Roman Jakobson. Dos aspectos del lenguaje y dos tipos de trastornos afásicos 1

Referencia leída en la presentación de Alfredo Zenoni (Bélgica), el 9 de Abril del 2011, en el SCFB, en relación a la metáfora y la metonimia, los capítulos XVII, XVIII y XIX del Seminario 3 de Lacan.

  • Publicado en NODVS XXXIV, juliol de 2011

Resum

El presente texto es un comentario sobre la segunda parte del libro Fundamentos del Lenguaje de Roman Jakobson, en donde el autor intenta distinguir cuales son los aspectos alterados del lenguaje en las diversas clases de afasia y poniendo el acento en la investigación de la afasia como problema lingüístico y no sólo como un trastorno cerebral orgánico.

Jakobson propone dos tipos de afasias que se distinguen según su relación con las dos operaciones principales del signo lingüístico, la selección y la combinación: En primer lugar tenemos lo que Jakobson llama el trastorno de la semejanza y en segundo, el trastorno de la contigüidad.  Cada tipo de afasia tiene sus características particulares que se detallan en el presente trabajo.

Por último, encontraremos en este texto, una breve referencia en relación a la metáfora y la metonimia en su relación con la afasia. 

Paraules clau

Roman Jakobson; Trastornos afásicos; Afasia; Metáfora; Metonimia; Agramatismo; Trastornos del lenguaje.

Introducción.

Este comentario trata de resumir el texto de Roman Jakobson,” Dos aspectos del lenguaje y dos tipos de trastornos afásicos”, de 1956. Dicho texto corresponde a la segunda parte del libro Fundamentos del lenguaje que Jakobson publica conjuntamente con Morris Halle. Lacan hace referencia a esta segunda parte del libro de Jakobson en el capítulo XVII de su Seminario 3, Las Psicosis 2. Es entonces que Lacan nombra a su contemporáneo Jakobson como a un lingüista amigo suyo al que se le ocurrió “que la distribución de determinados trastornos denominados afasias, debe reverse a la luz de la oposición entre, por una parte, las relaciones de similitud, o de sustitución, o de elección y también de selección o de competencia, en suma, de todo lo que es del orden del sinónimo y, por otra, las relaciones de contigüidad, de alienación, de articulación significante, de coordinación sintáctica” (Lacan, 1955-56: 314).

La afasia como problema lingüístico.

La pregunta que atraviesa el texto de Jacobson de 1956 tiene relación con cuáles son los aspectos alterados del lenguaje en las diversas clases de afasia. Para estudiar la ruptura en la comunicación que encontramos en los síndromes afásicos, Jacobson nos invita a considerar la contribución de profesionales familiarizados con la estructura y el funcionamiento del lenguaje, e investigar la afasia también como problema lingüístico y no sólo como un trastorno cerebral orgánico. Por lo tanto, nos lleva a indagar el modo particular de estructura lingüística que ha dejado de funcionar.

Jakobson estudia la desintegración de la trama sonora en los fenómenos afásicos. Esta disolución sigue un orden temporal de gran regularidad. Las pérdidas afásicas del adulto resultan ser un espejo de las adquisiciones en el niño de los sonidos del habla, en el sentido de que siguen comparativamente un desarrollo inverso. Esta comparativa de adquisiciones y de pérdidas abarca tanto la estructura fonemática como la estructura gramatical, lo veremos a continuación.

El carácter doble del lenguaje.

El acto de hablar requiere para ser eficaz que aquellos que intervienen en él utilicen un código común. Hablar supone seleccionar determinadas entidades lingüísticas y combinarlas en unidades de un nivel de complejidad más elevado. Por ejemplo, cuando el hablante selecciona palabras y las combina formando frases o cuando las oraciones las combina en enunciados. El hablante no está en modo alguno totalmente libre en su elección de palabras: ha de escoger de entre las que le ofrece el repertorio léxico que tiene en común con la persona a quien se dirige, menos en el caso infrecuente de la formación de neologismos. Lo mismo sucede en la selección y combinación de los rasgos elementales distintivos que llamamos fonemas.

El código limita las posibilidades combinatorias. El hablante es un usuario del repertorio léxico acordado en una lengua dada, no es un usuario de todas las combinatorias teóricamente posibles. Por lo tanto, al hablar utilizamos determinadas unidades codificadas acordadas. La combinatoria posible de las unidades lingüísticas sigue una escala de libertad creciente.  En la combinación de rasgos distintivos para construir fonemas, la libertad del hablante individual es nula; el código tiene ya establecidas todas las posibilidades utilizables en un lenguaje dado. Pero dicha libertad se incrementa cuando se trata de formar frases con palabras y enunciados con frases. Es decir, a nivel de discurso hay mucha más libertad de elección que a nivel fonemático.

Por lo tanto, decimos que en todo signo lingüístico distinguimos dos modos de relación:

En primer lugar tenemos la selección, en donde la opción entre dos posibilidades implica que se puede sustituir una de ellas por la otra. Establecemos que selección y sustitución son las dos caras de la misma operación.

En segundo lugar tenemos la combinación, en el sentido de que todo agrupamiento de unidades lingüísticas se engloba en una unidad superior. Establecemos que combinación y contextura son dos caras de la misma operación.

Estas dos operaciones nos indican que cada signo lingüístico lo podemos interpretar en dos direcciones distintas: una en relación al código y otra en relación al contexto. En el primer caso tenemos una relación de alternancia y en el segundo una relación de yuxtaposición. Sería lo que Saussure refería en términos de ausencia y de presencia. Es decir, Jakobson nos dice que “el receptor percibe que el enunciado (el mensaje) es una combinación de partes constitutivas (frases, palabras, fonemas, etc.) seleccionadas de entre el repertorio de todas las partes constitutivas posibles (el código). Los elementos de un contexto se encuentran en situación de contigüidad, mientras que en un grupo de sustitución los signos están ligados entre sí por diversos grados de similaridad, que fluctúan entre la equivalencia de los sinónimos y el núcleo común de los antónimos” (Jakobson, 1956: 78-79). La relación externa o de contigüidad es la que une entre sí los componentes de un contexto en su estructura gramatical, mientras que la relación interna de semejanza es la que permite el juego de las sustituciones.

Los dos trastornos afásicos.

Jakobson diferencia dos tipos de afasia según la deficiencia resida en uno u otro de los modos especificados. Al primer tipo, lo denomina trastorno de la semejanza. A estos pacientes cuando se les muestra trozos de palabras o de frases, las completan rápidamente. Hablan por pura reacción: mantienen fácilmente una conversación, pero les es difícil iniciar un diálogo. Cuanto más dependen sus palabras del contexto más éxito tienen en sus esfuerzos de expresión. Por ejemplo, la frase “está lloviendo” no pueden articularla a menos que el sujeto vea que realmente llueve. Cuanto más profundamente se inserte el enunciado en el contexto (verbal o no verbal), más probabilidades existen que este tipo de pacientes lleguen a pronunciarlo.

La palabra menos afectada por la enfermedad es la que más depende del contexto sintáctico (como serian pronombres o partículas auxiliares de conexión) y la más afectada es el sujeto de la oración que tiende a omitirse. Suelen reemplazar palabras específicas por sustitutos genéricos. Por ejemplo, “cosa” para referirse a objetos inanimados, o “realizar” para referirse a una acción inespecífica.

Son pacientes que tienen dificultad para nombrar un objeto cuando se les enseña o señala. Por ejemplo, nos explica Jakobson, cuando se les enseña “un lápiz”, en lugar de decir “eso es un lápiz”, realizan una observación elíptica en relación a su uso y dicen “escribir”. Para los afásicos con trastorno de la semejanza, ambos signos siguen una distribución complementaria. La simple repetición de la palabra les resulta una redundancia innecesaria, y son incapaces de repetirla aunque se les den instrucciones específicas para ello. No pueden expresar la forma más pura de predicación ecuacional, la tautología a=a. Por ello, esa ausencia en la capacidad para nombrar supone también una pérdida de metalenguaje.

De los tropos que constituyen los polos de la figuración retórica, la metáfora y la metonimia, esta última basada en la contigüidad, es la empleada con frecuencia por los afásicos con deficiencias selectivas. Un signo (como tenedor, por ejemplo)  suele aparecer junto con otro signo (cuchillo) y entonces puede usarse en su lugar. Es decir, tenedor puede reemplazar a cuchillo, mesa reemplazar a lámpara, fumar reemplazar a pipa, o utilizar el signo “muerto” para referirse al color negro. La contigüidad determina la totalidad de la conducta verbal del paciente.

Al segundo tipo afásico, Jakobson lo denomina el trastorno de la contigüidad por la pérdida que experimentan en la combinación de entidades lingüísticas simples para construir otras más complejas. No se trata de que haya carencia de palabras sino de que se altera la capacidad de contextura, y por lo tanto disminuye la extensión y variedad de las frases. Es el trastorno opuesto al anterior. En este segundo tipo se pierden las reglas sintácticas, pérdida que recibe el nombre de agramatismo y que es la causa de que la frase degenere en mero “montón de palabras”. El orden de las palabras se vuelve caótico y desaparecen los vínculos de la coordinación y la subordinación gramaticales, tanto de concordancia como de régimen. Si en el primer tipo decíamos que las palabras menos afectadas eran las palabras dotadas de funciones puramente gramaticales (como las conjunciones, preposiciones, pronombres y artículos), en este segundo tipo afásico son las primeras en desaparecer. Por ello surge un modo de expresión que se ha denominado “estilo telegráfico”.

La afasia que altera la capacidad de contextura tiende a expresarse en infantiles enunciados de una sola frase y en frases de una sola palabra (en los casos más avanzados). Pero, si bien la capacidad de contextura se pierde, se conserva la capacidad de selección, en cuanto que dicho afásico dispone de un modo metafórico que Jakobson denomina de “cuasimetafórico”, ya que es un modo que lo distingue de la metáfora retórica o poética por no presentar una transferencia de significado deliberada. Jakobson pone el ejemplo de sustitución de catalejo por microscopio, o de fuego por luz de gas, en cuanto que es una semejanza la que determina el comportamiento verbal del afásico y no una metonimia, es decir, el sujeto puede nombrar por sustitución.

Un rasgo típico del agramatismo en este segundo tipo de afasias aparece, por ejemplo, en la abolición de la flexión: aparecen categorías no marcadas, como el infinitivo, en lugar de las diversas formas verbales. Otros defectos se deben a la eliminación del régimen y la concordancia y, en parte, a la pérdida de la capacidad de escindir las palabras en tema y desinencia. Son enfermos que tienden a abandonar los derivados o son incapaces de reducir un compuesto de dos palabras. Es decir, el afásico se vuelve incapaz de reducir la palabra a sus componentes fonemáticos y a diferenciar la jerarquía de las unidades lingüísticas, por ello recae en las fases iniciales del desarrollo lingüístico infantil.

En resumen, la afasia presenta numerosas variedades muy dispares, pero todas ellas oscilan entre uno y otro de los dos polos que acabamos de describir, nos dice Jakobson. La metáfora es ajena al trastorno de la semejanza y la metonimia al trastorno de la contigüidad.

Los polos metafórico y metonímico.

Dicha diferenciación la podemos encontrar también en el discurso, como dos directrices semánticas diferenciadas. En el primer caso hablaremos de desarrollo metafórico y en el segundo caso hablaremos de desarrollo metonímico. En la conducta verbal normal, ambos procesos operan continuamente y una observación cuidadosa revela la influencia de los aspectos culturales, la personalidad y el estilo verbal del sujeto.

Por ejemplo, encontramos una primacía clara del proceso metafórico en las escuelas del romanticismo y del simbolismo, mientras que en la corriente literaria realista rige el predominio de la metonimia y un especial gusto por la sinécdoque. En la escena del suicidio de Anna Karenina, por ejemplo, la atención artística de Tolstoi se centra en el bolso de la heroína; y, en Guerra y Paz, el mismo autor emplea las sinécdoques “pelo en el labio superior” y “hombros desnudos” para referirse a los personajes femeninos a quienes pertenecen tales rasgos. A grandes líneas, se dice que el principio de la semejanza rige la poesía y, en cambio, la prosa se desarrolla ante todo por contigüidad.

En todo proceso simbólico, tanto intrapersonal como social, se manifiesta la competencia entre el modelo metafórico y el metonímico. Por ello, nos dice Jakobson para acabar, que en una investigación acerca de la estructura de los sueños, es decisivo saber si los símbolos y las secuencias temporales se basan en la contigüidad (que son para Freud, el “desplazamiento” como metonimia y la “condensación” como una sinécdoque) o en la semejanza (que para Freud son “la identificación” y “el simbolismo”).

Bibliografia

 

Jakobson, R. (1956/1967). Dos aspectos del lenguaje y dos tipos de trastornos afásicos. En Fundamentos del lenguaje, R.Jakobson y M. Halle, Madrid, Ciencia Nueva.

 

Lacan, J. (1955-56/1984). El Seminario, libro 3, Las psicosis. Ediciones Paidós, Buenos Aires.

Mª Angels Cabiró

Roman Jakobson. Dos aspectos del lenguaje y dos tipos de trastornos afásicos 1

NODVS XXXIV, juliol de 2011

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