El Uno de la discordia y nuestro hacer con el síntoma
Recensión del trabajo realizado hasta ahora en el Seminario optativo de la Tétrada, “Del síntoma al Sinthome”.
La concepción del síntoma constituye un elemento fundamental de la orientación lacaniana en psicoanálisis. Pensar una política del síntoma exige una actualización constante, frente a los modos contemporáneos en que la demanda de sentido y el reconocimiento del derecho a gozar se presentan en los pedidos de tratamiento. La orientación por lo real requiere una explicitación en el modo de pensar la interpretación y la transferencia.
Síntoma, fantasma, sentido, referencia, interpretación, transferencia.
¿Cómo pensar lo específico del psicoanálisis en relación con otras prácticas? ¿Cómo distinguir lo propio de nuestra orientación y cómo hacerla posible en un contexto de época distinto? La vuelta a los conceptos fundamentales es la única forma de mantener el norte, sin dejar de situar y tener en cuenta lo que cambia.
El concepto de síntoma es uno de los elementos que nos permite mantener el rumbo.
En Comandatuba, Miller planteó el “discurso hipermoderno”1, no configurado como el reverso del psicoanálisis, sino como su triunfo aparente. En su matema, objeto, sujeto, S1 y S2 están en los mismos lugares que en el discurso del analista. Sin duda, el valor o la significación que cada uno toma es distinto.
Producir esta diferencia es condición para un psicoanálisis hoy, cuando el objeto ha ascendido al cénit, cito a Miller, “se impone al sujeto sin brújula y lo invita a atravesar las inhibiciones”2.
Recibimos a sujetos cuyo malestar no se articula en términos de represión o inhibición. Su derecho a gozar es un punto de partida y formulan una demanda de adecuación: ¿cómo culminar la integración del goce en el yo, del modo más armónico, pero sobre todo más eficaz desde un punto de vista contable, cuando lo más parecido al juicio final adquiere el rostro de la evaluación? Posición más afín a la del obsesivo, que aspira a integrar el goce en el yo, aún cuando el síntoma ha planteado su objeción. Miller, en El partenaire-síntoma, destaca una observación de Freud, en El yo y el ello, sobre la capacidad del yo para incorporarse al síntoma – y así reducir su inicial alteridad, “haciéndose su amigo”3.
Más allá de la neurosis obsesiva, esto concierne a la posición subjetiva fomentada por el discurso hipermoderno. Hay astucias que el discurso corriente facilita al que aspira a tal integración. Las nupcias precoces entre síntoma y fantasma – no el fantasma construido en la cura, sino el dispositivo inicial en toda su potencia de significación –, expuestas sin velo, se amparan en la fórmula yo soy así, también en el uso por el sujeto de una nominación común en la que el modo de goce al que no quiere renunciar se justifica. Como, por ejemplo, el reconocimiento de entrada de cierta “adicción” irrenunciable u otra condición –sexual o no– excluída del contrato analítico.
Esto no es incompatible con un sujeto que sitúa su malestar en la relación con un partenaire o en la imposibilidad de encontrar uno a medida. Este puede servir como una extensión del yo que no debiera hacer obstáculo al goce que se trata de asegurar, por inadecuación cuando existe, o por la imposibilidad de encontrarlo si no lo hay. Aquí, los términos masculino y femenino, él y ella, pueden usarse para articular los términos de una discordia reducida al contratiempo. También en parejas homosexuales. Si el otro (hombre o mujer) no se adapta, si no cumple con lo que se espera, puede ser sustituído o complementado. La perspectiva de la pluralización, normalizada por las prácticas del poliamor, legaliza el proyecto de construir un partenaire completo, que no deje fuera ningún resto de goce.
Política del síntoma
Nuestra política es la del síntoma, de principio a fin. ¿Cómo restaurar su dimensión propia como real de un modo que abra, causándola, la tarea analítica? Ello supone contrariar las significaciones imaginarias sostenidas por una interpretación previa, implícita o explícita, que lo volverían impermeable al dispositivo.
En el Seminario II: El yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica, Lacan plantea el problema de la constitución del síntoma analítico en términos que resuenan en el contexto actual, en los que subraya la “acción del analista”4 como dimensión de su interpretación.
Se refiere al sueño de un analizante donde elementos dispersos representan al analista. Comenta: “Si el sujeto tiene este sueño, es […] que el analista ya le ha formulado: ‘En esta historia se trata de ti”5. Y más adelante precisa: “El síntoma […] no queda propiamente resuelto cuando el análisis se practica sin poner en primer plano la cuestión de saber sobre qué debe recaer la acción del analista […]”6.
Se trata de lo que Freud planteó en Recuerdo, repetición y elaboración: “Conseguimos dar a todos los síntomas de su enfermedad una nueva significación basada en la transferencia”7. En Lecciones introductorias precisa que así “conseguimos apoderarnos de los síntomas”8. Fórmula freudiana de lo que solemos llamar la producción de un síntoma analítico.
Que Freud no escriba Sinn, sino Bedeutung 9, en este caso, nos invita a destacar que, si se trata de producir una vacilación en la significación, provocando una apertura al dispositivo, la cuestión es cómo el analista como tal ocupa ahí, no el lugar del Otro, sino el de la referencia, caracterizado por su opacidad, su indiscernibilidad. Hacerse el referente indiscernible de los significantes del síntoma implica aislarlos en su valor de S1 sin un S2 que los explique. Opción que todavía se vuelve más urgente precisar y hacer efectiva cuando, como planteaba Miller también en Comandatuba, el lugar del saber en el discurso hipermoderno se caracteriza por su valor de semblante, pero en la perspectiva de un relativismo radical que aleja toda función de cuestionamiento o de bordeamiento de un real.
Oponemos, en ese lugar preciso, la objeción viviente de la presencia del analista, también de su silencio, a todo sentido que apunte a reducirlos. Es un modo de pensar el modo preciso en que el analista puede ocupar el lugar del S2 al que apela el significante del síntoma. Ocuparlo, sí, pero no para dar significación o sostenerla, sino para objetarla, obstaculizarla. Este es el modo de inclusión del analista en el síntoma que conviene poner de relieve en la constitución del síntoma analítico.
La orientación hacia/por lo real tiene su expresión concreta desde las entrevistas preliminares. Debe hacerse presente en la modalidad de real propia del psicoanálisis, que desmiente el falso real construido mediante alguna forma de imaginarización del goce. El Uno de la discordia, el uno sin Otro, no es igual al final de la cura que en su inicio. Pero el analista anticipa su lugar en el modo de interpelar el síntoma y oponerse a su reabsorción en el yo, la cual se produce mediante los subterfugios de la contabilidad del goce y/o la atribución de la discordia a las contingencias de un partenaire cuya otredad no se reduce a la condición de un alter ego manejable.
El síntoma de Freud a Lacan y nuestro modo de hacer con él
En este contexto, nos hemos planteado, en este año de Seminario Optativo, bajo el título “Del síntoma al Sinthome”, un recorrido por una serie de referencias fundamentales, en Freud, Lacan y Miller, para poder precisar nuestro modo de hacer con el síntoma, frente a las diversas modalidades de tratamiento que se le ofrecen al sujeto actual.
Para resumir lo recorrido hasta ahora, podemos decir que hemos ido examinando las distintas formas de abordar el problema en Freud y Lacan a partir de la tensión entre sentido y real del síntoma. Estas son las dos vertientes que Miller propuso distinguir ya en la obra de Freud, planteando en su Seminario de Barcelona sobre Die Wege der Symptombildung una lectura de la conferencia XVII El sentido del síntoma y la XXIII, Los caminos de la formación de síntoma”10.
La distinción de estas dos vertientes permite entender también las distintas formalizaciones del síntoma que se suceden en la enseñanza de Lacan. En última instancia, se trata de ver el modo en que, lejos de pensar que en esta serie se sustituyen una a otra, se articularán a partir del paradigma del nudo borromeo. El síntoma es, por tanto, una formación en la que lo Uno de su hueso no se alcanza sin un recorrido por lo múltiple de sus facetas – tanto en la teoría, como en la práctica y en el propio análisis. A lo que podríamos añadir: en toda enseñanza.
Pero para entender bien cuáles son los elementos que constituyen ese nudo, hay que recorrer primero con cierto detalle el modo en que Lacan sitúa, en sus elaboraciones sucesivas, lo que está en juego.
Siguiendo la sugerencia de Jacques-Alain Miller, hemos elegido, como vía para adentrarnos en la complejidad de la articulación entre la dimensión simbólica del síntoma y su real, la de los dos términos, que, como hemos dicho, se encuentran en el propio Freud -Sinn y Bedeutung-, pero que luego Lacan retoma a su manera y desarrolla en distintos momentos.
Hemos podido constatar que esta distinción da lugar enseguida, no a dos, sino a tres términos articulados: sentido, significación y referencia. Así, entre sentido y referencia, el lugar decisivo del fantasma, vinculado a lo que Lacan designó como significación absoluta, tiene una función de pivote fundamental. Y, como hemos podido ir elucidando, es precisamente cuando se puede hacer vacilar ese lugar de conector coagulado que tiene el fantasma – como garante de una conexión fija entre sentido y real – cuando se despliega la complejidad del síntoma, a cuyo alrededor se abre una diversidad de modalidades de (no)relación entre sentido y real.
Aunque pueda parecerlo a primera vista, no es para nada un problema abstracto. Por el contrario, es un punto en el que la teoría y la práctica van de la mano. Lo que está en juego es poder situar lo que podría distinguir al psicoanálisis de orientación lacaniana de otras prácticas. Y también poder pensar cosas muy concretas sobre la práctica de la interpretación desde el principio o del corte de la sesión, por hablar de elementos decisivos de nuestra práctica, que invocamos a menudo, pero raramente definimos o precisamos.
En efecto, podríamos decir, en términos muy generales, que una psicoterapia consiste en situar la interpretación en el nivel del sentido. Esto implica pensar la transferencia como el modo más eficaz de ocupar el lugar del Otro. De hecho, lo sepa o no, por razones de estructura, cuando alguien viene a vernos nos solicita en ese punto, el de un Otro capaz de dar sentido a aquello del síntoma que encarna para él algo de lo real.
Esto es lo que llevó a Lacan, en el Seminario 5, a decir que “somos nocivos”11, por estructura, cuando ocupamos en la transferencia el lugar del Otro. Esto es un problema, porque de hecho lo ocupamos, de entrada, lo queramos o no. Pero la cuestión es qué hacemos con eso. En aquella época, Lacan hace uso del grafo del deseo para mostrar que el analista tiene que dejar vacío el lugar de A para dar paso a $ ♢ D, o sea, el lugar donde él trata de situar la pulsión – no sin dificultades – por entonces.
La demanda de sentido y qué hacer con ella
En todo caso, si alguien viene a vernos es porque quiere sentido, aunque eso se presente bajo el modo de la demanda de sancionar un derecho a gozar. Esto puede tomar muchas formas, a veces tan sutiles que cuesta situarlas. De modo implícito, lo que se nos solicita es que verifiquemos un sentido previo. Este no tiene por qué ser planteado como tal por la persona que se dirige a nosotros, quien puede, por el contrario, decirnos que eso que le ocurre no tiene ningún sentido para ella y que sólo quiere que se lo quitemos. Pero el síntoma, en el fondo, siempre está correlacionado de entrada con una significación fantasmática que puede ser del todo inconsciente o ni siquiera llegar a plantearse como tal, por lo que tiene de obvio para el sujeto, taken for granted, por así decir.
Lo señalamos en días pasados destacando que, cuando hablamos de la construcción del fantasma, no debemos olvidar que hay una articulación previa, dada de entrada, entre síntoma y fantasma. Y que una de las formas de entender esta construcción del fantasma de la que tanto hablamos – que nos permite situar la dirección en la que va la cura, dirigiéndose hacia su final – es también como una larga, laboriosa y detallada deconstrucción de esa articulación previa. Construir y deconstruir son pues dos caras de la misma operación. Construyendo se deconstruye. Se trata de construir un vaciamiento.
La articulación dada de entrada entre síntoma y fantasma es la que Freud ya descubrió y expuso en un texto tan temprano como Las fantasías histéricas y su relación con la bisexualidad12. Pero nuestra meta es ir más allá de este cortocircuito. Por eso no se trata de entusiasmarse demasiado con lo que puede parecer algún descubrimiento – un ¡eureka!, ya sé de qué se trata – y apuntar así a destiempo mediante la interpretación, demasiado de cerca, con el riesgo de contribuir a fijar una significación, garantizándola desde el lugar del Otro.
Por otra parte, no siempre esa dimensión inicial de sentido fantasmático es tan ignorada, no siempre está reprimida, puede estar celosamente guardada por el sujeto como un bien. Hemos hablado también de casos en los que esta articulación entre síntoma y fantasma es, no sólo reconocida, sino incluso reivindicada, cuando la persona que viene a vernos busca una garantía de una solución ya previamente esbozada y que podríamos describir como incorporación de un modo de gozar al yo, puesta al servicio de un rechazo del inconsciente.
Por otra parte, responder a la demanda de sentido tampoco es algo que vaya como miel sobre hojuelas. Cuando respondemos a esta demanda, nuestra interpretación es, indiferentemente, rechazada, obviada, dejada de lado o aceptada para caer en el trastero de obviedades condenadas al olvido y la inoperancia.
El modo concreto en que esto ocurra da igual, no cambia que el sujeto confirme o rechace la interpretación, porque la demanda de sentido en cuestión es estructural, se deriva del hecho de ocupar el lugar del Otro, quien ante el S1 del síntoma encarna el S2 del sentido/saber. En todo caso, es un lugar que implica un fracaso anticipado, ya sea que se produzca rápidamente, ya sea que surja más tarde, cuando al cabo de un tiempo de ocupar uno fielmente el lugar de traductor, el paciente dice: “De acuerdo, todo esto tiene sentido, pero sigo sufriendo igual, incluso más”.
Por este motivo, no nos encantamos con el sentido y nos interesa anticipar el margen en el que, inevitablemente, toda significación, por clara, por motivada, por justa, por ajustada que parezca, no da en el blanco. ¡Si parece que da demasiado en el blanco, sería un problema, habría que evitar eso! Es preciso acercarse, pero nunca del todo. Nos interesamos, por tanto, en el yerro, el buen yerro, que en todo caso se acerca y permite bordear.
En vez de expulsar de la cura ese fallo, mejor lo acogemos en el dispositivo desde el inicio. Lo cual implica un modo de enunciación en el que toda interpretación del analista sea, al mismo tiempo, un sí y un no. Un sí que recoge, que subraya un significante del sujeto. Un sí en tanto ese significante apunta a lo real en juego. Pero en la enunciación se incluye también un no, en este caso dirigido al sentido en su pretensión de cerrar el bucle, de asignar al significante un sentido fijo, eliminando la dimensión de equívoco fundamental que nos interesa encarnar en el dispositivo, hacerla existir.
Hay que entender esto en un sentido fuerte: hacerla ex/sistir esta dimensión, precisamente, al sentido, mantenerla como exterioridad. Pero, para que este hiato, este margen, persista, hay que poner algo en medio para que no se cierre. La cuña entre sentido y real, entre sentido y equívoco, es el analista mismo, su presencia silenciosa. Y no silenciosa necesariamente en el sentido de que no diga nada, sino de que su decir mantenga la dimensión de lo imposible de significar.
Inescrutabilidad de la referencia: no hay relación sexual
Para poder pensar de un modo concreto la orientación por y hacia lo real, vimos que concebir el síntoma en el lugar de la referencia nos permite situar allí, no un encuentro original con el goce de la Cosa que marcaría el destino del sujeto, sino, por el contrario, la marca de un encuentro fallido que se repite como tal. Allí se inscribe el margen de la invención al que apunta siempre el análisis, teniendo en cuenta que el propio síntoma es ya la primera y fundamental invención del sujeto, aunque él no lo sepa.
Así, la referencia de la que se trata para nosotros, más allá del sentido, es propiamente inescrutable, por tomar un término de Quine destacado por Miller y Laurent en su curso El Otro que no existe y sus comités de ética13. Esto se vincula con lo que este mismo lógico define como la imposibilidad de la traducción.
Como vimos, aunque se plantea a partir de un debate de la lógica, está muy cerca de lo que nos concierne. Así, destaqué que, en 1896, en la época en que Freud está tratando de formalizar su clínica con pacientes histéricas, habla del síntoma histérico como un problema relacionado con que algo no se traduce, algo de la impresión original, inscrito en el primer sistema de huellas cercano a la percepción, pero que no llega a expresarse en el sistema de representaciones que permite el acceso a la conciencia. En una carta a su amigo Fliess13, Freud sitúa la represión como un problema de traducción, lo cual ineludiblemente conduce a pensar la interpretación como un modo de traducción.
¿Cómo nos situamos nosotros frente a esta dificultad de traducción? ¿Nos situamos del lado de los expertos traductores, supliendo el lost in traslation con algún saber experto o una sabiduría? El psicoanálisis, en la orientación lacaniana, toma una vía distinta. La vía de la traducción nos condena al impasse, como el propio Freud descubrió al comprobar que las geniales interpretaciones que conseguían traducir el acontecimiento originario del trauma tenían un éxito pasajero.
Así, no traducimos el síntoma para nuestro paciente o analizante, sino que creamos las condiciones para el recorrido, bajo transferencia, de una larga serie de imposibilidades de traducción. La referencia, paradójicamente, se produce al final de la serie como producto de esta misma serie de imposibilidades. Esta es la conclusión que está en juego en un final de análisis.
El recorrido de un análisis es, por tanto, el de las distintas facetas del síntoma, como anudamiento entre un querer decir y un imposible de decir. Esto supone responder a la demanda inicial de sentido con algo muy paradójico y es que, en el fondo, en el mismo fracaso de ese querer decir hay ya un modo de denotar algo de lo real que no tiene sentido.
Es allí donde se sitúa lo fundamental de la respuesta del sujeto – que siempre implica de algún modo a su cuerpo, por eso hablamos del síntoma es acontecimiento de cuerpo – ante el encuentro con el sinsentido de lo real.
El sujeto nos trae un largo recorrido de construcciones que tratan de algún modo de colmar el gap, pero nunca lo consiguen del todo. Acogemos ese largo recorrido, sosteniéndolo a lo largo del tiempo, incluso soportándolo, porque consideramos que en ese errar bajo transferencia se reproduce – y al mismo tiempo se produce – algo de la serie de encuentros fallidos. Es así como van adquiriendo la consistencia de una traza, una huella de desencuentros que constituye una suerte de escritura.
El síntoma, por tanto, se sitúa precisamente en el lugar mismo de lo que no cesa de no escribirse, pero constituye, en el recorrido de sus imposibilidades, un modo de escritura que se podrá leer como tal.
Esto es una aplicación concreta de la fórmula de Lacan: “no hay relación sexual”15, que distingue nuestra orientación de la psicoterapia y de otros modos de concebir el psicoanálisis. Es un modo de pensar que se concreta en una concepción y una práctica de la interpretación.
Hasta aquí, condensado, lo que hemos recorrido en el seminario.
Aprovecho para agradecer las intervenciones mediante trabajos de Daniel Casellas, María Guardarucci, Lucía Icardi, Mauro Druetta y Agustina Sterrantino. También las observaciones de participantes que sería largo enumerar.
1. Miller, Jacques-Alain. “Una fantasía”. Conferencia en Comandatuba, IV Congreso de la AMP, Brasil, 2004. Disponible en: http://ccbcn.info/xv-conversacion/docs/biblio/Unafantasia.pdf
2. Ibíd.
3. Miller, Jacques-Alain. El partenaire síntoma. Paidós, Buenos Aires, 2008, p. 27.
4. Lacan, Jacques. El Seminario, libro 2,El yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica. Paidós, Buenos Aires, 1983, p. 72.
5. Ibíd., p. 70.
6. Ibíd., p. 72.
7. Freud, Sigmund. “Recuerdo, repetición y elaboración”. Obras Completas. Biblioteca Nueva, Madrid, 1974, p. 1686-7.
8. Freud, Sigmund. “Lecciones introductorias al psicoanálisis. Obras Completas. Biblioteca Nueva, Madrid, 1974, p. 246.
9. Sinn, Bedeutung. Sobre esta distinción, véase: Miller, Jacques-Alain. “El seminario sobre Die Wege der Symtombildung”. Freudiana, nº 19, 1997. Véase igualmente: Miller, Jacques-Alain. Le Symptôme-Charlatan, Textes Réunis par la Fondation du Champ Freudienne. Éditions du Seuil, Paris, 1998, pp. 53-60.
10. Miller, Jacques-Alain. “Seminario de Barcelona sobre Die Wege der Symptombildung”. Freudiana, n° 19, 1997.
11. Lacan, Jacques. El Seminario, libro 5, Las formaciones del inconsciente. Paidós, Buenos Aires, 1999; p.431-446.
12. Cf. Miller, Jacques-Alain. Del síntoma al fantasma y retorno, Paidós, p. 74-78. Miller destaca que Freud, en su texto de 1908 sobre “Las fantasías histéricas y su relación con la bisexualidad”, había planteado un modo de relación entre síntoma y fantasma, situando al segundo en el lugar causal. No cabe duda de que esa conjunción inicial de síntoma y fantasma se ofrece poderosamente a la interpretación (tan obvia como errada). Paradójicamente, Lacan tiene que desalojarlo de este lugar, reduciéndolo a una pura inercia imaginaria, para luego reintroducirlo mucho más adelante en una perspectiva distinta, planteando entonces la noción de “construcción” del fantasma como eje de la cura. Como Miller precisa, en ese momento el fantasma es fundamentalmente del yo para Freud, de quien cita, en la página 78, la frase: “Toda fantasía diurna es una fantasía que exalta al yo”. En la lección del 10-12-97, Miller destaca: “Al mismo tiempo, Freud habla de esta lucha defensiva secundaria y al describirla distingue un segundo aspecto de esta lucha que es, por así decir, hacerse amigos con el síntoma. Como él lo expresa: ‘El yo tiende a incorporarse el síntoma’.
13. Laurent, Eric; Miller; Jacques-Alain. El Otro que no existe y sus comités de ética. Paidós, Buenos Aires, 2005.
14. Freud, Sigmund. Correspondencia de Sigmund Freud. Tomo II (1886-1908). Biblioteca Nueva, Madrid, 1997, pp. 206-217.
15. Lacan, Jaques. El Seminario, Libro 16, De otro al otro. Paidós, Buenos Aires, 2008.
El Uno de la discordia y nuestro hacer con el síntoma
NODVS LVII, abril de 2020