La Retórica de Aristóteles
Referencia presentada en el Seminario del Campo Freudiano de Barcelona en noviembre de 2006
Resumen del segundo de los tres libros de La Retórica de Aristóteles; libro que vincula la palabra con las pasiones dando cuenta de este modo de la estructura de las pasiones, de su articulación con la razón, de la incidencia del discurso sobre ellas. Aristóteles explica en este libro qué pasa con el estado de la diversas pasiones, a quiénes va dirigida y porqué éstas se despiertan. Perspectiva la de Aristóteles bien distinta a la de nuestros tiempos donde se toma el afecto como factor causal en sí mismo y no como una cuestión inseperable del poder estructurante del significante.
Retórica, Aristóteles, pasiones, razón, discurso
ORIGENES DE LA RETORICA
Hacia el año 485 a C, dos tiranos sicilianos expropiaron numerosas tierras a ciudadanos de Siracusa a favor de los mercenarios que formaban su ejército personal. Al instaurarse el régimen democrático, los perjudicados quisieron volver al status quo anterior lo que les abocó a innumerables procesos legales para probar que eran propietarios de los terrenos arrebatados. Ello creó la necesidad de personajes que supieran hablar bien ante la asamblea de jueces para poder defender los derechos de los antiguos propietarios. Cuando se reinstauró la libertad, se instaló la palabra pública y libre. La necesidad de escribir un tratado sobre la capacidad del lenguaje para persuadir surgió de estas circunstancias.
La Retórica de Aristóteles se compone de tres libros: el primero se ocupa de la estructura de la retórica, de la concepción de los argumentos y de las especies de retórica. El segundo libro se dirige al público, no sólo en cuanto que es capaz de razonar, sino también en cuanto que es sujeto de pasiones y tiene un determinado modo de ser. El Libro III estudia la forma más adecuada de los discursos con vías a la persuasión.
LIBRO II
Según introduce Aristóteles al inicio de este libro, el objeto de la retórica consistirá en formar un juicio por lo que resultará necesario atender a los efectos del discurso, no sólo a que sea demostrativo y digno de crédito, sino también a cómo ha de presentarse el orador y a cómo ha de inclinar a su favor al que juzga. Así es como Aristóteles introduce la retórica afectiva, es decir la vinculación que la palabra tiene con las pasiones, vinculación del logos con el pathos.
Aristóteles dedicará un número considerable de páginas de su libro II al análisis de las pasiones que el orador puede inducir en sus oyentes a través de sus palabras.
De cada una de las pasiones distinguirá tres aspectos: 1) en qué estado se encuentran los sujetos influidos por las pasiones, 2) hacia quienes van dirigidas sus pasiones y 3) por qué asuntos éstas se despiertan.
Aristóteles realiza una descripción de la estructura de cada una de las pasiones que irá descomponiendo con una muy detallada enumeración de cada una de ellas, así: La ira. La calma. El amor y el odio. El temor y la confianza. La vergüenza y la desvergüenza. El favor. La compasión. La indignación. La envidia. La emulación.
LA IRA
Aristóteles la define como un apetito penoso de venganza por causa de un desprecio contra uno mismo o contra los que nos son próximos.
Alude en este afecto a la satisfacción implicada que si bien puede causar pesar al individuo que la sufre también se acompaña de cierto placer, y aquí aparece la dimensión del placer relacionado con la fantasía que se pone en juego, ya que dirá Aristóteles "el iracundo ocupa su tiempo con el pensamiento de la venganza, de modo que la imagen que entonces le surge le inspira un placer semejante al que se produce en los sueños".
Cuando menciona las disposiciones favorables a la ira, enfatiza que la ira se siente por causa de un deseo no realizado, "ellos sienten pesar, porque el que siente pesar es que desea alguna cosa". Así citará a los que son pobres, a los enfermos, los enamorados… como fácilmente excitables.
Al analizar por qué causas se despierta la ira, hará una larga lista de situaciones que tendrán en común que ésta se manifiesta siempre en "la relación con los demás" sin que pese tanto un objeto en sí sino a la valoración que los semejantes harían de uno mismo y como el sentimiento de la ira tiene que ver con la incertidumbre misma ante aquello con lo que uno se representa "se encolerizan contra los que hablan mal y muestran desdén hacia las cosas por las que ellos se interesan especialmente… y tanto más si ellos sospechan que no sobresalen en tales cosas completamente… porque cuando están muy seguros de ser superiores en aquello en que son objeto de burla, no sienten ninguna inquietud".
LA CALMA
En la retórica Aristóteles presenta la calma como la pasión opuesta a la ira.
Existe en la disposición a este afecto un discurso enmarcado en el momento de la época. Así, existen determinados lugares que ocupan cada uno de los individuos, sujetos superiores e inferiores, si cada uno mantiene su lugar se estará en calma. "Un signo de esto se da en el castigo de los esclavos: a los que nos contradicen y replican los castigamos más, mientras que aplacamos nuestra cólera antes los que reconocen ser castigados con justicia".
Las disposiciones favorables a la calma serán las contrarias de las que producen la ira. Si en éstas el obstáculo a la realización de un deseo era lo que producía la ira, la calma se obtendrá en situaciones en la que se realicen los deseos y pone por ejemplo el juego, la risa, la fiesta, el éxito.
Es favorecedora de la calma el paso del tiempo, en vez de someterse súbitamente a la ira, porque "el tiempo aplaca la ira".
EL AMOR Y EL ODIO
Aristóteles estudia el término philias en cuanto engloba simultáneamente las significaciones de amor y amistad.
La amistad es definida en todos los casos por la búsqueda del bien para el amigo y por la reciprocidad de los actos y los sentimientos mutuos, aunque esta reciprocidad no sea en todas sus modalidades equivalentes.
Cuando se refiere a las personas a quienes se ama, los rasgos que señala son:
Describe las diferencias que existen entre la ira y la enemistad y el odio.
La ira procede de cosas que afectan a uno mismo en cambio la enemistad puede engendrarse sin motivos personales. Sólo suponer que uno es de determinada condición ya se le puede llegar a odiar.
La ira se refiere siempre a alguien tomado en sentido individual pero el odio se dirige también al género.
La ira es un deseo de causar un estado de pesar, el odio lo es de hacer mal.
La ira se acompaña de pesar propio pero no así el odio.
EL TEMOR Y LA CONFIANZA
Estos afectos estarán relacionados con la actividad fantasmática de los sujetos, y así definirá el miedo como cierto pesar o turbación nacidos de la imagen de que es inminente un mal destructivo y que éste está próximo a suceder. De la confianza dirá que es lo contrario del temor.
Conviene poner a los oyentes en la disposición de que puede sobrevenirles un mal y mostrarles que a otros también les ha sucedido y, además de parte de personas de las que no cabría pensarlo y por cosas y en momentos que no se podrían esperar.
LA VERGÜENZA Y LA DESVERGÜENZA
Define la vergüenza como cierto pesar o turbación relativos a aquellos vicios cuya presencia acarrea una pérdida de reputación.
Distingue dos tipos de vergüenza, la relacionada por las acciones cometidas hacia otros (robo, adulación, recibir beneficios de otro…) y la referida a las actividades del cuerpo (servidumbres del cuerpo, consentir al ultraje, desenfreno…)
Plantea una
Vuelve a aparecer la cuestión de la falta y como ésta se relaciona con la vergüenza. Así dirá "Se siente vergüenza ante quienes le piden a uno por primera vez algo, dado que todavía no ha desmerecido uno ante ellos en ninguna manera"
EL FAVOR
Define el favor como una ayuda al que la necesita sin ninguna finalidad para el que presta la ayuda. En la retórica la atención se fija en la gratuidad del favor y en la magnitud de la necesidad y lo enlazará con el sentimiento de afecto que expresa el que otorga el favor hacia el que lo recibe y el de gratitud del que lo recibe hacia el que lo otorga.
LA COMPASION
La define como un cierto pesar por la aparición de un mal destructivo en quien no lo merece.
La fantasía de que puedan ocurrir a uno mismo los males que suceden a otro, será lo que engendre la compasión. En este afecto lo que se remarcará será el mecanismo de identificación.
Serán causantes de compasión las enfermedades, la falta de alimento, los malos tratos, la vejez, "las muertes", "la muerte ajena actualiza, pone ante los ojos, y en este sentido transforma en inminente para la fantasía la muerte propia".
LA INDIGNACION. LA ENVIDIA. LA EMULACION
La indignación la definirá como un pesar que se produce por causa de quien aparece disfrutando de un éxito inmerecido.
Quienes se sienten inclinados a la indignación son los que poseen los mayores bienes si los que no son iguales, o sea inferiores lleguen a tenerlos, y, en general, quienes se consideran dignos de cosas que creen que otros no merecen.
Diferencia la envidia de la indignación de que la envidia es un pesar turbador y que concierne al éxito, pero no del que no lo merece, sino del que es nuestro igual. Lo que Aristóteles acentuará es el dolor que produce a quien la padece.
La emulación sería cierto pesar por la presencia manifiesta de unos bienes honorables y considerados propios de que uno mismo los consiga en pugna con quienes son iguales. Diferenciará la envidia de la emulación ya que mediante la emulación se preparan para conseguir los bienes, en cambio, lo que buscan con la envidia es que no los consiga el prójimo.
Se puede concluir, entonces, como a partir de este análisis exhaustivo Aristóteles hace un intento por formalizar la incidencia del discurso sobre las pasiones. La razón y las pasiones se encuentran articuladas en el discurso y esta articulación tiene una estructura.
En el contexto actual es interesante esta referencia en la medida que permite mostrar una perspectiva diferente de la actual, en el sentido de que los afectos son tomados como factores causales en ellos mismos, mientras que lo que se puede ver es que son inseparables del poder estructurante del significante.
La Retórica de Aristóteles
NODVS XXI, setembre de 2007