Sólo los amantes sobreviven. En el siglo XXI, ya nada funciona como antes
Artículo sobre la película de Jim Jarmusch Sólo los amantes sobreviven en relación a la lectura que el film ofrece sobre la época actual. Contiene detalles importantes sobre el desarrollo de la trama, por lo que es recomendable leer el artículo habiendo visto el filme.
El presente artículo sigue el nudo argumental del film Sólo los amantes sobreviven, haciendo hincapié en la visión que ofrece de la figura del vampiro como sujeto fuera de los discursos imperantes en el siglo XXI. Frente al empuje a gozar y el adormecimiento del individuo actual, la pareja de vampiros protagonista afronta su existencia de diferente modo. Él, con un desencanto un tanto pretencioso que nunca acaba de concluir en suicidio. Ella, conservando la capacidad de sorpresa frente al mundo.
Siglo XXI, vampirismo, apatía existencial, goce, amor.
La última película de Jim Jarmusch, Sólo los amantes sobreviven, narra la historia de una pareja de vampiros, Adam y Eve, que tratan de mantenerse a flote en el mundo actual. En una época en la que la figura del vampiro –otrora la encarnación del Mal y la transgresión- ha pasado a simbolizar el ideal adolescente del amor debido al fenómeno Crepúsculo, Jarmusch apuesta por el vampiro como representante de una era desaparecida, de la que testimonian una serie de objetos conservados como reliquias de museo.
Adam vive en un Detroit fantasmagórico y vacío. Pasa los días encerrado en su casa, rodeado de guitarras de décadas pasadas y discos de 45 revoluciones. Trata de componer nueva música, pero ya sólo puede crear "música funeraria" (sic). Asqueado de los zombis –así es como los vampiros llaman a los seres humanos-, Adam tiene preparada una bala con la punta de madera para quitarse la vida disparándose al corazón cuando lo considere oportuno.
Eve vive en Tánger, un lugar lleno de luz en el que los hombres que se cruza por la calle le aseguran poder ofrecerle lo que necesita (drogas, suponemos). En un café llamado "Las mil y una noches", Eve suele reunirse con Christopher Marlowe -aquel personaje histórico al que supuestamente Shakespeare robó la autoría de su obra, aquí convertido también en vampiro- . Para poder alimentarse, Adam y Eve se sirven de médicos que les proporcionan sangre de la mejor calidad. La sangre de cualquier ser humano les haría enfermar, puesto que "la sangre del siglo XXI está contaminada" (sic).
Tras hablar con Adam por videoconferencia, Eve advierte su apatía existencial y decide viajar hasta Detroit para verle. En el momento en que se reencuentran, vemos que su amor conserva formalidades propias del Medievo: antes de cruzar la puerta de casa de Adam, los dos amantes inclinan la cabeza frente al otro. Acto seguido, Adam llama a Eve "mi señora" y la invita a entrar tomándola de la mano.
Esta versión vampírica de Adán y Eva no coincide en su modo de soportar el mundo actual. Con su actitud melancólica, Adam considera que la cultura y la ciencia pertenecen al pasado, ya que los sujetos del presente –los zombis- están demasiado adormecidos como para producir nada nuevo. Cuando Eve le pregunta por sus héroes los científicos, Adam responde que él no tiene héroes y destaca cuán maltratados fueron una serie de figuras desde Pitágoras hasta Nikola Tesla pasando por Newton. Pero ni rastro de científicos actuales. Para Adam, los científicos de hoy día únicamente son creadores de desgracia, pues ya han contaminado el agua y la sangre humana.
Eve no comparte el abatimiento de su amante y le reprocha su incapacidad para salir de esa "obsesión por sí mismo" (sic) después de haber vivido tanto tiempo. Frente al ensimismamiento mortificante de su pareja, Eve defiende la supervivencia de placeres tales como cultivar la amistad o bailar. "Al menos, has tenido suerte en el amor", añade Eve devolviendo algo de valor a la existencia de Adam.
Pronto irrumpirá en sus vidas Ava, la hermana pequeña de Eve (el nombre Ava es una variante de Eve). Alocada y caprichosa como una niña, Ava sí es un sujeto del siglo XXI y como tal, reclamará los modos de goce propios de la época: al poco de aparecer, insistirá a la pareja para que se vayan de fiesta. A diferencia de su hermana mayor, Ava no ha escogido unirse a un partenaire para toda la eternidad y no tardará en ligarse a Ian –el tipo que suministra a Adam todos los objetos que pide- para después matarlo chupándole la sangre sin importarle las consecuencias. Ava no parece enfermar a causa de la sangre del siglo XXI. Además, mostrando su falta de respeto por los instrumentos de Adam, destroza su guitarra de 1905 mientras se alimentaba de Ian.
Temiendo ser descubiertos tras el crimen, Adam y Eve expulsan de casa a Ava, se deshacen del cuerpo de Ian y parten hacia Tánger. Hambrientos tras el viaje, buscan allí a Christopher Marlowe para que les consiga una nueva dosis de sangre. Lo hallarán agonizando tras ingerir sangre contaminada. Marlowe les aconseja que no busquen hemoglobina en el hospital del lugar y expira, no sin antes maldecir a Shakespeare.
A punto de desfallecer, Adam y Eve vagan por Tánger, dando su existencia por terminada. Sin embargo, sucederán cosas. Desde la calle, Adam oye música en vivo en el interior de un bar y se acerca lleno de curiosidad para descubrir a una cantante libanesa. La música ha logrado conmoverle de nuevo. Quizá existan otras opciones a la música funeraria que buscaba componer.
En la última escena del filme, los dos vampiros observan sentados a una pareja que se besa apasionadamente. "Es tan del siglo XV", dice Eve, como si su amor fuese inédito en nuestros días. Considerándoles su digno relevo en el futuro, Adam y Eve se lanzan con los colmillos a la vista sobre la pareja para convertirles en seres de su especie.
Frente a la desvalorización que sufre la palabra en nuestros días, los vampiros de Jarmusch ejercen como una suerte de guardianes del arte y el conocimiento acumulado hasta la actualidad. Pero su actitud al respecto dista de ser la misma. Adam, obcecado en recuperar guitarras clásicas, se refugia en la creencia de que nada nuevo estará a la altura del pasado. Eve, por el contrario, sostiene que las cosas volverán a florecer. No por casualidad, Adam viste de negro y Eve, de blanco.
Por otro lado, aunque en la actualidad gozar sea un imperativo y el vínculo con el Otro resulte cada vez más frágil, los vampiros de Jarmusch siguen amándose con el paso de los siglos. Eve se sonríe al leer las palabras de un soneto de Shakespeare (o Marlowe) -El amor no se altera con sus breves horas y semanas/ sino que se afianza incluso hasta en el borde del abismo- cuando viaja hasta Detroit para encontrarse con Adam. Y cuando crean estar a punto de extinguirse, los dos vampiros hallarán en una pareja de enamorados contemporáneos su reflejo, una oportunidad para perpetuar su legado por los siglos venideros.
A pesar de todo, nos dice Jarmusch, hay esperanza. El amor hacia otra persona, o bien por alguna de las siete bellas artes –curiosamente, el director ofrece múltiples referencias a la literatura y la música pero ninguna a la suya propia, el cine-, distingue a un ser humano de un zombi hambriento de goce. Los zombis no hacen historia. Pero los que aman quizá produzcan algo útil que resista el paso del tiempo.
Sólo los amantes sobreviven. En el siglo XXI, ya nada funciona como antes
NODVS XLIII, juliol de 2014