Excercise #2. Misplaced Scriptures
Apuntes del Seminario de la tétrada "Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis". Módulo A. Pulsión. Circuito corporal de la pulsión parcial. Impartido por Rosa Calvet.
El presente articulo nos ofrece una interesante lectura sobre el ejercicio "Misplaced Scriptures" perteneciente la obra Three excercises about God del fotógrafo colombiano Felipe Romero Beltrán, desde los conceptos que nos presta la orientación lacaniana. El propio autor dice sobre su trabajo:
En mis viajes a Israel, como fotógrafo documental, realicé imágenes en el momento de lo sagrado, es decir, mientras rezaban o leían la Torah . Lo interesante es que la palabra/el verbo siempre aparece. Pensando en está relación verbo-imagen, la naturaleza de la fotografía digital (a diferencia de la analógica) es escribirse en un código con lenguaje propio (lenguaje binario), traduciendo las frecuencias de luz a dicho lenguaje y luego ese lenguaje nuevamente a luz (lo que vemos en la pantalla).
Lo que hice en este ejercicio fue introducir aquellos rezos de la Torah, invisibles en la imagen, en el código binario de cada fotografía. Al encontrar dos lenguajes distintos (en la Torah y el código binario digital), la imagen genera errores. Errores donde literalmente está escrito el texto de la Torah.
Felipe Romero Beltrán, lenguaje, escritura, fotografía.
«Vio Yavé que se acercaba para mirar, y le llamó de en medio de la zarza: «¡Moisés! ¡Moisés! Él respondió: «Heme aquí». Yavé le dijo: «No te acerques. Quita las sandalias de tus pies, que el lugar en que estás es tierra santa.» (...) Moisés se cubrió el rostro, pues temía mirar a Dios.»
Ex. 3, 2-3
«Todo ojo lleva consigo su mancha.»
Georges Didi-Huberman, Lo que vemos, lo que nos mira.
«Los no incautos erran.»
J. Lacan, Seminario XXI.
«Algo de lo materno recorta, significa.»
M. Bassols, Lo femenino, entre centro y ausencia.
Es del lado del lenguaje que el trauma abre lugar[1]. En uno de los seminarios de la Secció Clínica de Barcelona se hacía alusión a esa cuestión, que se detallaba con el hecho de que nacemos inmersos en una escritura cuyos signos desconocemos y que la tarea que ocupa un papel central es la de dar sentido a ese código, es decir, ofrecer, «desprenderse de» algo a favor de dar cabida a lo «vivible».
Ese asunto me llevaba a reflexionar sobre ese «dar» sentido como un espacio entre dos puntos, como una franja que se abre entre lo que se dice y lo que se escucha, o entre lo que se escribe y lo que se lee. Esas dos tierras llevan implícita la necesidad de una elección, si bien se trata de una elección paradójica. Ésta consiste en la construcción de ese área intermedia, es decir, en la elaboración de ese lugar a priori indeterminado, y no en la elección de uno u otro litoral. A saber: la elección puede definirse como la asunción de un hacerse habitable a ese espacio intermedio, contrarrestando, desviando, así, la pulsión de muerte. Dar sentido implica un breve desprendimiento (en contra de la rigidez del signficado), a fin de no desprenderse del todo. El hacerse habitable a algo se construirá como un estado que es siempre proceso, el estar pasando permanentemente de un lugar a otro: en defintiva, se trata del trayecto recurrente para pasar de un espacio (una reserva, un lugar neutro) a un lugar (un espacio marcado, «manchado»). En ese sentido, hacer-lugar se entenderá como un hacer-hábitat, en tanto que hacer-marca (visual y simbólica).
Situémonos, entonces, en el siguiente punto de partida: el espacio que urge de sentido no es realmente mi orilla (mi voz propia) ni tampoco la orilla donde habita el otro (su relatar), sino ese lugar intermedio, es decir, el lugar donde mi verdad mueve sus límites para hacerse sentido, es decir, para hacerse habitable.
Ahora bien: ¿existe relación «describible» entre ese lugar-marcado, intermedio, y el lenguaje o es un lugar a-verbal? ¿Puedo referirme a él mediante el lenguaje, describirlo, desmenuzarlo, aproximarme a él, o acaso es la distancia la que posibilita ese sentido?
Lo que el otro escribe o dice es un territorio inaccesible. Lo que uno lee o escucha es un espacio efímero. Así, pues, la elección tiene que ver únicamente con la selección (por lo general, inconsciente) de la materia que, en tanto que vertido simbólico, hará del lenguaje un espacio de vida, de transcurrir. El hecho de utilizar el verbo «transcurrir» (del latín transcurrere) no es casual, pues conlleva el que ese margen no será nunca, sino que estará en constante construcción, dado que su principio ontológico tiene que ver, como se introducía, con un transitar de un espacio hacia otro, es decir, con una resistencia hacia lo que de estático tiene lo limítrofe.
La imagen, y de manera evidente la imagen digital, se sustenta sobre unos principios de construcción binaria. El punto y la línea, cero y uno. De igual manera, se imprime y se dice el goce fálico. La aproximación, la imprecisión que proponen las fotografías de este ejercicio es fallo para la imagen binaria, lo que equivale a la exactitud imprecisa que el lenguaje poético es para el significante. Intentemos, pues, detallar cómo ello acontece.
Misplaced Scriptures consiste en la captación de fotografías en momentos de culto, concretamente, en escenarios del rezo de la Toráh en Israel. El punctum de la imagen se produce mediante la inyección de fragmentos del texto sagrado traducidos al lenguaje binario (propio de la fotografía digital), lo cual da lugar a una mancha en la imagen fotográfica. Es decir, la acción consiste en introducir lenguaje verbal en la imagen, lo que da lugar a un error, a una falla. Nos encontramos, pues, con dos entidades: la imagen, en tanto que objeto visual icónico derivado de la ceremonia de culto, y la mancha, en tanto que fallo de imagen. La fusión entre palabra e imagen da lugar a un error, pues el código binario hace fallar la palabra. Esas áreas de error binario se abren como pequeños «continentes negros», como huecos de indeterminación ‒la imagen ha fallado y la palabra está oculta.
Es de interés para ello citar la explicación que Miquel Bassols ofrece:
«Entre centro y ausencia [de imagen] se abre así un espacio que ya no puede funcionar según la lógica de la presencia y de la ausencia, del uno y del cero. Entre el uno y el cero, hay un espacio imposible de recorrer por entero (...)».[2]
A lo que añadía que:
«Lo femenino aparece (...) como el Otro lado de la posición fálica [binaria], de la protesta masculina. En Freud este Otro lado de la posición fálica quedó nombrado (...) como el famoso «continente negro» de la feminidad, como un espacio desconocido, como la eterna incógnita de lo femenino (...).
En el continente negro de lo femenino no hay ni definición ni una identidad precisa de los elementos. (...) Es un lugar de un exilio interior del ser hablante.»[3]
El ejercicio puede describirse, pues, como una serie de imágenes cuyo resultante consiste en la apertura de lo feminino en la imagen de código binario.
A ello puede añadírsele una lectura más. Y es que lo que tiene imagen-pero-no-palabra (la falta de Dios, la fotografía ‒el sentido: lo masculino, en este caso) es «herido», «marcado», por lo que tiene palabra-pero-no-imagen (la huella de Dios, el rezo ‒el significante: lo femenino). En defintiva, se trata de un acto de dar asistencia a la huella de lo sagrado (que no a lo sagrado mismo), con un objeto resultante: una serie de fotografías a modo de objeto casi-reliquia, o que habría asumido el carácter de la reliquia ‒trozos de palabra de Dios, hechos cuerpo, hechos imagen (fallida). Por tanto, esos supuestos restos «fuera de lugar», no están sino en un lugar que les es propio, puesto que, aquí, lo que caracteriza la imagen, su punctum, es, justamente, su carácter fallido (no binario, errático en la lógica de lo fálico). Esa quiebra, esa rotura (de imagen), junto con la inaccesibilidad a la palabra son las particularidades que aproximan la actividad fotográfica de Misplaced Scriptures al rito.
En una asociación entre lo limítrofe y el lenguaje (el verbo, la palabra), aquí el límite se expone como una latencia ‒la (re)presentación gráfica de la ceremonia‒ pero no practicado ‒se interrumpe mediante la mancha que, paradójicamente, es mancha de lo lingüístico. El ejercicio supone la asunción del trauma, de ese trauma original, como lugar de lo visible. De hecho, la única visibilidad del trauma es la mancha.
Diría Jacques Lacan que el sentido (es decir, esa elección) dependerá del goce, lo que equivaldría en palabras de S. Freud a decir que el sentido será en función del trauma (sexual) y de su represión. La articulación de ese goce ligado a una significación es lo que dará lugar a una huella, a una marca. Es decir, ese espacio acontecerá lugar en tanto que se produzca marca en él. Con ello puede asumirse que es la huella la que hará pasar del espacio (no asistido) al lugar (reiterado), al hábitat.
Si se busca el origen etimológico de la palabra «fallar», vemos que el término homónimo en latín conecta con «falta, defecto». Si, continuando en esa línea, si se insiste sobre cuál es el origen del significante «falta», ello da como resultado el «fallita» latín, que tiene que ver con «carencia, fallo». Es decir, que fallar y faltar muestran una interrelación.
En el mismo seminario se recordaba la existencia de una escritura que no escribe nada, que sólo deja marcas, y que ésa consiste en la pulsión: una porción que hace que la circunferencia nunca cierre (o que, por fallo, se vuelva elíptica); un resto no decible, una tensión sin objeto. O, mejor dicho: una tensión que es objeto. La falla, el margen de «error» que conduce al espacio más lúcido de posibilidad. Es ese «faltar» el que hace el espacio de lo vivible: es decir, el que permite pasar de lo imposible de soportar (aquí, la imagen de ‒o que remite a‒ lo sagrado) a lo imposible de decir (lo sagrado mismo).
En Misplaced Scriptures la imagen es marcada por la Palabra. Si el encuentro contingente es siempre con (por o a través de) lo lingüístico, puede afirmarse que, de manera general, la imagen es por la palabra. Aquí, la palabra hace fallar la imagen, hace faltar la imagen. Es esa falla la que le concede a ésta la condición de lo transitable, la apertura hacia una totalidad (Dios) que sólo puede definirse a partir de la asunción de la falta, de un no-definir-del-todo (la imagen). Eso equivale a decir que Dios, palabra e imagen hacen lugar en la fractura.
En definitiva, esta propuesta consiste en un ejercitarse en la imagen agujereada por el lenguaje. Volvemos con ello al punto de la distinción de dos lugares: la imagen, por un lado, y lo que esquiva o rompe la totalidad de imagen, por otro. La mancha que falla no tiene bordes, pero tampoco tiene centro, no invalida ni determina nada. Sólo marca. De hecho, si existiese imagen de lo sagrado, ésta sólo podría desvelarse en un intento-de-imagen, lo que en palabras de Roland Barthes equivaldría a decir en un «susurro del lenguaje». Es la alteración la que se aproxima a lo indecible, mientras que, paradójicamente, el límite invalida lo preciso.
[1] Apuntes del Seminario de la tétrada Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Módulo A. Pulsión. Circuito corporal de la pulsión parcial. Impartido por Rosa Calvet.
[2] Bassols, Miquel. Lo femenino, entre centro y ausencia. Buenos Aires: Grama Ediciones, p. 21
[3] Bassols, M. Ídem., p. 34-35
Excercise #2. Misplaced Scriptures
NODVS LV, juny de 2019