Sobre una degradación general de la vida erótica

Aportación al Seminario de Investigación "Deseo y Goce: dos axiomáticas en Lacan", enero 2002

  • Publicado en NODVS IV, desembre de 2002

Paraules clau

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Freud procede en este texto mediante un movimiento que es el habitual en la mayoría de sus escritos: partir de la clínica, de un síntoma, para luego sacar conclusiones sobre la vida psíquica. En este caso sobre la degradación general de la vida erótica.

1- Un síntoma común.
El síntoma del que se va a tratar es cualificado como uno de los motivos más comunes de consulta junto con las diversas formas de la angustia: la impotencia psíquica. Afecta a sujetos de naturaleza intensamente libidinosa y se caracteriza por producirse sólo con una persona determinada, es decir que su aparición depende de alguna cualidad específica del objeto sexual. Un obstáculo se interpone desde lo interior sin que le sea posible al sujeto establecer de qué tipo de barrera se trata ni determinar cuál es la cualidad del objeto. Habitualmente se atribuye su aparición a circunstancias casuales y su repetición es considerada como un efecto del recuerdo del primer fallo que se ha convertido en una representación angustiante.

2- La explicación del síntoma por el Edipo.
Ciertos complejos psíquicos que se substraen al conocimiento del sujeto producen una acción inhibitoria y se convierten en material patógeno, siendo el más frecuente la fijación incestuosa no dominada por la madre o la hermana. Cabe también admitir la influencia de las impresiones penosas accidentales relacionadas con la actividad sexual infantil y con los factores susceptibles de disminuir la libido que debe orientarse hacia el objeto sexual femenino. Como en todas las perturbaciones neuróticas, el fundamento de la enfermedad consiste en una inhibición del proceso evolutivo que conduce a la libido hacia su estructura definitiva y normal. En el caso de la impotencia psíquica las dos corrientes cuya influencia garantiza una conducta erótica normal, la afectuosa y la sensual, no han llegado a fundirse. De estas dos corrientes la afectuosa es la más antigua y procede de los intereses correspondientes al instinto de autoconservación y su orientación hacia las personas que han actuado como cuidadores y familiares. Desde su surgimiento integra aportaciones provenientes de los instintos sexuales, componentes eróticos más o menos apreciables durante la infancia y que se hacen visibles posteriormente en los individuos neuróticos. Corresponden a la elección de objeto primario de la infancia. Los instintos sexuales encuentran sus primeros objetos a partir de las valoraciones que proporcionan los instintos yoicos del mismo modo que las primeras satisfacciones sexuales se experimentan a raíz del ejercicio de las funciones somáticas necesarias para la conservación de la vida. El afecto proporcionado por los padres y cuidadores del niño contribuye a acrecentar las aportaciones de las cargas psíquicas de los instintos del yo y las intensifica en una medida susceptible de influir en el curso ulterior de la evolución en determinadas circunstancias. Se producen así fijaciones cariñosas que perduran a lo largo de toda la infancia y a las cuales se incorporaran considerables cargas de erotismo que resulta así desviado de sus fines sexuales.

Con ocasión de la pubertad surge la corriente sensual, pero los caminos recorridos con anterioridad no dejarán de transitarse y grandes cantidades de libido se acumularán así sobre los primeros los objetos de la elección primaria infantil. Aparece sin embargo el obstáculo constituido por la barrera moral contra el incesto y la libido será transferida desde estos objetos primarios a otros ajenos al círculo familiar y con los cuales sí es posible la vida sexual real. Dichos objetos responden al prototipo infantil y con el paso del tiempo llegan a atraer todo el afecto ligado a los primitivos. Así, el hombre abandonará a la madre para seguir a la esposa. La corriente sensual y afectuosa se habrán fundido entonces y el máximo grado de enamoramiento sensual implicará la máxima valoración psíquica.

Existen dos factores que pueden producir el fracaso de esta evolución progresiva de la libido. En primer lugar el grado de prohibición real que se opone a la nueva elección de objeto y aleja al sujeto de él. En segundo lugar el grado de atracción ejercido por los objetos primarios que es directamente proporcional a la carga erótica depositada en ellos durante la infancia. La acción de estos dos factores desencadena el mecanismo de producción de la neurosis: la libido se aleja de la realidad, es acogida por las fantasías (introversión), intensifica las imágenes de los primeros objetos sexuales y se fija en ellos. A causa de la barrera contra el incesto, dicha libido permanece inconsciente. La exteriorización de la corriente sensual inconsciente se produce en el onanismo que intensifica las fijaciones. Si las fantasías alcanzan a la conciencia es gracias a la substitución que, sin embargo, no permite el progreso de la libido. Puede ocurrir que toda la sensualidad de un joven permanezca fijada en las fantasías incestuosas inconscientes y en este caso se produce la impotencia absoluta.

En el caso de la impotencia psíquica no toda la corriente sensual se ve obligada a ocultarse tras la afectuosa sino que conserva la energía y libertad suficientes como para permitirse acceder en parte a la realidad. La actividad sexual, sin embargo, al no poder sustentarse completamente en toda la energía instintiva psíquica, debe eludir la aproximación a la corriente afectuosa y ello limita la elección de objeto. La corriente sensual activa sólo podrá permitirse objetos que no recuerden al objeto incestuoso prohibido y la vida erótica se disocia así en dos direcciones que el arte ha personificado en el amor divino y el amor terrenal. Si se ama a una mujer no se la puede desear y si se la desea no se la puede amar. Se buscarán objetos que no puedan ser amados para alejar así su sensualidad de los objetos de amor y de acuerdo con la "sensibilidad del complejo" y del "retorno de lo reprimido" se sufrirá este fallo singular que es la impotencia psíquica cuando el objeto recuerde al incestuoso.

3- El recurso a la degradación del objeto.
Contra la impotencia psíquica puede el sujeto acogerse a la degradación psíquica del objeto sexual y reservar para los objetos incestuosos y subrogados la supervaloración. En este caso la disociación entre las dos corrientes provocará una vida sexual poco refinada. Para que el placer sea posible se precisará una perduración de los fines sexuales perversos y un rebajamiento del objeto sexual no amado.

Este recurso al rebajamiento puede explicar las fantasías adolescentes onanistas en las que se la madre aparece como prostituta. Se constituye así un puente entre las dos corrientes, pues al degradar a la madre se la puede ganar como objeto de la sensualidad.

4- De la neurosis como enfermedad a la generalización.
Tras la explicación del síntoma de la impotencia psíquica por la disociación entre las dos corrientes, la fijación infantil y la barrera contra el incesto como obstáculo a la corriente sensual, Freud se pregunta cómo puede alguien escapar a dicha dolencia si consideramos que la fijación infantil, la barrera contra el incesto y la prohibición al instinto son comunes a todos los hombres. Apunta que pueden alegarse factores cuantitativos en lo referente a la libido, pero que de hecho la impotencia psíquica se halla más extendida de lo que se piensa en la vida erótica del hombre civilizado.

Si le damos a la impotencia psíquica un sentido amplio incluye también las psicoanestesias, la dificultad de obtener placer en la realización del coito. A pesar de la diferencia sintomática podemos encontrar en este caso la misma etiología, así como en la frigidez femenina, aunque esta última puede abordarse de otras formas dada su complejidad.

5- Malestar en la cultura. Hombre y mujer.
Podemos ver la impotencia psíquica como una auténtica marca de la sexualidad del hombre civilizado. Sólo en una minoría se cumpliría aquel desarrollo ideal de la libido que funde la corriente afectuosa con la sensual. Lo habitual es que el hombre sienta coartada su actividad sexual por respeto a la mujer y que desarrolle su plena potencia sexual con objetos degradados a la vez que integra componentes perversos en sus fines sexuales que quedan excluidos de su vida con la mujer amada. "Sólo experimenta, pues, un pleno goce sexual cuando puede integrarse sin escrúpulo a la satisfacción, cosa que no se permitirá, por ejemplo, con la mujer propia". La necesidad de un objeto degradado explica así la continua búsqueda de amantes entre las clases inferiores por parte de hombres de la buena sociedad.

La libertad y la felicidad en la vida erótica masculina sólo se darán si el respeto a la mujer y el horror a la idea del incesto con la madre o la hermana han sido vencidos. El origen de la valoración negativa del sexo cabe encontrarlo en aquella época en que la corriente sensual ve prohibido su acceso a toda satisfacción, tanto a los objetos incestuosos como a los demás.

La educación y la conducta de los hombres afecta también a las mujeres. Que el hombre no desarrolle con ellas toda su potencia y que la supervalorización inicial del enamoramiento dé paso al desprecio tras la posesión tiene sus consecuencias. No se trata para ellas, sin embargo, de una degradación del objeto sexual, pues tampoco se da supervaloración de lo masculino. Su largo alejamiento de la sexualidad y su confinamiento en la fantasía no producen como consecuencia la disociación entre las dos corrientes, sino la frigidez, al no poder disociarse aquí la idea de la actividad sexual y la de prohibición. Por ello algunas mujeres mantienen en secreto actividades perfectamente lícitas u otras sienten normalmente en cuanto la marca de la prohibición vuelve a aparecer, por ejemplo en una relación ilícita.

El requisito de la prohibición es para la mujer lo que el de la degradación del objeto significa para el hombre. En ambos casos se trata de una consecuencia del largo intervalo impuesto por la educación, con fines culturales, entre la maduración y el acceso a la actividad sexual y ambos requisitos tienden a desvanecer la impotencia psíquica que la disociación entre las dos corrientes provoca. Sin embargo cabe destacar que la misma causa tiene en el hombre y la mujer consecuencias diferentes. El malestar provocado por la civilización, por las exigencias de la educación, difiere según sea el sexo. Mientras la mujer no suele (solía) infringir la prohibición y la enlaza así íntimamente a la actividad sexual, el hombre sí lo hace, pero con la condición de rebajar el objeto y asociar así dicha condición a su sexualidad posterior.

6- Psicoanálisis y educación: la cuestión del goce.
A pesar del papel atribuido por Freud a la prohibición de la actividad sexual durante la adolescencia, a las condiciones que crea para la sexualidad masculina y femenina posteriores, ante las corrientes educativas e ideológicas de su tiempo que propugnan una liberalización de los preceptos educativos, afirma que "no será inútil recordar que la investigación psicoanalítica no sigue tendencia alguna. Su único fin es descubrir los factores que se ocultan detrás de los fenómenos manifiestos". Añade que ciertas reformas pueden orientarse en el psicoanálisis para sustituir lo perjudicial por lo provechoso, pero que no puede asegurarse que "tales reformas no hayan de imponer a otras instituciones sacrificios distintos y quizás más graves". Transcurrido casi un siglo desde que estas advertencias fueron hechas y tomando en consideración los cambios en la educación y las costumbres sexuales que se han producido, nada parece más cierto y acertado que esa última afirmación sobre los sacrificios impuestos a otras instituciones.

Cabe también añadir que si bien la educación sexual entre los y las jóvenes ha sufrido tanto una notable liberalización como una no menor homogeneización en estos casi cien años, sin embargo ni la queja sobre la relación entre los sexos ha disminuido ni las diferencias entre las condiciones de goce masculino y femenino parecen haber desaparecido. Por ello debe tenerse muy en cuenta la reserva freudiana sobre este papel de las reformas en la educación por lo que al goce se refiere, así como las diferencias entre los sexos no reducibles a los rolles educativos ni a las cuestiones de los generos culturalmente recibidos.

7- Deseo y prohibición del goce.
Para Freud el hecho de que el refrenamiento cultural de la vida erótica traiga consigo una degradación general de los objetos sexuales (degradado o prohibido) es motivo para centrar su atención en los instintos mismos. Más allá de toda crítica cultural esta es su apuesta y la del psicoanálisis.

Si bien la prohibición inicial del goce sexual tiene como consecuencia que su posterior permisión en la vida matrimonial no proporciona plena satisfacción, tampoco una total permisividad inicial proporciona mejores resultados. La necesidad erótica pierde valor psíquico si no está afectada por alguna barrera. "Para que la libido alcance un alto grado es necesario oponerle algún obstáculo". Cuando las resistencias naturales no resultan suficientes, se ha inventado la humanidad otras de tipo convencional. Sólo así el amor puede constituir verdaderamente un goce, el goce sin más es insoportable. "El amor permite al goce condescender al deseo" es la fórmula lacaniana, lo que también puede decirse como "sin el deseo el goce no puede darse en el amor", para seguir con la reflexión freudiana. La historia de los pueblos nos muestra como cuando la satisfacción erótica no encuentra alguna traba, el amor pierde todo su valor y se hace necesario restablecer los valores afectivos indispensables (para la vida en civilización). Freud pone como ejemplo el ascetismo cristiano que creó valoraciones psíquicas para el amor inexistentes en la antigüedad pagana. Los monjes ascéticos dedicaban toda su vida a la lucha contra la tentación libidinosa.

Se saca, pues, como conclusión que las dificultades de la vida sexual tratadas bajo el epígrafe de impotencia psíquica son debidas a las cualidades generales de nuestros instintos orgánicos. La importancia general de un instinto crece con su prohibición.

8- Pulsión sexual e insatisfacción.
Si bien el papel de la prohibición como acrecentador del interés es una regla válida para cualquier instinto, ¿puede decirse que su satisfacción disminuya siempre tan considerablemente su valoración psíquica? Freud se plantea esta pregunta y recurre a la conducta del bebedor para contrastarla con el efecto de la prohibición de la satisfacción sexual.

El vino proporciona siempre la misma satisfacción tóxica al bebedor, que no se ve obligado a cambiar su bebida favorita por otra ni a buscarla en lugares donde esté prohibida o resulte más cara para incrementar su valor.

De la comparación con el hábito alcohólico se desprende que en la naturaleza misma de la pulsión sexual hay algo que resulta desfavorable a su satisfacción. Tal dificultad encuentra su origen en dos factores que afectan a su desarrollo.

En primer lugar tenemos el desdoblamiento de su objeto y la barrera contra el incesto. El objeto definitivo del instinto sexual no es nunca el primitivo sino un subrogado y los objetos substitutivos del primitivo objeto reprimido de un impulso optativo nunca llegan a satisfacer por completo. De ahí el "hambre de estímulos" de la vida sexual adulta, es decir, la inconstancia en la elección de objeto.

En segundo lugar la pulsión sexual nace de una amplia serie de elementos algunos de los cuales no pueden ser acogidos en su estructura posterior y son reprimidos o destinados a fines diferentes. Es el caso de los componentes coprófilos y de gran parte de los impulsos sádicos adscritos a la vida erótica. Por mucho, sin embargo, que valores estéticos o culturales rechacen estos componentes eróticos de la vida consciente, no por ello dejan de provocar una notable excitación erótica. Las pulsiones eróticas son difícilmente educables y la cultura no parece aquí alcanzar su propósito, pues la pervivencia de los impulsos no utilizados se manifiesta como una disminución de la satisfacción buscada en la actividad sexual.

9- Cultura e insatisfacción.
Ni es posible armonizar las exigencias de la pulsión sexual con las de la cultura, ni excluir el renunciamiento y el dolor de éstas. Pero la misma incapacidad de proporcionar una plena satisfacción a la pulsión sexual en cuanto esta se ve sometida a las primeras normas de la civilización, es también la fuente de máximos rendimientos culturales a partir de la sublimación progresiva de los componentes pulsionales. Así, la inextinguible diferencia entre las exigencias pulsionales, egoístas y eróticas, las convierte en elementos de rendimientos cada vez más elevados, si bien al precio posible de la neurosis para los más débiles.

10- Ochenta años después.
Freud concluyó este escrito de 1912 con el siguiente párrafo: "La ciencia no se propone atemorizar, ni consolar tampoco. Mas, por mi parte, estoy pronto a reconocer que las conclusiones apuntadas, tan extremas, deberían reposar sobre bases más amplias, y que quizás otras orientaciones evolutivas de la Humanidad lograrán corregir los resultados de las que aquí hemos expuesto aisladamente".

¿Qué podemos decir sobre las esperanzas y los temores aquí expresados? En el año 2002 las bases más amplias sobre las que Freud quería fundamentar sus conclusiones nos la siguen proporcionando el psicoanálisis. Ningún otro saber ha querido hacerse cargo en sus elaboraciones de lo que Freud conceptualizó como pulsión y menos aún de sus complicaciones. La deriva de la pulsión alrededor de su objeto imposible, el goce en tanto que la satisfacción que se obtiene de esta manera pero que no alcanza a satisfacer plenamente a la pulsión, sigue siendo objeto de los decires del diván. Ocho décadas de elaboración psicoanalítica nos han mostrado las dificultades inherentes a la solución de la sublimación y han insistido en la imposibilidad de la satisfacción. Eso solo sigue haciendo del discurso psicoanalítico un caso aparte en el panorama del saber.

Hemos visto, además, que las prohibiciones y restricciones que la cultura impone a la vida erótica conservan todo su peso a pesar de los cambios en la civilización y a causa de que es en la propia naturaleza de la pulsión sexual donde debe encontrarse su insatisfacción.

Que la prohibición es condición necesaria e imprescindible para la emergencia del deseo fue reconceptualizado por Lacan ya en los cincuenta en su escrito "Función y campo de la palabra y el lenguaje en el psicoanálisis". La palabra se hace presente cuando se produce la ausencia y el campo del lenguaje en que esta se articula es una estructura no completa. El síntoma, el de la impotencia psíquica o cualquier otro, en tanto que satisfacción substitutiva persiste e insiste. El recorrido edípico del análisis, sin embargo, no es suficiente puesto que entonces la castración queda como una roca. El Otro no está completo, no hay más satisfacción que la de la deriva pulsional y si este Otro aparece sin falta entonces el goce es puro horror.

No hay salida ni solución al problema del síntoma, pues, que no tome en cuente el goce. Esta es una de las conclusiones que pueden extraerse de este texto. Freud se refiere en él a las fantasías que permiten gracias a las substituciones y a recursos como la degradación un cierto acceso a la satisfacción. Pero si el sujeto neurótico puede otear ni que sea en un instante a lo que se refiere su fantasma le sobreviene la angustia. Más certero en cuanto a lo real del objeto es el recurso femenino que apunta directamente a lo prohibido, aunque no sea lo primitivo prohibido. Lo prohibido primitivo es, de hecho, tanto el objeto primario como el objeto de goce que sería el sujeto para este Otro primario.

Más allá del recurso del fantasma está el encuentro con lo real y su nombramiento. Se trata de algo imposible para abordar lo imposible. Son dos imposibilidades diferentes sin embargo. Lo real como imposible hace referencia a lo que queda fuera de lo simbólico. El nombramiento como imposible se refiere a algo que es de un orden diferente al uso normal de la palabra. Es un trabajo con lalengua. Decir aquí es inventar, crear y ello es solidario de un saber hacer. Se trata de un salida diferente a la de la sublimación freudiana, la que se dedica a tareas culturales y socialmente valoradas, la que se mantiene en la satisfacción pero renuncia a fines sexuales, pues la creación de la que habla Lacan eleva un objeto a la dignidad de la Cosa, aquello de lo real que sufre del significante. Como en la creación artística debe haberse producido un vacío previo, pero más que renunciar a la satisfacción se trata de un trabajo con el objeto, el propio y particular, aquel que produciría la satisfacción y hallar otra solución nueva para la que la castración no es ya una roca sino su posibilidad. Lo que cesa de no escribirse (la castración) permite una nueva posición con respecto a lo que no cesa de escribirse (el síntoma) porque hay un abordaje de lo que no cesa de no escribirse (el objeto) gracias a la invención de un nombre propio.

Sobre una degradación general de la vida erótica

NODVS IV, desembre de 2002

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