Introducción a La crítica de la razón pura
Referencia presentada en el Seminario del Campo Freudiano de Barcelona en enero de 2008
En las páginas 232 y 233 del Seminario X, concretamente en el capítulo XVI titulado "Los párpados de Buda", Lacan hace referencia a Kant para especificar su posición ante la función de la causa y del concepto de objetividad. Esta referencia intentará realizar una breve introducción de La crítica de la razón pura para centrarse, posteriormente, en explicar y desarrollar estos dos conceptos a los cuales Lacan hace referencia.
A finales del siglo XVIII, Kant asiste al nacimiento de la física como ciencia y a los múltiples progresos de la ciencia físico-matemática en contraposición a la lucha estéril en la que se veía inmersa la metafísica. Esto se debe, según él, al buen uso de la razón que realizan, consciente o inconscientemente, tanto matemáticos como físicos y al mal uso que de ella hacen los metafísicos. Así pues, no se trata de eliminar la metafísica como disciplina (pues es una tendencia innata a la razón humana) sino de convertir en objeto de investigación la razón misma como facultad de conocer. Este intento de examinar la facultad de conocer en el ejercicio de su conocimiento será el objetivo de La crítica de la razón pura.
En esta obra, se aborda la razón desde su uso teórico, en cuanto facultad de conocer en general. Kant distingue dos fuentes de conocimiento: la sensibilidad y el entendimiento. La primera es estudiada en el apartado de la Estética trascendental y la podríamos definir como nuestra capacidad de recibir representaciones en cuanto somos afectados de alguna manera. Conocer es, primariamente, intuir. Al igual que Aristóteles, Kant afirma que el espíritu es como una "tabla rasa" donde no hay nada escrito y que para que algo se inscriba son necesarios los datos provenientes de los sentidos. Sin embargo, "aunque todo nuestro conocimiento empiece con la experiencia, no por eso procede todo él de la experiencia" (p.42). Toda intuición puede ser o bien empírica (hace referencia a un objeto mediante la sensación) o bien pura (corresponde solo a la forma de la sensibilidad, equivalente al espacio y al tiempo). La materia de la intuición sería la sensación misma y la forma el medio por la que organizamos la diversidad del fenómeno (dentro del marco espacio-temporal). Sin embargo, esta forma reside en nosotros, es inherente no a los objetos sino al sujeto que los intuye, y de ahí el carácter fenoménico de nuestro conocimiento sensible y general. Si todo conocimiento tiene su base en el conocimiento sensible y este ya de por sí no puede intuir a los objetos en sí mismos (el noúmeno) sino sólo según nuestro modo de intuirlos (el fenómeno), entonces, podemos afirmar que todo nuestro conocimiento es fenoménico y no nouménico. El noúmeno no es negado sino puesto fuera de nuestras posibilidades de conocer, es decir, no tiene valor de conocimiento.
No obstante, si bien las intuiciones se sitúan en el origen del conocimiento, por ellas mismas no conocemos nada pues para poder pensar un objeto es necesario organizar y relacionar tales intuiciones mediante los conceptos. Es en el apartado de la Analítica trascendental donde Kant estudiará la función del entendimiento: "la capacidad de pensar el objeto de la intuición" (p.93). El conocimiento en Kant siempre implica la subsunción de la intuición bajo un concepto. En consecuencia, entendimiento y sensibilidad (concepto e intuición) se necesitan mútuamente: "sin sensibilidad ningún objeto nos sería dado y, sin entendimiento, ninguno sería pensado. Los pensamientos sin contenido son vacíos; las intuiciones sin conceptos son ciegas. Por ello es tan necesario hacer sensibles los conceptos como hacer inteligibles las intuiciones" (p.93). Anteriormente habíamos considerado al espacio y al tiempo como formas a priori de la sensibilidad. Pero, ¿cómo encontrar los principios a priori del entendimiento? Kant optará por analizar no el conjunto de los conceptos sino su fuente y sus reglas. Si pensar es conocer por conceptos y estos últimos siempre son predicados de un posible juicio, entonces, pensar es juzgar. De ahí que se pueda extraer de las formas de los juicios los diferentes tipos de categorías. Tales categorías realizan la misma función en cuanto al pensamiento que la realizada por el espacio y el tiempo en la intuición. Si estos últimos eran las formas a priori de la sensibilidad que nos permitían intuir los objetos, las categorías son las formas a priori del entendimiento que nos permiten pensarlos. Éstas serían, pues, las reglas que permiten unificar y sintetizar la diversidad dada en el espacio y en el tiempo.
De manera simétrica a la tabla de los juicios, Kant considera que la tabla de las categorías se divide en las categorías de: cantidad, cualidad, relación y modalidad con sus respectivas subdivisiones. Por lo que respecta a este seminario, es importante tratar una de ellas, la de causa y efecto, integrada dentro de las categorías de la relación.
Para Hume, nuestras creencias en nexos causales descansan únicamente en la costumbre y en el hábito. No hay nada a priori que nos permita saber a través del concepto de fuego que éste quema a no ser que la experiencia nos muestre que el fuego quema. Pero aún así, tampoco hay nada que nos permita inferir que la relación entre el fuego y la quemadura sea necesaria. Puede ser que alguna vez el fuego hiele, aunque hasta el momento la experiencia no nos haya mostrado tal suceso. Así pues, como la experiencia no implica necesidad alguna y el principio de causalidad se origina de ella, entonces, el principio de causalidad tampoco es necesario. Kant coincide con Hume en cuanto que nada proveniente de la experiencia puede ofrecer necesidad alguna, pero considera que el principio de causalidad no se sitúa en este horizonte sino que es a priori y, en consecuencia, sí que puede ser necesario. Para Kant, si tal principio no fuera a priori, sería imposible poder pensar secuencias fenoménicas puesto que éstas no estarían bajo el yugo de un orden de sucesión y, en consecuencia, no podría haber experiencia.
Una vez llegados hasta aquí, y para acabar, sería conveniente tratar el concepto de objetividad en Kant. Ya hemos visto como la experiencia es fruto de la síntesis realizada por el sujeto entre los datos sensibles y lo que él pone sobre estos (el espacio y el tiempo) junto con unos conceptos independientes de toda experiencia llamados categorías. Así pues, es el sujeto quien constituye la objetividad pues es él mismo quien impone los rasgos de necesidad y universalidad. Pero este proceso no depende de un solo individuo sino que también es constitutivo de la subjetividad misma y por eso es igual en todos los sujetos. Y e ahí el giro copernicano kantiano: hay conocimiento de objetos porque es el sujeto el que pone las condiciones de posibilidad de la objetividad.
Por otro lado, como todo conocimiento es, en última instancia, el resultado de una síntesis entre lo dado en la sensibilidad y aquello que pone el sujeto, todo aquello que esté fuera de esta síntesis queda fuera del ámbito del conocimiento.
Resumiendo, gracias a que es el sujeto quien imprime la necesidad y la universalidad a los objetos es posible el conocimiento científico. Sin embargo, el precio a pagar es muy alto: hay conocimiento seguro y objetivo pero no de las cosas en sí sino solo de los fenómenos o, en palabras de Kant, el hombre se vuelve a situar en el centro del conocimiento pero ya no conoce el mundo sino su mundo. En consecuencia, toda pretensión de una metafísica científica que se ocupe de las "realidades en sí mismas", más allá de toda experiencia, queda completamente clausurada.
Introducción a La crítica de la razón pura
NODVS XXIV, març de 2008