Duelo y melancolía

Referencia al texto de Freud Duelo y melancolía (1915-1917), presentada en el S.C.F. de Barcelona el curso 2000-01

  • Publicado en NODVS I, març de 2002

Paraules clau

ambivalencia del amor, elección de objeto, narcisismo, autorreproches, identificación, duelo, melancolía

Breve introducción

Freud expone este tema a Ernest Jones a finales de 1914, pero no será hasta febrero de 1915 cuando escribirá el primer borrador del artículo que enviará a Abraham quien hará extensos comentarios. Entre tales comentarios se encuentra el señalamiento de la importancia de la conexión entre melancolía y etapa oral del desarrollo de la libido, aunque cabe decir que ya Freud se había interesado en este punto al estudiar la identificación. Este borrador se completará pues en 1915 pero no será hasta dos años más tarde, en 1917 cuando se publicará. De hecho este artículo lo realiza gracias a los conceptos de narcisismo y ideal del yo, el primero de ellos trabajado en 1914 y en el que ya aparecía la instancia crítica. Dicho concepto desarrollado en “Psicología de las masas y análisis del yo” en 1921, condujo al estudio del superyó en el “Yo y el Ello” de 1923 y a una nueva evaluación del concepto de culpa.

Por otro lado este artículo obliga a retomar y replantear la cuestión de la Identificación, ya que lo más significativo en él para Freud, parece haber sido la exposición de cómo una investidura de objeto es reemplazada en la melancolía por una identificación.

Duelo y Melancolía

La intención de Freud en este artículo es pues, analizar los procesos subyacentes que se dan en la melancolía comparándolos con los que se darían en el duelo como afecto normal.

Iniciamos el recorrido con la presentación de duelo y melancolía como procesos coincidentes. El punto de partida que encontramos originando los dos cuadros es siempre la pérdida de una persona amada, o de una abstracción o ideal que haga sus veces, pero mientras que en el duelo todas las desviaciones de la conducta normal ante la vida no serán consideradas patológicas sino incluso necesarias y confiamos en su remisión tras cierto tiempo, en la melancolía no será así.

Por lo que hace referencia a las manifestaciones clínicas encontramos en los dos cuadros idénticos rasgos a excepción de uno que sólo estará presente en la melancolía. Los dos procesos se caracterizan por una desazón profundamente dolida, cancelación del interés por el mundo exterior, pérdida de la capacidad de amar e inhibición de toda productividad. Centrándonos en el duelo vemos como el trabajo que supone para el yo agota toda posible energía que pudiera quedar para cualquier otra actividad, provocando la citada inhibición y angostamiento del yo. Dicho trabajo consiste, en términos freudianos, en quitar toda libido de los enlaces con el objeto que el examen de la realidad ha mostrado que ya no existe. Ahora bien, no se renuncia fácilmente a cierta posición libidinal y esta orden no se puede cumplir sino que yendo pieza por pieza y con gran gasto de tiempo y energía de investidura, existiendo el objeto en lo psíquico aún durante el trabajo. Sin embargo, si todo procede de forma normal una vez cumplido el trabajo del duelo el yo vuelve a ser libre y desinhibido.

En la melancolía aparece como singular manifestación clínica una rebaja del sentimiento de sí que se exterioriza en autorreproches y autodenigraciones y extrema hasta una delirante expectativa de castigo. Este cuadro de “delirio de insignificancia” se completa con insomnio, repulsa del alimento y desfallecimiento de la pulsión que aferra a los seres vivos a la vida. Retomaremos esta forma de autorreproche más adelante.

Veamos a continuación como opera la melancolía. Reconstruyamos todo el proceso: hubo elección de objeto con consecuente ligadura de la libido a una persona determinada. Tal vínculo es sacudido por un desengaño o afrenta real por parte de la persona amada. Ante esto, la reacción esperable sería el quite de esta libido de ese objeto y desplazamiento de la misma a otro nuevo, pero no se da así en la melancolía. En este caso se darán otros dos movimientos. En primer lugar la cancelación de la libido, dada la poca resistencia de la investidura de objeto, y en segundo esa libido liberada no va a otro objeto sino que se retira sobre el yo. Y es en este momento cuando llegamos al concepto de identificación. La libido retirada sobre el yo, sirvió para establecer una identificación del yo con el objeto resignado. La sombra del objeto recae sobre el yo, que pasará a ser juzgado por una instancia particular como un objeto, el objeto abandonado. Así la pérdida del objeto pasa a ser una pérdida del yo, y el conflicto entre el yo y la persona amada pasa a ser una bipartición entre el yo crítico y el yo alterado por la identificación.

La identificación narcisista con el objeto sustituiría a la investidura de amor y así puede persistir el vínculo de amor a pesar del conflicto con la persona amada. Este mecanismo de sustitución del amor de objeto por la identificación, es típico en las afecciones narcisistas. Tal mecanismo corresponde a una regresión desde un tipo narcisista de elección de objeto al narcisismo originario. Aquí topamos con otro punto importante del artículo también anunciado anteriormente: la oralidad ligada a la melancolía. A este respecto Freud señala como la identificación es la etapa previa de la elección de objeto, de hecho es el primer modo como el yo distingue a un objeto. El yo querría incorporar al objeto por la vía de la devoración de acuerdo con la fase oral o canibálica del desarrollo libidinal (cita Freudiana 8).

 

En cuanto al autorreproche como manifestación externa en la melancolía, Freud apunta que no es importante si es cierto o no todo aquello que dice de sí mismo ante otros, sino que hay que tomarlo como signo de enfermedad y en este momento cita a modo de ejemplo el caso de Hamlet en su valoración de sí mismo y sus prójimos: “Dad a cada hombre el trato que se merece y ¿quién se salvaría de ser azotado?”(Hamlet, acto II, escena 2ª).

De todos modos, nunca hay correspondencia entre el autorreproche y su justificación real. Esto lleva a Freud a analizarlo, y partiendo de la observación de la forma en que el melancólico se reprocha ante otros, esto es, sin ninguna clase de vergüenza y aún al contrario se complace en ello, va a detenerse en el tipo de querellas que el sujeto se dirige a si mismo, y concluye que en la mayoría de los casos con muy poca variación, se ajustan a las que el paciente haría a una persona que ama, ha amado o amaría, y hasta el mismo enfermo corrobora esta hipótesis. Así llegamos a la clave del cuadro clínico: los autorreproches son reproches a un objeto de amor que rebotan sobre el yo propio. Esto explica la falta de vergüenza al humillarse y rebajarse, ya que todo lo que dicen de sí mismos en realidad va dirigido a otra persona. De hecho, a través de dicho mecanismo los enfermos logran martirizar indirectamente a quien no pueden mostrar su hostilidad de forma directa, ya que los objetos que provocaron tal perturbación suelen ser personas muy cercanas al enfermo.

Así pues, podemos ver como la melancolía toma prestados una parte de sus caracteres al duelo y la otra a la regresión desde la elección de objeto narcisista al narcisismo. La parte que toma del duelo es la reacción ante la pérdida de un objeto de amor pero añade algo diferente o que lo convertiría en duelo patológico, y que es que en ocasión de la pérdida aflora la ambivalencia de los vínculos de amor, premisa básica en la melancolía. Esto sucede más allá de la pérdida por muerte, ante toda situación de afrenta, desengaño, menosprecio en la que surja esta ambivalencia, este vínculo amor-odio. El mecanismo funcionaría así: el amor por el objeto que no ha podido resignarse, recae en la identificación narcisista y el odio se ensaña con este objeto sustitutivo. Asi tenemos como resultado el autoinsulto, autodenigración, automartírio inequívocamente gozoso.

En la melancolía, la pérdida del objeto queda sustraída a la conciencia. Dicho de otro modo, así como en el duelo hay un recorrido a través de lo Preconsciente hasta la conciencia no será así en la melancolía en cuyo caso quedará todo a nivel inconsciente hasta llegar al desenlace, es decir, hasta el momento en que la investidura libidinal amenazada abandona el objeto y vuelve hacia el yo del que había partido. Aquí sí que puede devenir conciente aunque bajo la forma de conflicto entre una parte del yo y la instancia crítica.

Avanzamos un paso más y llegamos a la constatación de que en muchos casos de melancolía aparece una fase de manía. Para explicar la manía, Freud se basará en dos orientaciones. Por una parte la impresión psicoanalítica según la cual tanto melancolía como manía tienen igual contenido, pugnan contra el mismo complejo, sólo que en la primera el yo sucumbe ante dicho complejo y en la manía el yo lo domina y lo aparta. Por otra parte toma la impresión de la experiencia económica general, que mostraría que toda la energía psíquica que ha estado ocupada en el trabajo de la melancolía, al volverse éste superfluo queda liberada y disponible para otras actividades. Así como decíamos que el yo en la melancolía no sabe lo que ha perdido, tampoco en la manía el yo sabrá a lo que ha logrado vencer. Si unimos las dos orientaciones expuestas el resultado sería que en la manía el yo ha vencido a la pérdida de objeto y queda disponible el monto de energía que se había requerido hasta entonces, y busca voraz nuevas investiduras de objeto, demostrando la emancipación del objeto que le hacía sufrir.

Sin embargo, al plantear tal fenómeno un nuevo abanico de dudas y cuestiones, Freud finalizará su artículo proponiendo posponer el estudio de la manía hasta haber obtenido mayor información sobre la naturaleza económica del dolor.

Carolina Tarrida

* S. Freud. OC. Vol.XIV. Pg.237-255

Carolina Tarrida

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