La Pianista de Elfriede Jelinek: un caso de perversión femenina
El siguiente texto se basa en una presentación hecho en febrero 2008 en el seminario clínico "Del síntoma a la entrada al síntoma analítico" dirigido por Vicente Palomera como parte de la Tetrada de la Sección Clínica de Barcelona (Octubre 2007-Junio 2008).
Se trata de un análisis de un caso de perversión femenina en un personaje ficticio, por la vía del síntoma. Me refiero a la definición del síntoma como algo que fija el goce y satisface al sujeto y que lleva la verdad del sujeto. En este sentido no se trata del síntoma analítico, que surge cuando se acude a un analista porque algo falla, cuando el síntoma del sujeto ya no funciona. El síntoma analítico ya es un síntoma transformado.
Perversión; La Pianista de Elfriede Jelinek
Introducción
El siguiente texto se basa en una presentación hecho en febrero 2008 en el seminario clínico "Del síntoma a la entrada al síntoma analítico" dirigido por Vicente Palomera como parte de la Tétrada de la Sección Clínica de Barcelona (Octubre 2007-Junio 2008).
Se trata de un análisis de un caso de perversión femenina en un personaje ficticio, por la vía del síntoma. Me refiero a la definición del síntoma como algo que fija el goce y satisface al sujeto y que lleva la verdad del sujeto. En este sentido no se trata del síntoma analítico, que surge cuando se acude a un analista porque algo falla, cuando el síntoma del sujeto ya no funciona. El síntoma analítico ya es un síntoma transformado.
El personaje principal de la novela es Erika Kohut, una mujer de 36 años, que es profesora de piano en el conservatorio de Viena y vive con su madre. El título original alemán de la novela me parece significativo, ya que es "Die Klavierspielerin" y no "Die Pianistin". Al contrario de "Pianistin", la palabra "Klavierspielerin" denota simplemente a alguien que toca el piano, pero eso no dice nada sobre cómo la persona domina el instrumento; mientras una pianista es un profesional. Erika Kohut no ha logrado ser pianista, porque falló en un examen de piano muy importante, por eso se convirtió en profesora de piano. Erika tiene una relación muy especial con su madre. Al principio de la novela no queda claro que pasó con el padre, lo que sabemos es que cuando "Erika entra en la escena el padre se retira" o sea no está cuando ella nace. La madre desde el inicio es muy exigente con Erika y le sugiere que ella es la mejor de todos. Obliga a su hija a dedicar su vida a la música y no la deja interesarse ni por el maquillaje ni por la ropa a la moda y sobretodo no por los chicos. Intenta dominar a Erika totalmente y ejercer un control total sobre la hija: por ejemplo madre y hija duermen en la misma cama y Erika tiene que volver a casa después de haber terminado el trabajo ("Cuando uno encuentra a Erika al aire libre, casi siempre está volviendo a casa."). Además, su habitación no tiene llave para cerrar la puerta. La madre dio el nombre Erika a la hija con la idea que la hija sea un ser "temeroso y delicado", pero en realidad "Erika" significa "brezo" que es una flor frugal y austera.
Síntomas que Erika demuestra en la primera parte de la novela
Erika compra clandestinamente ropa que nunca se pone salvo por la noche en casa cuando la madre duerme. Estos "vestidos muertos" en su armario, al menos son suyos y así puede escapar un poco del control total de la madre.
En la primera parte de la novela ya surge el elemento sádico con el motivo del castigo. Cuando Erika está en el tranvía, le gusta dar patadas a los otros pasajeros o darles golpes con su estuche de instrumento. Ha desarrollado una manera muy sutil de tal manera que los otros pasajeros nunca notan que es Erika quien les golpea. Erika lo hace porque quiere castigar a los otros por ser sucios o por el hecho de "alojarse el uno en el otro". A veces también humilla a sus alumnos y quiere quebrar su voluntad. A la vez anhela que alguien le proponga tareas difíciles que luego desempeña mal y por eso es castigada.
Esta idea la lleva a la automutilación. Se araña con una cuchilla de afeitar cuando la madre no está en casa. No se rasguña cualquier parte de su cuerpo, sino su bajo vientre. Cuando lo hace tiene miedo. La primera vez cuando lo hizo era en la adolescencia: Durante las vacaciones de verano, su primo viene de visita. Es un chico muy deportista, "natural", al que le gusta mostrar a las chicas sus artificios de la lucha libre que practica. Cuando tira a Erika al suelo, ésta ve sus genitales y es algo traumático para ella. Después va a su habitación y se araña.
A veces Erika va a un lugar donde hay peep-show que está ubicado fuera del centro de la ciudad y adonde en su vida diaria normalmente no llega. No queda claro por qué va allá, ya que solamente mira y no siente nada. Mira, no porque quiere aprender algo. Nada se mueve en ella, ni se toca, pero su límite está alcanzado cuando la mujer del peep-show que gira para que los hombres la puedan ver se toca al pezón. Erika no lo aguanta y tiene que marcharse. A veces también va a un cine porno para ver películas de hard porno.
Cuando un alumno de piano, Walter Klemmer, se enamora de Erika, se desencadenan los síntomas, o sea, cambian. Walter es un "desafío terrible" para Erika y normalmente "los únicos desafíos con los que se confronta son los de la interpretación exacta de las obras de música". Recuerda los pocos contactos que tuvo con hombres. Nunca sintió nada.
El enlace entre la primera y la segunda parte de la novela es el motivo de las cuerdas. Aparece en la primera parte como metáfora ("Erika está acordonada con las cuerdas de sus obligaciones diarias como una momia egipcia".) y luego vuelve como real en la segunda parte, en las prácticas sado-masoquistas.
Segunda parte
En esta parte se desarrolla la relación sado-masoquista entre Erika y su alumno Walter Klemmer.
Primero surge otra vez el motivo del voyeurismo. Erika suele ir al bosque cerca del Prater (un parque de atracciones en Vienna) para observar parejas que copulan. Como el cine de porno y el peep-show, el Prater también es un sitio que no concuerda muy bien con el papel que juega Erika en la vida como profesora de piano del conservatorio donde se presenta como seria, austera y rígida.
En un bosque cerca del Prater, Erika se esconde y mira a una pareja copulando. No está segura si quiere ser encontrada por ellos o no. De repente surge la necesidad de orinar que siempre surge cuando Erika está agitada.
Surge también en otra ocasión cuando Erika está en un concierto del conservatorio. Hay una alumna suya que lleva una mini-falda, prenda que la madre prohibía a Erika cuando era adolescente. Obviamente a Walter Klemmer le gusta la chica, el alumno de Erika que intenta seducir a la profesora, lo que Erika no aguanta. Pone añicos de vidrio en el bolsillo del abrigo de la chica, lo que se puede interpretar como inversión del motivo de la automutilación. Después Erika necesita orinar y entra al lavabo del colegio lo que lleva a una escena de encuentro violento con Walter Klemmer. Klemmer entra también en el lavabo y cuando se da cuenta que se encuentra solo con Erika, intenta besarla y tocarla. Erika primero queda pasiva, ni se opone ni muestra acuerdo. Pero luego se invierten los papeles: Erika toca al pene de Klemmer y a propósito le hace daño. Cuando ello está a punto de gozar, le niega el orgasmo. Tiene la fantasía de controlarlo totalmente en el futuro y saber todo lo que hace en el trabajo y en su tiempo de ocio. Se marcha y deja a Walter ahí.
El segundo encuentro entre Erika y Walter Klemmer tiene lugar en el piso de Erika. Erika le da una carta a Klemmer. En esta carta ella describe lo que quiere: quiere ser atada, pero al mismo tiempo decidir cuáles son sus ataduras. Se anhela obediencia, ordenes y castigo. Klemmer debería ser su esclavo y su castigo.
Guarda cuerdas, medias, cinturones, cordones y un vestido de nylon en su habitación y muestra todo a Klemmer.
Le cuenta su fantasía de ser violada, pero con un límite: desea que Klemmer le hable de violarla cuando está atada, sin embargo que "hable más que actúe".
Tiene miedo de ser pegada. En el original alemán aquí hay un juego de palabras: "Erika hat entsetzliche Angst vor Schlägen. Sie schlägt daher vor…" (Erika tiene miedo de golpes. Por eso sugiere…)
En esta escena, Erika llama por primera vez al señor Klemmer por su nombre, Walter.
El tercer encuentro de Erika y Walter es en el cuarto de limpieza del conservatorio. Erika esta vez acosa a Walter, pero él no se siente atraído por ella, sino más bien siente asco. Frota su pene en la cara de Erika por lo que ella tiene que vomitar. Walter le reprocha que apesta. Erika sale agitada y después de haber vuelto a casa, se pone pinzas y alfileres en el cuerpo.
El cuarto y último encuentro de Erika y Walter, otra vez tiene lugar en el piso de Erika. Klemmer entra en el piso después de haber tocado el timbre en medio de la noche con rabia y la intención de vengarse. Después de una disputa, pega a Erika y piensa en violarla. Luego se disculpa por su comportamiento, pero acusa a Erika de ser la culpable de todo. A la vez pide el amor de Erika. Pidiéndole su amor y comprensión, la penetra. Erika no siente nada y luego Klemmer se marcha.
Después de la última escena en casa de Erika, Erika se pone un mini-vestido pasado de moda, uno de estos "vestidos muertos" de su armario, y va por la calle, llevando en su bolso un cuchillo de cocina. Se dirige al instituto donde estudia Walter y en este momento queda abierto para el lector a quien quiere hacer daño. Finalmente llega al instituto y se araña a sí misma con el cuchillo.
La Pianista de Elfriede Jelinek: un caso de perversión femenina
NODVS XXVI, novembre de 2008