La cuestión humana. La palabra y la voz en la crisis subjetiva.
Ponencia presentada en la jornada de carteles y grupos "Declinaciones de la crisis" del 31 de octubre de 2015 en la Sede de Barcelona de la ELP.
El filme La cuestión humana (Nicolas Klotz, 2007) ilustra la crisis subjetiva que sufre un psicólogo laboral al sentirse incapacitado para invalidar y provocar el despido del director general de su empresa. A partir del ejemplo que el filme propone, la ponencia reflexiona acerca del valor de una crisis subjetiva como corte al vínculo más mortificante de un sujeto con el discurso capitalista.
Crisis, subjetividad, capitalismo, palabra, voz, discurso, burocracia.
¿Puede una crisis subjetiva despojar a un sujeto de su lazo más mortífero con el capitalismo?
El filme francés La cuestión humana (Nicolas Klotz, 2007) narra la historia de Simon Kessler, psicólogo del departamento de recursos humanos de una multinacional petroquímica. Con su voz en off, Simon se presenta hablándonos en pasado de su labor para la multinacional. Nos dice haber sido capaz de hacer estallar de ira o de tristeza a los asistentes de sus seminarios para fomentar la motivación laboral. También el haber diseñado un plan de reestructuración para reducir el número de trabajadores de 2500 a 1200 sirviéndose de categorías como “alcoholismo” o “absentismo” para justificar su despido.
Uno de los directivos de la empresa encargará a Simon que investigue al director general, Karl Jüst, cuya conducta empieza a inquietarle. Entre líneas, el encargo supone que Simon elabore un informe que invalide al director general argumentando que sufre los primeros síntomas de una demencia senil. Un hecho que el directivo no menciona y que luego sabremos es que Jüst acaba de perder un hijo.
Como si de un criminal se tratase, Simon debe inventar una coartada para acercarse a Jüst, dada la naturaleza estrictamente confidencial de su encargo. Para entrevistarle, Simon fingirá que su cometido es volver a formar una orquesta con miembros de la empresa, ya que Jüst integró en el pasado un cuarteto de música clásica con otros compañeros.
Fuera de sus horas de trabajo, Simon queda con una chica, Louisa, con la que no parece estar muy comprometido. Llama la atención, en contraste con la falta de implicación subjetiva de Simon hacia su trabajo, el modo en que habla de la voz de Louisa. Dice que verla cantar es como verla del todo desnuda, como si fuese testigo de lo más íntimo de la chica. También dirá que está loco por esa voz.
Vemos asimismo a Simon asistiendo a una actuación de flamenco y a otra de fado. Él escucha atento esas voces que se asemejan a quejidos o llantos cantando letras antiguas sobre el amor y la suerte. Hasta que el momento queda interrumpido por una llamada telefónica de su trabajo. Simon parece entonces dividido entre ese instante lírico que quizá podía decirle algo de sí mismo y el deber laboral que cumple de forma casi automática.
Jüst revelará a Simon que sabe que ha sido enviado por el directivo para investigarle. Según sus palabras, el directivo está tratando de excluirle de la empresa pues sabe que Jüst dispone de pruebas acerca de su pasado nazi y de cómo financia a un grupo armado de extrema derecha con dinero de la multinacional. Simon queda entonces sin respuestas.
A partir de entonces, Simon comenzará a sentir un incipiente desagrado hacia su trabajo y una inhibición que le impedirá redactar el informe para invalidar a Jüst.
Cuando finalmente entregue los resultados de su investigación al directivo, Simon no describe a Jüst como un loco sino como un buen trabajador profundamente fatigado, que parece muy sensible a lo que llamamos “la cuestión humana” (sic). Para Simon, el director general está en un momento muy difícil que puede llevarle a una crisis personal, de las que podemos tener todos (sic). Sus palabras muestran que Simon ha terminado identificándose con Jüst y, de algún modo, el desmoronamiento del segundo ha precipitado el del primero. El directivo, que esperaba de Simon un uso de categorías clínicas concluyentes e invalidantes, queda decepcionado de los resultados y devalúa su trabajo.
Simon describe para el directivo a Jüst como a alguien muy sensible a la cuestión humana, entendida ésta como toda interferencia que pueda provocar sobre el trabajo de alguien su propia subjetividad. El impacto traumático de la pérdida de un hijo en un hombre mayor es, bajo el prisma del capitalismo, una especie de debilidad que altera su capacidad productiva. Y esta sensibilidad prácticamente puede entenderse como una posición caprichosa a erradicar.
En su Conferencia en Milán del 12 de mayo de 1972, publicada bajo el título “Del discurso psicoanalítico”, Lacan considera al discurso capitalista el sustituto del discurso del amo, y lo define como locamente astuto, pero destinado a estallar porque es insostenible. Lo que caracteriza al discurso capitalista respecto a los otros cuatro discursos, nos dice Lacan esta vez en “El saber del psicoanalista”, es el rechazo de la castración, dejando fuera lo que él llama “las cosas del amor”. Como encuentro con la propia falta, el amor lleva consigo la castración, que el discurso del capitalismo hace todo lo posible por negar. Por tanto, el objeto en juego ya no es un objeto de deseo resultado de la división subjetiva, sino múltiples objetos de consumo, gadgets, destinados a provocar una satisfacción inmediata y efímera para enseguida ser sustituidos por otros de idéntica duración.
Al no poder acceder a su deseo, el sujeto del sistema capitalista queda perdido frente a una maraña de significantes con los que trata de representarse, pese a que éstos le alejan cada vez más de su singularidad. Podemos hablar entonces de un lenguaje deshumanizado en tanto persigue la clasificación y uniformidad del individuo y borra su identidad cosificándolo.
Esta deshumanización del lenguaje es la que propicia que profesionales como el protagonista del filme que nos ocupa puedan cumplir con su cometido sin querer saber nada de su responsabilidad ética. Lo que importa es la eficiencia en la ejecución de una tarea, las implicaciones morales quedan fuera. No se habla de un “despido masivo de miles de trabajadores” sino de un “plan de reestructuración que conlleva una reducción de unidades”. Esta sustitución de unas palabras por otras evita cualquier clase de identificación con el sufrimiento ajeno. En su obra Modernidad y Holocausto, nos dice Zygmunt Bauman: [Los seres humanos] Ya están deshumanizados, en el sentido de que el lenguaje en el cual se narran las cosas que les ocurren o que les hacen salvaguarda a sus referentes de cualquier evaluación ética. Se trata, de hecho, de un lenguaje inadecuado para la expresión normativo-moral. Sólo los seres humanos pueden ser objeto de enunciados éticos.
El protagonista de La cuestión humana sufrirá una crisis porque no es lo suficientemente inhumano como para provocar el despido de un hombre sin encontrar un término médico que lo justifique de verdad. El lenguaje del capitalismo, con sus palabras prestadas del discurso científico y tecnológico, ya no puede para Simon encubrir la responsabilidad ética de su encargo. A modo de primer síntoma, Simon será incapaz de volver a usar esas palabras.
En el desenlace de la película, Simon concluirá que los métodos y procedimientos de la psicología laboral tienen sus raíces en los que posibilitaron el Holocausto –resuena entonces la referencia al pasado nazi del directivo que le encargó el trabajo. La última secuencia se cerrará con la imagen en negro y la voz en off de Simon describiéndonos durante varios minutos una escena propia del Holocausto: cómo centenares de cuerpos muertos eran arrojados a fosas comunes. El último momento del filme devuelve al espectador la crudeza de la palabra cuando el lenguaje queda libre de eufemismos -los muertos no son “bajas” ni “daños colaterales” y la barbarie de la civilización queda al descubierto- así como la voz se convierte en algo imposible de no escuchar. El efecto es perturbador.
La cuestión humana, al fin, nos habla del valor de la voz como vehículo de una palabra verdadera y como objeto de deseo. Una voz que el discurso capitalista trata de domesticar con palabras vacías y dificultando con toda clase de interferencias que pueda escucharse. Sin embargo, una crisis subjetiva hará que un hombre recupere algo de ese valor y se desvincule de su lazo más mortífero con el capitalismo, aquel que le convertía en el asesino simbólico de miles de trabajadores.
-Bauman, Zygmunt, “Modernidad y Holocausto”, Sequitur, Madrid, 2010.
-Lamovsky, Liliana, “¿El discurso capitalista es un discurso?”, Escuela Freudiana de Buenos Aires, Coloquio De Verano, 2012.
-Lacan, Jacques, “Del discurso psicoanalítico” (Conferencia en Milán, 12 de mayo de 1972), disponible en http://elpsicoanalistalector.blogspot.com.es/2013/03/jacques-lacan-del-discurso.html
La cuestión humana. La palabra y la voz en la crisis subjetiva.
NODVS XLVI, gener de 2016