Emma
Texto de apertura del Seminario de Casos del Seminario del Campo Freudiano del curso 2013-2014, titulado 'El saber y la verdad'. Presentado el 19 de octubre de 2013.
El siguiente trabajo de investigación interroga la noción de verdad como causa material del síntoma neurótico. Plantea así que, a falta de metalenguaje que diga lo verdadero sobre lo verdadero, hay la respuesta del inconsciente, habilitado como lugar desde lo insondable de la represión originaria. Ésta es innombrable, y por ello necesita de la mentira para bordearse. Freud abordó este real a partir del trauma y sus reminiscencias, en la histeria. La autora desbrozará el caso Emma de Freud para elucidar esta lógica, bajo la cual lo real se traduce en realidad sexual por medio del proton-pseudos.
Verdad; trauma; histeria; proton-pseudos; la mentira del síntoma.
De la pluma de Lacan, leemos aquí, en La Ciencia y la verdad[1], la siguiente pregunta que a continuación traslado:
“¿Lo que hacen ustedes, tiene sí o no el sentido de afirmar que la verdad del sufrimiento neurótico es tener la verdad como causa?”
Para dar debida respuesta a esta pregunta, previamente, es imprescindible situar el punto de dificultad que plantea por efecto de la doble aparición del término verdad. Eso no es otra cosa sino la causa que la motiva, la Causa freudiana: “La verdad como causa, la causa no categoría de la lógica, sino causando todo el efecto”, respecto a la que no nos negaremos a asumir su cuestión, cuando justamente es de allí de donde se levantó nuestra práctica. Si hay practicantes para quienes como tal se supone que actúa, somos precisamente nosotros.
El acto analítico tiene por consiguiente el sentido de afirmar que la verdad del sufrimiento neurótico es tener la verdad como causa, causa material. “Esta causa material es propiamente la forma de incidencia del significante”. La verdad del sufrimiento es su relación con el significante. Único lugar de la verdad que actúa como causa del sufrimiento. Sufrimos porque no podemos decirla toda. Hay de reprimida. El psicoanálisis por tanto hace pasar el sufrimiento por la verdad, esto es, por el significante para decirla a medias.
Eso quiere decir sencillamente que todo lo que hay de la verdad, de la única, es que no hay metalenguaje, que ningún lenguaje podría decir lo verdadero sobre lo verdadero, puesto que la verdad se funda por el hecho de que habla, y puesto que no tiene otro medio para hacerlo. Es por eso incluso por lo que el inconsciente, que dice lo verdadero sobre lo verdadero, está estructurado como un lenguaje, y por lo que Lacan, cuando nos enseña eso, dice lo verdadero sobre Freud que supo dejar, bajo el nombre de inconsciente, a la verdad hablar.
Esta falta de lo verdadero sobre lo verdadero es propiamente el lugar del Urverdrängung, de la represión originaria que atrae a ella todas las demás, sin contar otros efectos de retórica, para reconocer los cuales no disponemos sino del sujeto de la ciencia.
Dicho así, a nivel del inconsciente entonces el sujeto miente. Y esa mentira es su manera de decir al respecto la verdad. El saber del inconsciente a este nivel se articula. Freud lo escribió precisamente en el Proyecto[2] a propósito de la histeria, con el prôton pseûdos, primera mentira.
Es en la medida en que Freud puede librarse de la “ciencia” de Fliess, que puede abordar el mecanismo del sueño y la estructura de la histeria, para descifrar el funcionamiento de lo que llamará inconsciente. Su sueño, el de la inyección de Irma, tiene un valor inaugural, cuya interpretación supone una toma de distancia con la ciencia paranoica de la relación sexual, y en consecuencia su primer encuentro verdadero con aquello que constituye la feminidad. El Proyecto testimonia del momento de pase de Freud. Ahí, precisamente donde se encuentra el ejemplo clínico del prôton pseûdos, con Emma.
De las dos vías en su obra para abordar la cuestión de la feminidad, a propósito de Emma, la primera es la de un innombrable; es decir, de un real que hace agujero en la palabra. Freud encuentra lo innombrable en tres figuras: Una es la de la laguna -el blanco- en el psiquismo, núcleo alrededor del cual giran las representaciones. La cuestión será pues saber si este núcleo de real, que forma el centro de los síntomas histéricos -como de los sueños de Freud mismo- permanece para siempre fuera del alcance, haciendo agujero en el saber, o si el psicoanálisis puede alcanzar algo que permita decir cómo, lo que no es más que falla, puede llegar a realizarse. Es a lo que apunta el deseo de Freud, desde el momento en que Irma consiente en abrir la boca a su investigación.
Y así, con la construcción de una teoría de la represión en lugar y sitio de la noción de bisexualidad de Fliess, la lógica seguida por Freud es la siguiente: puesto que lo femenino como tal es blanco innombrable, mudo, resistente al discurso, sólo puede ser explorado por un rodeo, el de la represión, que va a producir una representación, un trazo, allí donde, literalmente, no hay nada, ni representación, ni trazo. Es eso, digamos, la primera mentira, el primer semblante que nos viene del Otro en tanto que lugar del lenguaje. Por otra parte, sólo es por esta mentira que lo real halla su alcance en su valor verdadero; por consiguiente sólo a partir de esta falla, representación-límite la llama Freud, el carácter de un reborde puede surgir. Esta es toda la entraña de la teoría de la represión en relación al traumatismo, es decir del après-coup en el que el traumatismo se constituye como tal.
Así, la teoría de la represión sólo toma su valor de necesidad en la invención freudiana, si se la sitúa como lo que puede dar significación analizable al traumatismo, que constituye fundamentalmente el descubrimiento de la feminidad.
No es el traumatismo en si mismo el que causa el síntoma histérico, sino el recuerdo por el cual está designado; “es de reminiscencias que sufre la histérica”. Por otra parte, Freud enuncia que la estructura de la histeria permite descomponerla en tres estratos. Primero, destaca un núcleo de recuerdos en el que el factor traumático es dominante y que forma como los archivos de la histérica, luego, señala que la reunión de estos recuerdos se caracteriza por la formación de un tema, o de varios, concéntricamente dispuestos alrededor del núcleo patógeno; en definitiva, destaca que la disposición de estos recuerdos, en relación al núcleo central, manifiesta un encadenamiento lógico que se prolonga hasta un núcleo por un camino sinuoso, que compara a los zigzags del caballo del tablero del ajedrez. ¿Cuál es este núcleo central alrededor del cual todo se construye, y que pone en funcionamiento las cadenas asociativas que convergen hacia sí?
En el Proyecto, Freud enuncia la tesis que permite finalmente dar al trauma su justo lugar, en relación a las reminiscencias de las histéricas: “Dondequiera se descubre que es reprimido un recuerdo que sólo con efecto retardado ha devenido trauma”. Esto significa que la escena traumática no encuentra su sentido en sí misma: sólo llega a ser traumática cuando, vuelta recuerdo, es evocada por la repetición de una escena análoga. Como veremos en el ejemplo clínico que Freud cita en su apoyo, es sólo en la repetición que emerge, bajo la forma de angustia, una excitación sexual que no podía aparecer desde la primera vez. La repetición significante permite designar en la primera escena –que se convierte desde entonces traumática- un real inasimilable por el significante, un real que concierne un goce.
Así, Emma, no se atreve a entrar sola a una tienda. Ella se explica este síntoma por un recuerdo que se remonta a cuando tenía 12 años. Fue a una tienda a comprar algo, vio a los dos empleados reírse entre ellos, y salió corriendo presa de algún afecto de terror. Sobre esto se despiertan unos pensamientos: que esos dos se reían de su vestido, y que uno le había gustado sexualmente. El análisis con Freud descubre un segundo recuerdo, más antiguo, que Emma pone en entredicho haber tenido en el momento de la primera escena. No hay nada que pruebe esto último. Siendo una niña de 8 años, fue por dos veces a la tienda de un pastelero para comprar golosinas, y ese viejo absurdo le pellizcó los genitales a través del vestido. Emma no había sido en modo alguno conmovida por esta tentativa puesto que, a pesar de la primera experiencia, acudió allí otra vez. Luego de la segunda, no fue más. Se producirá con la segunda escena, que tiene lugar cinco años más tarde, que el gesto del pastelero adquiera su valor traumático y dispare la excitación, en un afecto de terror.
Esta segunda escena constituye una perfecta repetición significante respecto de la primera, en dos puntos: la risa de los empleados y el significante “vestido” es la conexión asociativa entre ambas, lo común a las dos situaciones. Ella misma dice, que la risa de los empleados, le hacía acordarse de la risotada con que el pastelero había acompañado su pellizco. Por consiguiente, es como recuerdo que la primera escena desata en el transcurso de la segunda la excitación sexual, que se transforma en angustia. Freud proporciona un esquema extraordinario de este análisis.
Los puntos negros de este esquema figuran los elementos de los que la paciente se acuerda conscientemente, los puntos blancos los de la escena reprimida. Este esquema va más lejos que el comentario textual de Freud. El comentario no explica lo que traza y vemos representado en la parte inferior del esquema, es decir el núcleo de esta formación en cadena. El esquema muestra que del asedio, de la seducción hacia la que todo el encadenamiento converge, parte una flecha al final de la cual ningún significante está inscrito: ahí no hay más que un blanco, y de este blanco, de esta laguna, de la que parte otra flecha, que acaba en la descarga sexual al término de la repetición. ¿Qué quiere decir esto? Primero que lo real sólo está ahí après-coup, en la medida en que, en lo inconsciente, la repetición significante produce con todas las letras lo real en su función de causa. Lo que vuelve al mismo lugar. Más aún, esta doble flecha ilustra que el efecto de lo reprimido, pasando por la repetición y el retorno de lo reprimido, consiste en sexualizar lo que originalmente no estaba sexualizado por el sujeto. La represión, en definitiva, tiene por función hacer de lo real una realidad sexual. De lo cual, si hay sexualización, hay por eso mismo, un no-sexualizado. Es este el secreto del mecanismo de la aversión en la histeria.
Este ejemplo clínico muestra como el inconsciente opera con lo real, lo trata, lo produce, lo determina en el interior del proceso de represión. Pues este real no es simplemente exterior a la repetición significante, se encuentra atrapado; incluso si no está representado como tal, está presente y se traduce por efectos de angustia en el mismo goce sexual.
Lacan, en su seminario de La Ética del Psicoanálisis[3], refiere que todo lo que queda en el síntoma está vinculado con el “vestido”, con la burla a cerca del vestido. No obstante la dirección de la verdad está indicada bajo una cobertura, bajo la Vorstellung mentirosa del vestido. Hay alusión en forma opaca a lo que aconteció, no durante el primer recuerdo, sino durante el segundo. Algo que no pudo aprehenderse en el origen, sólo lo es après-coup y por intermedio de esa transformación mentirosa –prôton pseûdos. Allí tenemos la indicación de lo que, en el sujeto, marca para siempre su relación con das Ding como malo- acerca del cual no puede formular sin embargo que sea malo salvo a través del síntoma.
Finalmente y “una vez reconstruido, el suceso traumático permite comprender todo aquello que ha sucedido después, y todo aquello que es asunto del sujeto como historia suya. A este propósito no es inútil preguntarse -¿qué es la historia? ¿La historia es una dimensión propiamente humana? Respondo -la historia es del orden de la verdad. Es una verdad que tiene esta propiedad: el sujeto que la asume depende de ella en su constitución misma como sujeto. Y recíprocamente, esta historia depende también del sujeto mismo, en tanto la piensa y la repiensa a su modo”[4].
1. Jacques Lacan. “La ciencia y la verdad” en Escritos 2. Siglo XXI, Méjico,1989
2. Sigmund Freud. “Proyecto de psicología”, en Obras Completas, Amorrortu editores, Buenos Aires, 1993, tomo I.
3. Jacques Lacan. El Seminario, libro 7: La Ética del Psicoanálisis. Paidós, Buenos Aires, 1988.
4. Jacques Lacan. Seminario su “L’uomo dei lupi”, en La psicoanalisi nº 6, Rivista Italiana del Campo Freudiano, 1989, p.11.
Emma
NODVS XLI, desembre de 2013