Siguiendo el hilo del Fort-Da
Ensayo para la obtención del Certificado de Estudios Clínicos (octubre del 2017). Tutorizado por Hebe Tizio.
Con este ensayo, la autora nos propone realizar un recorrido a través de las distintas lecturas que Lacan realizó del Fort-Da a lo largo de su enseñanza. Para iniciar el recorrido partiremos del juego infantil descrito por Freud en su texto ‘Más allá del principio del placer’ para abrirnos paso a través de sus interrogantes a la lectura que de él hizo Lacan.
Juego, Fort-Da, símbolo, deseo, significante, alienación, separación.
1. Introducción
Los juegos de ocultación y su repetición que Freud observó en su pequeño nieto de año y medio conocido como el juego del Fort-Da, han supuesto en Lacan un hilo conductor en toda su enseñanza. Vayamos a continuación a realizar un recorrido a través de las distintas lecturas que Lacan realizó de este magnífico juego y que agruparemos en dos periodos: el primero de ellos se inicia con ‘Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis’[1] y su primer seminario[2]. Este primer tiempo incluye también sus posteriores trabajos en los que Lacan retomará el Fort-Da una y otra vez como momento constitutivo del sujeto y expresión del advenimiento del símbolo. Con el ‘Seminario 11’[3] y su escrito ‘Posición del Inconsciente’[4] se inicia el segundo periodo en el que las operaciones de alienación y separación junto con el objeto a, permitirán a Lacan ir más allá en su lectura e interpretación. Para iniciar el recorrido partiremos del juego infantil descrito por Freud en su texto ‘Más allá del principio del placer’[5] y sus interrogantes, abriéndonos paso a la lectura que de él hizo Lacan a lo largo de su enseñanza.
2. El juego infantil en Freud
Una primera aproximación al concepto del juego infantil en Freud la encontramos en su texto ‘El creador literario y el fantaseo’[6] en el cual, buscando los indicios de la actividad poética, los encuentra en el juego infantil. En su texto Freud nos propone equiparar la tarea literaria al juego, y es que el niño cuando juega, al igual que el poeta, crea su propio mundo sirviéndose de objetos de la realidad e invistiendo la acción con gran afectividad. En el caso del poeta, el mundo fantaseado toma forma en la puesta en escena y la figuración.
Freud encuentra una relación entre la creación poética y el placer, y es que el mundo poético por el hecho de ser irreal, permite un gozo que de ser una situación real, sería penosa. En el mismo sentido, la escenificación de situaciones penosas por el poeta, pueden convertirse en fuente de placer para aquél que las presencia como espectador.
Siguiendo la relación de la creación literaria con el placer y teniendo en cuenta su equiparación al juego infantil, la relación de este último con el placer se hace evidente. De hecho Freud atribuye claramente al juego una ganancia de placer. Sin embargo, posteriormente en su texto ‘Más allá del principio del placer’[7] dicha relación aparece cuestionada, veamos porque:
En su escrito Freud describe tres situaciones que aparentemente cuestionan el imperio del principio del placer y que cuidadosamente despliega llevándonos por su laberínticos caminos.
En primer lugar la neurosis traumática, en la que el enfermo evoca en el sueño una y otra vez la situación traumática causándole un gran terror; por otro lado, la neurosis de transferencia, en la que el enfermo se ve forzado a repetir lo reprimido inconsciente como vivencia presente, la compulsión de repetición; Y finalmente, el juego infantil.
Freud, describe el juego que pudo observar en su nieto de un año y medio cuando su madre lo dejaba durante varias horas quedándose este sin llorar. Describe tres observaciones similares pero que vale la pena diferenciar: la primera de ellas es la acción del niño de arrojar los juguetes y objetos lejos de él, a un rincón o hacerlos desaparecer debajo de la cama. El niño acompañaba la acción de la expresión de satisfacción “o-o-o-o” que Freud interpreta como un “Fort” [se fue].
La segunda observación está compuesta por el juego completo: hacer desaparecer el objeto y hacerlo reaparecer. El juego consistía en lo siguiente: el niño tenía un carretel de madera atado a un cordel, que arrojaba una y otra vez tras la baranda de su cuna cubierta por una mosquitera haciéndolo desaparecer. El niñito acompañaba la acción de arrojar con un “o-o-o-o-o” seguido de un “Da” [aquí está] cuando lo recuperaba tirando de nuevo del cordel y haciéndolo aparecer.
Freud observa que en la mayoría de las veces el niño solo realizaba la primera acción, la de lanzar el carretel haciéndolo desaparecer sin completar el juego con el júbilo que implicaba su segunda acción, la recuperación. Este hecho, contradecía el principio del placer, y es que ¿cómo se explica que el niño repitiese este juego una y otra vez sin ser completado con la acción placentera, reproduciendo tan solo la desaparición?
La tercera observación consistió en el juego del niño haciéndose desaparecer a si mismo extrayendo el cuerpo de su imagen en el espejo. A la llegada de su madre, este le comunicó “¡Bébé o-o-o-o!”. Había logrado hacerse desaparecer, la imagen del espejo “se fue”.
La primera interpretación que Freud realiza es la siguiente: el niño convertía en juego la vivencia penosa de la pérdida de la madre escenificando por si mismo la situación con sus objetos. A esta, Freud añade una segunda interpretación: el niño repite en el juego una situación displacentera vivida en un rol pasivo, tomando en su reproducción en el juego, el rol activo. Se trata de la pulsión de apoderamiento que actúa con independencia de si la acción fue placentera o penosa para el niño. Y finalmente, Freud añadirá una tercera interpretación: el arrojar el objeto para hacerlo desaparecer responde a la sofocación del impulso de vengarse de su madre de una forma arrogante por haber partido, o del padre por haberse ido a la guerra (“¡Vete a la guerra!” decía a un juguete mientras lo arrojaba al suelo).
A continuación, Freud se pregunta: si la repetición del juego es un intento de procesar psíquicamente una situación displacentera como la partida de la madre ¿permite el juego apoderarse completamente de esta situación? ¿qué sucede entonces con el principio del placer si se ha mostrado que en dicha situación placer y juego no se enlazan? Freud se responde: “comoquiera que sea, si en el caso examinado ese esfuerzo repitió en el juego una impresión desagradable, ello se debió únicamente a que la repetición iba conectada a una ganancia de placer de otra índole, pero directa”[8]. ¿A qué ganancia de placer se refiere?
3. Primer tiempo del Fort-Da en la enseñanza de Lacan
Lacan retomó la pequeña y enigmática escena descrita por Freud en lo que vamos a considerar un primer momento articulándola al surgimiento del símbolo, al advenimiento del niño al lenguaje y al deseo como deseo del Otro.
La pregunta del Dr. Granoff en el Seminario 1, “¿Cómo comprender entonces la salida masoquista del estadio del espejo?[9] ofrece a Lacan la posibilidad de reemprender la senda de Freud e ir más allá en su interpretación. Si Freud aisló, nos dice Lacan, el masoquismo primordial en el juego infantil del niño de 18 meses entendiéndolo como el momento en que el niño llevando a cabo la acción de esconder y hacer reaparecer el carretel sustituye la experiencia dolorosa de la partida de su madre, asumiendo él el dominio, Lacan irá más lejos: se trata de la entrada del niño al mundo del símbolo. El término masoquismo primordial pasará pues a ser considerado como una noción caduca al emerger una nueva manera de comprender los juegos de ocultación.
El acceso al símbolo, a la palabra, implica nos dice Lacan, una primera negativización, pues cuando el niño dice “o-o-o-o”, lo que se aproxima a un “Fort” [se fue], el objeto está presente y cuando dice “Da” [aquí está], el objeto está ausente. Se trata de una primera inversión que abre la ventana al mundo del símbolo, pues la ausencia es evocada en la presencia y la presencia en la ausencia. Esta primera negativización es anterior a que el niño ejerza el “no” pero anuncia ya la fuerza de la negativa y su relación con el deseo.
Con esta simple oposición fonemática que el niño toma del lenguaje que le rodea, orden simbólico que le precede, con su “o-o-o-o” - “Da”, “su acción destruye el objeto que hizo aparecer y desaparecer en la provocación -en el sentido propio del término, mediante la voz- anticipante de su ausencia y de su presencia"[10]. No se trata ya de simples vocalizaciones, sino de una pareja simbólica que como tal, permiten la transformación del objeto en símbolo. Es a lo que Lacan se refiere como “el asesinato original de la cosa”[11], pues la palabra anula lo inexistente y mata la cosa instituyendo la entrada en el plano simbólico. En el momento en el que el objeto deviene símbolo, este aparece como presencia sobre un fondo de ausencia, es decir, es la ausencia lo que constituye la presencia. En lo real nos recuerda Lacan, no hay ausencia, pero aquí nos encontramos en el plano del símbolo, y por lo tanto, con la alternancia presencia–ausencia.
En este mismo seminario, Lacan se remite a su propio escrito ‘Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis’ evocando algunos de sus párrafos. Tomaré el hilo de dos de ellos que a mi parecer, condensan los puntos esenciales de lo que supone el Fort-Da en esta primera etapa.
“Éstos son los juegos de ocultación que Freud en una intuición genial, presentó a nuestra mirada para que reconociésemos en ellos que el momento en que el deseo se humaniza es también el momento en que el niño nace al lenguaje”[12].
¿Qué nos quiere decir Lacan con “el momento en que el deseo se humaniza”? Pues que de ahora en adelante, con la entrada del niño al lenguaje, el deseo del sujeto será el deseo del Otro. A partir del momento en que el niño toma los significantes del Otro del código para satisfacer sus necesidades, pues estas deben pasar por el desfiladero del lenguaje para ser satisfechas, su deseo es mediatizado por el lenguaje, lo que implicará, que desde este momento, “el deseo es realizado en el otro, por el otro – en casa del otro (…)[13]. El “de” nos dirá Lacan, “es en cuanto Otro como desea”[14].
“Podemos ahora ver que el sujeto no sólo domina con ello su privación, asumiéndola, sino que eleva su deseo a una segunda potencia. Pues su acción destruye el objeto que hizo aparecer y desaparecer en la provocación anticipante de su ausencia y de su presencia. Hace así negativo el campo de fuerzas del deseo para hacerse ante sí misma su propio objeto. Y este objeto, tomando cuerpo inmediatamente en la pareja simbólica de dos jaculatorias elementales, anuncia en el sujeto la integración diacrónica de la dicotomía de los fonemas, cuyo lenguaje existente ofrece la estructura sincrónica a su asimilación; así el niño empieza a adentrarse en el sistema del discurso concreto del ambiente reproduciendo más o menos aproximadamente en su Fort y en su Da los vocablos que recibe de él”[15].
Con “elevar a una segunda potencia”, lacan se refiere al doble sentido de la palabra Aufhebung, pues a parte de “anulación”, se emplea como “elevar a una potencia, a una situación superior”[16]. Y este es justo el atributo principal del significante, pues este debe poder ser borrado, anulado, marcado por la barra dejando siempre su lugar. Representa pues un vacío, testimonio de una presencia pasada. Este atributo pasa a formar parte del deseo desde el momento en que como nos dice Lacan, se convierte en su propio objeto, pues el sujeto neurótico, lo que desea es desear, mantener su deseo, se desea deseante.
Si se relaciona el momento de institución del niño como sujeto con la aparición de la dimensión significante es porque con la invocación que el niño produce al vocalizar los dos fonemas, tanto para evocar la presencia como para rechazar la ausencia, estos pasan de la categoría de fonema como signo, a la categoría de símbolo, de pareja simbólica que implica que la encrucijada del sujeto con el significante se ha dado. Por un lado se da el encuentro del niño con el código – lenguaje como batería significante y sistema estructural sincrónico – y por otro, la producción vocálica a través de la alternancia de los dos fonemas que se despliegan en un eje temporal, diacrónico, y que permiten el juego retroactivo de la cadena significante. El mensaje, toma forma a posteriori, pues en un inicio se trata de un Fort, seguido de un Da, para finalmente devenir significante y pasar a ser el Fort de un Da. Deviene aquí la estructura significante mínima, pues un significante toma sentido solamente a partir de la retroacción de un segundo significante.
Lacan establecerá una distinción entre signo y significante definiendo el signo como “algo que se dirige a alguien y que vale en relación con algo tercero que ese signo representa”[17]. En el significante en cambio, la relación con este elemento tercero que supone lo que el signo representa, lo es en relación con otro significante dentro de un sistema de oposiciones significantes, de una batería significante. El significante es pues, " lo que representa al sujeto para otro significante"[18]. El signo deviene significante en el momento en que la subjetividad es captada por el lenguaje.
En el Seminario 4 ‘La Relación de Objeto’[19], Lacan matizará la entrada del niño al orden simbólico, pues el par de opuestos presencia–ausencia en la experiencia del niño, es solo el primer peldaño. Será necesaria su articulación con el registro de la llamada a través de una vocalización lo que realmente permitirá su entrada. Este primer momento, el de la experiencia presencia–ausencia, Lacan lo sitúa en el plano de la frustración: existe un objeto real (objeto de satisfacción de la necesidad) y un agente de frustración, concretamente la madre, que con sus idas y venidas acabará constituyéndose como símbolo de frustración. El agente pues, participará ya del orden simbólico. Es en este campo, el de las experiencias primarias de frustración, en el que Lacan sitúa los juegos de ocultación que Freud observó en su pequeño nieto, pues es a través de estos que los pequeños ponen en marcha la maquinaria del símbolo, ejercitándose previamente en la experiencia de presencia–ausencia haciendo desaparecer y reaparecer cualquier objeto, ya sea una pelota, un cordón, o un simple hilo del pañal. Como decíamos, en este tiempo la madre es simbolizada, se trata de la primera simbolización, la simbolización primordial.
En el momento en el que como decíamos el par de opuestos se articulan con la llamada, el objeto deja de ser real para convertirse en don y la madre pasa de pertenecer al plano del símbolo a pertenecer al plano de lo real, pues esta falla al niño: no siempre está cuando este la llama, no siempre responde, y si lo hace, no es siempre de la manera que este espera. Se trata de las carencias y las decepciones que otorgan a la madre un lugar de omnipotencia materna y la transfieren a la dimensión de lo real.
“Lo que hasta entonces se situaba en el plano de la primera connotación presencia-ausencia, pasa de pronto a un registro distinto y se convierte en algo que puede negarse y detenta todo aquello de lo que el sujeto puede tener necesidad. Y aunque no lo necesite, desde el momento en que eso depende de aquella potencia, se convierte en simbólico”[20].
La llamada es pues, el primer tiempo de la palabra: “si la llamada es fundamental, fundadora en el orden simbólico, es en la medida en que lo reclamado puede ser rehusado. La llamada es ya una introducción a la palabra completamente comprometida en el orden simbólico”[21]. Encontramos aquí la simbolización del objeto, del objeto de la llamada que deviene don, no es ya un objeto puro y simple, sino un objeto-símbolo.
Esta es pues la encrucijada de la que resulta la entrada del niño al orden simbólico, la que se da entre los juegos de ocultación que el niño realiza y su articulación con la escansión alternativa de dos fonemas, la llamada.
En el Seminario 5 ‘Las Formaciones del Inconsciente’[22], Lacan irá más allá articulando la llamada al surgimiento de la demanda y del deseo. La llamada de aquel objeto que está ausente, objeto que ha devenido símbolo, sólo es posible en el momento en que del niño emana la demanda y el deseo como deseo de la presencia.
Lacan afinará la distinción entre demanda y deseo, pues una vez la presencia ha sido simbolizada, la demanda apuntará a un más allá de la necesidad, a un más allá de la presencia, al sujeto que está ahí detrás. No se trata de demanda de objeto de satisfacción, del objeto parcial, de lo inmediato, sino de demanda de presencia, de respuesta, de acuse de recibo. Toda demanda es, nos dice Lacan, demanda de amor. “Ciertamente, el niño de pecho se da cuenta de que el seno se prolonga en axilas y el cuello en cabellera. El objeto en cuestión es el paréntesis simbólico de la presencia, en cuyo interior se encuentra la suma de todos los objetos que ésta puede aportar. Ninguno de los bienes que contiene puede satisfacer por sí solo la llamada de la presencia”. [23]
El campo del deseo es más complejo: en el Seminario 8 ‘La transferencia’[24], Lacan hará la distinción entre el deseo pregenital y el deseo genital. En un primer tiempo en la dialéctica de la demanda, nos encontramos con los primeros deseos -deseo pregenital-, deseos vinculados a un objeto inmediato, se trata de la demanda anal y la demanda oral. Lo que caracteriza el deseo pregenital es que está articulado metonímicamente a la demanda. Es el deseo del neurótico fraguado bajo la dependencia del Otro. Más adelante el sujeto accede a otro deseo, al deseo genital, aquel que ya no está articulado a la demanda sino que se sitúa más allá de esta. El deseo es justamente aquello que no se pide por ser informulable al nivel del significante.
En el Seminario 6 ‘El deseo y su interpretación’[25] Lacan irá más allá en la construcción del grafo del deseo y volverá a hacer referencia al Fort-Da. En una primera etapa Lacan sitúa al infans en el nivel de la necesidad. En el primer piso se representa la captura de niño por el lenguaje, el encuentro de éste con el código y la cadena significante con su juego retroactivo. En el segundo piso, aparece el llamado al Otro como presencia, presencia sobre un fondo de ausencia. La ausencia de la madre pone en evidencia el deseo de la madre en tanto deseo del Otro, esta tiene un deseo más allá del niño permitiendo así el encuentro del niño con el deseo del Otro y su enigma: Che vuoi, ¿qué quieres?. Se trata también del encuentro con la falta del Otro, pues si el Otro desea, algo le falta. En esta primera experiencia con el deseo, el deseo es deseo del Otro. El encuentro con el deseo del Otro y su dependencia, dejan al sujeto sin recursos, Hilflosigkeit, situación ante la cual, el sujeto construirá como respuesta, el fantasma. Así pues, ante la imposibilidad del sujeto de formular el propio deseo y ante el enigma del deseo del Otro, el fantasma permitirá situar el deseo y rescatar al sujeto frente a su disolución, su fading.
Lacan retoma en este seminario la relación del Fort-Da con el deseo, y es que es justamente con el fantasma que el sujeto se capta en su desaparición, pues para tener consistencia y no ceder a su disolución, se hace objeto de la falta del Otro, complementándolo, aunque no del todo, pues siempre habrá espacio para la pregunta ¿qué es lo que realmente quiere de mi, porque dice que quiere esto pero...? Para captarse desapareciendo, el sujeto nos dice Lacan, debe estar representado. Podríamos recuperar aquí la segunda parte de la viñeta de Freud, el momento en que el niño logra hacerse desaparecer a si mismo sustrayendo su propio cuerpo de la imagen del espejo y que el propio niño cuenta a su madre con un “¡Bebé o-o-o-o!” [Bebé se fue]. Encontramos aquí que la falta que introduce la madre, la falta del Otro, permite que sea el propio niño el que ahora juegue a arrojarse fuera, en lugar del carretel, siendo el propio sujeto el que ahora queda representado. El niño será ahora representado por un Fort, S1, la primera marca o inscripción del sujeto, a la espera de un Da, S2.
Entramos aquí en el segundo tiempo de la lectura del Fort-Da que hizo Lacan, pues a partir de su elaboración del objeto a, el carretel pasa de ser objeto símbolo a ser ese trocito del sujeto -objeto a- que permitirá la entrada del sujeto en la dialéctica del deseo, pues es esa parte del sujeto que se desprende la que será para siempre objeto perdido, objeto causa del deseo.
4. Segundo Tiempo del Fort-Da en la enseñanza de Lacan
En este segundo momento, tanto en el ‘Seminario 11’[26] como en su texto ‘Posición del Inconsciente’[27], Lacan va a plantear cómo el sujeto se constituye con relación al Otro a partir de las operaciones de alienación y separación.
La primera operación, la alienación, consiste en la operación lógica que concibe los efectos del significante sobre el sujeto como consecuencia de su nacimiento en un mundo de lenguaje. Dicha operación consiste en la alienación a los significantes del Otro que preexiste instaurando así, la división originaria del sujeto. Es con esta primera operación que el sujeto se constituye, nace en el campo del Otro.
Para explicar la división del sujeto, Lacan recurre a la estructura lógica que atribuye a la alienación, denominada “vel (o) alienante”. El término “vel” indica que su estructura lógica consiste en la conjunción disyuntiva ligada con la conectiva (o) y sus modalidades: el “o” exhaustivo, “o voy allá o voy allí”, el “o equivalente”, “voy a un lado o al otro” y finalmente, el “o” de la alienación, “o bien…o bien”, aquel que encontramos en frases como “la bolsa o la vida” o “libertad o vida”.
Lacan definirá la estructura de la alienación como la operación de “reunión” de la teoría matemática de conjuntos: sumar dos colecciones es algo muy distinto de reunirlas.
La reunión consiste en una operación lógica entre dos conjuntos de elementos que implica considerar la pertenencia de esos elementos a cada conjunto. Veamos: si contamos con dos conjuntos de letras, A={a,e,i,o,u} y B={a,s,o,r}, deberíamos tener en cuenta que hay dos elementos que pertenecen a ambos conjuntos {a,o}, y que por lo tanto, la reunión de ambos conjuntos resulta AUB={a,e,i,o,u,s,r}, es decir un total de 7 elementos y no 9 como hubiera resultado de la suma.
Se trata de un vel que implica la imposibilidad de conservar ambos términos al mismo tiempo, “o bien…o bien”, la elección de uno implica la pérdida irremediable del otro, pero también, la desaparición de ambos, pues la elección de uno de los elementos implica la pérdida de todo. Con el ejemplo de “la bolsa o la vida” si uno elige conservar la bolsa, pierde la bolsa y la vida, y si escoge conservar la vida, será una vida miserable sin la bolsa. La pérdida es pues inherente a la elección. Con “libertad o vida”, la elección de la libertad, acarrea la pérdida de ambos, y la elección de la vida, implica una vida de esclavitud. Se trata definitivamente de un vel que impone una elección con una pérdida ineliminable. Es por este motivo que Lacan acaba incluyendo la muerte en la elección, pasando a ser “libertad o muerte”: en este caso, sea cual sea la elección, ambas permanecen, y es que “la única prueba de libertad que pueda darse sea justamente elegir la muerte, pues así se demuestra que uno tiene la libertad de elegir”[28].
De la estructura de este vel “o bien o bien” aplicada a la relación del sujeto con el Otro deviene el siguiente gráfico que Lacan presenta en el Seminario 11: la elección obligada entre el ser y el sentido. “si aparece [ el sujeto ] de un lado como sentido producido por el significante, del otro aparece como afánisis”[29].
“Si escogemos el ser, el sujeto desaparece, se nos escapa, cae en el sin-sentido; si escogemos el sentido, este sólo subsiste cercenado de esa porción de sin-sentido que [...] constituye el inconsciente”[30].
Se trata del efecto del significante sobre el sujeto y su factor letal que implica que ante la elección que impone la alienación, siempre deviene una pérdida: si el sujeto elije el ser, pierde el sentido, pero si elije el sentido, si acepta la significación engendrada por un significante, se produce su afánisis y pierde el ser. O sea, el ser del sujeto, del lado del sentido, sólo adviene al precio de la desaparición del ser, del eclipse del sujeto inducida por la propia función del significante. “No hay sujeto sin que haya, en alguna parte, afánisis del sujeto y esa alienación, en esa división fundamental se instituye la dialéctica del sujeto”[31].
El advenimiento del sujeto en el campo del Otro, implica pues, la alienación a la cadena significante, cadena S1-S2. De dicha operación se deduce que un significante representa a un sujeto para otro significante. El sujeto queda reducido a un significante, S1, significante del ser del sujeto, pero al precio de fijarlo, la marca: “el significante, produciéndose en el lugar del Otro todavía no delimitado, hace surgir allí al sujeto del ser que no tiene todavía la palabra, pero al precio de coagularlo”[32]. O sea, el S1 designa el sujeto sin otorgarle sentido, lo designa en su ser, el sujeto del ser que no tiene todavía palabra. El S2 es el significante afanisíaco, el que en busca del S1 le da sentido al mismo tiempo que produce su afánisis.
Vayamos a la segunda operación, la separación, aquella que cierra la causación del sujeto. Lacan considerará que según la teoría de conjuntos, dicha operación se basa en la estructura lógica de la “intersección”: reunión de los elementos que se repiten en los dos conjuntos. Siguiendo el esquema que aplicamos anteriormente a la alienación, en la intersección sería lo siguiente: A={a,e,i,o,u} y B={a,s,o,r}, resulta AÇB={a,o}.
Dicha intersección surge de la superposición de las dos faltas: la del sujeto y la del Otro. El sujeto, con su propia falta, la pone a operar para responder a la falta en el Otro, proponiéndose como objeto para esa falta, pero como objeto que encarna una falta en si mismo. De ahí que la pregunta que deviene es: “puedes perderme?”, lo que implica la falta del Otro ocasionada por la propia desaparición.
Hay entonces que diferenciar la primera falta fruto de la alienación, la falta en ser, de la falta que opera como objeto, aquella que respondiendo a la operación de separación, sirve para responder a la falta del Otro.
Esta operación de separación conlleva una pérdida que Lacan llamará, objeto a, aquello que no es apresado en el proceso de significantización. Dicha pérdida será entonces, objeto causa del advenimiento del sujeto y más tarde Lacan articulará como objeto causa de deseo.
En las fallas del discurso del Otro, en aquello que no encaja, en los desencuentros entre las dos demandas (la del niño y la de la madre), se fragua el enigma del deseo del adulto, del deseo del Otro. Y es a este punto al que el niño apunta con sus preguntas sobre el “¿por qué?”, preguntas que se dirigen al enigma sobre el deseo del adulto. Así el sujeto juega y fantasea con su propia desaparición para obtener pistas y explorar el deseo del Otro.
Tal y como venimos diciendo, fruto de la articulación de ambas faltas, el sujeto se propone como pérdida (hace de su falta objeto) ante el enigma del deseo del Otro, del deseo parental. Al mismo tiempo, fruto de dicha articulación, se constituyen objetos a, trocitos del sujeto, recortes de cuerpo, objetos perdidos pero que siguen unidos a él, partes del sujeto que se desprenden sin dejar de pertenecerle.
Freud con sus excelentes observaciones del juego infantil, nos muestra claramente
ambos momentos: respecto el primero, la constitución del sujeto como perdido, Freud nos deja una simple nota al pie de página en ‘Más allá del principio del placer’ en la que describe el juego que realiza el niño sustrayéndose ante su propia imagen en el espejo para hacerse desaparecer. Nos encontramos ante un pequeño sujeto constituido ya como ausencia en la relación con el Otro. No se trata ya de la falta en ser, sino de que el sujeto se constituya como pérdida.
Respecto al segundo momento que hemos descrito, la constitución de los objetos a, Freud nos aporta el mítico juego que hemos descrito en su segunda observación: el carretel, objeto a, deviene del agujero que introduce la ausencia de la madre, deseo del Otro, y que en su articulación con el sujeto y su falta en ser (siguiendo la lógica alienación – separación y la articulación de las dos faltas), deviene como objeto perdido. “El carrete no es la madre reducida a una pequeña bola por algún juego digno de jíbaros – es como un trocito del sujeto que se desprende pero sin dejar de ser bien suyo, pues sigue reteniéndolo.[33] Se trata de la pérdida radical del objeto, sin la cual, ningún sujeto podría constituirse.
5. Conclusiones
Este recorrido realizado a través de los textos y seminarios de Lacan nos permite ir más allá en las cuestiones planteadas por Freud en su texto:
No se trata simplemente de la pulsión de apoderamiento mediante la cual el niño reproduce la situación desde un lugar de agente, sino que la repetición de la alternancia del Fort y el Da responde justamente a los intentos frustrados del sujeto para capturar aquello imposible de captar, la “spaltung” del sujeto, la falta en ser, aquello perdido imposible de recuperar. Nos encontramos aquí con la función de la repetición y su insistencia como intentos fallidos. Se trata justamente de lo imposible de dominar, de aquello que escapa a los intentos de captura del sujeto, su división.
Con la ausencia de la madre se abre la posibilidad del encuentro del niño con el deseo del Otro, enigma ante el cual el niño responde con su propia desaparición como hemos visto en el juego del espejo, así como con la pérdida de un pedazo de cuerpo, de un trocito del sujeto que sigue unido a él: el carretel que con su cuerdecita sigue perteneciendo al sujeto.
Cuando el niño opera con su propia desaparición como objeto ante enigma del deseo de su madre, nos encontramos ante la articulación de ambas faltas, la separación que permite la inscripción, la alienación, la primera marca, el Fort, el S1 que ahora lo representa. Se trata sobretodo de un Fort significante, del Fort de un Fort-Da. Ambos fonemas, dirá Lacan, encarnan también el fenómeno de la alienación, “no hay Fort sin Da”[34], volvemos a referirnos a la imposibilidad de la elección y a la pérdida del todo propias del vel de la alienación.
Freud en su texto se pregunta sobre el porque de la insistencia del niño en la repetición de sólo la primera parte del juego, el “fort”, el arrojar. Después del recorrido realizado, podemos deducir que arrojando el objeto lejos de sí y haciéndolo desaparecer, el niño pone en marcha la pérdida del objeto, aquella que permitirá que más adelante, a través de la oposición fonemática “o-o-o-o”–“da”, el niño devenga sujeto, pues este objeto arrojado, pasará a ser un trocito desprendido del sujeto, objeto a, causa de su deseo.
Miller retomará el hilo del Fort-Da en ‘Habeas corpus’[35], conferencia de clausura que pronunció en el Xº congreso de la Asociación Mundial de Psicoanálisis en abril de 2016. En esta conferencia Miller se referirá a la última enseñanza de Lacan como aquella que concibe al inconsciente como inconsciente de puro goce, como cuerpo que goza. No se trata ya del inconsciente estructurado por el lenguaje que seguía la senda del inconsciente freudiano. Este cuerpo hablante, cuerpo que sufre el impacto de la palabra, del goce de lalengua, deviene parlêtre en el momento en que el niño accede al juego del Fort-Da. Miller en su conferencia dirá “El par Fort-Da produce un efecto de sentido y permite efectuar una producción de goce”. Se trata del goce –sentido. Pero, ¿en que consiste exactamente este goce? ¿y el goce de lalengua? ¿Como adviene el niño al parlêtre?¿ cuales son las consecuencias de la producción del par de opuestos significantes en el cuerpo del niño? Estos son algunos de los interrogantes que se me plantean pero que dejo abiertos para desarrollar en mi próximo trabajo.
[1] Lacan, Jacques. ‘Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis’. Escritos 1. Editorial Bilblioteca Nueva. España. 2013.
[2] Lacan, Jacques. Seminario 1. Buenos Aires. 2013.
[3] Lacan, Jacques. Seminario 11. Paidós. Buenos Aires. 2013.
[4] Lacan, Jacques. ‘Posición del inconsciente’. Escritos 2. Siglo XXI editores. México. 2009.
[5] Freud, Sigmund. ‘Más allá del principio del placer’. Obras Completas. Vol. XVIII. Amorrortu Editores. Buenos Aires. 2010.
[6] Freud, Sigmund. ‘El creador literario y el fantaseo’. Obras Completas. Vol. IX. Amorrortu Editores. Buenos Aires. 1992.
[7] Freud, Sigmund. ‘Más allá del principio del placer’. Op. cit.
[8] Freud, Sigmund. ‘Más allá del principio del placer’. Op. cit. p. 16.
[9] Lacan, Jacques. Seminario 1. Op. cit. p. 256.
[10]Íbid. p. 257.
[11]Íbid. p. 258.
[12] Lacan, Jacques. ‘Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis’. Op. cit. p. 306.
[13] Lacan, Jacques. Seminario 1. Op. cit. p. 263.
[14] Lacan, Jacques. ‘Subversión del sujeto y dialéctica del deseo’. Escritos 2. Siglo XXI. México. 2009.
p. 775.
[15] Lacan, Jacques. ‘Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis’. Op. cit. p. 306.
[16] Lacan, Jacques. Seminario 5. Paidós. Buenos Aires. 2012. p. 352.
[17] Lacan, Jacques. Seminario 6. Paidós. Buenos Aires. 2014. p. 20.
[18] Lacan, Jacques. Lacan, J ‘Subversión del sujeto y dialéctica del deseo’. Op. cit. p. 778.
[19] Lacan, Jacques. Seminario 4 .Paidós. Buenos Aires. 2012.
[20] Íbid. p. 71.
[21] Lacan, Jacques. Seminario 4. Op. cit. p. 184.
[22] Lacan, Jacques. Seminario 5. Op cit.
[23] Íbid. p. 338
[24] Lacan, Jacques. Seminario 8. Paidós. Buenos Aires. 2015.
[25] Lacan, Jacques. Seminario 6. Op. cit.
[26] Lacan, Jacques. Seminario 11. Paidós. Buenos Aires. 2013.
[27] Lacan, Jacques. ‘Posición del inconsciente’. Escritos 2. Siglo XXI. México. 2009.
[28] Lacan, Jacques. Seminario 11. Op. cit. p. 221.
[29] Íbid. p. 218.
[30] Lacan, Jacques. Seminario 11. Op. cit. p. 219.
[31] Íbid. p. 229.
[32] Lacan, Jacques. ‘Posición del inconsciente’. Op. cit. p. 799.
[33] Lacan, Jacques. Seminario 11. Op. cit. p. 70.
[34] Lacan, Jacques. Seminario 11. Op. cit. p. 247.
[35] Miller, Jacques-Alain. ‘Habeas corpus’. Conferencia de clausura del Xº congreso de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, ‘El cuerpo hablante. Sobre el inconsciente en el siglo XXI’, Río de Janeiro, 25-28 de abril de 2016.Consultado en: http://ampblog2006.blogspot.com.es/2016/07/habeas-corpus-por-jacques-alain-miller.html
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Siguiendo el hilo del Fort-Da
NODVS LII, juny de 2018