El superyó, femenino. Las afinidades entre el superyó y el goce femenino.
Presentación de la memoria para la obtención del DEA, defendida el 16 de mayo de 2008 en el ICF
Memoria que parte de la tesis central de que el Superyó es afín al goce femenino, al goce no todo. Es un descubrimiento que parte de la investigación del Superyó femenino hasta encontrarse que el Superyó es nombre del goce pero no de cualquier goce sino del femenino que, al no estar localizado, se halla en todas partes sin límite y con exigencia de absoluto, como el imperativo categórico Kantiano y el goce sin límites de Sade. Ambos son imperativos de un goce y, por tanto, empujan a un imposible donde el Superyó como finalmente demuestra la Memoria es un imperativo de goce con voz femenina.
Superyó, goce femenino, imperativo categórico, Sade
En primer lugar, quisiera agradecer al Instituto del Campo Freudiano el haberme dado la posibilidad de realizar este trabajo y hacer hoy su defensa. También, y muy especialmente, agradecer a Hebe Tizio, directora de esta memoria, por su apoyo y sus orientaciones que han sido cruciales en este trabajo de investigación.
Primero, decir que siempre me ha parecido curiosa la afirmación de Freud según la cual el superyó de la mujer nunca es tan inexorable, impersonal e independiente de sus orígenes afectivos que en el hombre1. Él mismo confiesa que siente una cierta vacilación en decir eso. En este trabajo de investigación, intenté dar cuenta del porqué pienso, contrariamente a Freud, que el superyó femenino puede ser tan implacable, incluso más feroz, que para el hombre. También intenté mostrar las razones por las cuales estoy de acuerdo con Freud cuando considera, refiriéndose al superyó en la mujer, que es menos independiente, menos impersonal, y por lo tanto más susceptible de encarnarse en un Otro, que hará a la medida de su goce.
Miller responde a Freud:
Freud se preguntaba si las mujeres tenían superyó y sostenía que en el caso de que lo tuvieran, este superyó era menos severo que el de los hombres. Este se volvió un tema clásico en los debates psicoanalíticos. Sin embargo, este problema del superyó femenino no es más que una máscara del problema esencial del goce femenino2.
En otro texto Miller dirá:
La histérica es también una forma de comprender porqué el superyó femenino le creó tantos problemas al psicoanálisis. Habría que escribirlo así: el superyó, femenino. Si no se encuentra el superyó femenino es, precisamente, porqué está ahí ante los ojos, es del estilo de la carta robada, es porqué salta a la vista que no nos percatamos de su presencia3.
Esta tesis de Miller, según la cual el superyó no es otra cosa que una máscara del goce femenino, y que el superyó femenino está en todas partes y por eso no lo vemos, es lo que intenté demostrar en este DEA.
Aparentemente, hubo dos acepciones diferentes del concepto de superyó.
El superyó que, equivocadamente - es lo que intenté demostrar- llamamos freudiano, sería el que limita al goce. Sería el que prohíbe, el que regula el goce, el que dice: no hagas eso porqué no te conviene, el que dice ¡no! al imperativo de gozar.
Digo que fue equivocadamente llamado freudiano porqué en "El malestar en la cultura" se ve claramente como, para Freud, el superyó está hecho de pulsión de muerte, si se puede decir así. Miller usa la expresión (que retomé en el DEA bajo el modo de un título) de enclave de la pulsión de muerte en el territorio libidinal.
En efecto, lo que se ve en "El malestar en la cultura", es que lo que está al origen del superyó, es la agresión hacia al Otro. Y cito: El superyó - dice Freud - nace de la agresión introyectada, interiorizada, pero en verdad reenviada a su punto de partida; es decir vuelta hacia el propio yo. Ahí es recogida por una parte del yo, que se contrapone al resto como superyó y entonces, como "conciencia moral", está pronta a ejercer contra el yo la misma agresividad que el yo habría satisfecho en otros individuos4.
Fueron los postfreudianos que, por su empeño en negar la pulsión de muerte, interpretaron que el superyó en Freud era exclusivamente, y en tanto que heredero del complejo de Edipo, lo que permitía poner un límite al goce. Miller llega a burlarse de los analistas postfreudianos que repetían de forma sacramental la fórmula según la cual el superyó es el heredero del complejo de Edipo. En efecto el mismo Freud, refiriéndose al superyó, no dudó en usar expresiones como tirano, habla de furia cruel del superyó, de su dureza y su severidad extraordinaria, emplea las expresiones de furia inmisericorde, de sadismo ilimitado, de automartirio interminable. Llega incluso a decir explícitamente: lo que gobierna en el superyó es un cultivo puro de la pulsión de muerte5. Freud dice que el superyó es duro, cruel, despiadado6, y en tres ocasiones lo asocia con el imperativo categórico Kantiano7. Por lo tanto, el superyó no fue, tampoco para Freud, lo que prohíbe el goce, tal y como lo sostuvieron los postfreudianos.
Miller, en su texto "Clínica del superyó", dice que hubo una verdadera sofocación del sentido original del superyó en Freud, un auténtico borramiento de esta noción. Esto para él justificó que la Sección Clínica de Paris se dedicara durante unos años en hacer revivir la noción de superyó. Fue para él un modo de que los psicoanalistas se dieran cuenta de todo el esfuerzo que Lacan había realizado durante sus últimos años en reavivar la noción del superyó.
El superyó lacaniano, de última generación lacaniana, para retomar la expresión que usó Miller el año pasado en un artículo sobre Philippe Sollers, es un imperativo de goce. Es el superyó que dice ¡goza!, o que, a este imperativo de gozar, dice ¡sí!, obedece.
En los años setenta, Lacan dijo: la única cosa de la cual nunca he tratado es del superyó8. Y efectivamente, Miller dirá que el superyó constituye un verdadero enigma en la enseñanza de Lacan, y añade que el texto donde Lacan más habla del superyó sin nombrarlo, es Kant con Sade. Por eso en el DEA fue uno de los textos que trabajé. Y en efecto Kant con Sade pone de relieve la esencia del superyó, en tanto que imperativo de goce. En este texto, Lacan revela que dentro de Kant hay Sade, y que por lo tanto dentro del imperativo moral está la pulsión de muerte. Lacan demuestra, usando a Sade, que el imperativo moral de Kant es, de forma en apariencia paradojal, un imperativo de goce. El punto de encuentro, el denominador común entre Kant y Sade es que, tanto el uno como el otro empujan a un imposible, y por lo tanto a un real. Kant, queriendo borrar el goce por completo, Sade, queriendo gozar sin límites. Y el goce surge frente a estos imperativos de un imposible. Lacan formaliza que el ¡no goza! y el ¡goza! no son dos imperativos contrarios, puesto que en el ¡no goza! se goza de no gozar; y por otra parte, el imperativo de gozar, el ¡goza!, equivale a una interdicción, puesto que gozar es imposible.
En el DEA, en la página 51, hago referencia a una frase que dijo Miller en su Curso de este año. Dice lo siguiente: En la pregunta de Kant: ¿estamos obligados en decir la verdad al tirano? No es la respuesta que cuenta, es que desde el momento que hablamos de decir la verdad, hay un tirano en juego y para mí el tirano, era de decir la verdad. Consecuentemente, hay que decirlo, sentía una extrema fatiga, que me condujo al analista. -Y añade- Decir la verdad, siempre hace surgir un tirano. En efecto, lo que hace surgir el tirano, es el imperativo de un imposible, y efectivamente, tener que decir la verdad, que lo imponga el tirano que constituye el superyó, o el tirano del ejemplo de Kant, es la imposición, la exigencia de un absoluto, y por lo tanto de un imposible. Y cuando se intenta, se va en contra de uno mismo. El goce es esto: algo que perjudica, pero que produce una satisfacción, aunque sea inconsciente, de la cual uno no quiere separarse.
Por lo tanto, en la enseñanza de Lacan, el superyó encontró su lugar con el nombre del goce, en tanto que este constituye un bien para el sujeto, un bien absoluto separado de su bienestar. El imperativo categórico de Kant es la ilustración paradigmática de este bien absoluto separado del bienestar.
Todo eso puede parecer muy abstracto, pero tiene, sin embargo, una relación directa con la clínica, con el síntoma y, por lo tanto, con la orientación hacia lo real. En efecto, los neuróticos se comportan así con su síntoma, con su falta en ser que no quieren dejar, cueste lo que cueste. En "Subversión del sujeto", Lacan lo formula de la siguiente manera: Lo que el neurótico no quiere, y lo que rechaza con encarnizamiento hasta el final del análisis, es sacrificar su castración al goce del Otro, dejándole servir para ello9. Este todo menos eso del neurótico nos muestra que, con tal de no sacrificar su falta en ser, está dispuesto a todo, a sacrificarlo todo, a sacrificar su deseo, su bienestar, incluso a veces su vida, para quedarse con su goce.
Ahora bien, lo que Miller puso en evidencia es que, justo después de su formulación del imperativo categórico -Obra de tal modo que la máxima de tu voluntad siempre pueda valer al mismo tiempo como principio de una legislación universal10 - Kant, y de forma algo enigmática, añade una pequeña frase entre paréntesis: hoc volo, sic jubeo, que significa así lo quiero, así lo ordeno. Miller indaga y descubre que se trata de una cita de un personaje femenino de un texto de Juvenal, poeta satírico latino del Siglo I. En efecto Kant, y ahí está lo sorprendente, ilustra la fórmula del deber incondicional del imperativo categórico con el imperativo del capricho de una mujer.
En el texto de Juvenal, estas palabras son las de una mujer caprichosa que no cesa de exigir a su marido y que, de repente y sin razón aparente, le ordena matar a un esclavo. ¡Crucifique a este esclavo! dice. El marido, preocupado por el perjuicio económico que le causaría esta muerte, intenta conocer el motivo de la sentencia de su mujer, preguntándole sobre sus razones - sea dicho de paso, el marido está preocupado por la economía familiar, no por la ley, ni tampoco por un ideal de justicia. Ella le contesta: quiero eso, ordeno eso, no hay más razón que mi voluntad. No es un quiero eso porqué me conviene, un quiero eso, trabajaré para obtenerlo, o un quiero eso en la medida de lo posible. Es un ¡Quiero eso, lo exijo, y punto!, y añade algo del orden de la única razón de porqué quiero eso, es que lo quiero. Aquí la voluntad no es el deseo. La voluntad es la pulsión, es el goce. Sería: no le busques más sentido, la única causa de mi voluntad es mi goce. Kant, por lo tanto, reconoce la voz del deber en la voz del tirano femenino. Miller, en un esbozo de lo que podríamos llamar su Kant con Juvenal o Kant con la mujer caprichosa, usa al goce femenino para revelar la esencia del imperativo moral, y por lo tanto la naturaleza del superyó.
Miller supo atrapar al vuelo el hecho que, anteriormente a Lacan quien usó a Sade para desvelar el objeto escondido de la Crítica, fue Kant mismo que hizo esta operación sin saberlo: Kant articuló su imperativo categórico con el capricho de la arpía de Juvenal. Encontró la voz del deber en el carácter absoluto, infinito, del capricho de la mujer. Y de eso se deduce la afinidad entre el superyó y el goce femenino. En efecto, es en la mujer que la voluntad se desprende con este carácter infinito y absoluto que tiene el goce no-todo. La articulación entre el superyó y el goce femenino es el sin límite. Y si el superyó es femenino es porqué el goce lo es.
Esto es lo que también intenté ilustrar con los ejemplos de mujeres que recorren la enseñanza de Lacan y de Miller: Aimée, Antígona, Marie de la Trinité, Medea, Madeleine, Santa Teresa, y la arpía de Juvenal a la cual acabo de referirme.
El caso Aimée da cuenta de que fue el concepto de superyó, en tanto que división del sujeto contra sí mismo, que enganchó Lacan al psicoanálisis.
Antígona y Marie de la Trinité son dos ejemplos paradigmáticos de mujeres que, en nombre del deber, lo sacrificaron todo. No hay más seres del deber que las mujeres, dice Miller, y nombra Antígona, sin desarrollarlo. Yo decidí desarrollar este punto y en el DEA estudié la Antígona de Sophocles, y que Lacan retoma en el Seminario de La ética, desde este prisma. Antígona no es una rebelde como se suele pensar, al contrario es una mujer muy obediente, es decir que cumple con la voluntad de quien manda. Sólo que su amo es el superyó. Al imperativo ¡goza! contesta siempre ¡sí!.
Otro ejemplo de mujer encarnando el goce, es Marie de la Trinité, mística que se analizó unos años con Lacan y que le inspiró muchos de sus comentarios del Seminario Aún. Enfermó por la tensión imposible entre su vocación (es decir su deseo) y su deber (es decir su goce). Entre el deseo y el deber, eligió el deber. Estuvo sometida a actividades agotadoras que desencadenaron una muy grave depresión con intensos ataques de angustia. Consultó cerca de veinte psiquiatras y psicoanalistas de los más prestigiosos, escapó por milagro a la lobotomía y a los electrochoques, y como ya dije, acabó en análisis con Lacan. Este obtuvo de ella un testimonio sobre su enfermedad y su proceso de curación cuyo título es De l´angoisse à la paix.
Medea y Madeleine, calificadas por Lacan de verdaderas mujeres, tienen en común un acto absoluto, en donde estuvieran dispuestas para vengarse en sacrificar el tener en nombre del ser. Se trata de dos mujeres que se sintieron traicionadas en su creencia de ser todo para el Otro y que, para descompletarlo, no dudaron en agujerearse a ellas mismas en un acto desmesurado y sin límites. Una quemando unas preciosas cartas de amor, las de Gide, la otra matando a sus dos hijos.
Santa Teresa, Marie de la Trinité y San Juan de la Cruz son tres místicos que me dieron lugar a articular su relación con Dios, el misticismo, con el superyó.
También, y a través de estos ejemplos y de la clínica, se puso de relieve lo que Lacan llama estrago, en tanto constituye el sin límites de la demanda de amor.
Para concluir quisiera decir algo sobre la coma del título, el superyó, femenino. Esta coma es un modo alusivo a la afinidad entre el superyó y el goce femenino. Pero afinidad no significa equivalencia, no es igualdad. Afinidad es proximidad, relación, simpatía. La coma es un intento de atrapar lo que el superyó tiene del goce Otro. Si no se hubiese puesto esta coma, si hubiese titulado este trabajo el superyó femenino, el trabajo se hubiese reducido al superyó en las mujeres, y no era el objetivo. De hecho, ha sido la investigación misma que me ha llevado a esta hipótesis. No estaba decidido previamente. Empecé este trabajo sobre el superyó, y mi descubrimiento fue su afinidad con el goce femenino.
En la enseñanza de Lacan, el superyó es un nombre del goce. Pero después de este trabajo, puedo añadir: no de cualquier goce, no del goce frenado, limitado por el falo, sino del goce no todo. Y lo propio de este goce, es de no estar localizado, es la ubicuidad. No se encuentra porqué, al igual que la carta robada, está en todas partes, dice Miller. En el cuento de Poe, uno se ríe de la policía porqué, si no encuentra la carta, es porqué no busca donde hay que buscar.
Para concluir, decir que, después del DEA, he podido entender la lógica del porqué Lacan introduce el superyó como imperativo de goce en el Seminario Aún, y le prestó voz femenina en "El atolondradicho". Considero que la legitimidad en pensar las afinidades entre superyó y goce femenino a partir del sin límite y de la exigencia de absoluto, ha quedado demostrada. Esto no significa que la investigación sobre este tema esté terminada.
El superyó, femenino. Las afinidades entre el superyó y el goce femenino.
NODVS XXV, juliol de 2008