Cuerpo femenino e Ideal-Ich
Ensayo presentado para la obtención del Certificado de Estudios Clínicos, de la Sección Cínica de Barcelona, Curso 2018 - 2019. Tutorizado por Enric Berenguer.
En este trabajo la autora indaga sobre los conceptos de deseo y goce en lo femenino. Su investigación deriva en un goce cimentado en lo imaginario y filtrado por la visión de un cuerpo en menos: el cuerpo femenino. El estadio del espejo le permite pensar el plus de goce, más acá de la sexuación, como un goce primitivo donde imagen y objeto se confunden en un Ideal-Ich.
Imaginario, goce femenino, deseo, dialéctica, palabra, cuerpo, superyó.
Introducción
El presente trabajo comenzó siendo una investigación sobre la génesis de los conceptos de deseo y goce en lo femenino, y particularmente en relación al denominado plus de goce. En este recorrido he desembocado, casi de manera fortuita, en una profundización respecto a lo imaginario, ese primer mínimo esbozo de estructuración que, aunque no responde aún a las leyes del significante, inscribe una primera diferencia fundamental, que no siendo propiamente una alternancia entre presencia y ausencia sino más bien una dialéctica entre lo uno y lo otro, permite el paso del autoerotismo al narcisismo y abre con ello la posibilidad a la construcción del cuerpo, que sin ser una posesión todavía, se define en términos de dominio.
Me ha resultado un verdadero laberinto intentar plantear alguna relación entre lo imaginario y las frases que promovieron esta investigación, que cito enseguida, extraídas del Seminario 17 El Reverso del Psicoanálisis (1970), Capítulo V: El Campo Lacaniano: “Por eso, lo que interesa en la investigación analítica es saber de qué manera, para suplir el goce fálico prohibido, se aporta alguna cosa cuyo origen hemos definido con algo muy distinto que el goce fálico, con el goce situado y, si puede decirse así, cuadriculado, por la función del plus de goce”1.
Antes de ello, habla sobre el sueño de la Bella Carnicera y el caso Dora. Respecto a la primera dice: “Lo que ella no ve, porque su pequeño horizonte también tiene sus límites, es que sería dejándole a ese marido suyo, tan esencial, a otra como encontraría su plus de goce, ya que de eso se trata en el sueño”2. Respecto a Dora dice: “Otras sí lo ven. Por ejemplo, Dora, lo que hace es eso. Adorando al objeto de deseo en que se ha convertido, en su horizonte, la mujer, la mujer que es su envoltura y que en la observación se llama señora K, (…), obtura con esta adoración su reivindicación peniana”3. En la página 78 dice: “Esto, precisamente, nos revela lo que Freud supo extraer del discurso de la histérica. A partir de ahí, se entiende que la histérica simbolice la insatisfacción primordial”4.
A lo largo del presente ensayo intentaré reconstruir y darle una lógica al interés que motivó esta investigación siguiendo las complejas vías que lo articulan con lo imaginario, que he de decir, me ha resultado un registro enorme, complicado y también absolutamente fascinante. Respecto a este momento de constitución Lacan dice: “La relación del ego con el otro, la relación del sujeto con ese otro mismo, con ese semejante en relación al cual se ha constituido de entrada, en una estructura esencial de la constitución humana”5.
El deseo en Freud
En el Apartado C. El cumplimiento del deseo del Capítulo VII. Sobre la psicología de los procesos oníricos que encontramos en el texto La Interpretación de los sueños (1900), Freud dice que solamente un deseo puede poner en marcha a nuestro aparato anímico. Parte de una conceptualización de orden energética, aunque muy primitiva de la “vesícula indiferenciada” lo que después se convertirá en un ser humano. Freud nos lleva por el recorrido que va de lo absolutamente más mínimo, primario y fundamental, hasta las formas más complejas de operación de lo que él denomina el aparato psíquico y su naturaleza.
El principio para Freud siempre fue el principio de placer en íntima relación con el de constancia. Parte del hecho de que el aparato psíquico obedeció en primer término al afán de mantenerse exento de estímulos o al menos mantener lo más baja posible la cantidad de excitación, para lo cual adoptó el esquema del aparato reflejo, descargando por vías motrices la excitación sensible que provenía del exterior. No obstante, el “apremio de la vida”, como dice él, lo asedia también con grandes necesidades que provienen del interior del organismo y que intentará drenar igualmente mediante el mismo tratamiento que los estímulos exteriores, es decir, mediante el aparato reflejo, vía la motilidad, llorando o pataleando, a lo cual podemos designar, nos dice, como “expresión emocional”. Pero de nada servirá, la situación se mantendrá idéntica pues una necesidad interna es una fuerza que actúa continuadamente hasta que “se hace la experiencia de la vivencia de satisfacción que cancela el estímulo interno. Un componente esencial de esta vivencia es la aparición de una cierta percepción (…) cuya imagen mnémica queda, de ahí en adelante asociada a la huella que dejó en la memoria la excitación producida por la necesidad. La próxima vez que esta última sobrevenga, merced al enlace así establecido se suscitará una moción psíquica que querrá investir de nuevo la imagen mnémica de aquella percepción y producir otra vez la percepción misma, vale decir, en verdad, restablecer la situación de la satisfacción primera. Una moción de esa índole es lo que llamamos deseo; la reaparición de la percepción es el cumplimiento del deseo”6.
Podemos suponer, nos dice, que en un estado primitivo del aparato anímico el desear terminaba en un alucinar, pues apuntaba a una identidad perceptiva, es decir, a repetir la percepción a la que está enlazada la satisfacción. Pero esta vía regrediente, alucinatoria del establecimiento de la identidad perceptiva, no tiene la misma consecuencia que la investidura de esta percepción desde afuera, para que ello fuese así, para que la investidura interior tuviese el mismo valor que la exterior, y cesara la necesidad y la satisfacción sobrevenga, es menester detener la regresión completa, de manera que no vaya más allá de la imagen mnémica, y desde ahí pueda buscar otro camino que le permita, desde el mundo exterior, establecer la identidad perceptiva deseada. Ahora bien, en este rodeo, como nos dice Freud, hacia el cumplimiento de deseo, se urde en una “compleja actividad de pensamiento”7, que lejos está ahora tanto de la vesícula indiferenciada como del primigenio mecanismo del arco reflejo.
Me pregunto, ¿qué es aquello que permite el detenimiento de la regresión, de manera que ésta no vaya más allá de la imagen mnémica, es decir, qué es lo que obliga al aparato psíquico a dejar de alucinar? Ya nos ha dicho Freud que el establecimiento de la identidad perceptiva vía alucinatoria no tiene el mismo valor que la investidura de la percepción desde afuera, pues la satisfacción no sobreviene y la necesidad perdura, pero también nos dice que esta identidad se logra vía la fantasía en el caso de las neurosis histéricas y obsesivas. Entonces, ¿cómo se teje esta sutil diferenciación entre el interior y el exterior?, y ¿cómo es posible que una imagen mnémica logre introducirse en el mundo de los objetos en el sentido que puede llegar a tener una materialidad que opere en el mundo?
La instauración de una dinámica
En el Seminario 1 Los Escritos Técnicos de Freud (1954) de Jacques Lacan, Rosine Lefort presenta el caso Roberto8 dejándonos constatar de manera “extraordinariamente conmovedora”, como lo califica Lacan, ese primer momento de fundación del incipiente sujeto. Dice Lefort: “Comenzó entonces a ser agresivo conmigo, como si al darle permiso de poseerse a través de esa caca de la que podía disponer, yo le hubiera dado la posibilidad de ser agresivo. Evidentemente, no pudiendo hasta entonces poseer, no tenía sentido de la agresividad, sino sólo de autodestrucción”9.He de decir, que esta frase me conmocionó y fue la que orientó este trabajo en el sentido de lo imaginario.
La lógica del caso nos muestra que una vez que Roberto puede depositar fuera de sí la “destrucción”, ese sentimiento de destrucción, como dice Rosine Lefort, puede entonces comenzar a construir un cuerpo y con ello adquiere importancia la diferencia sexual, la castración, y puede entonces diferenciarse en Roberto/no Roberto.
Esto quiere decir que en primera instancia la función imaginaria es una especie de “dialectización”, una suerte de expulsión, de la pulsión de muerte para no terminar en autodestrucción. Lacan nos dice: “En la psicosis alucinatoria crónica del adulto hay una síntesis de lo imaginario y lo real; en esto radica el problema de la psicosis. Encontramos aquí (en el caso Roberto que presentó Rosine Lefort) una elaboración imaginaria secundaria, que la Sra. Lefort destacó, que es literalmente la no-inexistencia en estado naciente”10. Esto me remite directamente a los dos niveles de negación que distingue Hyppolite en su comentario al texto de Freud sobre la Verneinung (1954)11, “La Negación” (o la “denegación”, como señala Hyppolite), que por cierto ocurre durante este Seminario de Lacan, Los escritos técnicos de Freud. Estamos ahí, en el momento fundante de lo que devendrá un sujeto.
Hyppolite, en su comentario diferencia una denegación que ocurre a nivel intelectual, de otra más primordial. La denegación intelectual, quiere decir que hay una Aufhebung, un levantamiento, una supresión de la represión, puesto que el contenido de la representación es consciente, pero a la vez “la represión subsiste en cuanto a lo esencial, bajo la forma de la no-aceptación”12, siendo entonces una manera bastante traslúcida de mostrar lo que ha sido reprimido, una manera, nos dice, de “presentar el propio ser bajo el modo de no serlo”13. E incluso, señala Hyppolite, que aunque haya una aceptación en la inteligencia de lo que se negaba, no por ello el proceso de la represión mismo queda levantado. Freud dice: “Por medio del símbolo de la negación, el pensar se libera de las restricciones de la represión y se enriquece con contenidos indispensables para su operación”14.
Pero hay otra negación, más primordial, ocurre en lo que Hyppolite denomina juicio de atribución y juicio de existencia, y apunta a ese “momento de emergencia”, al “primer mito del fuera y del dentro”… ¿de la imagen y el objeto?
Freud nos dice: “La función del juicio tiene, en lo esencial, dos decisiones que adoptar. Debe atribuir o desatribuir una propiedad a una cosa, y debe admitir o impugnar la existencia de una representación en la realidad”15. El yo-placer originario quiere incorporar, “introyectarse” dice él, todo lo bueno y sacar fuera, “arrojar de sí” lo malo, pues en un principio son idénticos lo malo, lo ajeno al yo y lo que se encuentra fuera.
Por lo que nos dice Rosine Lefort, este movimiento en Roberto, no se había podido realizar. Sacar, depositar fuera de sí lo que es displacentero, no habría sido posible sin su intervención, sin su presencia y su permanencia: “Tenía una gran confusión entre él mismo, los contenidos de su cuerpo, los objetos, los niños, los adultos que lo rodeaban”16.“Sucesiva y simultáneamente, él era todos los elementos que puso en el orinal. Roberto no era más que una serie de objetos por los que entraba en contacto con su vida cotidiana, símbolos de los contenidos de su cuerpo”17. A partir de esta operación de expulsión, Roberto puede distinguir en primer lugar un continente de un contenido, (primera fase del estadio del espejo), poder soportar una imagen vacía, dice Lacan, sobre la cual se decide si algo, eso, ha de estar dentro, o fuera del yo-placer originario.
El juicio de existencia es una cosa diversa, la relación entre la representación y la percepción como señala Hyppolite. Freud nos dice: “Ahora ya no se trata de si algo percibido (una cosa del mundo) debe ser acogido o no en el interior del yo, sino de si algo presente como representación dentro del yo puede ser reencontrado también en la percepción (realidad)”18. Momento de constitución del Ideal-Ich.
Pulsión sexual y pulsión de muerte
Lacan en el Seminario Escritos Técnicos de Freud (1954), señala que Freud insiste en mantener una diferencia desde el “origen”, entre la pulsión sexual y la pulsión de muerte, inicialmente denominada pulsión yoica o de autoconservación. Es curioso que la pulsión que comienza siendo aprehendida como de autoconservación, derive en la pulsión de muerte.
Freud, se opone a considerar que a lo largo del desarrollo, una única libido se ha separado en estas pulsiones siguiendo vías aunque imbricadas, distintas, diferenciadas desde del inicio. Freud necesita mantener la diferencia entre las finalidades de preservación del individuo y las de continuidad de la especie19, para pensar la libido, el hilo que las teje.
Fue a través de la introducción del concepto de narcisismo en su diferencia respecto al autoerotismo, que pudo percatarse de ello, en tanto el narcisismo implica la colocación, mejor dicho, la retracción, de la libido en el yo en tanto es la vuelta de la libido hacia el yo propio en tanto objeto, cosa que el autoerotismo no podía explicar. En Más allá del principio del placer (1920), lo vuelve a formular: la compulsión a la repetición, “la necesidad de restablecer un estado anterior”20, es una necesidad lógica. La creación del objeto, conlleva como resto el posible retorno de la libido al yo propio. Lacan señala que la solución jungiana de una única libido, “No permite captar las diferencias existentes entre la retracción dirigida, sublimada, del interés por el mundo que puede alcanzar el anacoreta y la retracción del esquizofrénico, cuyo resultado es estructuralmente distinto puesto que, en este caso, el sujeto está completamente atrapado.” […] “Para Freud se trata, señala Lacan, de captar la diferencia de estructura existente entre la retracción de la realidad que observamos en las neurosis y la que observamos en las psicosis”21.
Vayamos a Freud. En su texto Introducción del Narcisismo (1914), nos dice: “También el histérico y el neurótico obsesivo han resignado (hasta donde los afecta su enfermedad) el vínculo con la realidad. Pero el análisis muestra que en modo alguno han cancelado el vínculo erótico con personas y cosas. Aún lo conservan en la fantasía; vale decir: han sustituido los objetos reales por objetos imaginarios de su recuerdo o los han mezclado con estos, por un lado; y por el otro, han renunciado a emprender las acciones motrices que les permitirían conseguir sus fines en esos objetos”22.
Freud necesita sostener la diferencia entre pulsión sexual y pulsión de muerte desde el origen, para poder explicar la creación de objeto y principalmente para poder explicar la creación del yo en tanto objeto: “Es un supuesto necesario que no esté presente desde el comienzo en el individuo una unidad comparable al yo; el yo tiene que ser desarrollado. Ahora bien, las pulsiones autoeróticas son inicialmente, primordiales; por tanto, algo tiene que agregarse al autoerotismo, una nueva acción psíquica, para que el narcisismo se constituya”23.
También esta diferenciación le es necesaria para poder dar cuenta de la libido: “… y sólo con la investidura de objeto se vuelve posible diferenciar una energía sexual, la libido, de una energía de las pulsiones yoicas”24. Son dos modos de funcionamiento del aparato psíquico con una única energía, la libido.
Me parece que en este punto podemos recurrir a lo que Lacan nos aporta con su estadio del espejo, que considero nos permite verdaderamente diseccionar con gran claridad, los registros y movimientos que están en juego en este complicado desarrollo del yo y el lugar que en ello adquiere la libido y el deseo.
El estadio del espejo
Para Lacan, en el estadio del espejo están implicados dos registros, el registro imaginario y el simbólico en el que deriva, en el mejor de los casos. El estadio del espejo tiene para él una función esencial pues es el momento de constitución de la imagen del cuerpo propio, donde también se estructura la relación con el otro mismo, como dice él, con el semejante, y donde se constituye lo propiamente humano. Además, a nivel técnico nos dice: “Es a partir de esta función imaginaria que podemos concebir y explicar lo que es el análisis”25, destacando con ello la enorme dimensión de esta función en nuestra práctica, y en la civilización, ese orden simbólico siempre contemporáneo.
En el estadio del espejo se trata, como dice Lacan, “de la relación entre la constitución de la realidad y la forma del cuerpo”26 cuyo puente se establece a partir del desplazamiento libidinal del autoerotismo a una reflexión en el espejo en tanto otro y de ahí, en un acto intencional de intelección de ese otro especular, al Ich-Ideal.
Partimos de la vesícula indiferenciada, que es poco más que un avasallamiento de estímulos interiores y exteriores, caóticos y absolutos, como dice Lacan, sin poder siquiera distinguir si son interiores o exteriores. Descubrir la imagen del cuerpo en el espejo en tanto forma, es el “primer plano de la significación” que Lacan da al estadio del espejo, en tanto el reconocimiento de la superficie recortada como forma únicamente, distingue un continente de un contenido. “Poder soportar su vacuidad, dice Lacan, es identificarlo finalmente con un objeto propiamente humano; es decir, un instrumento capaz de ser separado de su función”27. Es a través del reconocimiento de la imagen en el espejo en tanto forma recortada, en tanto superficie delimitada, que el sujeto puede comenzar a ubicar en un lugar algo de lo que es del yo y lo que no es.
El reconocimiento de la imagen del cuerpo en otro, en un otro mismo, como dice Lacan, es un segundo momento que permite integrar en la unidad de la imagen del cuerpo aquellos estímulos que aparecían de manera totalmente fragmentada y desorganizada.
Entonces, en este reconocimiento de la imagen como unidad surge una relación del orden de la alienación, ya que el sujeto se capta como unidad primero en una proyección, en una imagen de sí mismo que aparece como rival, es un primer desprendimiento del hombre respecto a su propia libido, dice Lacan. A partir de este momento ocurren todos los fenómenos de transitivismo, es un movimiento de báscula, su acción equivale a la acción del otro, a través de la intermediación de la imagen del otro el niño asume en su interior un dominio que no ha alcanzado en su cuerpo sino sólo de manera ilusoria en la imagen; oscila entre el dominio y la incapacidad de alcanzar la imagen. Si entiendo bien, es a este nivel donde ubicamos al Ideal-Ich, y es el momento en el que entra en juego el funcionamiento del Fort-Da, en tanto es el momento de constitución del objeto, que sólo se logra mediante su dominio, y es momento también del surgimiento del lenguaje.
Lacan continúa, y dice: “Asimismo, aprenderá (cuando entre en juego la comunicación) a reconocer invertido en el otro todo lo que en él está entonces en estado de puro deseo, deseo originario, inconstituido y confuso, deseo que se expresa en el vagido del niño”28. Antes de la introducción del lenguaje, el deseo existe dentro de una relación imaginaria, especular, fragmentado y alienado en el otro (identificación imaginaria), regido por la más absoluta rivalidad que no tiene otra salida que la destrucción del otro, quien es la sede de la alienación. Pero pienso que, dado que este momento está organizado por el juicio de atribución, si es que entiendo bien, donde lo bueno y lo placentero coinciden con el yo y lo malo, lo dañino se deposita fuera, pienso que entonces es el momento donde se inauguran las pasiones más radicales como la rivalidad y la destrucción del otro, pero también el amor más profundo, aunque también el más narcisista en tanto es, como dice Freud, el amor de sí mismo proyectado en un otro especular.
Cito a Lacan: “A la proyección de la imagen le sigue constantemente la del deseo. Correlativamente, hay re-introyección de la imagen y re-introyección del deseo. Movimiento de báscula, juego en espejo. Por supuesto, esta articulación no se produce una sola vez. Se repite. Y en el curso de este ciclo, el niño re-integra, re-asume sus deseos. Allí es donde son aprobados o desaprobados, aceptados o rechazados. Esta es la vía por donde el niño aprende el orden simbólico y accede a su fundamento: la ley”29 .
Lacan ya nos había advertido, como lo había hecho Freud, que en lo humano la coincidencia del objeto real con la imagenes mucho más compleja que en el animal pues este hace coincidir el objeto real con la imagen del Ur-Ich, la imagen en cuanto “tipo”, que está en él. En el humano, cuando el objeto coincide con la imagen, Ideal-Ich, en un primer momento, despierta las más feroz rivalidad y afán de dominio, pero esto abre paso a la introducción de la función simbólica del Ich-Ideal y su más elevada manifestación que es la palabra, por la cual tiende ahora al reconocimiento.
El ideal del yo, en tanto función simbólica, organiza toda la relación con el otro y de ella depende la estructuración imaginaria. “El Ich-Ideal, el ideal del yo, es el otro en tanto hablante, el otro en tanto tiene conmigo una relación simbólica, sublimada, que en nuestro manejo dinámico es a la vez semejante y diferente a la libido imaginaria”30 . El yo ideal, el Ideal-Ich, surge del paso del autoerotismo al narcisismo y es por lo tanto, la imagen propia en tanto objeto. El ideal del yo, el Ich-Ideal, a partir del pensamiento, el juicio y la palabra, sublima el causal libidinal de la imagen, constriñéndola a una relación simbólica de reconocimiento a partir de la palabra.
Evidentemente el estadio del espejo es algo mucho más complejo de lo que he podido plantear en estas cuantas líneas, pero me parece que al menos este esbozo nos permite pensar que hay algo de esa primera libido imaginaria, que a lo largo del desarrollo de la feminidad permanece, fijado, estancado, ya que Freud dice que la elección de objeto de amor en lo femenino es el propiamente narcisista, es decir, está a nivel del yo ideal. Vayamos entonces a la constitución del cuerpo en lo femenino que nos proporciona las coordenadas de la elección de objeto de amor en la niña, en el que está implicado el deseo.
La envidia del pene
Freud nos dice que hay una diferencia “grávida en consecuencias” entre el complejo de Edipo en el niño y el de la niña. En ella reconoce una prehistoria cuyo valor no encontramos en el caso del varón. La reacción frente a la vista de los genitales del sexo opuesto es radicalmente diversa; la niña “en el acto toma su juicio y su decisión”, mientras que el varón lo desmiente, dice Freud, pensando que ya le crecerá. No se ve implicado de momento, pero levanta una sospecha, un juicio desiderativo, que adquiere valor mediante la amenaza de castración, mediante la palabra, “…una compresible consecuencia, dice Freud, de la diversidad anatómica de los genitales y de la situación psíquica enlazada con ella; corresponde al distingo entre castración consumada y mera amenaza de castración”31.
La envidia del pene, es otra faceta de consideración del deseo desde Freud. El restablecimiento de la satisfacción primera, es decir, la identidad de la imagen con el objeto, que para el varón se resuelve en términos del ideal del yo, en la niña se ve cortocircuitada, alterada, estancada, en un momento muy primario de constitución del yo, el Ideal-Ich, es atravesado por una falta en la imagen, por un menos en el cuerpo. Porque, ¿la envidia del pene es imaginaria o simbólica?
“Pero ahora, dice Freud, la libido de la niña se desliza —sólo cabe decir: a lo largo de la ecuación simbólica prefigurada pene = hijo— a una nueva posición. Resigna el deseo del pene para remplazarlo por el deseo de un hijo, y con este propósito toma al padre como objeto de amor”32. El padre surge para Freud, en el desarrollo de la sexualidad femenina, bajo un propósito, de inmediato toma al objeto de amor para su uso, es decir, para cubrir o reivindicar la falta que ha aparecido en su cuerpo. De esta manera, el reconocimiento adquiere un valor primordial. El Ich-Ideal se distingue del Ideal-Ich por encausar la “pulsión de apoderamiento”33 propia del yo ideal (Ideal-Ich), a un reconocimiento a través de la palabra, propio del ideal del yo. Pienso que en el caso de la sexualidad femenina, el reconocimiento adquiere un valor primordial. Podemos suponer que la relación entre reconocimiento y palabra también se ha visto afectada.
“El sujeto, dice Lacan, ve su ser en una reflexión en relación al otro, es decir en relación al Ich-Ideal”34. En la niña, esa reflexión va acompañada ipso facto de un menos: “sabe que no lo tiene, y quiere tenerlo”35. De ahí, desplaza su ser a una respuesta del otro ¿qué me quiere?, ¿che vuoi? En relación a la elección de objeto de amor según el modelo narcisista que reconoce Freud en la niña, nos dice que “el ideal sexual (como también llama Freud al yo ideal), puede entrar en una interesante relación auxiliar con el ideal del yo. Donde la satisfacción narcisista tropieza con impedimentos reales, el ideal sexual puede ser usado como satisfacción sustitutiva. Entonces se ama, siguiendo el tipo de la elección narcisista de objeto, lo que uno fue y ha perdido, o lo que posee los méritos que uno no tiene… Se ama a lo que posee el mérito que falta al yo para alcanzar el ideal”36 .
El amor del otro ocupa en la niña el lugar del Ich-Ideal, del ideal del yo. Amará que la amen. ¿Entonces por qué un masoquismo de naturaleza femenina?
Me parece muy interesante que Lacan haya preferido llamar plus de goce, al también denominado otro goce, o goce femenino, pues me parece que es una manera de plantear un modo de funcionamiento primario, que no recae propiamente sobre un asunto de género, o incluso sexuación, un goce cuyas coordenadas, como dice en el Seminario 1737, están dadas más bien por el Ideal-Ich, el yo ideal, en tanto es un goce amarrado a él.
Es muy curioso que cuando Freud comienza a plantear el masoquismo propiamente femenino, “una expresión de la naturaleza femenina”, parte del varón, cito: “Volvamos al masoquismo (venía hablando respecto a la relación de las pulsiones de muerte y las pulsiones eróticas, con el principio de placer y con el de constancia, del que deriva en tanto excepción). Se ofrece a nuestra observación en tres figuras: como una condición a la que se sujeta la excitación sexual, como una expresión de la naturaleza femenina y como una norma de la conducta en la vida (beheivour). De acuerdo con ello, es posible distinguir un masoquismo erógeno, uno femenino y uno moral… En cuanto al masoquismo femenino, es el más accesible a nuestra observación, el menos enigmático, y se lo puede abarcar con la mirada en todos sus nexos. Empecemos con él nuestra exposición… De esta clase de masoquismo en el varón (al que me limito aquí, en razón al material disponible) nos dan suficiente noticia las fantasías de personas masoquistas (y a menudo por eso impotentes), que o desembocan en el acto onanista o figuran por sí solas la satisfacción sexual”38. Más adelante dice: “La interpretación más inmediata y fácil de obtener es que el masoquista quiere ser tratado como un niño pequeño, desvalido y dependiente, pero, en particular, como un niño díscolo.”, “…es fácil descubrir que ponen a la persona en una situación característica de la feminidad, vale decir, significan ser castrado, ser poseído sexualmente o parir. Por eso he dado a esta forma de manifestación del masoquismo el nombre de ‘femenina’”39. Es decir, tiene un cierto carácter regrediente y está en función de una actitud pasiva/castrada frente al objeto.
El hecho de que la elección de objeto de amor en lo femenino sea el modelo propiamente narcisista según Freud da mucho que pensar, ahora que hemos atravesado el estadio del espejo de Lacan, respecto a la estasis libidinal que implica. Pero también porque me parece que da cuenta de un goce a partir del yo ideal, una forma de funcionamiento que en tanto primario no compete exclusivamente a lo femenino, sino a un momento del aparato psíquico muy fundamental e incipiente al que se retorna, un goce “cuadriculado” por el yo ideal que ejerce su inercia.
Palabra y transferencia
Y una última reflexión. Me llamó mucho la atención que en relación al caso Roberto, Rosine Lefort hablara de sus “interpretaciones”, mismas que le comunica a Roberto. Dice por ejemplo: “Roberto debía hacer una simbiosis con una madre femenina, lo que planteaba entonces el problema de la castración. El problema era llegar a recibir el alimento sin que esto acarreara su castración […] Sentado en mis rodillas, Roberto comía. Después tomaba mi anillo y mi reloj y se los ponía, o bien tomaba un lápiz de mi bata y lo rompía con sus dientes. Entonces, se lo interpreté. Esta identificación con una madre fálica castradora quedó desde ese momento, en el plano del pasado, se acompañó de una agresividad reactiva cuyas motivaciones evolucionaron. Ya no rompía la mina del lápiz sino para castigarse por esa agresividad”40.
Me pareció muy interesante, por lo que nos permite pensar respecto al punto de entrecruzamiento de la construcción del caso y la interpretación, y también respecto a la diferencia de la palabra en tanto función simbólica, y en tanto figura feroz: ¡El Lobo!
“El superyó es, simultáneamente, la ley y su destrucción. En esto es la palabra misma, el mandamiento de la ley, puesto que sólo queda su raíz. La totalidad de la ley se reduce a algo que ni siquiera puede expresarse, como el Tú debes, que es una palabra privada de todo sentido. En este sentido, el superyó acaba por identificarse sólo a lo más devastador, a lo más fascinante de las primitivas experiencias del sujeto”41. Es en este nivel en el que Rosine Lefort opera “desatando las amarras de la palabra”42, pero su interpretación, la que le transmite a Roberto, apunta a una función más elaborada, parte de lo imaginario y lo introduce en una historia mediante su interpretación, lo empuja a introducirse en la función simbólica mediante la palabra, para sacar justamente a la palabra ¡El Lobo!, de su función más feroz.
Conclusiones
El motivo de esta investigación han sido tres conceptos, como hemos dicho. Seguir los rastros del deseo desde el estadio del espejo, nos ha llevado a seguir el hilo de la libido, y con ello el complejo desarrollo del yo. Lacan nos permite esclarecer, mediante el estadio del espejo, cómo es posible que una investidura interior adquiera el mismo valor que la percepción desde afuera, es decir, cuando una imagen se confunde con el objeto; más allá de la fantasía o la alucinación está la palabra en su materialidad, como lo demuestra el caso Roberto.
Con el estadio del espejo Lacan nos permite diseccionar el transcurso de la libido en su complejización, que va de la vesícula indiferenciada hasta su forma más sublime que se expresa en el fundamento de la Cultura, es la estructura que articula “la relación narcisista, la función del amor en su generalidad y la transferencia en su eficacia”43.
1. Lacan, Jacques. El Seminario, libro 17, El Reverso del Psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 1999, p. 79.
2. Ibíd., p. 78.
3. Ibíd., p. 78.
4. Ibíd., p. 78.
5. Lacan, Jacques. El Seminario, libro 1, Los escritos técnicos de Freud, Paidós, Buenos Aires, 1966, p. 88.
6. Freud, Sigmund. “La Interpretación de los sueños (1900)”. Obras Completas, vol. V, Amorrortu, Buenos Aires, 1994, p. 557-558.
7. Ibíd, p. 558.
8. Lacan, Jacques. El Seminario, libro 1, Los escritos técnicos de Freud, op. cit.
9. Lacan Jacques. El Seminario, libro 1, Los escritos técnicos de Freud, op. cit., p. 149.
10. Ibíd, p. 163.
11. Lacan, Jacques.“Comentario de Jean Hyppolite sobre la “Verneinung””, Escritos 2. Siglo XXI, México.
12. Ibíd, p. 861.
13. Ibíd, p. 861.
14. Freud, S. “La Negación (1925)”. Obras Completas, vol. XIX, Amorrortu, Buenos Aires, 1993, p. 254.
15. Ibíd, p. 254.
16. Lacan, Jacques. El Seminario, libro 1, Los escritos técnicos de Freud, op. cit., p. 149.
17. Ibíd, p. 150.
18. Freud, S. “La Negación”, op. cit., p. 255.
19. Lacan, Jacques. El Seminario, libro 1, Los escritos técnicos de Freud, op. cit., p. 186.
20. Freud, Sigmund. “Más allá del principio del placer (1920)”, Obras Completas, Vol. XIX, Amorrortu, Buenos Aires, 1993.
21. Lacan, Jacques. El Seminario, libro 1, Los escritos técnicos de Freud, op. cit. p. 179.
22. Freud, S. “Introducción del narcisismo (1914)”, Obras Completas, vol. XIV, Amorrortu, Buenos Aires, 1995, p. 72.
23. Ibíd., p. 74.
24. Ibíd., p. 74.
25. Lacan, Jacques. El Seminario, libro 1, Los escritos técnicos de Freud, op. cit., p. 88
26. Ibíd, p. 191.
27. Ibíd, p. 163.
28. Ibíd, p. 253.
29. Ibíd, p. 265.
30. Ibíd, p. 215.
31. Freud, Sigmund. “Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos (1925)”, Obras Completas, vol. XIX, Amorrortu, Buenos Aires, 1925, p. 275.
32. Íbid, p. 274.
33. Freud, S. “El problema económico del masoquismo (1924)”, Obras Completas, vol. XIX, Amorrortu, Buenos Aires, 1993, p. 169.
34. Lacan, Jacques. El Seminario, libro 1, Los escritos técnicos de Freud, op. cit., p. 193.
35. Freud, Sigmund. “Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos”, op. cit., p. 270.
36. Freud, Sigmund, “Introducción del narcisismo”, op. cit., p. 97.
37. Lacan, Jacques. El Seminario, libro 17, El Reverso del Psicoanálisis, op. cit.
38. Freud, Sigmund. “El problema económico del masoquismo (1924)”, op. cit., p. 167.
39. Ibíd, p. 168.
40. Lacan, Jacques. El Seminario, libro 1, Los escritos técnicos de Freud, op. cit., p. 155.
41. Ibíd, p. 161.
42. Ibíd, p. 268.
43. Ibíd, p. 174.
-Freud, Sigmund. “La Interpretación de los sueños (1900)”, Obras Completas, vol. V, Amorrortu, Buenos Aires, 1994.
-Freud, Sigmund. “Introducción del narcisismo” (1914) en Obras Completas, Vol. XIV, Amorrortu, Buenos Aires, 1995.
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-Freud, Sigmund. “El problema económico del masoquismo (1924)” en Obras Completas, vol. XIX, Amorrortu, Buenos Aires, 1993.
-Freud, Sigmund. “Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos (1925)”, Obras Completas, vol. XIX, Amorrortu, Buenos Aires, 1993.
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-Lacan, Jacques. El Seminario, libro 1, Los escritos técnicos de Freud, Paidós, Buenos Aires,1996.
-Lacan, Jacques. “El seminario sobre La carta robada”, Escritos 1. Siglo XXI, México, 1999.
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Cuerpo femenino e Ideal-Ich
NODVS LVII, abril de 2020