Una reflexión en torno a la enunciación en la obra de René Descartes
Presentación en el Seminario Clínico de la Tétrada:"Logotecnología psicoanalítica", impartido por Rosa Calvet durante el curso 2009-10
El presente texto se construye en torno a un objetivo, dar un marco cartesiano a la frase de Lacan “El sujeto sobre el que operamos en psicoanálisis es el sujeto de la ciencia”. Y para lograrlo, los autores se plantean un recorrido que se abre sobre tres vías sucesivas.
La primera. ¿En qué medida el método cartesiano interesa al método psicoanalítico?. En esta primera parte los autores trabajan, con gran claridad, el recorrido de Descartes en torno a la autonomía de la razón a partir del método de la duda, su diferenciación con los Escépticos, la cadena de razones y la aparición de un Otro que en un primer momento es encarnado por el Genio maligno y luego por Dios.
La segunda. La enunciación en psicoanálisis. En esta segunda vía, a partir del libro de J. A. Miller “introducción al método psicoanalítico”, los autores plantean al sujeto cartesiano como consecuencia de una operación, el método de la duda. Será entonces, a partir de la puesta en duda continua y la creencia en un Otro garante de verdad (Dios) que podemos ubicar la enunciación en Descartes.
La tercera. El sujeto de la ciencia y el sujeto del psicoanálisis. Por último, en esta tercera vía, los autores hacen el recorrido desde el “cogito ergo sum” de Descartes, al “O pienso, o existo” de Lacan.
Jorge Alemán; Rene Descartes; Sujeto de la ciencia; Enunciado y enunciación; Discurso del método; Introducción al método psicoanalítico.
1: ¿En qué medida el método cartesiano interesa al método psicoanalítico?
Jorge Alemán, en una conferencia sobre filosofía y psicoanálisis, recuerda que el interés de Lacan por la filosofía estriba justamente en conseguir que el psicoanálisis no sea una filosofía. En efecto, aquello que es rechazado siempre retorna. Lacan convoca a la filosofía, la hace explícita, la trabaja dándole varias vueltas, pero siempre manteniéndose fiel a Freud, que constituyó su teoría al margen de la filosofía. En efecto, Freud era un hombre de ciencia, un ilustrado marcado por el positivismo.
El retorno a Freud que postula Lacan cobra sentido en relación a las nuevas herramientas que Lacan aplica a la praxis y a la metapsicología freudianas, y la filosofía es una de las privilegiadas. Es necesario hacer el recorrido filosófico que marca Lacan, ya que sin este camino no se entiende nada de su formalización.
El término de sujeto lo extrae Lacan de la lectura que hace de la obra de Descartes, orientado por sus lecturas sobre Heidegger. La decisión de Descartes en la vida, podríamos decir que su posición ética incluso, pasa por el concepto de autonomía, autonomía de la razón. En ese sentido marca el devenir de la modernidad: la autonomía de la razón define esta idea de modernidad, junto con la libertad. Descartes es el padre del racionalismo moderno, un revolucionario que escribe por primera vez un texto filosófico en primera persona (las Meditaciones, pero también el Discurso del Método). Y en su lengua nacional, el francés.
Pero Alemán nos recuerda que esta autonomía desemboca en Auschwitz. La crítica de la modernidad más aguda surgirá en efecto después de la Segunda Guerra Mundial: Foucault, Lévinas, el propio Lacan.
De lo que trata el presente trabajo es de dar un cierto marco, cartesiano, a la frase de Lacan "El sujeto sobre el que operamos en psicoanálisis es el sujeto de la ciencia". El sujeto de la ciencia puede leerse aquí como un derivado del sujeto cartesiano.
En el discurso del método, Descartes no quiere postular ninguna hipótesis de partida, sino que sigue un método: mediante la experiencia de la duda quiere llegar a una certeza. La duda es una ficción que organiza. Es una experiencia radical que pone en juego un vacío, en tanto que no le concede a nada ningún saber. El objetivo es destruir el acto de fe, y reemplazarlo por una certeza fruto del razonamiento. Cito a Alemán: "La experiencia de la duda es una especie de operador, como un criterio negativo de todo tipo de evidencias". Descartes no da por buena la evidencia que proviene de la percepción, de la intuición. Extraerá finalmente que todo saber humano se debe fundar a partir de la "matesis universal", es decir de las ideas matemáticas. No podemos dejar de entrever la vigencia que tiene esto en la contemporaneidad, especialmente en los usos delirantes que una lectura tergiversada esta máxima permiten.
Descartes pretendía ganarles la batalla a los escépticos: dudar de todo pero llegando al final del recorrido a un punto de certeza. La metáfora es la de encontrar un suelo para el edificio. Es una verdadera reforma del saber por que se trata de instalar un comienzo nuevo.
Otra metáfora fundamental en su obra es la cadena de razones: "un razonamiento en cadena dónde cada eslabón de la cadena remite a otro", dirá Alemán. Así, se justifica siempre un paso antes de dar el siguiente. En esto se funda el saber moderno. El objetivo de Descartes es romper con la circularidad de los pensamientos. El círculo vicioso es muy común, efectivamente, en nuestra manera de pensar. La duda para Descartes era así un elemento decisivo de la subjetividad. En cuanto a la certeza, podemos decir que es cuanto menos poco habitual en la vida cotidiana de una persona…
La relación entre la duda y la certeza tiene todo su valor clínico, como veremos. En efecto, la primera premisa que llevará a Descartes a querer poner en duda la realidad del mundo de impresiones que nos rodea, surge de la idea de que siempre es posible que uno esté soñando. La percepción no vale como suelo del edificio por que puedo estar soñando y que no exista aquello que creo que existe.
Descartes concibe además una segunda premisa: puede que esté loco. Todo lo que recibo puede estar deformado por que podría estar loco. Para Foucault con esta idea empieza el gran encierro de los locos en los manicomios. En tanto que el sujeto necesita de la razón para constituirse, entonces queda totalmente separado de la locura. La locura es un obstáculo que hay que sortear para establecer el suelo firme.
Sin embargo, Derrida y Lacan opinan que el Cógito se puede asentar en connivencia con la locura. Esto no es lo que uno, intuitivamente, entiende al leer a Descartes. Pero profundizar en la relación entre razón y locura no es el objetivo del presente trabajo.
La respuesta de Descartes en las Meditaciones sobre esta posibilidad es clara y concisa: solo un loco se confunde respecto a su propio cuerpo. Yo no soy un loco, pensará Descartes, y sería una locura pretender que lo soy. Por tanto, deducirá que lo más plausible es que su cuerpo sea en efecto suyo.
Inmediatamente, como podemos leer en las Meditaciones Metafísicas, surge en el pensamiento racional y metódico de Descartes la figura del Otro: su primera forma es la del Genio maligno. Esta figura justifica en Descartes la duda de toda convicción; es la posible causa del error, personificada. Puesto que pone en duda que haya garante de la verdad, es necesario para llegar a la certeza postular todo lo contrario: hay un garante del engaño.
Esta figura es reemplazada en la tercera meditación por la figura de Dios: Descartes intenta argumentar, al margen del mundo de los sentidos, la forma en que podemos dar cuenta de la perfección. Concluirá que, de la misma manera que ha dudado de toda verdad proveída por los sentidos, también puede dudar de la existencia del Genio maligno. Sin embargo, La idea de Dios que poseemos, todo perfección y sustancia infinita, que se manifiesta en mi alma, sustancia finita, no puede sino tener a Dios mismo como causa. Justifica así la existencia de Dios.
Por el camino entre estas dos figuras del Otro Descartes ha constituido en su segunda meditación su certeza más famosa. La mente es libre, y por esa libertad puede dudar de todo. Sin embargo, no puede dudar de su propia existencia. En efecto, aunque el Genio maligno me engañe sobre todo, no deja de ser cierto que me engaña a mí, eso que piensa, que imagina, que desea. Esto es útil, puesto que así se puede separar la sustancia mental de la sustancia física. Señalará que el cuerpo es divisible, pero el alma indivisible. Más adelante, Descartes planteará que el alma, aunque imperfecta, está hecha a la imagen y semejanza de Dios.
En definitiva, no parece forzado el subrayar que el sujeto cartesiano se produce por y en el Otro.
Lo que extraerá Jorge Alemán de esta lectura pormenorizada de Descartes, orientada por Lacan, es que todo depende de la garantía, podríamos decir que de la creencia en el Otro: a partir del momento en que aceptamos, por ejemplo, que 2 + 2 = 4, es que todos somos cartesianos, puesto que aceptamos la posibilidad de un suelo inamovible. "Aceptamos que más allá de las operaciones hay algo previo a ellas que nos dice que concedemos que tales operaciones son razonables por que se han construido previamente en suelo firme. Para construir ese suelo firme ha habido que hacer todo este viaje por la duda". Sin este sujeto cartesiano, nos dirá, no se puede entender el inconsciente y la transferencia.
Descartes establece la posibilidad del fundamento a priori del Otro más allá de la creencia y la fe, tomando como certeza aquello que para la razón es inamovible. No podemos olvidar el giro de Wittgenstein en relación a la operación cartesiana, al recordar que es en y por el lenguaje que Descartes puede plantearse la duda radical. Lo que mantendrá es que la metodología cartesiana de la duda, al postular por ejemplo el Genio maligno, supone la idea de que todo está en la mente, de que no hay objetos externos que validen sus pensamientos. La certeza, como veíamos, está en la mente, dando lugar al solipsismo.
Sin embargo, para Wittgenstein esto supone que existe el lenguaje privado, y esto es una falacia. En términos lacanianos, podemos decir que el lenguaje y el sentido nos vienen del Otro. El dudar de todo solo es posible en un contexto de lenguaje, de actitudes proposicionales1. Éstas articulan en último término un sujeto con un objeto mediante una proposición, ya que el objeto de una actitud proposicional es una proposición, cuyo objeto es a su vez un pedazo de mundo perceptible en el domino público; así lo concebiría Wittgenstein.
Sin embargo, hay que tener en cuenta que una proposición tiene por definición valores de verdad. Y que una proposición obtiene por lo general su valor de verdad en un contexto.
Sin embargo, las actitudes proposicionales llevan a paradojas, como bien mostró Frege en "Sobre el sentido y la denotación", texto de 1892 que fue objeto de interés por parte de Freud. Hay incluso ejemplos más tardíos, como el siguiente de Eubúlides de Mileto:
Electra conoce a su hermano Orestes. Pero Electra no conoce a Orestes (quien está ante ella disfrazado). Por lo tanto, Electra no conoce lo que conoce.
Solamente mediante una paradoja de este estilo podemos definir al inconsciente como saber no sabido. Como veremos más adelante, no está fuera de interés hablar en este trabajo de actitudes proposicionales: Miller hablará en efecto de proposiciones en la página 39 de la "Introducción al método" en relación al sujeto de la enunciación.
Veamos ahora de qué forma postula en esta obra Miller la cuestión del sujeto y la enunciación.
2: La enunciación en psicoanálisis.
La obra de Miller "Introducción al método psicoanalítico" es la que ha orientado el trabajo sobre el sujeto de la enunciación realizado en el seminario que nos ocupa. En sus primeras páginas se instalan los raíles para un recorrido, en forma de una primera articulación de dos eslabones, la ética y la técnica. Si la técnica psicoanalítica es una ética, es por que la dimensión del sujeto sólo puede concebirse en una dimensión ética.
Si el sujeto del psicoanálisis es el sujeto de la ciencia cartesiano, entonces no nos queda otra que decir, si aplicamos el razonamiento en cadena, que el sujeto cartesiano es un postulado ético. Si el desarrollo cartesiano funda un sujeto del vacío, en busca de una certeza, lugar dónde hallará no sólo al Cógito, sino a Dios y a las matemáticas (lo Simbólico), el proceso de esta fundación es una posición ética. ¿Cuál?
Podemos decir que mientras que el escéptico introduce el operador de la doble barra entre el sujeto y el saber ("No puedo saber ni creer en nada" nos diría), sosteniendo además que ningún saber puede sostenerse en general ("Que nada se sabe", nos diría Francisco Sánchez, "el Escéptico" en 1580), la posición de Descartes es operativa: haré de escéptico mediante la duda radical con el fin de producir un vacío de saber que me lleve hasta la certeza. El sujeto cartesiano es consecuencia de una operación. No es extraño que Lacan, en el seminario XI, funde el sujeto en una operación, la de alienación/separación.
La ética de Descartes es, primero, la experiencia de la duda radical. Es, como veíamos anteriormente, una experiencia radical que pone en juego un vacío, en tanto que, siguiendo al escéptico, no le concede a nada ningún saber.
Miller apunta que el rasgo principal de la práctica analítica desde Lacan (y también desde Freud) es no tener patrones. Poner en suspenso todo saber. Esperar el saber del lado del discurso del analizante. Sin embargo, y retomamos la cuestión de la ética, el psicoanalista lacaniano sí tiene principios. Uno de estos principios es el acto analítico, que se pone en juego desde el nivel de la avaluación de la demanda del que va a ver a un analista y le demanda ser un paciente. A partir de aquí, Miller dirá que tratará de hacer un "discurso del método" que podemos hacer en psicoanálisis.
El que llega a consulta, dirá Miller, no es un sujeto. Es alguien al que le gustaría ser un paciente. Busca la avaluación de un Otro, después de haber hecho la suya propia: "Quiero ser un paciente". La avaluación del analista, a partir de las entrevistas preliminares, ya es un acto, un ejercicio de ética.
Miller describe tres niveles:
Pasamos del 1 al 2 mediante la subjetivación, y del 2 al 3 mediante la rectificación.
La subjetivación viene introducida por el operador de la enunciación. El diagnóstico en psicoanálisis está del lado del sujeto, no se toma en su vertiente psiquiátrica (supuestamente objetiva). ¿Qué quiere decir esto? Que nos interesa, siguiendo al lingüista Benveniste, la posición del sujeto en relación a su dicho, cómo se ubica en relación a él, si lo acepta enteramente, si lo niega, si lo matiza, si lo generaliza, si se desentiende…
En relación a la operación cartesiana, podemos leer esta indicación de Miller: "La ignorancia tiene un función operativa en la experiencia analítica. Se trata entonces, no de la ignorancia pura sino de ignorancia docta, de la ignorancia de alguien que sabe cosas, pero que voluntariamente ignora hasta cierto punto su saber para dar lugar a lo nuevo que va a ocurrir."
Podríamos decir que Descartes es el primer pensador que produce al sujeto puesto que, por primera vez, lo funda en la persecución de un vacío de contenido, y halla su esencia en la justificación de Dios no ya por los sentidos, sino por la lógica de su propio pensamiento. El Gran Otro es una constitución del pensamiento, o lo que es lo mismo, de la cadena significante. Sin embargo, como señala Alemán, para que haya suelo tiene que haber garantía de que ese suelo es posible.
La enunciación es la avaluación subjetiva de la conducta o del dicho que hace el paciente. Entra en juego la dimensión del derecho, que remite no en vano a la cuestión fálica. El derecho es una ficción simbólica que estructura el mundo. Y ello también implica de lleno al ideal: el paciente se siente mal hecho, y no es extraño, pues esa es la condición más singular del ser humano nos dirá Miller. Podemos suponer que esto se debe a que el ser humano es el único que requiere de ideales para su constitución.
La enunciación de Descartes se puede localizar en dos estamentos: la puesta en duda de todos los ideales, si queremos llamarlos así, y la creencia absoluta en un Otro (Dios, la propia existencia) fundados en un razonamiento lógico, al margen de la experiencia.
No se puede dejar de reconocer, operando como no puede ser de otra manera un forzamiento, en estos dos postulados dos fundamentos de la praxis analítica: tenemos la caída de los S1 por un lado, y por el otro el recurso a la escucha de la lógica significante al margen del sentido, ordenada en relación al inconsciente y sólo posible en una situación transferencial que supone un sujeto supuesto al saber.
El inicio de la enseñanza de Lacan surge con la consideración del sujeto. Este sujeto no es de hecho, sino de derecho. En ese sentido, no se puede tomar en serio el mecanismo de los dichos al margen de la posición de enunciación, en tanto que eso no valdría más que el mecanismo de la psicología del yo, o que los procesamientos de la ciencia cognitiva. El dicho para el psicoanálisis lacaniano no vale por si mismo, sino en relación a la enunciación.
La posición del psicoanálisis en relación a la enunciación y al dicho es una posición ética en tanto que no pone en consideración, bajo examen, su verdad o falsedad, sino que presenta cierta tolerancia al dicho para rescatar el lugar de enunciación cuando se presente. En efecto, lo que surge finalmente en el análisis en relación a la verdad es que no la conocemos.
En el registro de la objetividad, por ejemplo, el psicoanálisis no tiene validez epistemológica alguna. La epistemología del psicoanálisis sólo tiene sentido si se introduce la función del sujeto.
3: El Sujeto de la ciencia y el sujeto del psicoanálisis.
Descartes pertenece a una época donde la filosofía no se reducía a la mera erudición universitaria. Es más, sólo separando sus enunciados de su enunciación se dio ese paso de momificar discursos que implicaban un cambio sustancial no sólo a las personas que los formulaban sino al mundo en general.
En la cuarta parte del Discurso del método, Descartes formula el famoso "Cogito ergo sum" que se puede traducir por el también conocido "Pienso, luego existo". En las Meditaciones Metafísicas, concretamente en la segunda, la fórmula varia un poco y se enuncia como "Je suis, j'existe" es decir, "yo soy, yo existo". Esta proposición, en palabras de Descartes, "es necesariamente verdad cada vez que la pronuncie o la conciba en mi espíritu".
El problema es que, si bien es verdadera cada vez que la pronunciamos, es imposible elaborar ningún saber sin un Otro que la sostenga. Este Otro es, para Descartes, Dios que, en su perfección absoluta, es imposible que nos engañe. En cierta manera, sin este Otro, estaríamos ante un S1 sin un S2 que le permita hacerlo hablar y, en consecuencia, solamente encontraríamos un saber ligado al enunciado que no nos permitiría ir más allá de la instantaneidad de la enunciación del "pienso luego existo" o cualquiera de sus modificaciones.
Por otro lado, Lacan nos dice en La ciencia y la verdad (1965) que el Cógito es la formulación epistemológica de las transformaciones del sujeto a raíz de la aparición del discurso de la ciencia.
¿Por qué? Pues porque "je pense, j'existe" implica la apertura de un saber sin sujeto. Independientemente de su estado de ánimo, de sus deseos, miedos o preocupaciones el científico no verá para nada afectados sus resultados pues estos son independientes del sujeto que los produzca. De ahí que podamos afirmar que el Cógito libera del sujeto a la ciencia.
Así pues, tenemos abierto un doble frente a partir de la operación del Cógito. Por un lado, un saber sin sujeto y, por otro, un sujeto reducido a la enunciación pero sin nada que lo identifique más allá del "yo pienso, yo existo".
Sin embargo, ¿en qué se basa Lacan para considerar al Cógito cartesiano como condición de posibilidad del psicoanálisis? ¿Por qué no podía surgir el psicoanálisis antes de Descartes? Pensamos que la respuesta es bastante clara si volvemos a la ya comentada expresión del "pienso luego existo". En ella, observamos como el pensamiento ("pienso") se aúna a la existencia o al ser ("existo") de manera que la mínima expresión del sujeto nos muestra su ser de lenguaje y su fundamento en la palabra.
El problema que ahora deberá afrontar el psicoanálisis es como reintroducir este sujeto reducido al Cógito en el saber científico. Un sujeto que no solamente ha sido vaciado de pasiones, deseos, etcétera… sino que es resultado del lenguaje y, en consecuencia, ya no se encuentra en el centro del discurso. Este punto es de importante consideración. Anteriormente, el sujeto era considerado como la causa de toda representación. Sin embargo, ahora estamos ante un sujeto que ya no es causa sino fruto de la cadena significante. De ahí la conocida formulación lacaniana de que "un sujeto es aquello que representa un significante para otro significante". En la base misma de la constitución del sujeto encontramos las mismas palabras que lo constituyen. Lo que nos muestra Descartes, o lo que Lacan consigue extraer de Descartes, es que el sujeto se funda en el instante mismo del decir. Un instante que es el núcleo mínimo operativo que le permitirá la posterior construcción del mundo y del saber en general.
Como conclusión, y en relación al sujeto del enunciado y de la enunciación, consideramos que tendríamos que distinguir entre el Cógito (pienso) y el "yo pienso". El primero está del lado de la enunciación y el segundo del lado del enunciado. Tendríamos que ver qué o quién piensa porque la consecuencia lógica del pienso luego existo no está nada clara. De hecho, Lacan ya no junta ambas partes como si una fuera consecuencia de lo otro sino que introduce la disyunción: "O pienso, o existo". Aunque esto seria motivo de un trabajo que excede los objetivos del actual.
Una reflexión en torno a la enunciación en la obra de René Descartes
NODVS XXXII, octubre de 2010