La jeunesse d’André Gide, Jean Delay II
Resumen de los capítulos V al IX del primer volumen de "La jeunesse d'André Gide", presentado en el Seminario Teórico, impartido por Shula Eldar, durante el curso 2000-01 en la Sección Clínica de Barcelona del Instituto del Campo Freudiano.
ambigüedad, burguesía, Juliette Rondeaux, Paul Gide, Ana Shackleton, deber, Madeleine Rondeaux, protestantismo, André Gide, herencias contradictorias, moral, puritanismo
Capítulo V: La imagen del padre
“Es de parte de él y no de mi madre, que tengo pasión por las letras”.
André Gide vive 11 años (1869-1880) como hijo único con su padre y su madre, hasta la muerte de Paul Gide.
Tras señalar el autor, la importancia de la imagen de los padres que se hace un niño, cita el principal rasgo de Paul Gide según su hijo, a saber, su extrema dulzura. Gide habla de las cualidades de su padre oponiéndolas a las de su madre. Él destacaba por su encanto, alegría, tolerancia, cultura intelectual y ella por su pesada gravedad, austeridad, autoridad y el culto a la moral.
En los primeros recuerdos hay algo de “encantamiento” hacia su padre. Paul Gide llamaba a su hijo “pequeño amigo-amiguito”. Las salidas con su padre, no muy frecuentes, le gustaban. Tenían para él un tono insólito, grave, y un poco misterioso que le encantaba. El sentido de misterio es uno de los aspectos esenciales de la infancia de Gide. Él mismo habla de cómo en el momento antes de dormirse “ensoñaba” (songer), que había una segunda realidad a parte de la realidad de los sueños. El padre, dulce y un poco lejano pertenecía a este mundo misteriosos, mientras que su madre quedaba excluida de él. El padre de Gide sabía devenir un hombre simple y alegre para jugar. El niño sentía los esfuerzos de su padre por divertirlo y eso le llenaba de gratitud más allá de si se lograba tal objetivo o no. La participación del padre en sus juegos sin que éste aportara condescendencia era un fuerte vínculo entre ellos ya que André era muy juguetón y lo siguió siendo en adelante. La risa sonora sin ser vulgar de su padre también dejó una fuerte marca en André como “ el divertimiento extremo que al alma da naturalmente la vida” mientras que su madre nunca reía. “Mi padre vagaba y se divertía de todo. Mi madre consciente de la hora, nos apresuraba en vano”. En la misma línea del padre ubica a la Srta. Ana Shackleton. Los dos sabían disfrutar de la belleza del momento.
Otro lugar sagrado en la relación de Gide con su padre, era su despacho de la Calle Tournon. André entraba en él “como en un templo”. En él su padre le leía en voz alta pasajes de la Odisea, las aventuras de Sindbad, de Ali-Baba, Molière, etc... así como ilustraciones italianas tales como el Arlequin, Polichinela, Pierrot...
En estos episodios, sólo aparece la madre cuando el padre inicia la lectura del Libro de Job. Esta lectura causó fuerte impresión en André Gide por la solemnidad del relato, por la voz de su padre y por la expresión facial de su madre. Además dicha lectura tendrá lugar en un pequeño salón donde su madre se sentía mejor, más en casa, mientras que las otras lecturas siempre eran en el despacho. Así André discierne entre las lecturas profanas del lado de su padre y las sagradas de su madre. Ésta durante las lecturas cerraba los ojos en su piadoso recogimiento y sólo los abría para mirarlo con amor, interrogación y esperanza. Estas primeras lecturas tendrán un efecto muy vivo al haber sido recibidas de una voz amada. Su padre influye decisivamente en el despertar de sus emociones poéticas, así como su madre influye en el despertar de su conciencia moral. De hecho para Gide, durante mucho tiempo el arte fue masculino mientras que el mundo de la moral fue femenino.
Al morir su padre, André con 11 años no puede creer que ese ser que formaba parte de esa segunda realidad hubiera muerto de verdad. Creía que estaba muerto en lo cotidiano pero por la noche, secretamente iba a reencontrar a su madre. Tras este acontecimiento le queda prohibida la entrada en la biblioteca de su padre, que quedará cerrada bajo llave por su madre, hasta que Gide tiene 16 años. Hasta en los últimos años de su vida habló de los gustos literarios de su padre y de cómo el gusto por las letras le venía de él y no de su madre. Tal comentario, viniendo de alguien que tiene tanto gusto por las letras, que dedica su vida a esto, denota el nivel de gratitud que podía tener hacia quien se lo dio.
Entre los padres siempre habían discusiones, dado el poco acuerdo en la mayoría de los temas. La posición de su madre estaba más del lado de que el niño se sometiera sin comprender, mientras que la del padre estaba más tendente a darle explicaciones. La madre comparaba al niño con el pueblo hebreo diciendo que “antes de vivir en la gracia es bueno haber vivido bajo la ley”. Aquí encontramos la principal decepción de Gide respecto a su padre. Nunca defendió suficientemente sus ideas ante la madre. Él un intelectual, odiaba las escenas y renunciaba a hacer comprender a alguien menos inteligente que él sus argumentos. Simplemente se retiraba a su despacho. De hecho la expresión “dulzura extrema” probablemente haga referencia a este punto en el término extrema. El niño hubiera preferido que su padre defendiera más vigorosamente su posición, al menos en lo referente a los temas que concernían a su único hijo.
En su novela “Si le grain ne meurt” (“Si la semilla no muere”) Gide habla de su parecido con su padre, al citar el autoritarismo y estrechez de ideas de su madre. Así vemos que hubo un deseo inicial de identificación a este padre, pero que sin embargo tal identificación quedó incompleta y poco eficaz. Su padre quedó para Gide como un personaje de esa “segunda realidad” más que de la realidad inmediata que quedó para la omnipotente Sra. Gide. Parece haber quedado en Gide cierto despecho o reproche, “el sentimiento de demasiado poco que deja un ser por el cual hubiéramos querido ser amados mucho más”.
Poco a poco el padre pasa a ser un personaje secundario en al unidad familiar, sin que llegara a ejercer la soberanía efectiva. Si miramos las cualidades de Paul Gide descritas, encontramos que se trataba de un hombre inteligente y bueno, muy intelectual pero abierto al divertimento del alma, espíritu brillante, tolerante en sus ideas e irreprochable en sus hábitos. En “Feuillets d’automne” (“Hojas de otoño”), Gide se pregunta si era un hombre feliz, y evoca una confidencia de su madre que le lleva a pensar sobre lo poco que sabían sobre sus pensamientos y comprende como cada uno se lleva a su tumba un secreto a esconder para siempre. Jean Delay cita al final del capítulo algunas reflexiones de Paul Gide, encontradas entre sus papeles. (pg.81).
Capítulo VI: La imagen de la madre
En este capítulo se diferencian claramente dos partes, que de hecho se pueden distinguir en el primer párrafo introductorio, cuando en “Si le grain ne meurt” Gide dice alegrarse de haber retocado la descripción de su madre. En “Feuillets d’automne” aparecen dichos retoques pero siempre dejando entrever lo ya citado. Es como una sobreimpresión que da cuenta de la dualidad de la persona en cuestión, o bien de la ambivalencia de los sentimientos filiales de quien la retrata (pg.83).
Los dos principales rasgos de Juliette Rondeaux, son su protestantismo apasionado y su culto al ideal moral. Racionable y racional, metódica, voluntariosa, obstinada incluso, siempre intentando hacerlo mejor. Tímida y torpe en sociedad, normalmente sumisa en el ámbito familiar sobretodo ante los imperativos de su madre y su hermana mayor -burguesas conformistas y un poco chifladas- aunque a menudo Juliette podría presentar “bruscos accesos de criticar o censurar”, de lo que es un ejemplo el despido masivo del personal a su cargo en la casa, para limpiarlo de personas de moralidad dudosa. Gran ama de casa, entendía el deber en el sentido más estricto y más minucioso. Secundada por la suiza Anna Leuenberger, llamada Marie para evitar confusión con Ana Shackleton, mantenía un orden impecable. Todo quedaba en sus registros, que aún se conservan, incluso los menores gastos. Era muy estricta con el horario de las comidas sin tolerar el mínimo retraso de nadie. Tenía sus ritos en lo que refería a la ropa blanca, sus fechas marcadas para llevar a cabo dichos rituales, etc...
Siguiendo esta línea Delay señala como en los tres domicilios de la sra. Gide se podía apreciar una “limpieza real” en todos sus rincones. Hasta los muebles estaban colocados simétricamente y los sofás y sillas cubiertos por percal blanco. Todo dispuesto en el salón para dar un aire muy “comme il faut”. Las paredes estaban adornadas por tapices elaborados paciente y perseverantemente por la Sra. Gide.
Sin embargo, la Sra. Gide, carecía de gusto tanto para lo que hacía referencia a su casa, como para lo que hacía referencia a su propia persona. Algunas personas que la conocieron la describen como poco femenina, otros como un poco hombruna y algunos niños evitaban besarla porque picaba. Físicamente era muy morena, de fuerte constitución, sin gracia. Tenía algunos rasgos “naturalmente graves y dulces”, aunque no sabía sacar partido de ellos, escogiendo peinados poco favorecedores. Se vestía torpemente, sin gastos inútiles pero tampoco sin simplicidad.
Bajo la influencia de Ana Shackleton, Juliette Rondeaux había adquirido gran respeto por la música, la pintura, la poesía. Tocaba el piano correctamente aunque siempre de forma particularmente mecánica, con el rigor obligado, contando en voz alta.
Dividía las obras musicales, así como las literarias en dos grupos: los buenos y los malos, los sanos y los no sanos según si su moralidad estaba de acuerdo con la moral puritana y victoriana que era la suya. Concretamente en literatura escogía pesados ensayos históricos o de crítica, sobretodo si eran gruesos y enojosos porque para ella era importante el esfuerzo de leer y el mérito que le otorgaba finalizar con ellos. Para ella existían dos clases de libros, los que se tenían que leer y los que se proscribían, según criterios ajenos a su calidad literaria, por supuesto. En este sentido, suponemos lo que debió juzgar de las obras de su hijo, de las cuales sólo aprobó “Las libretas de André Gide” por sus numerosas citas bíblicas. Así pues, la moral era la principal preocupación de la Sra. Gide y a ésta subrogaba cualquier otra.
Su formación era la doctrina calvinista o jansenista. Para ella el “deber era contrariar a la naturaleza al precio del constante esfuerzo” (pg.88), y bajo esta visión educó a su hijo, poniendo especial acento en al pureza sexual. Este puritanismo se extendía al placer bajo cualquier forma. Practicaba estrictamente un culto austero, asistía cada domingo al templo, ayudaba en obras de las misiones protestantes, y escogía los cuidadores de su hijo bajo tal prisma.
Otro rasgo de carácter remarcable era que detestaba cualquier forma de complacerse a sí misma, siempre inquieta y sin descanso en esta insatisfacción propia sin poder soportar a aquellos que sí estaban contentos de sí mismos. En este sentido ella se encargaba de sofocar en André, no sólo cualquier signo de vanidad, sino hasta de amor propio. De hecho aquí nacían numerosas discusiones entre ellos hasta que él callaba y obedecía. Viendo la Sra. Gide que su sistema no funcionaba con su hijo, probó el de su marido pero volvió al poco tiempo, tras perder los nervios, a su disciplina pura y simple. “ El principal combate en la juventud de André Gide fue el esfuerzo, tímido primero, después más y más impaciente, por socorrer el yugo de la autoridad materna” (pg.88). “Las cualidades que mi madre amaba no eran las que tenían las personas bajo su tiranía sino aquellas que ella les deseaba ver adquirir” (pg.89). Para ello se libraba a este constante trabajo sobre los otros.
Cuando Gide habla de la forma de amarlo de su madre lo hace de forma desesperada en “Si le grain ne meurt”: “ (...) imagínense lo que puede ser una solicitud incesable, al acecho, un consejo ininterrumpido, acosador, llevado sobre sus actos, sus pensamientos, sus gastos, sobre la elección de una tela, de una lectura, sobre el título de un libro (...)”. Delay lo describe como un amar mal, aunque lo amó mucho, lo tiranizó por su propio bien según creía ella.
Tras la muerte de su esposo quiso mudarse a un hogar más modesto pero su hermana Claire Démarest se negó aconsejándole que debía mantener su “rango” por el bien de su hijo. Esto “tu lo deber a tu hijo”, tenía un efecto soberano sobre Juliette, ya que acrecentaba su sentido de heroína aunque la vida no le hubiera prestado ocasiones suficientes para demostrarlo.
En este punto empieza la segunda parte de la descripción de la madre de Gide. Ese rostro medio escondido tras la máscara. En algunos pasajes aparece una madre de Gide tímida, inquieta, preocupada hasta llegar a la ansiedad y muy poco segura de sí misma. Ya muy temprano Gide observa qué actitud toma su madre en sociedad, fuera de la casa. En esas ocasiones se convertía en alguien incómoda, violentada “extremamente reservada y temerosa de su propia opinión” hasta llevarla a apartarse. Gide en un pasaje dice “toda contenida por no sé qué vergüenza que yo he heredado de ella y que también me paraliza ante la gente nueva”. A ella no le gustaba ir “al mundo”. Esta inseguridad en ella misma ante tales situaciones, la llevaba a evitar las relaciones al mínimo, quedando encerrada en un estrecho cuadro y limitándose sólo a aquellos deberes de sociedad que creía indispensables. Siempre creía no ser tan buena/estar tan bien como los demás.
Tan sólo en una ocasión vio Gide a su madre comportarse cómodamente en una reunión, en casa de los primos Sausine, donde André entonces adolescente tomaba clases de baile. Tras haber quedado fascinado en aquella recepción de la seguridad de su madre, al salir de la casa se lo dice a ella y provoca una sorprendente reacción. Estando ya en casa ella parece preocupada y le pregunta a su hijo: “¿es cierto lo que me has dicho saliendo de casa de la prima? (...)” (pg. 94).
Así pues, la desconfianza de sí misma y una fuerte necesidad de ser tranquilizada se escondían tras la máscara de autoridad. La Sra. Gide sufría de un cierto miedo de vivir. Al casarse con Paul Gide, quedó desconcertada por su tolerancia, gusto ecléctico y humanismo, acentuando su sentimiento de inferioridad que de hecho ya había tenido cerca de Ana Shackleton.
André Gide ya captó entre sus padres algo de lo incomunicable e intentó explicar las contradicciones de su propia naturaleza partiendo de sus “herencias contradictorias” o al menos contrarias. Hablaba de su madre en otro momento como “persona de buena voluntad”, siempre esforzándose hacia el bien, hacia lo mejor sin descansar nunca satisfaciéndose de su persona, al contrario intentando mejorarse ella y a los otros. Su intranquilidad la lleva a una sumisión cada vez más estrecha a las reglas de la moral. Sometía en su obediencia absoluta a la ley, su necesidad de grandeza pero también de seguridad y encontraba en este apremio tanta salvación (del alma) que quiso hacer beneficiario a su hijo. Éste a su vez dijo que lo que él detestó de su madre, admirándola a la vez, no era lo que ella era sino lo que se hizo devenir, en lo que se convirtió.
Ella se inclinó al deber no por devoción sino por una inclinación natural según Gide. Delay la explica de la siguiente manera: “Quien duda profundamente de sí mismo puede ser llevado por un movimiento natural a buscar reglas de vida estrictas y rígidas. El estado de intranquilidad interior, agravado por una delicadeza de conciencia, tiene a menudo como contrapartida una gran exactitud en la observación de las reglas y deberes, puntualidad, meticulosidad, rigor, formalismo, y hay que decir la mezquindad. Se puede concluir que la máscara de rigor escondía la cara atormentada” (pg.96).
Capítulo VII: La zona de Uzès
En la zona de Uzès, André Gide pasaba su tiempo de vacaciones, básicamente las vacaciones de Pascua, junto a su familia paterna procedente de dicha parte de Francia, en la región de Languedoc. Siguiendo tradiciones inmutables la Pascua era en Uzès, el año nuevo en Rouen en Normandía, donde se encontraba la familia materna, y los meses de verano eran en la Roque-Baignard en Auge, y en Cuverville en Caux.
Paul Gide y familia tomaban el tren hasta Nîmes y desde allí hasta Uzès, “pequeño pueblo de las tres torres ducales y campanario románico” entre campos de trigo, viña y olivos. André sintió muy fuertemente la belleza de estos paisajes durante su infancia, y tenía especial debilidad por la aparición de los narcisos en los prados verdes y solitarios durante la primavera. Solía acercarse a la Fondibian, donde giraba el molino y trabajaban las lavanderas y se quedaba en un islote, aislado “leyendo o soñando, subido a algún árbol y escondido por sus ramas vigilaba el juego de los patos, escuchando el girar del agua en la rueda de molino, el batir de las lavanderas. También a menudo corría hacia las rocas y las escalaba, fascinado por esa zona rocosa, seca, árida...” (pg.100). Dichos juegos siempre los llevaba a cabo solo, ya que en Uzès André siempre estaba rodeado de adultos.
La familia de Uzès, quedó reducida a la abuela y el tio Charles, tras la muerte de Tancrède Gide, el abuelo, en 1867. Vivían en un espacioso pero incómodo apartamento, en el cual todas las habitaciones quedaban comunicadas entre ellas, facilitando encuentros familiares a todas horas.
La abuela de André vivió hasta sus 94 años, así que a diferencia del abuelo, André la conoció bien. Mujer piadosa, buena y amable, era una anciana bastante sorda que vivía con su sirvienta Rose, casi tan anciana como ella. La abuela de Uzès se desvivía por sus visitantes parisinos y les preparaba excelentes comidas típicas locales. La madre de Gide intentaba frenar tal afición a dar banquetes por no ser ni sano ni moral pero nada era “suficiente para el pequeñito” según la abuela (pg.101). Para el pequeñito estas comidas se hacían interminables, ya que sólo eran aquello que le impedía ir a jugar.
La abuela siempre tejía medias, sin que nunca las llegara a terminar ya que las perdía por la casa, o las deshacía y hacía constantemente. Siempre sufría porque creía que los Paul Gide no encontraban en Uzès el confort al que estaban acostumbrados, y su sordera hacía la comunicación con ella realmente difícil. Desde que la vio por primera vez hasta su muerte, André Gide siempre la vio igual (carta pg.102). En enero de 1894, André recibe una carta de su tío Charles en Biskra donde estaba en su primer gran viaje, avisando del grave estado en que se encontraba “aquella que en toda su vida no ha pensado más que en nosotros, en mi quizá más que en tu padre porque yo he sido el niño de su vejez” (pg.103). El tio Charles estaba siempre en Uzès cerca de su madre. André hace un retrato de él en “Si le grain ne meurt” realmente impertinente (pg.103). De hecho se encuentran diferentes similitudes y diferencias entre tío y sobrino que permiten establecer un paralelismo entre sus dos psicologías. De todos modos nos ocuparemos del tío Charles durante la infancia de André en Uzès.
Charles Gide nació y creció en Uzès como su hermano Paul, educados por su padre el presidente Tancrède Gide. Charles hace el juramento de no dejar jamás el pueblo de Uzès pero al terminar sus estudios secundarios, se va a Paris a la Facultad de Derecho en la cual su hermano Paul enseñaba. Mientras Tancrède fue presidente del tribunal, la Sra. Gide vivió en Paris con Charles. A pesar de la gran diferencia de edad entre Paul y Charles (15 años) reinaba entre ellos una gran intimidad. Durante los periodos de vacaciones el aplicado estudiante Charles regresaba a su pueblo natal, renunciando así a los viajes al extranjero. Por las noches Tancrède permitía al joven estudiante Charles salir al café, única distracción del pueblo y encontrarse con otros compañeros, entre ellos Augustin Fabre quien le dio a conocer a Fourier, socialista utópico, que tuvo sobre él una gran influencia.
En 1870 fue movilizado para ir a la guerra y tuvo que interrumpir sus estudios, incorporándose al ejército de Faidherbe. Una vez finalizada la guerra vuelve a Paris y pasa su tesis doctoral, orientándose bajo la influencia de Paul, hacia la economía política. Dos años más tarde pasará la oposición y se convertirá en catedrático de esta joven ciencia en Bordeaux.
Otros focos de su interés eran la astronomía, las ciencias naturales y la química, más tardes compartidos por su sobrino.
En 1878, en un periodo de vacaciones en Uzès, conoce en casa de su amigo Louis Gensoul a Anna Inc Thurn, los padres de la cual de origen alsaciano habían venido a instalarse cerca de Nîmes, en una propiedad llamada “Les Sources” en Bellegarde (nota al pie nº1 de pg. 106). Ese mismo año se casan y en julio de 1879 nace su hija Jeanne. Como profesor en Bordeaux triunfa y es conocido por su sentido del humor. Sin embargo su nostalgia de la región de Midi le hace pedir una plaza en Montpelier para estar más cerca de Uzès, de su madre y de la región de Nîmes donde estaban los padres de su mujer. André lo seguirá viendo tanto en Uzès durante las vacaciones como en Montperlier mismo donde en 1882 tendrá una estancia memorable y donde seguirá yendo durante su juventud no tanto para ver a su tio sino para ver al joven hermano de un colega de Charles en la facultad de derecho, Paul Valéry.
Capítulo VIII: Rouen
André Gide desde su infancia estuvo también en contacto con la tierra de Normandia, entorno de su familia materna.
En 1832 su abuelo materno, Edouard Rondeaux compra la casa situada en la Calle Crosne con Fontenelle. Tras su muerte queda su esposa Julie Rondeaux con los niños, hasta que estos se casan y se queda sola con Ana Shackleton, su dama de compañía trasladándose a Paris, en el Boulevard Montparnasse.
Una vez al año reunía a todos los suyos, en el día de año nuevo, y tras su muerte esta tradición fue retomada por Henri Rondeaux. Así cada año a finales de diciembre la familia de Paul Gide llegaba a la enorme casa rouanesa, y tan pronto llegaban la Sra. Gide enviaba a su hijo a la sala de estudio del segundo piso para que escribiera una carta a su abuela de Uzès. De esta obligación ritual André dirá que le “envenenaba la fiesta”. Tras largas discusiones entre madre e hijo se terminaba la cuestión con un “no saldrás de esta habitación sin haber escrito esta carta” (pg.110). y ella se quedaba allí con su hermético mutismo.
Así en esa sala se inició a los asuntos de la escritura, a los cuales tanta afición cogería más tarde. En la misa habitación había pasado también momentos menos amargos, ya que era el lugar donde su madre y Ana pasaban largas horas, una tejiendo sus tapices y la otra bordando. Él mientras tanto miraba por la ventana el florecer de distintos tipos de flores que anunciaban el buen tiempo.
La vida pasaba sin historia en la “amable” casa de la Calle Crosne. “Ah! Qué interior aquel. Tibio, húmedo, discreto y un poco severo pero cómodo, honesto y agradable. La campanilla de la entrada, las plantas, la luz tamizada y tranquila proveniente del tejado de vidrio, el salón Louis XVI (...). Las largas banquetas de terciopelo verde perfectas para echarse a leer.... Todo esto evoca el tranquilo confort de una gran casa burguesa y provincial de los años 1880” (pg.110).
Henri Rondeaux era un industrial que dirigía una fábrica de impresión de tejidos en Houlme, cerca de Rouen. André Gide hizo un preciso retrato. “Mi tío Henri era la “crema” de los hombres. Dulce, paternal, incluso un poco “confitado”. Su rostro tampoco tenía ningún carácter, (...)” (pg.110). Por lo que se sabe de la vida de Henri Rondeaux nada confirma estos datos, sino al contrario su conversión al catolicismo da cuenta de sus fuertes convicciones, las cuales siguió a pesar de su madre y el entorno famliar, a los 25 años de edad. Además hasta su muerte en 1882 vivió una gran prosperidad y ganancias y ampliaciones sucesivas en su negocio.
Henri se había casado en 1852 con Lucile Keittinger, también nieta e hija de industriales rouenienses. André la describe como “persona de orden, de buen sentido y gran corazón, doblaba exactamente a su marido y la considerábamos superior, ya que hace falta un hombre muy inteligente para, teniendo iguales cualidades morales, quedar por debajo de su mujer” (pg.111). Los Rondeux-Keittinger eran muy católicos y nada republicanos en el sentido del laicismo. Leían periódicos piadosos y contrarios a Jules Ferry ( al que sí apoyaba André). Este catolicismo sólo lo seguían Henri y su familia pero no los Gide ni los Démarest, los otros tíos de André.
Guillaume Démarest, proveniente de familia católica, se casó con Clara Rondeaux y sus hijos fueron educados en el protestantismo por ser la religión de su madre.
Sus hijos, primos de André, eran Maurice (1844), Albert (1848) e Isabelle. Eran mucho mayores que André y le parecían ya personas mayores, viviendo en otro mundo diferente al suyo, a excepción de Albert, que a pesar de la diferencia de edad (20 años), tuvo una gran influencia sobre André. También los Démarest vivían en Paris y se trasladaban a Rouen por sus vacaciones.
A pesar de las diferentes opiniones sobre política y religión de las tres mujeres de la familia, Juliette Gide, Lucile Rondeaux-Keittinger y Claire Démarest, se llevaban perfectamente entre ellas, siendo las tres “modelos de decencia y honestidad” dicho por André Gide en “Et nunc manet in te”, al homenajear a parte de a su madre y a Ana Shakleton, a sus dos tías. Tenían todas un espíritu de familia, de casta, muy desarrollado. Su expresión “nos debemos” lo representa muy claramente. Además las tres coincidían en criticar muy severamente a su otra cuñada Mathilde, mujer de Émile Rondeaux, que vivía también en Rouen.
En la calle Lecat vivían la familia Émile Rondeaux con sus 6 hijos. Émile se casó con Mathilde Pochet en 1866 y desde el principio la familia rouenesa criticó tal matromonio. Los 6 hijos eran: Madeleine (1867), Jeanne (1868), Valentine (1870), Édouard (1871), George (1872) y Lucienne de la cual nadie habló jamás en ninguna biografía. Al cabo de unos años, el matrimonio se divorcia, suponiendo un hecho sin precedentes en la familia. Los que conocieron a Émile Rondeux lo describieron como distinguido y bueno, cultivado, de gran dignidad, gran honestidad pero poco enérgico. Nacido el 8 de mayo de 1831, hizo sus estudios en la institución Lévy de Rouen como sus hermanos, después estuvo a partir de 1855 asociado a la fábrica de tejidos de su padre. Tras la muerte de éste quedó responsable de una gran fortuna, dejó a Henri dirigir los negocios y él quedó como administrador de la zona de Cuverville-en-Caux que también le llegó pr sucesión. Al mismo tiempo se ocupaba de numerosas obras sociales. Como no tenía una obligación fija, viajó mucho, haciendo largas estancias en Suiza, Italia y sobretodo en Egipto donde navegó varios meses por el Nilo con su amigo Gustave Rocquigny y el joven egiptólogo Devéria, hijo del pintor Achille Devéria. Émile tenía ya sus 35 años y todo apuntaba a que se quedaría soltero, cuando conoció a Mathilde Pochet. Ella con 21 años ya era muy seductora. Tenía una belleza morena y aires de cierto descuido que la podían hacer pasar por criolla. Efectivamente había nacido en Isla Mauricio pero pertenecía a una vieja familia de comerciantes. Habiendo perdido a su madre muy pronto, fue educada por un padre indulgente en una hermosa finca de la costa “hauraise”. Acostumbrada a una vida lujosa y fácil, apareció a la familia Rondeaux con aires exóticos y cosmopolitas. Su belleza sensual, su elegancia, sus costumbres de indolencia y placer no eran habituales en ese medio austero. Así como Paul Gide fue aceptado de golpe, Mathilde Pochet despertó enseguida recelos y reticencias. Ella es la tía Lucile en “La puerta estrecha”, las actitudes de la cual chocaban a la madre del pequeño Jerome e inspiraba a éste “un sentimiento de turbación, mezcla de admiración y espanto” (pg.114).
Cuando André Gide tenía 13 años, descubre las infidelidades de su tía a través del desespero de su prima Madeleine, y éste fue uno de los acontecimientos más importantes de su juventud.
André se encontraba con sus primos en Cuverville-en-Caux, lo que corresponde a Fongueusemare en “La puerta estrecha”. Se relacionaba poco con sus primos, mientras que con las tres niñas, a las que llamaba “sus tres hermanas” simpatizaba mucho. Las tres tenían caracteres bien diferentes: Madeleine, la mayor, era dulce, buena, grave y afectada por una “secreta tristeza”. Jeanne era alegre, juguetona y atrevida, y Valentine era novelesca y con un “sentido extraordinario del misterio” (pg.114). La casa de Cuverville era para Gide la casa de sus primas. En “La puerta estrecha” es descrita detenidamente enmarcando el amor de Jerome por Alissa, trasposición del amor de André por Madeleine, quien más tarde se convertiría en la Sra. André Gide.
Cuverville era la casa de campo de los Émile Rondeaux y la Roque-Baignard era la de los Paul Gide, de la cual André habla en una carta a Francis James como del “paraíso perdido” de su infancia. Era un viejo castillo que había pertenecido a los Labbey de la Roque antes de ser propiedad de Édouard Rondeaux. Se encontraba en un islote rodeado por un estanque y destacaban tres cuerpos, todos de épocas diferentes. En los ángulos del islote se levantaban pequeñas torres. Más allá del estanque había un palomar. En La Roque, André se encontraba aislado, separado del mundo por un puente de ladrillos que substituyó al antiguo levadizo. Era una propiedad tan grande y variada que André casi nunca salía de ella. La exploraba junto a su compañera de verano, Ana Shackleton con la cual hacía un herbario. En el estanque había truchas, y el sobrino de Bocage, quien había sido guardacaza en la niñez de Juliette Rondeaux, le enseñaba a pescarlas, aunque la atracción principal en La roque era el bosque, que tenía un aire misterioso para André. De hecho tuvo un gran disgusto el día en que su madre le muestra en un mapa los límites del bosque ya que esto hizo disminuir la atracción que sentí André por él, perdiendo lo de misterioso y desconocido que tenía.
Muchas de las casas que conoció André durante su infancia en el país de Caux y el país d’Auge, fueron los marcos de muchas de sus novelas: Cuverville fue como decíamos Fongueusemare en “La puerta estrecha”, La Roque fue La morinière en “El inmoralista” y Formentin fue Quartfourche en “Isabelle”.
Igual como André pasaba una parte del verano en Cuverville en “la casa de sus primas”, ellas también iban 15 días a La Roque-Baignard. La llegada de las tres hermanas era el acontecimiento más esperado.
Capítulo IX: Reflexiones sobre las dos familias/p>
El prefacio de Thierry Maulnier de “Nourritures normandes d’André Gide” señala la importancia de los materiales que conforman una obra. No son la obra en sí misma pero ésta sería diferente si los materiales y situaciones fueran diferentes. André Gide fue consciente de la importancia de su herencia y de los elementos y alimentos que esta le aportaba, pero tendió a exagerar las diferencias entre las dos familias al querer explicar mediante las influencias contradictorias de las dos provincias francesas y las dos confesiones, no sólo su ambigüedad innata sino también su vocación de árbitro y artista.
Bajo el título “Herencia”, Gide publica en 1920 un interesante artículo en la nouvelle Revue Française que fue también reproducido en “Morceaux choisis” y en “Si le grain ne meurt”. ( En un párrafo de la pg.120 se define como producto de estas diferencias que dialogan en él, y que sólo consigue establecer un acuerdo entre ellas mediante la obra de arte.).
El hecho de que Gide sea un producto de cruces le llevará a ser un ser de diálogo y le hará tener una vocación de árbitro, obligado a la conciliación de contrarios por sus disensiones, desacuerdos internos y una vocación de artista llevándole a instrumentar en un contrapunto harmonioso las voces disonantes de sus dos sangres.
En otra carta a Francis James hace referencia de nuevo a estas diferencias regionales y religiosas, pero en su 60 aniversario en su “Journal” añade la tercera, la astrología. Gide encuentra que el día de su nacimiento la tierra sale de la influencia de Escorpión para entrar en Sagitario. Esta puntualización astrológica no volverá a aparecer y sin embargo las diferencias en confesión religiosa, provincias francesas y en las dos sangres serán citadas y repetidas con la insistencia de un “leitmotiv”.
Si echamos un vistazo al punto referente a la diferencia de religión vemos que en la vida de Gide no es un elemento importante, ya que él fue protestante y su relación con los Rondeux, los católicos de la familia, era muy escasa. La bisabuela, la abuela y la madre de Gide pertenecían a la iglesia reformada, siendo en el caso de su abuela un protestantismo ardiente traspasado a Juliette de la cual su padre se ocupó poco. (Los hombres eran librepensadores y las mujeres protestantes). Hubo más tarde otra aparición católica en la familia, al casarse Henri Rondeaux con la “muy católica Srta. Lucile K.” (1852) y por ese motivo escribe Gide “(...) la casa de mis padres se convirtió en católica, más católica y bien-pensante de lo que jamás fue”, pero no hay que olvidar que esta intromisión de los papistas acentuó la resistencia. André Gide de niño no pudo obviar la silenciosa reprobación de su madre y su tía Claire ni la indignación de su primo Albert Démarest, al ver sobre los muebles del salón periódicos “bien-pensantes”.
Así pues todas las familias tanto Gide como Rondeaux eran protestantes a excepción de los citados Henri Rondeaux con los cuales André Gide no tuvo apenas relación. No sólo esto, sino que por las dos líneas, tanto la paterna como la materna, se daba mucha importancia a los recuerdos de las persecuciones que había sufrido el protestantismo francés, así como a las emigraciones a las que se vieron forzados sus antepasados. Tanto en una como en otra familia encontramos los rasgos característicos de la mentalidad protestante francesa:
Así como no podemos hablar de la diferencia de confesión religiosa, sí son evidentes las diferencias respecto a las provincias de las dos familias. Una nórdica, la de la madre, normanda antes del siglo XVIII, y la otra meridional desde el siglo XVI con además origen italiano.
En “La Normandía y el Bajo Languedoc” Gide hace una hermosa descripción de su mezcla en relación a paisajes y productos de las dos zonas. Esta parte del eclecticismo no es la comprometedora, pero sí lo es la apreciación de la mentalidad de los indígenas que siempre puede ser tendenciosa e influenciada por factores afectivos. En su oposición de las dos formas de ser, Gide dirá:
Todo lo descrito de la zona de Uzès corresponde perfectamente a la descripción de su padre Paul Gide. Pero también era de allí su tío Charles desprovisto de toda finura, risa o poesía, siendo bien severo. Así mismo, todos los rasgos descritos de la zona normanda responden a los rasgos maternos pero, ¿son propiamente normandos?.
André Gide ve en el matrimonio Gide-Rondeaux un cruce de razas y él mismo es el producto de este cruce. No negamos las diferencias psicológicas entre nórdicos y meridionales pero simplemente se deben atribuir a orígenes étnicos. Además deberíamos cuestionarnos sobre el caso de que los dos padres hubieran sido de la misma zona, ¿Gide no hubiera estado entonces dividido?, ¿la unidad de origen provincial le hubiera dado la unión así como su dualidad le dio la división?. Esto sería otorgar a la tierra y a los muertos virtudes muy determinantes. Diversos autores como Schreiber y Thibaudet hacen interesantes estudios sobre todas estas cuestiones.
La ambigüedad no es un producto regional, ni el producto de “influencias contradictorias” de dos regiones, y así vemos los ejemplos de Flaubert, Montaigne, Baudelaire, Dostoievsky todos sufriendo la cohabitación de sentimientos contradictorios.
En cuanto a la explicación de la vocación de árbitro y de artista, también es vaga. Citando la frase de Gide en “Si le grain ne meurt” de “a menudo me persuado de que ...” se podría decir que se trata de eso, de una simple auto-persuasión lo que mantendrá esa teoría. En palabras de Pascal, son razones aparentes, no son más que pretextos.
Dicho de otro modo, las influencias psicológicas llamadas étnicas serían más dadas por una herencia social de las tradiciones que por una herencia biológica. En Geopsicología recaería el acento en la noción de raza, y en Sociopsicología en la de clase o influencia social, y así podemos decir que, a pesar de las diferencias “raciales” que Gide señaló, sus dos familias pertenecían a la misma clase social.
Los dos bisabuelos de Gide eran, antes de 1789, ricos. Los dos fueron arruinados por la Revolución y de hecho a Charles Rondeaux-Montbray de poco le cuesta la cabeza, aunque tan pronto salió de la cárcel empezó a rehacer su fortuna y en 1802 construyó una hilatura hidráulica de algodón. Su hijo Édouard siguió con la empresa y siguió el consejo de su vecino en el campo, Guizot, de “enriqueceros”.
Por otro lado, el hijo de Teofilo Gide, el presidente Tancrède Gide, que tenía otros valores, se contentó con una posición material modesta y vivió con su retiro de magistrado.
Cuando nació André Gide, la fortuna venía exclusivamente del lado materno. La burguesía materna era la llamada capitalista, clase propietaria y trabajadora. El esfuerzo de las generaciones iba encaminado a lo práctico y al beneficio. Sus antepasados tenían cierta cultura pero eran sobretodo hombres de acción. Muchos de los rasgos que atribuye Gide al carácter normando en realidad son rasgos burgueses, como la importancia de la propiedad, del dinero, la importancia de los signos externos de prosperidad y respetabilidad, y la preocupación por el conformismo, las conveniencias y el mantener su rango.
La de los Gide por otro lado, es una burguesía más intelectual y liberal, sin fortuna, hecha de universitarios y magistrados más preocupados por la cultura que por los bienes materiales. La despreocupación que Gide cita como propia del Languedoc haría referencia a ese menor interés por lo terrenal, y la finura a la que alude se referiría al tipo de profesiones que obligan a la sutilidad, a sospesar argumentos, etc... habituales en el caso de los juristas. André Gide representa a su padre como heredero de una tierra greco-latina sin negar la influencia del Bajo Languedoc.
Todo esto lleva a confirmar que lo importante son las diferencias sociales, profesionales y culturales y no solamente la parte étnica de la diferencia entre familias, y aún menos en un país como Francia en el que bajo la aparente diversidad se encuentra una incontestable unidad. Además en el caso particular de André Gide, sus antepasados por los dos lados eran grandes patriotas, y lo demostraron con sus actitudes en las diversas guerras e invasiones.
Al hablar de diferentes sangres, Gide hace una metáfora literaria, ya que como hemos venido diciendo no se trata de algo heredado cromosómicamente, sino de algo adquirido.
No hay nada más coyuntural que querer interpretar retrospectivamente las similitudes psicológicas llamadas hereditarias.
Los caracteres de Paul Gide y Juliette Rondeaux, eran bien diferentes pero parece que su hijo las quiso exagerar, ya que intentaba explicarse por estos antagonismos, rechazando así la división de base y su dificultad de ser, sobre las ancestrales responsabilidades de herencia.
Todo hombre que se analiza sinceramente, reconoce más o menos en él la cohabitación de contrarios y la ambigüedad es en él natural hasta cierto punto. Sólo por un esfuerzo de voluntad se llega a la decisión y la acción, pero si se queda dividido y se busca permanecer así, aparece el problema de carácter. Se trata menos de una cohabitación de sentimientos contrarios que de un encaramiento a estas contradicciones y una complacencia sospechosa menos preocupada en resolverlas que en entretenerlas. Es ahí donde reside la deformidad de carácter de la cual Montaigne ha hablado tan insistentemente como Gide.
En el génesis de esta costumbre, intervienen al menos en una parte, las primeras actitudes afectivas vis-à-vis de los padres, las reacciones de identificación y de oposición esenciales en la formación del yo. Estas actitudes me parece que tuvieron un gran papel en la forma en que Gide interpretó sus herencias, representándose como fruto de contradicciones cuando en realidad era producto de una misma tradicion protestante, burguesa y francesa.
André Gide mismo reconoce motivos para no quejarse de sus familias. Por el lado padre, encontró altas cualidades intelectuales y morales, tres hombres remarcables, Tancrède, Paul y Charles Gide. Por el lado madre, tuvo una familia rica, trabajadora, estimada, las ventajas y virtudes burguesas. Una madre evidentemente abusiva pero también “tres hermanas” de las cuales una, Madeleine, le dio a su vida lo que ella tuvo de más valioso.
El Bajo Languedoc daba a sus vacaciones un decorado de luz, paisajes de viñas, olivos, las garrigas, el canto de las cigalas. Normandía ofrecía grandes y bellas casas, bosques profundos, un campo fértil, graneros en abundancia. “Acallar uno de los dos países sería ingrato”.
Los recuerdos felices, a menudo soleados de las primaveras uzetianas y los veranos normandos contrastan con lo que Gide llamó su “tenebrosa infancia”, como si hubiera querido enfatizar en exceso la parte de sombra.
La jeunesse d’André Gide, Jean Delay II
NODVS IV, desembre de 2002