Un niño grita, y ahí empieza todo.
Trabajo realizado y presentado en el seminario La pulsión durante el primer semestre del curso 2014/2015 de la Tétrada. Docente Montserrat Puig.
El presente artículo es un comentario en base a los capítulos X y XI del curso Los signos del goce de Jacques-Alain Miller. En el texto se rodean principalmente las nociones de alienación y separación siguiendo el recorrido que nos propone Miller en su curso.
pulsión, alienación, separación, insignia, identificación primaria, significante.
Somos efectos del lenguaje. Un niño grita, y ahí empieza todo. Empieza todo si existe Otro que escucha eso que grita. ¿Qué quiere un niño decirnos con ese grito? Antes de eso, en realidad cabría otra pregunta: ¿Quiere decirnos algo? ¿Quién interpreta que ese grito es una demanda? ¿Se trata realmente de una demanda o más bien es el Otro quien decide esta cuestión? ¿Quién interpreta qué es ese grito? Un denominador común como respuesta a todas estas preguntas sería: el Otro. Y ahí empieza todo.
Así pues, en primer lugar tenemos el grito del niño/sujeto que suscita una respuesta en el Otro. Si se da un acuse de recibo, la respuesta del Otro transforma, retroactivamente, su grito en llamado. Con respecto a Eso grita, la respuesta del Otro viene en segundo lugar, pero en realidad esa respuesta es primera en la dialéctica del sujeto, en el orden significante. Se parte de Eso grita para pasar a eso habla de él; y así, se sitúa de inmediato en la dimensión significante. S1 tiene el valor de eso habla de él. Podemos comprobar así, que el sujeto es efecto de la respuesta del Otro. Este esquema elimina el grito para situarse desde el comienzo en la dimensión significante. El sujeto surge de la respuesta del Otro. Este esquema suprime lo que podía haber de iniciativa en el grito. En lugar de eso habrá un nuevo grito que se transformará en llamado al significante S2 y así se establece la cadena.
Lacan en Los escritos (pág 794) dice: “El efecto de lenguaje es la causa introducida en el sujeto. Gracias a ese efecto no es causa en sí mismo, lleva en sí el gusano de la causa que lo hiende. Pues su causa es el significante, sin el cual no habría ningún sujeto en lo real. Pero ese sujeto es lo que el significante representa, y no podría representar nada sino para otro significante: a lo que se reduce por consiguiente al sujeto que escucha. Al sujeto pues no se le habla. “Ello” habla de él, y ahí es donde él se aprehende, y esto tanto más forzosamente cuanto que, antes de que por el puro hecho de que “ello” se dirige a él desaparezca como sujeto bajo el significante en el que se convierte, no era absolutamente nada. Pero ese nada se sostiene gracias a su advenimiento, ahora producido por el llamado hecho en el Otro al segundo significante”.
Identificación primaria
En el lenguaje más común y popular, la palabra insignia vendría a designar algo así como una señal, un distintivo. Según el diccionario de la RAE, tiene también otra acepción: Insignia_ 4. en aposición tras un sustantivo que designa la embarcación más representativa del conjunto al que pertenece. Ej: Este escritor es el buque insignia de las nuevas generaciones.
Este buque insignia se convierte, literalmente, en una especie de brújula que marca un rumbo. Tomando este símil la alienación se produce porque el sujeto se aferra a la insignia, a esa suerte de “buque insignia”, en el que se ha convertido para él S1. Pero es más, el sujeto no toma únicamente ese significante o grupo de significantes como insignia, brújula, rumbo, sino que él mismo se ha convertido en ese significante amo, se ha identificado con él, se ha fundido en él. La paradoja reside en que para que el sujeto pueda introducirse en el campo de la palabra y el lenguaje, solamente puede hacerlo cuando entra en el campo del Otro y eso significará que tendrá que identificarse a ese S1 que le viene del Otro: Soy ese significante. “Se trata de una identificación significante que le permite al sujeto encontrar su lugar en el Otro donde a partir de entonces figurará como S1”, dice Miller. Pero esta identificación significante es metonímica y su valor es esencialmente variable. El significante siempre es relativo a otro significante.
En esa operación el sujeto se borra, se tacha, se convierte en una especie de elisión. De manera sencilla, podemos decir que el sujeto/niño confunde la palabra/respuesta del Otro a ese grito con su identidad. La paradoja es que necesita del significante del Otro para existir, para advenir como sujeto. O al menos eso es lo que ocurre, de entrada, en el caso de la estructura psíquica de la neurosis. Quizás en la estructura de la psicosis, se podrían comentar otras cosas.
Lacan en el Seminario XI. Los cuatro conceptos fundamentales comenta (pág 183): “Lo reprimido original es un significante y lo que se edifica por encima para construir el síntoma podemos considerarlo como un andamiaje de significantes”.
Miller comenta en el texto que el significante amo tiene un doble valor, un doble estatuto. ¿Qué nos quiere decir con eso? Si tal como escribe, entendemos que “la identificación fundamental no es una representación sino que está sostenida por el significante S1 solo”, se trataría de algo distinto de la representación del sujeto. Es más bien su borramiento. El sujeto, de entrada, forma parte de un conjunto vacío. Cuando aparece el conjunto del Otro y se reúne con él, lo que hace es identificarse a ese S1. Un significante que tiene un doble estatuto o valor: crea al sujeto y a la vez lo borra.
¿Desde dónde se orienta el sujeto?
Tal como comenta Miller, hemos visto que el sujeto de algún modo se hace significante. Encuentra S1 y dice: He aquí lo que soy. Lacan llama a ese significante I –ideal-. ¿Cómo puede el sujeto maniobrar a partir de ese significante o I –ideal?. Miller comenta que Lacan especifica que “el sujeto se orienta desde allí y consigue, de este modo, enfocar el espejo del Otro”. Es decir, el sujeto maniobra a partir de la insignia o del S1. Después vendrá a decir que también puede maniobrar a partir de su falta o del conjunto vacío. Pero detengámonos en este punto desde donde se orienta el sujeto, desde la insignia.
Para ilustrar este “desde donde”, Miller en su apartado La decepción del amante (p. 169) introduce al lector a un tema complejo referido a la mirada. Para distinguir las identificaciones constituidas de las constituyentes, pone el acento en la frase: no me veo desde donde me miro. Miller la toma de otra frase que Lacan le imputa al amante que solicita una mirada en el Otro y se queja: “Nunca me miras desde donde yo te veo”. Miller apunta que “la diferencia entre estas dos frases mide exactamente la distancia que hay entre S1 y a”. Es un tema delicado y complejo que requeriría mucho más tiempo para entender en profundidad.
La frase que quería destacar sobre todo es esta: “no me veo desde donde me miro”. Es decir, me veo como Otro, me veo en relación a la correlación i (a) – m, a nivel de la correlación imaginaria, porque me miro a partir del S1 que me constituye como sujeto. Desde ahí me miro, en el sentido que muy bien apunta Lacan, me aprehendo. Pero si, efectivamente, me miro desde ese S1 al que estoy aferrado, es imposible que me vea. De la misma manera y desde esta misma lógica se podría entender cuando formula que “lo que miro no es nunca lo que quiero ver”.
Miller escribe: “Lo que miro – y esto remite especialmente a la pintura- son siempre formas significantes, son cuerpos significantes. Lo que quiero ver, por el contrario, es lo que está allí, la parte reservada, la parte perdida de la imagen que aparece allí invisible”. Esta parte del texto de Miller me hizo recordar una frase del pintor Kasimir Malévich cuando dice: "Sólo cuando desaparezca la costumbre de ver en los cuadros la representación de pequeños rincones de la naturaleza, de madonas o de venus impúdicas, veremos la creación pictórica".
Creo que esta frase de Malévich apunta muy bien a ese perder nuestra “mirada”, si se me permite resumirlo así, en el significante. Pero partir de ahí -aunque sepamos que quizás solo podamos, de momento, operar de esa manera y desde ese lugar- es fijarnos y quedarnos aferrados a esa representación significante, detrás de esa representación estaría el ser, que en el símil que propongo con la frase de Malévich, él relaciona con la creación pictórica.
El cuerpo es del Otro
Gracias a la histeria cuenta Miller, “el cuerpo es del Otro, o equivale al Otro” (p. 165). Es por tanto susceptible de ser recubierto por la articulación significante. Lacan destaca que el Otro es el cuerpo en tanto conjunto vacío donde se inscriben los significantes. Pero tal como el mismo Freud relata en Tres ensayos de teoría sexual, “no todo el organismo se puede reducir a ese cuerpo significante. Hay una parte, la pulsión, que no está incluida”.
Quiero destacar aquí una respuesta del psicoanalista Miquel Bassols a una entrevista para La Casa de la Paraula porqué me parece que resume de manera muy clara algo que tiene que ver con este punto.
Miquel Bassols: “el sujeto que habla en análisis está atravesado por la música de su lengua, por las resonancias y los ecos de la propia lengua. Cada sujeto tiene su propia lengua, su propia música, sus propias resonancias de las palabras que han ido sedimentándose en su historia. Un análisis es el recorrido, lo más exhaustivo posible, por las resonancias de la lengua sobre el cuerpo. Lacan tiene una definición de pulsión muy curiosa: la pulsión como el eco en el cuerpo del hecho de que hay un decir. La pulsión es lo que ha impactado en mi cuerpo de la lengua de los otros, por supuesto de mis padres, mis familiares, mis parejas, de cada una de mis experiencias subjetivas. La pulsión sería pues la resonancia en mi cuerpo de ese laleo del lenguaje, de esa lalangue que es singular para cada sujeto. Se acercaría eso a algo así como la música de la lengua, la música del síntoma en cada sujeto”.
Llegados a este punto se me plantean varias dudas y preguntas. Volvamos al origen. Un niño grita, y ahí empieza todo. Podríamos preguntarnos si :¿En el origen está la pulsión? ¿Qué hay de la pulsión en ese grito? ¿Encontraríamos en ese grito la pulsión misma?
Lacan en el Seminario VII. La ética del psicoanálisis, comenta: “El síntoma es el retorno por vía de sustitución significante de lo que está al cabo de la Trieb, de la pulsión como su fin”. En este punto me surge una pregunta sobre la relación entre síntoma y pulsión. ¿Constituiría el síntoma una satisfacción sustitutiva de la pulsión?
Una experiencia de análisis
Hasta este punto he tratado la noción de alienación, de cómo el sujeto se aliena a la dimensión del significante que le viene del Otro. Pero Lacan va un paso más allá y nos propone tal como cuenta Miller que: además de “encontrar su lugar en el Otro a partir de la insignia” puede encontrarlo también “a partir de su falta, de su vacío”. (p 184).
Miller dice que en el esquema de la intersección, el sujeto “encuentra La Cosa más próxima, sólo que ahí no se reconoce, mientras que –aún equivocándose- sí se reconocía en la insignia”. Es decir, cuando el sujeto opera con su propio vacío apuntando a la falta en el Otro no se reconoce. Pues bien, la cuestión de la dirección de la cura o de una experiencia de análisis hacía su fin sería “cómo lograr que el sujeto se reconozca en esta segunda operación”. Y eso nos remite directamente al concepto de pulsión, o por decirlo de otro modo, pasamos de la identificación a la pulsión. Es decir, “reconocer que no tiene más ser que lo que él coloca en la falta del Otro: la pulsión”. Tal como expone Miller: “Lacan dice –y no es una metáfora al pasar- que la pulsión “es color de vacío””.
Así pues, tendríamos que en la operación de alienación el sujeto se aferra a la insignia, “y llama desde allí a S2 en tanto sentido. El sujeto se encuentra con el Otro alineándose al sentido”. Pero como vemos, el sujeto tiene otra elección: sería la de entrar en la operación de la separación, “esa en la que el sujeto se aísla como vacío”. La separación pues “supone que el sujeto se aísla del sentido que procura el Otro y apunta a su ser; es una operación que concierne al ser”.
¿Cómo se traduciría este tema en una experiencia de análisis? ¿Qué papel juegan analizante y analista en el dispositivo analítico?
Jacques-Alain Miller cuenta que: “Interpretar es agregar un significante a la cadena que le corresponde producir al analizante”. Leído así, se podría pensar que al analizante le tocaría producir un S1 o significante amo y al analista agregar a esa cadena S2. Y de algún modo, o del modo más evidente como nos advierte Miller, la interpretación podría funcionar así: “la responsabilidad del analista cuando interpreta es obtener una disociación de esta articulación y, por consiguiente, anular un efecto de significación”. (pág. 156). Así, “deja al significante unario solo, lo que únicamente es posible si está separado de todo significado”. Según Miller (pág 192) “la interpretación atañe al objeto a”.
Para dar cuenta de este apuntar a la relación que tiene el significante unario con el sujeto, Miller nos propone el ejemplo del cuento de Juan y Pincháme (pág 160): Juan y Pincháme van al río. Si Juan cae al río, ¿qué queda?. Y quien responde dirá: ¡Pincháme! Sin darse cuenta que lo que realmente está haciendo es pidiendo que le pellizquen. Pero no es hasta decirlo que se da cuenta. Ahí, quien empieza el juego pellizcará a la persona y es entonces cuando quien exhorta ¡Pincháme!, dice Miller, saldrá de la especulación para darse cuenta después del pinchazo, que el asunto les concierne de lleno, “que el significante cambia de estatuto y que la exhortación ¡Pincháme! se dirige verdaderamente a ustedes mismos”. ¿Sería ese pellizco asimilable a la escansión o la interpretación del analista en una sesión de análisis?
En cualquier caso, tal como apunta Miller (pág 196): “el analista hace su juego entre el ser y el sentido. Opera sin duda desde el campo del Otro, pero sus coordenadas no son solamente significantes. Juega desde ese campo pero en dirección a lo que está fuera de sentido, a la falta en el Otro, que Lacan nombra de manera bastante elocuente, con el deseo del analista. Respecto de la demanda, el deseo se inscribe como lo que no puede demandarse, no puede satisfacerse mediante la demanda”. Volvamos al origen. ¿Habría pues en ese grito donde empieza todo algo del deseo del propio sujeto? ¿Qué relación mantendrían el deseo y la pulsión?
Sea como sea y para finalizar, se puede decir que en una experiencia de análisis, si la entendemos como un espacio que invita al sujeto a formular su propia pregunta, se pone así de manifiesto algo que según palabras de Miller persiste en Lacan: “La respuesta precede a la pregunta”. Es a partir de la respuesta del Otro que el sujeto podrá plantear la pregunta. Volviendo al grito original: “para que todo lo que ustedes puedan imaginar de esos gritos valga como demanda y como pregunta, hace falta dicha respuesta”. Simplificando mucho esta formulación de Miller, podríamos decir que en la misma pregunta está la respuesta: “la pregunta que invita a la respuesta siempre supone que la respuesta ya está allí”. Quizás estaba desde el primer momento, desde la primera sesión, aunque el sujeto no se de cuenta o quizás nada quiera saber de ello. Un niño grita, un sujeto llama a la puerta de un analista, y ahí empieza todo.
Freud, Sigmund. Tres ensayos de teoría sexual y otras obras (1901 – 1905). Amorrortu Editores. Volumen. VII.
Lacan, J. (2013). "Posición del inconsciente", Escritos II, Editorial Biblioteca Nueva. Siglo XXI Editores. Madrid. Pág. 794.
Lacan, J. (2012). Seminario XI. Los cuatro conceptos fundamentales, Argentina, Paidós. p.183.
Miller, J. –A. (1998). Los signos del goce. Buenos Aires: Paidós.
VV.AA. (2006). Kasimir Malévich. Catálogo de la exposición en Fundació Caixa Catalunya. La Pedrera, Barcelona.
Entrevista realizada para La Casa de la Paraula al psicoanalista Miquel Bassols:
Un niño grita, y ahí empieza todo.
NODVS XLIV, gener de 2015