El amor al prójimo
Referencia del Seminario VII ("La ética del psicoanálisis" de J. Lacan) al texto de S. Freud, "El malestar en la cultura" (cap. V), presentada en el S.C.F. de Barcelona el 16.3.2002
bien, goce, prójimo
Lacan en el capítulo XIV del Seminario de la Ética nos da cuenta, siguiendo el texto de Freud El malestar en la cultura, de que “el goce permanece tan interdicto para nosotros como antes –como antes de que supiésemos que Dios está muerto, y de que el goce es un mal. Freud nos lleva a ello de la mano – es un mal porque entraña el mal del prójimo”.
Lacan nos advierte que Freud escribe El malestar en la cultura, para decirnos “lo que se anunciaba, se revelaba, se desplegaba, a medida que avanzaba la experiencia analítica bajo el nombre de lo que se llama el más allá del principio del placer”. En Más allá del principio del placer Freud nos situaba al bien como alejado de nuestro propio goce y, por tanto, no es difícil entender, que ante el amor al prójimo Freud literalmente esté horrorizado y, como nos recuerda Lacan, justamente al tomar esa vía fallamos el acceso al goce.
En El malestar en la cultura, Freud nos alerta de la dificultad de sentirse dichosos en una cultura que exige sacrificios a lo pulsional. Además de los sacrificios correspondientes a la satisfacción sexual la cultura también impone sacrificios a la inclinación agresiva del ser humano. Y para ello la cultura, citando a Freud, “se vale de todos los medios y promueve todos los caminos para establecer fuertes identificaciones entre los miembros de la comunidad, moviliza en la máxima proporción una líbido de meta inhibida al fin de fortalecer los lazos comunitarios mediante vínculos de amistad. Para cumplir estos propósitos es inevitable limitar la vida sexual”.
En esta oposición a la sexualidad que la cultura ha fundado, Freud, en el cap. V de El malestar en la cultura, analiza uno de los ideales universales fundantes de esta misma cultura: “Amarás a tu prójimo como a tí mismo”.
Freud analiza el significado de este solemne precepto sin encontrar ninguna validez racional en su cumplimiento. Apoyando su razonamiento con múltiples observaciones subraya que el amor es demasiado valioso para desperdiciarlo indiscriminadamente y menos aún si el otro no es merecedor del mismo. Si el otro es un extraño para mí, también será difícil amarlo pues sólo será merecedor de mi amor si se pareciese tanto a mí que pudiera amarme a mí mismo en él, o sea, situándolo como el ideal de mi persona. Freud sigue argumentando que “no es sólo que ese extraño es, en general, indigno de amor sino que se hace más acreedor a mi hostilidad, y aún a mi odio”.
Freud, siguiendo con sus observaciones, utiliza la máxima de Plauto “Homo homini lupus” (“El hombre es el lobo del hombre”) para ilustrar la naturaleza malvada del hombre y que el mandamiento de amor incondicional al prójimo es un desmentido de la realidad misma ya que, por lo contrario, “el ser humano no es un ser manso, amable, a lo sumo capaz de defenderse si lo atacan, sino que es lícito atribuir a su dotación pulsional una buena cuota de agresividad. En consecuencia, el prójimo no es solamente un posible auxiliar y objeto sexual, sino una tentación para satisfacer en él la agresión, explotar su fuerza de trabajo sin resarcirlo, usarlo sexualmente sin su consentimiento, desposeerlo de su patrimonio, humillarlo, infligirle dolores, martirizarlo y asesinarlo”.
Esta inclinación agresiva del ser humano perturba nuestros vínculos con el prójimo y el mandato universal “amar al prójimo como a sí mismo” sería el afán cultural para desmentir la realidad fundamental de la misma naturaleza humana originaria. Freud lo cita de esta manera: “a raíz de esta hostilidad primaria y recíproca de los seres humanos, la sociedad culta se encuentra bajo una permanente amenaza de disolución... Las pasiones que vienen de lo pulsional son más fuertes que unos intereses racionales. La cultura tiene que movilizarlo todo para poner límites a las pulsiones agresivas de los seres humanos, para sofrenar mediante formaciones psíquicas reactivas sus exteriorizaciones. De ahí el recurso a métodos destinados a impulsarlos hacia identificaciones y vínculos amorosos de meta inhibida; de ahí la limitación de la vida sexual y de ahí, también, el mandamiento ideal de amar al prójimo como a sí mismo”.
Freud, al final del texto, nos deja entrever un -más allá de la cultura-. Cito textualmente: “Cuando, con razón, objetamos al estado actual de nuestra cultura lo poco que satisface nuestras demandas de un régimen de vida que propicie la dicha; cuando, mediante una crítica despiadada, nos empeñemos en descubrir las raíces de su imperfección, ejercemos nuestro legítimo derecho y no por ello nos mostramos enemigos de la cultura. Nos es lícito esperar que poco a poco le introduciremos variantes que satisfagan mejor nuestras necesidades y tomen en cuenta aquella crítica. Pero acaso llegaremos a familiarizarnos con la idea de que hay dificultades inherentes a la esencia de la cultura y que ningún ensayo de reforma podrá salvar”.
Llegados a este punto, y a modo de -fijación de sentido- de la lectura del texto, formulo la siguiente interrogación:
¿Son estas dificultades inherentes a la esencia de la cultura junto a las dificultades inherentes a la esencia de la sexualidad, también señaladas por Freud, el lugar del goce, ese malestar más allá de la cultura?
Sin abandonar a Freud, imposible de hacerlo, finalizaré citando textualmente a Lacan ya que parece tener respuesta a la interrogación anterior: “Cada vez que Freud se detiene, como horrorizado, ante la consecuencia del mandamiento del amor al prójimo, lo que surge es la presencia de esa maldad fundamental que habita en ese prójimo. Pero, por lo tanto, habita también en mí mismo. ¿Y qué me es más próximo que ese prójimo (*), que ese núcleo de mí mismo que es el del goce, al que no oso aproximarme? Pues una vez que me aproximo a él –éste es el sentido de El malestar de la cultura- surge esa insondable agresividad ante la que retrocedo, que vuelco en contra mí, y que viene a dar su peso, en el lugar mismo de la ley desvanecida, a lo que me impide franquear cierta frontera en el límite de la Cosa”.
(*) Prochain, en francés, es a la vez próximo y prójimo.
El amor al prójimo
NODVS II, abril de 2002