La familia hace síntoma

Referencia del Grupo de investigación sobre las Ficciones Familiares del curso 2005-06

  • Publicado en NODVS XV, desembre de 2005

Paraules clau

banalización del padre y banalización de la palabra, familiarización-desfamiliarización, familia como constructo, ley y goce en la familia, familia como ser de ficción, pareja como prolongación de la familia

"Mejor que renuncie quien no puede unir a
su horizonte la subjetividad de su época"
J. Lacan  

 

Abordaremos hoy la familia, no como un síntoma contemporáneo, sino lo que de la familia hace actualmente síntoma. Y es que el psicoanálisis, al ser un discurso, tiene una posición sobre la familia, distinta a la de otros discursos, y entre otros discursos con los que mantiene una diferencia, se encuentra la biología.

Cierto es que la familia se soporta en elementos biológicos, pero la biología no explica la familia, porque si bien la procreación es biológica, la procreación no instituye a la familia humana. Llevar la misma sangre no hace familia más que en el reino animal, porque lo propiamente humano no es la familia sino la "familiarización" -al modo en que decimos que lo humano no es la sexualidad sino la sexualización.

La familia no es un dato natural, ni siquiera en la conformación de su estructura: se pensó constituida por hombre, mujer e hijos, pero vemos familias monoparentales, homosexuales, etc. Y si decimos que la familia no es nada que forme parte del orden natural, por negativa decimos que es una creación cultural, algo que depende del tiempo y del espacio, algo mutable y mutante -los estudios de Levy-Strauss fueron en ese sentido-, empezando por el hecho humilde de que cada familia pudo y tuvo que resolver las incertidumbres de la vida con los medios que estaban a su alcance en cada momento histórico determinado: la adopción, el acogimiento, han sido procedimientos omniculturales generados desde siempre para solucionar el problema de esos niños perdidos en la existencia, o de esas familias que la esterilidad condenaba a su extinción -el tema de asegurar el linaje ha sido siempre una preocupación para las casas reales y de los nobles -o a la amargura.

Pero es hoy en día cuando la ciencia y el derecho están volviendo a la familia irreconocible: la reproducción asistida, anónima o no, vuelve innecesario el encuentro de los cuerpos tal que el hombre se ha vuelto absolutamente prescindible -basta su esperma, incluso el esperma de un hombre muerto tiempo ha; pero la madre también en tanto existen los vientres de alquiler, etc., y los jueces tienen a veces que dictaminar sobre quién es el padre de un sujeto.

Esto demuestra que la familia, la que importa, soportándose en la biología, en los lazos de sangre, es un complejo, y eso supone que no hay instinto familiar, pues si tal hubiere cada miembro sabría cómo hacer con los demás, cosa que se desmiente cada día. No hay instinto, sino complejos, su opuesto, o sea, el conjunto de vínculos que se establecen entre sus miembros. PUES BIEN, ES EN ESTOS LAZOS DONDE LA FAMILIA HACE SÍNTOMA.

En tanto constructo, las familias se cuecen en el horno de las civilizaciones, tal que su manera de tramitar la herencia, establecer el parentesco, determinar los tótems y tabúes, organizar la autoridad, todo esto es efecto de una civilización en un momento determinado. Por eso hemos podido decir simplificadamente que la familia es una instituición, o sea, algo instituido.

Pero esta familia está en vías de extinción, y los cambios que están dando origen a esta posible extinción son tan diversos que su sola enumeración se vuelve prolija: son cambios que afectan tanto a la sexualidad -a la familia parental heterosexual se ha añadido la homosexual-, como a la reproducción -donde la ciencia tiene una incidencia espectacular-, así como lo que sería las formas de parentalidad: de la familia biparental a la monoparental o multiparental. Podemos resumir lo anterior: lo que antes era excepción, ahora se vuelve regla, lo que antes quedaba como cuerpo uniforme con algunas excepciones, es ahora ya una serie de excepciones.

Por tanto, podemos concluir que "la naturaleza no destila lo familiar", lo que conlleva que no existe un "saber familiar": nada en la naturaleza dice ni cómo ser un padre, ni cómo ser una madre, ni cómo ser un hijo -lo que supone unas dificultades en segundo orden, porque nada en la naturaleza dice cómo ser un hombre, cómo ser una mujer, ni cómo ser un niño.

Y si es en la familia donde el sujeto traba sus primeros vínculos -por lo que es el primer nombre del Otro en Lacan, como dice JAM-, ¿cómo no interrogarse por los efectos que sobre el vinculo social produce el discurso capitalista imperante, ayudado por las armas de la ciencia: debilitación, cuando no disolución, del vinculo familiar entendido al modo clásico o burgués, retirada afectiva y desplome de toda subjetividad, y surgimiento de nuevas modalidades familiares, nacimiento de formas nuevas de pareja donde los sujetos ensayan nuevas formas de ratificación de lo imposible de la relación sexual -diríamos, formas de fracaso si con ello no se entendiera que hay formas de éxito.

En resumen, la familia patriarcal y burguesa difícilmente aguanta: constatación a mínima de que el régimen del Uno no se sostiene, por lo que cada vez más se exige que en los vínculos entre sus miembros se dé entrada a las diferencias del deseo y del goce de sus miembros.

Este Uno que ahora se rompe era el que se transmitía bajo la forma de ideales o por mandato. Era la impostura familiar necesaria para la normalización de los goces mediante la transmisión de un discurso. Ahí, en ese espacio, el sujeto encontrará el deseo del Otro, un deseo que Lacan "recomienda" que no sea anónimo, o sea, que tenga en alguno de eso padres su formulación, que encuentre en alguno de ellos su enunciación -lo que va en contra de esa moda de decir "Yo,…lo que él quiera ser"*, y responderá a lo que él cree ser para ese deseo mediante el fantasma: respuesta más o menos acertada, más o menos delirante, pero respuesta que, fuere como fuere, da la razón de la venida al mundo al sujeto y le otorga un espacio en el Otro, más o menos precario, más o menos humanizado.

Encontrará ahí lo sagrado, lo que no debe tocar, los objetos marcados por lo prohibido, el primer tabú: se encontrará pues con la Ley y sus interdictos. Esa Ley es la Ley de la castración, ley que supone que un goce ha de ser perdido, para ser luego recuperado, Ley que pide a cada uno de nosotros la renuncia a algo con la promesa de su reencuentro posterior. La castración impide salir de la casa de los padres con el goce que allí se encontró: sólo si eso ocurre se encontrará después un goce acoplado a la ley del deseo. La familia es, pues, el encuentro con el goce y la invitación a su renuncia: es la miel y el lugar vacío de su pérdida. Algunos quedan siempre nostálgicos de aquello que fue y ya no es, y por eso podemos decir sin miedo al error que la nostalgia es siempre familiar, y que siempre es por lo familiar por lo que nos dolemos y condolemos -dos afirmaciones que dejamos en su ambigüedad calculada. Hay quien se dedica a cantar, rememorar, a escribir sobre lo que fue: son sujetos atravesados por el dolor de la pérdida, cuando se trata de atravesar la pérdida: esa es la diferencia.

El sujeto se encuentra con la Ley en la familia, una Ley que pide su aceptación, y lo neurótico es dar un sí y un no a esa Ley, con lo que ese sujeto reúne los dos requisitos necesarios para el conflicto sintomático: la aceptación y el rechazo, o sea, el sí y el no a esa ley. Un síntoma freudiano es eso: el sí y el no, el sí a la alienación a los significantes que vienen del Otro, y el no a perder un goce, conservándolo para siempre como la más preciada propiedad. Por ello, podemos colegir que el síntoma tiene algo de familiar -nueva ambigüedad. Es familiar en tanto el síntoma es flor de familia, pero eso no significa que el goce de los hijos sea el mismo que el de los padres, porque más bien el goce es lo que desfamiliariza al sujeto, lo que le separa del linaje familiar en oposición al discurso, a la alienación a esos ideales, a esas palabras que estructuran la familia, y le familiarizan.

Y con el no, surge el conflicto, no el conflicto del sujeto para sí -que puede que sí o puede que no-, sino el conflicto entre padres e hijos, en tanto la posición de los padres respecto al "no" pasará fácilmente a ser oposición: los padres se opondrán a ese goce que el hijo obtiene al dar el no, mientras los hijos lo defenderán como eso a lo que no quieren renunciar, independientemente de que ese goce, actuado en el síntoma, les traiga consecuencias nefastas para esos hijos.

Lo diremos de otra manera: el sujeto elige un goce, y ese goce es, en mayor o menor medida insituable en el Otro familiar, y los problemas surgen cuando el sujeto compruebe esa imposibilidad para que su familia, sus padres, acepten ese goce, un goce que, por demás, plantea al sujeto problemas a la hora de hacer con él, tal que lo que llamamos adolescencia es la comprobación de esa dificultad, y poco después, en lo que llamamos juventud, el sujeto saldrá del Otro familiar para intentar con una pareja un hacer con ese goce. Visto así, encontrar pareja es localizar un Otro que pueda alojar ese goce -es lo que coloquialmente se dice con la conocida expresión de "Encontrar a alguien que me acepte como soy", e intentar un hacer, un desenvolvimiento con ese goce.

O sea, se trata de situar en la pareja lo que en la familia se ha vuelto inaceptable. Este anhelo, mitad sueño, mitad fundada esperanza, podría enunciarse así: "Lo que la familia impide, la pareja permite", o "Lo que la familia rechaza, la pareja acepta".

Pero, ¿cómo se ha salido de la familia? De la familia se sale con una pérdida y una marca de goce, marca que busca en la pareja su repetición. Pero, si traspasamos el umbral familiar llevando algo que debimos haber perdido, no haremos más repetir la marca, tratando de anular la pérdida:

Pero el signo usado no indica más que una intención, pero no un logro: no se anula la castración, y lo que se consigue es repetir la marca con la que se salió de la familia. Por eso podemos decir que cada sujeto lleva la familia a la pareja. Pretendemos separarnos formando una pareja, y lo que hacemos es alienarnos, o sea repetir, los viejos y caducos argumentos familiares.

El sujeto repite en la pareja la marca familiar, y decimos marca como se dice marca en el ganado. Se lleva sobre el lomo, no se conoce, y se repite, gozando en la repetición, pero conllevando igualmente dolor y sufrimiento para eso que llamamos la persona. Vamos a intentar representarlo así:

En resumen, la pareja, fuere como fuere, es la prolongación de la familia. Como diría Clausewitz, la pareja es la prolongación de la familia por otros medios. Freud lo decía: el primer amor, es ya el segundo, y con ello no decía que la madre fuera el primer amor, sino que esa marca, o mejor, esas marcas constituyen el marco para el futuro amor, apuntando con ello a que la elección de pareja es repetición de esas marcas con las que se salieron de la familia, intentando la anulación de la pérdida por la repetición de la marca. Es muy curioso esto, no ya sólo porque para Freud el amor es un campo prometido a la repetición, sino porque por eso mismo, no habría desfamiliarización posible. El Edipo freudiano supone que la desfamiliarización no seria posible, salvo que un sujeto, abrumado por la repetición de un goce que se salda con un fracaso, quiera consultar al analista.

Desfamiliarizar al sujeto fue la consecuencia lógica con la que se topó el psicoanálisis freudiano cuando se percató de la extremada alienación que a finales del siglo XIX y toda la primera mitad del XX se le exigía a todo sujetos: conservar el patrimonio, ser igual que los padres, repetir sus patterns. La voz de Freud, el discurso psicoanalítico tomó partido por una cierta desfamiliarización del sujeto, en tanto Freud comprobó que el síntoma respondía a que no hay alienación total posible al Otro, que una separación es necesaria y que cuando esa separación no tiene cabida en el Otro, necesita del síntoma para alojarse, siendo la separación la operación por la cual el sujeto obtiene el goce más propio e íntimo. Lo diremos de otra manera: hay síntoma porque entre los ideales de la familia y el goce íntimo, no hay acuerdo total posible. Lo vamos a representar así:

Freud encontró que las llamadas formaciones del inconsciente, los lapsus, olvidos, no eran más que la vuelta de lo reprimido, el retorno de aquello que no tenía cabida en el ámbito familiar y que no dejaban al sujeto más que la posibilidad de la represión. Pero más allá de esas fugaces formaciones del inconsciente, la transmisión de los ideales familiares se pagaba con el síntoma, y el síntoma era pues la forma que encontraba el sujeto para disonar concordando, para concordar disonando -y eso es lo que hemos tratado de representar en el esquema, que no es otra que lo que Freud decía hablando del síntoma como una solución de compromiso. El síntoma, repetimos, era pues el sí y el no a lo familiar, un sí de aceptación a lo familiar a la par que la presencia atragantada de lo inasimilable familiar. Dicho de otra manera, en el síntoma, bajo el sí de la alienación a lo familiar, se sitúa el no de la separación, porque la familia es no-toda asimilable. O sea que por el síntoma, el sujeto se aliena y se separa de la familia.

Síntoma: Alineación familiar + separación de la familia

Dicho de otra manera: no hay hijos "calcados" a sus padres. Y como somos analistas, y no sociólogos, para nosotros no se trata de si la familia "va" o "no va", sino de lo que no va en cada familia concreta -eso es lo que un sujeto llevará al análisis.

Desfamiliarizar al sujeto se impuso a Freud como objetivo necesario en la cura analítica, pues los grandes ideales se revelaban semblantes que ocultaban secretos, secretos de los cuales los síntomas de los sujetos eran respuesta. O sea, que el síntoma de un hijo es la respuesta a lo reprimido familiar, al secreto familiar. Si toda familia se basa en un secreto, el sujeto, en su síntoma, es respuesta a ese secreto, ese secreto, no como lo no hablado, sino de lo que no se puede hablar, pero alrededor del cual gira el síntoma del sujeto. La clínica freudiana fue, desde este punto de vista, la aplicación de la Ilustración al espacio familiar, fue un llevar la luz a las oscuridades familiares.

Lo que Freud llamó Edipo y lo que Lacan llamó metáfora paterna eran, a fin de cuentas, las operaciones que buscaban despejar la -x- que el sujeto era como efecto de haber pasado por esa estructura enigmática llamada familia, un enigma que empieza por descifrar el código de la lengua del Otro materno. En efecto, es este el primer enigma al que se confronta el infans: qué quiere decir que la madre se vaya, que venga o que no venga, que sonría, etc. Es a este enigma al que Lacan ha llamado deseo de la madre, pero un deseo que es en realidad su goce, y un goce al que sólo el Nombre del padre podrá dar una significación.

En ese deseo materno, la madre vierte y trata en el hijo su propia falta, o sea, cómo ella sitúa al hijo en relación a su falta, a su falta como mujer que es, y esto es algo que se ha de transmitir incluso en los cuidados más vitales, más primarios. El hijo viene al lugar de la falta, pero no ha de confundirse con ella, y es esa distancia entre la falta y el hijo -esto quiere decir que el hijo no lo sea todo para la madre-, lo que permite al hijo no quedar atrapado en el deseo materno igualado a un goce que lo engulle como boca de cocodrilo: sólo entonces la vía al padre estará abierta, pero para ello es necesario que la madre tome a ese hijo como un don de este padre.

Abrir a la dimensión del padre, es abrir a la transmisión de un deseo, un deseo de la madre hacia el padre, que libera al hijo de tener que ser todo para la madre.

Esa apertura del deseo materno a esa instancia tercera llamada padre, no es tanto a la persona del padre, sino a una función, la de una ley que estabiliza su mundo simbólico refrenando su goce. Es eso que antes hemos llamado Nombre-del-padre: sin él, el sujeto es presa de un goce que le perturba desde el lugar del Otro o desde un cuerpo, el suyo propio. Es el padre que, encarnando la Ley en el deseo, lo humaniza. Humanizar supone hacer entrar el deseo en los límites que la Ley supone -lo que no quita la transgresión puntual-, pero que evita a un sujeto el tener que situarse permanentemente fuera de la Ley para desear -en este caso el deseo se iguala a un goce mortífero, un goce que por ser centrífugo -"cada uno con el suyo"-, está haciendo virar a la familia hacia ser sólo un "meeting point". Por eso, hay que ser demasiado neurótico para entender que la Ley está hecha sólo para prohibir: S. Agustín lo entendía mejor cuando afirmaba que su libertad consistía en obedecer la Ley de Dios.

Hoy, cuando vivimos en una sociedad tan permisiva, en la que parece que cada cual puede ser como quiera, a los padres, por contra, se les exige unos requerimientos que parecen demandar que sean unos padres perfectos. Pues bien, ni se trata de una madre, igualada a la mujer perfecta, o sea, asexuada, ni se trata de un padre libre de contradicciones. Para la primera, la maternidad no debe matar la feminidad, o sea, su sexualidad en tanto mujer; para el segundo, sus contradicciones, sus síntomas, no son lo que lo tacha como tal, siempre que tome a una mujer como su síntoma, si de alguna manera indica el camino, si prohíbe cuando viene al caso, si sostiene su palabra, si se somete él también a la Ley. Repetimos, es algo sorprendente que sobre los padres caiga una demanda de perfección en un mundo donde el relajo es la norma. Estos padres de los que otros discursos hablan, serían padres ideales, que, no por ser inexistentes, dejan de producir un efecto de insatisfacción y ansiedad en los padres que son, o sea, en los padres que afrontan su posición desde su condición de sujetos sintomatizados.

El padre era el semblante de un saber hacer con el goce, y semblante porque en verdad la tumba del padre siempre estuvo vacía, lo que quiere decir que el padre no podía transmitir ningún saber sobre el goce de sus hijos. Es esencial captar esto: hay algo intransferible y es que cada hijo tendrá que hallar una solución para hacer con su goce más íntimo -y el padre no le puede acompañar hasta ahí. Y lo que importa no es si él tiene o no ese saber, sino, como dice Lacan en "RSI", si está orientado por la causa sexual, o sea, si ha colocado una mujer como la causa de su deseo. Entonces, es cuando es merecedor del amor y el respeto, pues entonces algo podrá transmitir: ese hombre afrontó lo radicalmente diferente, colocando lo sexual como causa y haciendo de una mujer su síntoma -una mujer, lo cual no quiere decir que obligatoriamente eso tenga que ocurrir con su esposa. Y decimos esto porque el divorcio matrimonial no es sinónimo de desastre subjetivo. Es más: más imperdonable será un padre que sigue con una mujer a la que ni el amor ni el deseo atan, que ese otro padre, que sigue su deseo, sin irresponsabilizarse de sus hijos.

No es necesario el psicoanálisis para afirmar el declive del padre. Pero el declive actual del padre no es su fin: quizás es el fin de un padre identificado solamente a la represión, pero queda la función, por ejemplo de garantizar el sentido. Sería algo así: "Yo, el padre, garantizo tu mundo de sentido". Esta formulación no pertenecerá jamás a los enunciados, sino que será inferida como enunciación de todo lo que hace y dice este padre.

Pero es más: esta función no necesita a la persona del padre porque un objeto, un personaje, pueden venir a ordenar una vida y posibilitar que algo acote el goce, algo que de el soporte del sentido, sea el padre o no, y todo eso para que la vida sea medianamente vivible, porque a fin de cuentas el padre, su nombre o sus nombres, no son otra cosa que el broche que permite enlazar el inconsciente con la pulsión, la palabra con el goce, mediante el sentido. Si no, si el goce no está regulado por la castración, el vínculo con los otros y la realidad no podrán estar sostenidos por el fantasma, y con ello el sujeto nada tendrá para protegerse de lo real.

Lo que importa es lo que en cada sujeto ha funcionado como broche para humanizar una vida, y una vida sólo sería humana si el está afectado de un menos, y el deseo está motivado desde la falta.

Lo que ha caído actualmente es el padre como tótem, pero no la palabra en sí, porque si esta hubiese caído, la psicosis hubiese sido el resultado general. Lo que ha caído es la función de semblante del padre, pero el problema hoy en día es que, si, para todos, la cuestión es la de cómo pasar del padre, sirviéndose de él, ¿cómo pueden servirse de un padre tan banalizado los jóvenes de nuestros días -y llamo padre banalizado al padre-colega, al padre-amigo, al padre que ha dimitido de su función, la de sostener una palabra que humanice una vida aunque eso suponga arrostrar en determinados momentos el enfado de los hijos? Y nosotros nos preguntamos: ¿qué hay detrás de esos padres tan permisivos? ¿Acaso un permitirse ellos algo a lo que deberían haber renunciado? Nos preguntamos y respondemos porque comienzan a llegar a las conductas jóvenes que veladamente critican a su padres al aludir a una necesidad de algo que no les hubiera dejado tan desorientados en su deseo. No sabremos cuál es la respuesta pero lo que podemos decir taxativamente es que el amor no está reñido con la Ley sino todo lo contrario: el amor necesita de la Ley y agradece el límite que esta supone.

Que el padre sea el soporte la Ley conlleva que él también se somete a la ley, acotando su goce. Mejor la ley que humaniza el goce y el deseo, que un goce pulsional sin límites -que es lo que observamos actualmente, donde el eclipse de la ley se acompaña de un estrago sobre los cuerpos, por volver a los sujetos esclavizados por la pulsión. Y es que nuestros jóvenes como nosotros, o consumen goce o consumen palabras y sentido.

Por eso, el declive del padre no es lo más trágico para un sujeto, sino la banalización de la palabra, porque entonces no quedan más que unos goces desatados, confrontados. Y es lo que se observa cada vez más: la familia es cada vez un enfrentamiento de goces irreconciliables, sin una palabra que venga a mediar, y es por ello que las autoridades han de intervenir cada vez más para extraer a los hijos de los infiernos familiares. No se trata sólo del mayor número de divorcios, sino del mayor número de casos donde el Otro asistencial sustituye al Otro familiar.

La inconsistencia de estos padres "amigos de sus hijos", fuerza a los hijos a "crecer sin padres", por ausencia real o por dimisión de su deber, refugiándose en ese impresentable actual llamado el padre colega. Añádase a esto otra confusión actual: la de aquellos que creen que un buen padre es lo mismo que un padre bueno. Lo que está en línea con algunos modernos docentes que renuncian al semblante de autoridad porque creen que el coleguismo docente es una mejor forma de "estar cerca" del alumno. Error: suministrar un significante que limite el goce, es siempre más benéfico que un falso sueño fraterno-liberal. De angelismo docente se puede nombrar esta posición, porque desconoce el goce de los sujetos -¡ay, Rousseau, Rousseau!, y la necesariedad de su limitación. Lo que con frecuencia alcanzan estos docentes es la vuelta de un exceso pulsional desbordando todo límite. La ausencia de toda ley, ley simbólica se entiende, retorna con los efectos desastrosos de violencia escolar.

Pero ocurre que este declive, esta banalización tiene otra consecuencia: si esa función, la del padre y de su palabra, está en declive, es el objeto el que la sustituye. Decimos, pues, claramente que, cada vez más, al padre como función le sustituye el objeto como instrumento de goce. Donde el padre dimite, el objeto es convocado; donde la palabra se eclipsa, viene la edad de oro de la pulsión. En resumen: es la Play-Station tomando el relevo del padre. Es a eso a lo que hoy asistimos: a la dimisión del padre y al ascenso de la pulsión. Pero es más, ¿cómo decirles a vds. que esta metáfora, la sustitución de la palabra por el objeto es la refinada forma que adquiere hoy en día el control social, pues hay alienación, o sea, cárcel, más productiva para el amo que la de un sujeto con su objeto de consumo. Y decimos productiva, no sólo porque el amo actual encarcela a las masas sin tener que gastar dinero en grilletes ni barrotes, sino porque del atontecimiento de las masas, este amo hace su negocio. El gran negocio hoy en día es el ocio tonto.

Y hay una derivación de esto: el consumismo actual es consumismo de goce, y ahí donde se consume goce, el saber está de sobra. El fracaso escolar es un fracaso venido de que el saber ya no es lo agalmático, sino vivido en una gama de colores que van desde la indiferencia al odio. El fracaso escolar no vendría de un déficit intelectual sino de una demasía de goce. La tontuna del poder es echar más leña al fuego: cargar las tintas sobre los déficits e incrementar los recursos protésicos-pedagógicos.

Que el poder lo sepa: el goce cierra el paso al saber, y si a esto se le añade el rebajar el listón de los programas, conseguimos sumar a una imposibilidad -la de que el goce permita el paso al saber-, un error, el de la banalización de los programas de estudio. Ahora bien, y pregunto, ¿no será que a esta banalización se ve conducido el amor para tratar de que no se muestren las consecuencias del taponamiento del saber por el goce? Si esto fuese verdad, debajo o detrás de posiciones políticas refugiadas en la bandera de una progresista educación universal, lo que habría sería un ocultamiento vergonzoso de lo más real de esta cuestión, que no es otro que su fracaso.

Que el goce impide el saber es algo que sólo el psicoanálisis puede formular claro y alto, y lo afirma porque el saber es un abrirse al Otro, un interesarse por, mientras el goce es un encerrarse con. Y la cuestión es: ¿cómo hacerle entender a estos poderes que el llamado fracaso escolar es un síntoma donde sobre el saber cae un rechazo? ¿Cómo hacerles ver que están en la misma posición que el Otro de la anorexia: dan desde donde tienen, y eso después de hacer de los sujetos unos discapacitados intelectuales? ¿Cómo hacerles ver que la mentada Play-Station atrae más que todas las argucias pedagógicas, pues el sujeto con el objeto ready-made está completo? Pero, ¿no lo saben? De alguna manera sí, pues el reto de las autoridades académicas es el de cómo movilizar el deseo en sujetos que están atrapados por goces cada vez más autosuficientes.

Nuestros sujetos actuales, con todo lo exagerado que pueda parecer, habitan la completud propia de aquél que tiene el goce a su alcance, una completud que la palabra podrá tachar, oradar si en lugar de banalizarse, aloja la verdad en su seno. Eso intentamos los analistas, hacer oír una palabra que no exilie esa verdad, por incómoda que sea, y eso de acorde a la "alta tradición sobre la que asienta su posición", como dice Lacan. Y el analista puede intervenir ahí mediante la interpretación analítica, pues ésta no es otra cosa sino la presencia de la verdad en la palabra.

Por ello, en un momento donde el Otro, por incompleto e inconsistente, demuestra su inexistencia, es un deber transmitir algo en el ámbito familiar que le permita a un sujeto no ir a lo peor. Por ello, a falta de padre, el psicoanálisis puede proporcionar la posibilidad a un sujeto de darse un síntoma para contener el goce, y por ello, los avatares por los que pasa la familia actual, no nos aloja en una posición de fin del mundo, una posición que asimilaría el futuro de la familia al futuro del sujeto. Y si es cierto que el decurso familiar no dejará de tener efectos sobre las subjetividades, eso no supone el fin, porque si la familia es un ser de ficción, debido a que es una creación del lenguaje, mientras haya lenguaje, habrá sujetos porque se crearán otras ficciones.

Pero la familia es una ficción en otro sentido también porque la familia como parte de la realidad subjetiva es fantasmática, pues está construida y vista desde el fantasma del sujeto -y es aquí donde puede intervenir igualmente un analista. Dicho de otra manera: la familia es lo que el sujeto cuenta de ella. Por eso no hay ni siquiera una realidad objetiva, sino tamizada, filtrada, sostenida por la idea fantasmática que el sujeto se ha hecho de ella. Y lo que cuenta de ella se llama Edipo, novela familiar o mito del neurótico, y eso que cuenta lo cuenta al Otro, y por ello, la familia que cuenta es …la que un sujeto cuenta al analista. Y puesto que la cuenta, la familia es un cuento, un cuento con unos personajes y un argumento. Y es ahí donde el psicoanálisis tiene su posibilidad: atravesar esa historia, ese cuento, para que el sujeto pueda situarse de forma distinta respecto a ella.

Padre y madre aparecen como personajes, pero en realidad son funciones: la madre es la metáfora de eso de lo que se llorará su pérdida, y el padre es eso -y no ese- que hizo posible esa pérdida. Que el padre es importante, desde luego, que la madre es importante, cómo no, que sería bello que familia haya, innegable, pero es necesario saber que su falta no constituye lo peor para el sujeto porque desde que el mundo es mundo, ha habido sujetos, sujetos eminentes y otros que no, que han podido transitar por la existencia sin el recurso familiar. Dicho de una manera radical: puede haber sujetos sin familia, pero no hay sujetos sin inconsciente, sin relación al lenguaje, y a los efectos que el lenguaje tiene en él, siendo el primero, él mismo, porque decir sujeto es decir, sujeto causado por el lenguaje.

Se puede tener padre, madre y hermanos y sin embargo sentirse sin familia, porque una familia no merece el nombre de tal si no proporciona un manejo del goce y el deseo en cada uno de sus miembros en su singularidad. Un hijo puede vivirse como abandonado aunque los padres hayan estado mucho tiempo con él, y no vivirse como solo si ha encontrado en el deseo del Otro las marcas donde sostener su existencia.

La posición del psicoanálisis no es ni una posición antifamiliarista, ni se trata de caer en un familiarismo delirante, o sea, pasar a una defensa de la familia a ultranza... sobre todo cuando hay casos que no la va a ver porque nunca la hubo.

Y si he llamado a mi conferencia "La familia hace síntoma", es porque un síntoma es lo que dice la verdad de algo o de alguien, y por ello es del síntoma de donde más se puede extraer un saber. Lo que decimos es que cuando se afirma que la familia cambia, se está diciendo, se sepa o no, que los viejos saberes, los antiguos catecismos con que nos orientábamos no valen. Será necesario inventar un nuevo saber para moverse en algo que, conservando el mismo nombre, comienza a ser algo bien distinto.

Y si he hablado del padre y de su declive es porque quería decir que, llegado un momento, el padre, los padres tendrán que pasar de una posición de docente a la de discente, porque las fórmulas tradicionales, no es sólo que sean obsoletas, sino inaplicables. El padre podría recuperar algo de su posición si consiente en aprender de lo nuevo sin transigir con lo inconsentible. Sólo si consiente en aprender de lo nuevo, podrá formular un "no" que le estatuya como padre y devuelva a su palabra la dignidad que ya no se le reconoce de oficio. El padre se ganará su posición si consiente en hacer de la familia, de sus hijos, más concretamente, unas bujías que le alumbren por un camino que cada vez es más distinto del que él conoció en su infancia. La familia se podrá así constituir en un nuevo yacimiento de saber, pues si esta cosa en la que nadamos llamada tecno-capitalismo entra en las casas con la mochila de los hijos, en ella también habrán de venir las claves para nadar y no naufragar en este tiempo que nos ha tocado vivir y en estas familias que constituimos. Digo, por tanto, que la familia puede desaparecer bajo la forma que la conocemos, pero lo que venga a sustituirla obedecerá a una estructura en su conformación, y es de ahí donde los padres puedan aprender algo para saber-hacer, con ella y en ella.

José Antonio Naranjo Mariscal

La familia hace síntoma

NODVS XV, desembre de 2005

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