Letra y significante
Referencia a La obra clara, de Jean-Claude Milner, presentada en el Seminario del Campo Freudiano de Barcelona en enero de 2006
El autor toma en este trabajo el concepto de revolución en el lenguaje y en los discursos, concretamente a partir de las referencias de Jean-Claude Milner y Vladimir Maiakovski. Se cuestiona así la capacidad de inventar en la lengua a pesar de que ésta posee una estructura que asigna lugares y que no puede transformarse a sí misma. La dupla letra-significante en la obra de Lacan, primero juntas y luego diferenciadas, su relación con la lingüística estructuralista pensada como disciplina científica, y la forma en que postulan una lógica sobre el objeto a y abren la dimensión del matema, se examinan muy especialmente.
letra; significante; lingüística; matemáticas; matema; discurso; revolución.
Letra y significante: Referencia a La obra clara, de Jean-Claude Milner
Rara vez una revolución ha resultado ser lo que pretendía. Y cuando lo ha sido, se ha visto la necesidad de revisar los fundamentos a partir de los que se impulsara, para constatar, en el mejor de los casos, que, como su mismo enunciado indica -revolución- estaba destinada al retorno de lo mismo, quizás bajo otras formas, pero esencialmente lo mismo, una vuelta sobre la ya hecha y sin solución de continuidad. Porque las revoluciones plantean siempre un corte mayor con la herencia simbólica en su formato de tradición. Conocemos, de nuestra historia más reciente, las propuestas del marxismo clásico en lo concerniente a los cambios necesarios en la infraestructura para producir ese cambio mayor. Propone nombrarlo así Jean-Claude Milner en su libro La obra clara, como el teorema de Stalin: la lengua es inmune a los cortes mayores (o, en lenguaje político, la lengua es inmune a las revoluciones)1. Su política efectiva se inspiró en este principio, aunque no fuera formulado como tal hasta 1950. Para entonces, el desencanto ya reinaba en muchos de los poetas que se pronunciaron desde la Revolución de octubre a favor de una lengua nueva, autorizándose además como agentes de ese cambio. La generación de poetas en lengua rusa de los años '20 dejó una de las mejores producciones poéticas -algo, en relación a la letra de una lengua como el ruso, ha hecho que se guarden sus tesoros con la llave de una traducción siempre resistente- animada esa generación, en gran parte, por la necesidad de un nuevo lenguaje en la sociedad comunista. Sobre ello, Stalin concluye -y para alivio de los que confiaban en su filosofía, como dirá Lacan en "La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud"- que el lenguaje no es una superestructura2. Les voy a leer -para concluir este preámbulo a la referencia que he trabajado para hoy- el fragmento con el que Vladímir Maiakovski inicia su obra de teatro titulada Vladímir Maiakovski. Una tragedia con prólogo, dos actos y un epílogo. Escrita en 1913, y tomando su nombre propio para la escritura dramática ya desde el título, prefigura la obra de uno de los poetas y dramaturgos rusos que lideró intensamente la vanguardia artística y política, la una con la otra, en el contexto al que me he referido, con el posterior desengaño, dos décadas después, al que se atribuye su súbita muerte, a la edad de treinta y nueve años, del disparo de revólver con el que se quitó la vida, en el momento de mayor reconocimiento de su obra. En el prólogo, breve, Vladìmir Maiakovski dice:
¿Vosotros
comprenderéis,
quizás,
por qué yo,
serenamente,
entre una tempestad de burlas
llevo mi alma en un plato
al banquete de los años futuros?
por la mejilla rasposa de las calles,
resbalando como una lágrima inútil,
yo
quizás sea
el último poeta.
¿Habéis visto?
En las avenidas pedregosas
vaga
la cara rallada de la abulia colgada
y sobre la nuca espumosa
de los ríos veloces
los puentes anillan sus brazos de hierro.
El cielo llora
desconsolado,
sin cautela,
y la pequeña nube
hizo una mueca con la comisura de los labios,
como una mujer que esperaba un hijo
y a quien Dios dio un idiota tuerto.
Con dedos gruesos, cubiertos de pelos rojos,
el sol os acarició con la insistencia del tábano, y vuestras almas fueron esclavizadas con besos.
Yo, intrépido,
que mantuve a lo largo de los siglos
el odio a los rayos del día,
con el alma tensa, como nervios de cobre,
soy
el emperador de los faroles.
Que vengan a mi
los que desgarraron el silencio,
los que aullaron
cuando el dogal del mediodía se estremeció,
y les mostraré,
con palabras
sencillas como un mugido,
nuestras almas nuevas,
zumbantes
como arcos eléctricos.
Tan pronto como toque con los dedos vuestras testas
os crecerán labios
para inmensos besos
y una lengua que todos los pueblos entenderán.
Entonces
yo
con el alma coja
me retiraré a mi trono
con agujeros de estrellas sobre las vueltas gastadas.
Guardaré cama
luminoso,
vestido de indolencia,
sobre la blanda cama de excremento legítimo,
y silencioso, dulcemente,
besando las rodillas de las que tienen ganas de jugar,
la rueda de un tren me abrazará el cuello3.
No sería éste, de hecho, su final pero sí el inicio, con esta obra escrita a los veinte años, de una relación muy particular con la letra y la escritura del nombre propio. Se reconoce su esfuerzo por hacer de la lengua otra de la que había sido -sabemos que Joyce consiguió salir exitoso de tamaña empresa. Aunque la revolución nunca cambia la lengua, decían políticos y científicos, en alguna ocasión un sujeto sí la cambia, dirá Lacan después. En cualquier caso, es un autor que está todavía por estudiar y que representa una tentativa de cambio discursivo sabiendo que en lo propio de la lengua, en su materialidad literal, se juegan los lugares en una estructura dada, y que la alteración de esos lugares debe promoverse desde fuera del discurso que los organiza.
Se trata entonces del corte, del paso de un discurso a otro, que ocupa a Lacan en Radiofonía, y a lo que Jean-Claude Milner, en La obra clara, denomina como un imposible literal: una vez admitido que la teoría de los discursos es una literalización de los lugares y los términos, el corte, en primera instancia, puntúa un imposible literal. Imposible que un sistema de letras sea otro; imposible que un sistema de letras pase sin perturbación a otro sistema de letras. En otras palabras, no hay transformación interna a un sistema; toda transformación es paso de un sistema a otro4.
Pero vayamos por un momento a las cuestiones centrales que promovieron el debate entre lingüística y psicoanálisis para volver así a retomar el par letra-significante. El estructuralismo designa la teoría del sistema reducido a su relación mínima, como se denomina la estructura. Más allá del entusiasmo de la época por una disciplina joven como lo era la lingüística, el estructuralismo, que la impregna, se constituye como una figura de la ciencia. Se propone una matemática y, como impone toda ciencia moderna, se destila toda cualidad del objeto; se propone la cadena como nombre para designar la estructura mínima del sistema cualquiera que es la estructura; y se concretan dos elementos mínimos en los que se divide -el significante y el significado-, y su algoritmo: S / s. En este punto, Lacan se distancia sutilmente de Saussure, pero sin vuelta atrás, atribuyendo órdenes distintos al significante y al significado, y ubicando en esa barra que los separa la resistencia a la significación y la contingencia -que no la arbitrariedad, como proponía Saussure- de los lazos entre uno y otro. Desde aquí Lacan puede plantear la hipótesis del sujeto de significante. Milner lo señala para referirse también a la letra como soporte material que el discurso concreto toma del lenguaje5, cuyos efectos de verdad en el hombre están más que probados, sin que el espíritu haya intervenido en ello lo más mínimo6. Es una primera aproximación que el autor ubica en lo que denomina el primer clasicismo lacaniano. Sobre él -con el texto de los Escritos "La Instancia de la letra" como referente-, dice no ser sincrónico consigo mismo: la teoría del corte y la teoría del sujeto no se corresponden. De la misma manera, muchas de las proposiciones formuladas en términos de letra y de literalidad parecen poder ser formuladas, de manera equivalente, en términos de significante, y recíprocamente. En este sentido, la ausencia de decisión sobre este punto hace que las nociones de letra y significante se oscurezcan mutuamente7. No es hasta el segundo clasicismo que se plantean las cosas de diferente manera. Lacan ha tenido que pasar por la construcción de los cuatro discursos y llegar a las elaboraciones del Seminario XX para poder separar netamente la letra del significante. ¿Cómo pensarlo si no es por el uso de la teoría de la matemática para la literalización? Ya Bourbaki, el matemático incierto, había establecido la sinonimia de la literalización con la matematización, surgiendo una teoría autónoma de la letra, cada vez más necesaria. Propone Lacan un cierto número de letras: a y A, de inicio. Se designa así un lugar, un sitio: Para A es el lugar del Otro al que se añade una dimensión de falla: S(A/). Así explica Lacan, en el seminario XX, que aparezca el objeto a, que viene a funcionar respecto a esa pérdida8. Su propuesta -de un alcance que se escapa a los límites de mi intervención aquí- es discernir, retomando el hilo del discurso analítico, lo que estas letras introducen en la función del significante9. De resultas tenemos: la letra en lo que se refiere al lugar, el significante en lo que se refiere al modo de funcionamiento, a la utilización del lenguaje como vínculo. Es decir que la letra no es el significante. Por una parte, el significante representa para y es aquello para lo cual eso representa; carece de positividad, siendo la diferencia significante, la oposición entre dos de ellos, anterior a toda cualidad. Tenemos de este lado el significante sin cualidades. Y, por otra parte, la letra, que, aunque exista la posibilidad de relacionarse con otras, ello no implica que deba reducirse únicamente esta relación. Porque la letra es positiva, ella sí, y se sostiene también en sus cualidades (su fisonomía, un soporte sensible, un referente, etc.). Siendo entonces la letra idéntica a sí misma, es posible desplazarla, no sin consecuencias. Recordemos, si no, los efectos de hacer rotar las cuatro letras (S1, S2, S/, a) de un discurso a otro. Dicho sea de pasada, añade Lacan que el amor es signo de que se cambia de discurso10 y que cada vez que se franquea el paso de un discurso a otro hay emergencia del discurso analítico, pues todo corte es interpretación y toda interpretación se inscribe en la matriz del discurso analítico11. Pruébese, entonces, de destruir el significante -intentos no han faltado, como hemos visto- que lo más que podrá conseguirse es hacerlo «faltar en su lugar». El hecho de que un significante no pueda ser sino por otro significante hace que no sea manejable y que, de hecho, no transmita nada; representa al sujeto para otro significante en el punto de las cadenas en que se encuentra12. Sin embargo, si algo permite la transmisión, en el seno de un discurso y de aquello de lo que ella es el soporte, es la letra. En efecto, puede decirse así que la letra es, radicalmente, efecto de discurso13. Demos las reglas de su manejo y cada letra puede ser lo que es, como ella es, la reflexividad le está permitida, sabiendo que el que las dice lo hace desde la lengua que usa y ocupando la posición del maestro del juego de las letras14.
Llegamos, con todo ello, al matema, que depende de la letra. Queda así justificado que deba tenerse en el horizonte el empleo que se hace de la letra en matemáticas para el discurso analítico15. De ellas, en su aplicación de la teoría de los conjuntos, se desprende que la letra no lo es tanto por lo que designa del conjunto que por el hacer propiamente el conjunto. La captura formal de la matemática sobre el psicoanálisis, finalmente, la ofrece el matema, aunque sólo se retenga de aquella la literalidad. Y aquí si que encontramos que el lazo entre un matema y otro no es posible, como tampoco lo es entonces calcular un matema a partir de otro por un manejo de las letras. La implicación siguiente es que la permutación que estructura a la teoría de los cuatro discursos es interna a un matema único: el que constituyen, tomados en su conjunto, las cuatro fórmulas y la regla que hace pasar de una a otra16. Esto es lo que hace, precisamente, que los matemas no puedan ser adicionados en un cuerpo de ciencia, y que el discurso del análisis se distinga del discurso científico.
Letra y significante
NODVS XVIII, setembre de 2006