, el delirio de grandeza, la fiebre del hambre, la soledad, el deseo, el cansancio y la añoranza de la muerte, para hacer una comparación (cuyo resultado se mantendrá en secreto) no entre el personaje del relato y los distintos escándalos en la vida del escritor, sino entre el personaje del relato y tu yo secreto, peligroso, desdichado, loco y criminal […]
Así los libros podrían apiadarse de tí por la tragedia de tus abominables secretos. Y tú, no preguntes: ¿Son hechos reales? ¿Es lo que le pasa al autor? Pregúntate a tí mismo. Por tus propias circunstancias. Y la respuesta puedes guardártela para tí".
Para acompañar, con Amos Oz, este acercamiento al centro de la lectura, hemos hallado también otras voces.
Gustavo Martín Garzo, por ejemplo, dice en El pozo del alma2 "La literatura no es una huída de la realidad, ni una tarea decorativa, sino un acto de desafío, de búsqueda. La literatura está en el gesto de la joven esposa de Barbazul, tratando de adivinar lo que oculta el cuarto cerrado. Por eso leer es tan importante, porque nos enfrenta al misterio de las cosas".
También María Zambrano, en Por qué se escribe3, dice: "Un libro, mientras no se lee, es solamente ser en potencia, tan en potencia como una bomba que no ha estallado. Y todo libro ha de tener algo de bomba, de acontecimiento que al suceder amenaza y pone en evidencia, aunque solo sea con su temblor, a la falsedad".
Bernard Pivot, periodista que sostuvo en la tv francesa dos programas -Apostrophes y Bouillon de Culture- sobre libros que hicieron escuela, explica el secreto de su éxito en el libro Le métier de lire4, dice:"Yo no soy escritor, y lamento no serlo, pero de esta vieja herida, profunda, camuflada, no me sale ni despecho ni acritud, sino una sincera admiración y una violenta curiosidad por todo aquel que ha convencido a Gallimard, a Fayard, a Actes Sud o a Bernard Barrault para que impriman su nombre al lado del de ellos, sobre la cubierta de un libro. El resto, después, no es más que trabajo, lectura, juicio. Lo esencial, como ustedes ven, es estar en "buena disposición".
Como hemos dicho al comienzo, para orientarse en la materia que nos ocupa resulta imprescindible elegir algunas buenas guías. Guías para encender el camino, para enseñar que cuando hablamos de lectura, en el fondo se trata del corazón que cada uno encierra en su mazmorra, del desafío de la esposa de Barbazul, de la bomba que late en un buen libro, incluso del chismorreo. Es importante no olvidarlo, pues es el marco de la experiencia. Nada, absolutamente nada, en un niño o en un adulto, psicótico o no, debería hacer olvidar que el acto que llamamos "leer" es una experiencia libidinal. Solo así, tomándola como algo que anuda el goce, la lectura es un ejercicio civilizatorio. Para que sea cultural, humanizante, la esencia y la experiencia de la lectura requiere ser libidinal. Aunque puede ocurrir que a alguien, por su estructura subjetiva, por su modo particular de estar mal-sujetado al lenguaje (como lo está cada uno), no le convenga, o no pueda, ponerse en el lugar de la esposa de Barbazul. Hay sujetos para quienes incluso la bomba de un libro puede resultar insoportable, pues ellos mismos son una bomba para si mismos y para los otros. También en la lectura hay que ver caso por caso, actuar con discernimiento.
El psicoanálisis como experiencia de lectura
El psicoanálisis no tiene propiamente una teoría de la lectura. Y sin embargo el inconsciente no es otra cosa que un texto a leer. El inconsciente es lo que se lee. El analizante, antes que nada es un lector de su propio inconsciente, aunque un lector muy especial.
Miller propone una fórmula de esto en sus Cartas a la opinión ilustrada5: "El psicoanálisis convida al deber de descifrar el inconsciente del que se es sujeto: ese libro con tirada de un solo ejemplar cuyo texto virtual llevas por todas partes y en el que está escrito el guión de tu vida, o al menos su hilo conductor".
En realidad, lo que el sujeto pone en práctica en las sesiones es algo en parte ya realizado por la estructura. Porque hay un tiempo en la infancia que es el aprendizaje de la lectura del deseo del Otro. La niñez es el tiempo de ese "aprendizaje". Aquí se puede ver muy bien porqué Lacan dice "el niño está para aprender algo, para que el nudo se haga bien"6. Esa lectura es una habilidad que no se aprende en la escuela, se aprende en el atravesamiento de la infancia.
Por eso la lectura analítica, si se puede decir así, realizada con perseverancia, tiene efectos retroactivos: leyendo el pasado en las sesiones se actualiza el futuro. En un psicoanálisis se lee el pasado para transformar el futuro. Es un trabajo de separación -la lectura es ligazón y disyunción de elementos- entre los significantes de la historia de un sujeto, por un lado, y las satisfacciones pulsionales, su sentido gozado, por otro. Sin esa separación el futuro como tal no existe. Para que el futuro se constituya como un horizonte y funcione como verdadero "antidestino" se requiere esa separación; de lo contrario lo que el sujeto encuentra delante suyo es repetición, mismidad, aburrida relectura en círculo.
Pero la lectura con poder transformador funciona a condición de no confundirla con un metalenguaje. Se requiere de un "buen lector", para decirlo a la manera de Amos Oz. Un lector, para decirlo con Freud, que haga funcionar la castración, lo cual significa aquí el reconocimiento de que no hay "la última palabra" -de esa palabra la única dueña es la muerte-, que no hay Otro del Otro.
Para decirlo de otro modo: todo depende de la concepción que se tenga del inconsciente. En Lacan no hay una única teoría del inconsciente, los desarrollos de Miller sobre la llamada última enseñanza de Lacan son útiles imprescindibles para la actualización analítica. Porque si el inconsciente se reduce a ser una verdad oculta, algo a descifrar, la lectura se degrada a ser una interpretacion por el lado del sentido. Una lectura que funciona añadiendo sentido. Es la vertiente del inconsciente que ha llegado a lo social, que ha sido transmitida, y que ahora retorna sobre el propio psicoanálisis como una plaga.
Pero, hay que decirlo, extender la buena noticia: ésta no es la única ni la última concepción de Lacan, ni tampoco la que mejor conviene. Porque el lugar que ahí se le reserva al analista es un lugar gastado, anticuado, muerto. Es el resultado de una lógica implacable: en una hipermodernidad donde nadie espera al poeta, no hay lugar para ninguna "última palabra", la que supuestamente podría emitir ese analista.
Hay una apuesta en marcha para que el siglo XXI acompañe esta actualización del psicoanálisis, y con ella el duelo de los propios analistas al despojarse de unas vestiduras que ya eran ajadas probablemente antes de estrenarlas. ¿Acaso no es esto aplicar el principio de la lectura a la propia disciplina?
Lacan, en el Seminario El reverso del psicoanálisis, dice que el inconsciente no es un metalenguaje que daría la buena lectura o la verdad última de un texto y propone, al contrario, la idea de una lectura que no añade. No añade sino que atañe al goce. El inconsciente no tiene la última verdad porque no lo sabe todo, es un ignorante de lo que no hay, de lo imposible, particularmente de la proporción inexistente entre los sexos. El inconsciente cree en el Edipo, en el mito de "la media maranja": los inventó él.
En términos de Freud: en psicoanálisis conviene siempre más la via di levare, no la di porre. Levare el sentido es hacer una lectura que apunta al goce, que plantea a cada uno como responsable de lo que lee.
Así, el psicoanálisis como experiencia de lectura conlleva una actualización de la lectura de las marcas que jalonaron una infancia para producir una separación del goce incluido en ellas. Pero no es solamente eso. No puede acabar ahí porque esa lectura no terminaría nunca, dado que la cadena significante es ilimitada, eterna, y un análisis lacaniano ha de encontrar su conclusión.
En una intervención titulada Cosas de familia en el inconsciente7, Miller dice que no es suficiente leer el libro donde está escrito el propio inconsciente, sino que hay que comérselo. El analista es aquel que sería "capaz de quedarse soso para que salgan los sabores del Otro", y el deseo analítico sería que cada sujeto pueda conocer su propio sabor. Como dice Lacan, el analizante puede llegar al punto de saborear su objeto pequeño a.
Alcanzado este punto habría que distinguir los dos tipos de escritura que Miller presenta en su curso Piéces detachées8. Son el texto en cuanto que habla, que pide ser leído y el rasgo que no habla, que no esta hecho para ser leído sino, quizá, siguiendo lo dicho anteriormente, para ser comido.
La primera modalidad se refiere a lo escrito en tanto pasa por la voz, la escritura como inscripción de la palabra. El segundo tipo es la escritura como marca, como rasgo aislado. Si el primero se basa en la estructura binaria del lenguaje (S1-S2), el segundo pertenece al registro del rasgo unario (S1).
Una escritura llama a la lectura, es el inconsciente en tanto se lee. Pero esa lectura encuentra un tope, como hemos dicho, un elemento no legible, un rasgo que no quiere decir nada, una letra. Es la letra del síntoma. Y la forma de escribir esa letra que Lacan encontró son los nudos, que requieren entonces otro tipo de trabajo analítico, no de lectura, no de desciframiento, sino más bien del lado del funcionamiento. Funcionamiento del sujeto en relación con los nudos de goce, con sus embrollos y sus desembrollos.
¿Qué es leer?
Como hemos dicho antes, "el niño está para aprender algo". Esta es la orientación de Lacan que nos guía, donde "aprender" tiene el sentido de anudar, aprender para que el nudo estructurante de la realidad se efectúe.
Por eso es tan importante el aprendizaje de la lectoescritura. Darle el tiempo, los recursos y sobre todo el valor que tiene. Por estar implicados en él los tres registros psíquicos de lo simbólico, lo imaginario y lo real, no se puede reducir un hecho tan fundamental -como ha señalado Hebe Tizio- a un mero "aprendizaje instrumental", o a una cuestión de "habilidades", como lo considera la pedagogía cognitivista, hoy mayoritaria. A este respecto urge inventar formas de oposición al empeño desculturizador en marcha. Cada vez se lee menos, y peor. Más simpleza en las formas (que no simplicidad), más banalización en los contenidos, predominio de la imagen-boba, segregación de lo complejo. El racismo de lo difícil crece, muy cerca de él los jóvenes saben nombrarlo: "no me taladres", "no me rayes". Si en este punto hablamos de hacer oposición es porque cada uno tiene en él su responsabilidad.
La pregunta ¿qué es leer? no se deja responder fácilmente. El arsenal cognitivista, con sus pretensiones de cientifismo, queda muy corto de alcance frente a lo lejos que se puede llegar con la joven curiosa esposa de Barbazul, hasta un niño lo sabe -y las niñas, no digamos. Pero se puede tratar de precisar, en una lista no exhaustiva, algunos de los elementos que intervienen en la lectura.
En la lectura interviene el registro del cuerpo, por eso los registros del goce, de la libido, de la pulsión, están implicados. Al leer se pone en juego la mirada, la voz, el dominio de la mano, de la posicion corporal: leer es ejercitarse en el dominio de estos aspectos. Es algo que la pedagogía clásica sabía, y por eso organizaba el ejercicio lector teniendo en cuenta la necesidad de este "aprendizaje" corporal. Una historia de la lectura9 es un libro clásico, con la rara virtud de la amenidad, que relata las visicitudes históricas de este aprendizaje.
La lectura conlleva el registro del Otro. Podemos recordar aquí aquello tan bello de "quien lee no está solo". No está solo porque forma parte de la comunidad de los lectores, y también porque el autor lo acompaña desde su ausencia. Es lo que al comienzo hemos visto con Amos Oz.
La lectura funciona respecto a unas leyes. Incluso en relación con los dos tipos de escritura que hemos dicho antes, el registro de la combinatoria del significante y el registro unario de la letra, hay una referencia a ciertas leyes. Las leyes básicas de la lectura son las que permiten la separación y el anudamiento de elementos.
Las leyes de la lectura no están separadas del tiempo. Hay una temporalidad de la lectura, pero que no es la de Piaget -ni del psicólogo ni del relojero. El tiempo de la lectura es el tiempo de efectuación de una pérdida, una pérdida de goce, de satisfacción, vinculada al aprendizaje y al dominio corporal. En este punto conviene referirse a los tiempos de la educación, que no son reducibles a las "programaciones" ni "adaptaciones" del currículum, instrumentos para homogeneizar, al servicio de una evaluación que borra a los sujetos y su particularidad. Como ha sido demostrado10, cuando se aplasta el deseo del sujeto, se genera fracaso escolar.
La letra por sí misma es letra muerta, solo se vivifica con la lectura. Es interesante recordar que durante mucho tiempo fue necesario decir el texto, leerlo en voz alta, para que lo escrito quisiera decir alguna cosa. Los escritos antiguos no estaban puntuados, las palabras no estaban separadas unas de otras, por eso había que pasar lo escrito por la voz, era una condición de legibilidad. Ese es el aspecto "patrimonial" de una biblioteca, de un texto, porque contienen un tesoro que solo se puede obtener por vía de la lectura. La escuela es el lugar donde cada niño debiera recibir la llave para abrir ese tesoro, que es el patrimonio de la humanidad, y por eso excluirlo de las letras implica de hecho desheredarlo.
No hay verdadera lectura sin un placer en juego. Sin ese elemento la lectura no humaniza, no culturaliza, sería un mero adiestramiento de "cotorra". Y ese placer tiene que ver con lo fantástico, con despegarse de lo habitual, con abrir un tiempo para colgar los hábitos cotidianos y habitar mundos nuevos. Lo cual no está extento de requerir cierto coraje.
Lectura y psicoanálisis
NODVS XIV, juny de 2005