Lacan se referirá en el seminario sobre la transferencia que “En ninguna parte, en ningún momento de los discursos de El Banquete, se toma al amor tan en serio, ni de forma tan trágica”[i] como en el de Aristófanes.

Éste nos presenta una imagen mítica en un tiempo en el que la tierra estaba poblada por seres esféricos, cuya particularidad era que en cada uno de ellos participaban dos sexos, dos caras, dos brazos, dos piernas, etc. Se trataba entonces de una unidad poderosa que se propuso alcanzar el mundo de los dioses. Ante tal amenaza Zeus para menguar su fuerza, ordenó realizar un corte que los dividiría en dos. “Desde hace tanto tiempo, pues, es el amor de unos a otros innato en los hombres y aglutinador de la antigua naturaleza, que trata de hacer un solo individuo de dos y de curar la naturaleza humana.”[ii]

Desde esta perspectiva se lee el amor como el deseo de recuperar lo perdido, incluso como la fuerza aglutinadora que permitiría recuperar la unión primordial.

El corte y la repetición

En este intervalo, entre lo mítico y el deseo de reencontrar lo perdido, aparecen otros elementos determinantes. El corte, como la introducción de una falta y la repetición, como la consecución de un anhelo fijado en esta marca, en el cuerpo.

Lacan en el seminario de “Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis” define lo que sitúa en el campo de la libido como inmortal, porque sobrevive a todas las divisiones y su carrera no se detiene[iii]. Esto, la libido como puro instinto de vida, es justamente lo que se les sustrae a estos seres esféricos en el momento del corte, produciendo en su lugar lo ausente.

Es por la división del cuerpo que se introduce la necesidad de reencontrarse con la parte amputada, incluso a pesar de que en el reencuentro no hubiera más opción que perecer: “cada parte echaba de menos a su mitad, se abrazaban, anhelando ser una sola naturaleza y morían por hambre y por su absoluta inactividad”[iv] y así sucesivamente, si alguna de las partes moría la otra quedaba atrapada en la repetición del mismo movimiento.

En el relato vemos como se despliegan toda una serie de significaciones alrededor del poder del amor y también la relación, ya no con el Otro, sino con la propia castración vehiculada por la repetición como pulsión de muerte.

Lacan se sirve del cómico Aristófanes en tanto la relación con el Otro hace surgir por esta pérdida primordial las dos caras de la pulsión. Por un lado lo que permitiría inscribir una posición sexuada y por el otro, su afinidad con la muerte, lo que resuena al tiempo en el que el sujeto por nacer con el significante, nace dividido y fijado como tal[v].

La ironía como condición misma del amor

Encontramos en Lacan, tanto en el seminario sobre la transferencia como en el de los cuatro conceptos, una concepción irónica del discurso de Aristófanes. ¿Qué es la ironía para Lacan? Él mismo nos responde ya en el seminario de la relación de objeto diciendo que “la ironía es, ante todo, una forma de interrogación, una modalidad de pregunta”[vi]

Es desde esta posición irónica que se puede leer en esta fábula un más allá del sujeto supuesto en el objeto amado y de la promesa de la felicidad eterna, es decir, que la función del amor en la pulsión nos permitiría vislumbrar su pura actividad.

Un pasaje del discurso de Aristófanes nos da la clave. Cómo ante la pregunta por cuál sería la meta de estos seres incompletos la respuesta escapa a la ilusión de completitud: “Nadie, en efecto, podría creer que lo que pretenden es la unión en los placeres sexuales, y que es ese precisamente el motivo por el que el uno se complace en la compañía del otro con tan gran empeño. Al contrario, el alma de cada uno es evidente que desea otra cosa que no puede decir con palabras, sino que adivina lo que desea y lo expresa enigmáticamente.”[vii]

Aún y así, insiste en que ante tal pregunta ninguno se negaría ni dejaría ver que desea otra cosa, sino que creería haber encontrado lo que anhelaba en la unión con el amado.

De esta conjunción del deseo con su objeto en tanto que inadecuado, surge esta significación que se llama amor[viii].

Y aquí está lo cómico, lo irrisorio, lo irónico de la transferencia que señala Lacan a propósito del discurso que hoy nos ocupa.

Para Jacques Alain-Miller la ironía nos dice: “… que el Otro no existe, que el lazo social es, en el fondo, una estafa, que no hay discurso que no sea de semblante”[ix] y ¿no es acaso el amor el que nos permite asegurarnos de seguir ignorando aquello que nos falta? La transferencia nos da la oportunidad de ilustrarlo siempre y cuando la tomemos por el sesgo irónico, donde ésta, lejos de ser la puesta en acto de una ilusión, revela la realidad inconsciente en la que el sujeto se constituye.