Lo singular en una presentación de enfermos, ¿Para qué sirve un nombre?
Texto redactado a partir de la intervención en el Grupo de Investigación sobre Toxicomanías y Alcoholismo del Instituto del Campo freudiano en Barcelona, el 18 de mayo de 2011.
Investigar
He pensado esta intervención no como una ponencia sino como una aportación para discutir, para disentir*. Es una aportación hecha desde los temas que me trabajan como analista y también como analizante.
Lo presento así porque me parece una manera de hacer existir lo que en el Instituto del Campo Freudiano llamamos investigación y que tiene el problema de que a veces no se sabe como extender sus resultados: sus éxitos cuando los tiene pero también sus fracasos, para volverlos operativos y fecundos. Esa al menos fue mi experiencia en el Grupo de Investigación sobre Psicoanálisis y Pedagogía. Entonces, investigar en psicoanálisis significa avanzar por caminos no trillados, no balizados, abrir pequeños agujeros en el saber, dejarse interrogar por lo adquirido.
Ya que el trabajo actual del grupo de investigación sobre Toxicomanías y Alcoholismo es sobre el tema de la nominación, no esta de más preguntarse por la que uno mismo soporta. Por eso he puesto el título de este trabajo en forma de pregunta. Un nombre, ¿para qué sirve?, poniendo la interrogación sobre el uso para situar de entrada la cuestión en el paradigma de la última enseñanza de Lacan.
En efecto, si seguimos la investigación que Jacques-Alain Miller sostiene en su curso, nos vemos llevados a preguntarnos sobre el papel que juega el Nombre del Padre en el psicoanálisis. Un papel tan importante que por si solo, durante una primera parte de la enseñanza de Lacan al menos, reparte las aguas de la clínica entre neurosis y psicosis. ¿Por qué es tan importante?, ¿qué tiene este nombre del padre para haber adquirido tanto relieve?
Hay que señalar aquí el hecho de que, englobando la clínica clásica, estructural, disponemos hoy de la clínica elástica de los nudos, que es la que se deduce de la última enseñanza de Lacan y que pone el acento en el funcionamiento del régimen de goce más que en la estructura del armazón simbólico.
En esta clínica nueva, en la que nos adentramos hace años, el Nombre del Padre pierde, en la teoría y en la clínica, su exclusividad agalmática como nombre y entra en una serie. La serie de los nombres a los que el sujeto puede dar valor de sinthome, esto es de broche entre los registros.
En una presentación de enfermos
Me llamó mucho la atención una de las últimas presentaciones de enfermos en Val de Grâce a la que he asistido. Voy a tomarla como ilustración.
El paciente presentado estaba ingresado en el Hospital por un intento de suicidio. Había cogido un gran cuchillo, un tallant (hachoir), y se había golpeado repetidamente en el brazo para cortárselo, completamente alcoholizado.
La historia de ese hombre con el alcohol se remontaba a la saga familiar. Todos los hombres de su familia eran alcohólicos: grandes fiestas, con broncas incluídas, que duraban varios días. Justamente su padre había muerto conduciendo el coche en una de esas ocasiones. El paciente, un niño de siete años en ese momento, había querido acompañarlo, pero el padre no se lo permitió y le dijo “quédate jugando con tu amiguita”. Después de eso sólo recordaba el anuncio de su madre diciéndole que no vería nunca más a su padre.
Desde entonces la tristeza y la soledad acompañaban al sujeto. Eligió, como su padre, una profesión manual (electricista) y empezó pronto a beber. Sus relaciones de pareja habían funcionado a partir del rasgo de elegir mujeres mucho mayores, veinte años o más, que él. Eran relaciones que duraban poco a causa de sus excesos con el alcohol.
Cuando le diagnosticaron una esclerosis en placas se descompensó. Empezó un periodo de gran errancia entre varios médicos y entre varias mujeres, y tuvo que ser ingresado. Se estabilizó durante un tiempo, hasta llegar la crisis suicidaria en medio de un consumo masivo de alcohol. Esta crisis se produjo poco después de perder una pareja y de una visita de su madre que le había recordado una escena, a sus cuatro o cinco años, cuando él le había dicho a su padre, en completo estado de embriaguez, “cuando sea mayor no seré como tú”.
En su presentación en Val de Grâce, el paciente insistió en la soledad extrema en que había quedado después de la muerte de su padre y de cómo lo habían marcado sus recuerdos: el recuerdo del padre yéndose, su frase diciéndole al padre que no quería ser como él y el Puente del Diablo.
El Puente del Diablo es un lugar a unos cien kilómetros de su residencia donde, viendo el precipicio desde el pretil, había pensado “un día yo estare ahí abajo”. La idea de precipitarse por ese vacío lo acompañaba desde entonces.
Estos recuerdos, dijo el paciente, son tatuajes. “Llevo estos recuerdos tatuados en mí”.
Jacques-Alain Miller, que se encargaba de interrogar al paciente, le preguntó sobre sus sueños. Aparecieron dos, por sorpresa y al final de la presentación. En uno de ellos una mano salía de un mueble del comedor familiar, un bufete, donde el padre guardaba la bebida. En el segundo sueño el paciente caía en un vacío sin fondo.
Lo que enseña este caso, dijo Miller una vez el paciente hubo salido de la sala, es que lo más interesante de los casos es lo que contradice o lo que no esta incluído en lo que ya sabemos.
Este sujeto psicótico da testimonio de una pena auténtica por la muerte de su padre. Fue un padre que contó para él. Y también enseña que no por eso se fusionó con su madre. Entonces, prosiguió Miller, ¿por qué tendríamos que centrar el caso en la forclusión del Nombre del Padre? Es mejor buscar lo que tiene de singular, de original. Este es el caso de “Jonny el tatuado”.
La originalidad de este paciente es que presenta un desierto psíquico con algunos menhires, que son como piedras sin sentido, sin mensaje. Hay el desierto psíquico, están los tatuajes —los recuerdos del padre, los sueños— y está el alcohol, bañándolo todo.
En su gran errancia ¿qué lo agarra?, ¿qué lo sostiene en la vida? No hay un proyecto vital. No hay la flecha tensional del deseo. En este sujeto los hechos psíquicos son como cosas, no tienen relación unos con otros. Sueña con un brazo y veinte años más tarde trata de cortarse el suyo. Es un lado bruto, en bruto, sin velo.
Es un sujeto en relación con un agujero, el del sueño. Cae sin fin y sin límite, el unico límite que encuentra es el del Puente del Diablo. Vive en un desierto de alcohol donde hay algunos menhires, masas, en medio.
¿Qué pronóstico entonces? El ingreso en Val de Grâce es lo mejor que le ha pasado en la vida a este sujeto. Lo han tomado a su cargo, ha parado de beber y se ha asustado. Sabe que vive sobre el Puente del Diablo. Por suerte, la mano no viene a buscarlo muy a menudo.
Donde cualquier nombre se queda corto
Volvamos ahora al problema del nombre. En la orientación lacaniana tenemos la idea de que el nombre, particularmente el Nombre del Padre, sirve para localizar el goce. El Nombre del Padre trata una parte de goce femenino dándole un marco, una localización. Lo introduce en una red significante que lo enmarca como Deseo de la Madre.
Sabemos que el Nombre del Padre no trata todo el goce femenino, sino aquella parte que se deja capturar como deseo materno. Aquí tenemos que señalar una paradoja, y es que el sujeto cuya estructura pivota sobre el Nombre del Padre, el neurótico, es según Lacan un sin-nombre. ¿Qué significa esto?
El Nombre del Padre señala, tatúa, una parte del goce, pero no todo. No nombra la parte de goce más propia de cada sujeto. Nombra la parte universal, por así decir, la parte para todos que es el Edipo, pero no nombra lo más singular. Esto es lo que la psicosis enseña sobre la neurosis, que hay una forclusión del significante de ese goce.
En este punto, que impele a la invención, Freud hace mitos, como el Edipo o Totem y Tabú, mientras que Lacan recurre a la lógica con las fórmulas de la sexuación.
Es por eso que en sus cursos más recientes Miller ha señalado la importancia de poner en relieve la idea de trauma. El traumatismo que conlleva para un sujeto la experiencia de su encuentro con el goce, encuentro frente al cual el significante siempre se queda corto, es lo que hay que plantear, dice Miller, como un absoluto. Este es un defecto de simbolización que irremediablemente forma parte del parlêtre.
En un psicoanálisis llevado a su término se pueden ver los dos momentos. El momento de la lógica edípica, con el Nombre del Padre rigiendo el fantasma que la experiencia llevará a construir y a atravesar. Es el momento para el sujeto de responder a la pregunta ¿quién soy?, ¿quién soy yo en el deseo del Otro?
Pero hay otro momento donde no es la lógica lo que impera, sino la experiencia propiamente dicha, porque es un camino no balizado. Es el momento de responder a la cuestión de ¿qué soy?, ¿qué soy en campo del goce? Solamente un análisis conducido lo suficientemente lejos puede llevar a un analizante a revisar ese punto donde se juega para cada sujeto su estatuto como objeto de goce del Otro, y más exactamente como objeto del Otro que no existe.
Entonces, una manera de entender que el neurótico sea un sin nombre, como hemos dicho más arriba, es porque se apoya en una estructura que es incompleta, no toda, al no tratar su goce más singular. Su apellido solamente lo nombra en tanto que muerto, mientras que para tratar lo vivo, es decir el goce localizado en el cuerpo, el sujeto cuenta con el síntoma. Pero el síntoma no en tanto sufrimiento sino en tanto resulta lo más auténtico que tiene. El síntoma como sinthome es el nombre más verdadero de un sujeto.
Por esto la idea de una nominación toxicómana que se encuentra en la clínica con el “soy toxicómano” o “soy alcoholico” resulta un modo muy interesante de situar la cuestión, porque aúna lo simbólico de la nominación y el registro del goce. Y es de este lazo imposible, imposible de completar, de cerrar, entre el significante y el goce de lo que se ocupa el psicoanálisis como tal.
Para cada cual hay algo que hace nudo en el psiquismo y la nominación es la operación por la cual la palabra y la cosa se juntan con un lazo que no es de sentido.
Barcelona, junio 2012
Lo singular en una presentación de enfermos, ¿Para qué sirve un nombre?
NODVS XXXVIII, gener de 2013