Sobre la sexualidad femenina
El siguiente trabajo fue presentado durante las sesiones del Seminario “Dora con Freud y Lacan” impartido por la docente Marta Serra Frediani, en el curso 2019/2020 del Área de la Tétrada de la Sección Clínica de Barcelona.
Se trata de una relectura del artículo de Freud Sobre la sexualidad femenina tratando de encontrar, en algunos puntos y en la medida de lo posible, el hilo conductor entre las teorizaciones freudianas de la sexualidad femenina y la enseñanza lacaniana.
En este artículo, Freud explica las diferencias que se establecen en la sexualidad femenina respecto a la masculina y cómo se producen estas, teniendo en cuenta que niño y niña parten de una misma posición inicial, la de ubicar a la madre como primer objeto de amor. A partir de ello, desgrana el recorrido y las vicisitudes que marcan las diferencias en el camino edípico de la niña.
Para dar coherencia al texto no se ha seguido al pie de la letra el orden en el que Freud desarrolla sus ideas en el artículo comentado, sino que se han reordenado para favorecer la exposición.
Sexualidad femenina, madre, hija, Edipo, castración, falo.
En el artículo Sobre la sexualidad femenina Freud analiza lo que él denomina la ligazón de la niña a la madre durante la fase pre-edípica y trata de explicar las razones por las que la niña, partiendo de la misma posición que el niño −es decir, teniendo a la madre como primer objeto de amor− realiza el cambio consistente en dejar caer su interés en la madre para volverlo hacia el padre. Freud define este viraje como una de las tareas que complica el desarrollo de la sexualidad femenina.
Sobre esta primera fase de ligazón a la madre, explica que hay dos hechos que le han llamado la atención en su investigación analítica:
a) Cada vez que hay una vinculación muy intensa al padre por parte de la niña, previamente hubo una unión de la misma intensidad con la madre.
b) La fase de ligazón a la madre es más larga de lo que hasta entonces los psicoanalistas habían pensado.
Freud señala una importante dificultad que le ha supuesto la investigación de esta fase pre-edípica de ligazón a la madre. Escribe que le resulta especialmente “difícil de asir analíticamente […], como si hubiera sucumbido a una represión particularmente despiadada”1. Se trata por tanto de una fase muy primitiva y en la que, en este texto, Freud situará las causas de la neurosis o la paranoia en la mujer. A este respecto, alude a la angustia que generan el miedo y las fantasías de ser devoradas por la madre. Esto apuntaría, por un lado, a lo que tiene de desmedido el goce de la madre y, por otro lado, sería una respuesta, una proyección de la hostilidad que la niña desarrolla hacia la madre por las limitaciones que esta le impone a su propio goce corporal como resultado de las normas educativas.
Para justificar el interés libidinal de la niña hacia la madre, Freud va a buscar la explicación en la bisexualidad, que entiende como constitucional para los seres humanos y que sería más evidente en la mujer que en el hombre. Se entrega aquí a una hipótesis excesivamente biologicista, centrada en las diferencias anatómicas en el sexo del niño y la niña, explicando que mientras el niño cuenta con un solo órgano sexual −el pene− la niña tendría dos −el clítoris y la vagina−. A este respecto, apunta que la primera fase de la sexualidad femenina, en el período infantil, estaría regida por el clítoris −órgano análogo al pene masculino− mientras que ya en el período de la pubertad, la vagina −a la que define como propiamente femenina− cobraría importancia. Estas disquisiciones anatómicas que se encuentran en ocasiones en los textos freudianos no suelen ser retomadas por Lacan y podrían considerarse más bien una prueba de las limitaciones que al pensamiento de Freud imponían los prejuicios de su época sobre el rol de la mujer, que una verdadera muestra de la innovación freudiana. No obstante, haciendo un importante ejercicio de abstracción, sí que podríamos entenderlo como germen de lo que Lacan retomará más tarde cuando en sus teorizaciones sobre la sexualidad femenina hable de un más allá del falo, aunque en su caso lo sitúe como un goce ilocalizado y no como situado expresamente en la vagina.
Con respecto a la bisexualidad, debemos entenderla como una muestra de que la pulsión no tiene objeto predefinido. Aquí radica también la importancia del reconocimiento del vínculo niña-madre, en el que la madre es tomada como objeto de amor, puesto que supone una crítica a las teorías que presuponen una relación entre padres e hijos preconfigurada por el sexo biológico, así como el destino heterosexual de la elección objetal. En este sentido se expresa también en este texto el propio Freud, cuando rechaza la denominación del complejo de Electra para la mujer como equivalente del complejo de Edipo. Así, Freud habla de complejo de Edipo en los dos casos y de esta manera se resalta que el camino, al menos al inicio, es idéntico para el niño y la niña, tomando como primer objeto de amor a la madre y sólo en un momento posterior se produce un cambio de vía en el sexo del objeto.
La madre constituye, por tanto, el objeto de amor de la niña durante la fase pre-edípica, el primer objeto de amor. En cuanto a la naturaleza de este vínculo libidinal, Freud explica que se unen tanto mociones activas como pasivas. En un primer momento destacan las vivencias pasivas, fruto de los cuidados que la niña recibe por parte de la madre, pero después surgirán también vivencias en las que la niña adopta un rol activo que variará dependiendo de las fases libidinales. Así, en la fase oral la niña ya no sólo se dejaría alimentar, sino que mamaría activamente. Corresponden a esta fase la angustia de ser devorada por la madre que a su vez podría ser sólo una inversión del deseo de devorar a la madre. En la fase sádico-anal, “la intensa estimulación pasiva de la zona intestinal es respondida por un estallido de placer de agredir, que se da a conocer de manera directa como furia o, a consecuencia de su sofocación, como angustia”2. Por último, en referencia a la fase fálica, Freud señala que es lógico pensar que la estimulación pasiva de dicha zona erógena se produce por la madre, pero una vez que se produce la inversión del objeto hacia el padre, la niña atribuirá a este el papel de seductor sexual. Las vivencias activas de esta fase corresponderían a la masturbación.
Hay que reseñar un último aspecto de este vínculo madre-hija. Se trata de un amor intenso y desmedido, que quizá por su propia desmesura está destinado al fracaso puesto que nunca podrá ser completamente satisfecho. A este respecto, Freud señala que es frecuente escuchar en los análisis quejas sobre que la madre no amamantó suficiente y, aunque inicialmente ofrece una explicación sobre lo limitado de la lactancia materna en su época con respecto a la crianza en épocas prehistóricas, finalmente concluye que, lo más probable, es que de la madre siempre se quiere más y por tanto nunca se tiene suficiente. Sin embargo, el punto fundamental que Freud señala como la causa primordial del desengaño de la niña para con la madre y que supone una fuente de hostilidad entre ambas es, precisamente, el descubrimiento de la castración.
El descubrimiento de la castración en uno y otro sexo entraña algunas diferencias. Para el niño, la posibilidad de la castración −anunciada por la falta de falo en la mujer−, supone la salida del Edipo, renunciando a la madre en pos de la conservación del pene. Además, se produce una interiorización de la figura paterna, dando origen al superyo. Para la niña, sin embargo, la castración no supone el final del complejo de Edipo, sino que, por el contrario, es la vía de entrada en el mismo. Las consecuencias del descubrimiento de la castración son diversas. Al mismo tiempo que la niña se hace consciente de la falta, por otro lado se rebela contra ella. Pero, en definitiva, Freud describe tres posibilidades de respuesta y orientación posterior de la sexualidad en el caso femenino: “a) la suspensión de toda la vida sexual; b) la porfiada hiperinsistencia en la virilidad, y c) los esbozos de la feminidad definitiva”3.
a) “La primera lleva al universal extrañamiento respecto de la sexualidad. La mujercita, aterrorizada por la comparación con el varón, queda descontenta con su clítoris, renuncia a su quehacer fálico y, con él, a la sexualidad en general, así como a buena parte de su virilidad en otros campos”.
b) “La segunda línea, en porfiada autoafirmación, retiene la masculinidad amenazada; la esperanza de tener alguna vez un pene persiste hasta épocas increíblemente tardías, es elevada a la condición de fin vital, y la fantasía de ser a pesar de todo un varón sigue poseyendo a menudo virtud plasmadora durante prolongados períodos. También este «complejo de masculinidad» de la mujer puede terminar en una elección de objeto homosexual manifiesta”.
c) “Sólo un tercer desarrollo, que implica sin duda rodeos, desemboca en la final configuración femenina que toma al padre como objeto y así halla la forma femenina del complejo de Edipo”4.
A menudo, el descubrimiento de la castración coincide con la prohibición de la masturbación, también para la niña. Aquí no se produce la amenaza de la pérdida del órgano, pero sí que esta interdicción formulada por la madre supone un refuerzo de la hostilidad de la niña. No obstante, informa Freud, es habitual que en algún momento los niños interpreten la castración como un castigo por la masturbación, pero teniendo al padre por el ejecutor de este castigo. Freud informa que ninguna de ambas cosas es cierta, es decir, ni es el padre quien prohíbe, ni probablemente se produzca amenaza de castración. En cualquier caso, podemos ver entonces como el padre se inscribe como la ley, aunque la prohibición no siempre parta de él. Cabría preguntarse si no es este el resultado de que se viertan sobre su figura la responsabilidad de todas las interdicciones y prohibiciones que se le imponen al goce infantil, porque es por él por quien los niños deben renunciar al goce primordial, es decir, a la madre. En este sentido podríamos entender la fórmula lacaniana que sustituye el Deseo de la madre por el Nombre del Padre.
Volviendo al texto freudiano, es preciso comentar que, a pesar de percibirse la castración, inicialmente esta es considerada como únicamente individual. Tan fuerte es la convicción de la teoría de la universalidad del falo que la asunción de la realidad se hace de forma progresiva: primero la propia niña, después algunas otras y finalmente las mujeres adultas, incluyendo la madre, lo que supondrá una desvalorización de la figura de la madre.
Finalmente, el resultado del descubrimiento de la castración traerá para la niña el último de los agravios reprochables a la madre, es decir, el no haberla dotado de falo. Así es como se produce lo que Freud nombra como extrañamiento respecto de la madre, que no es más que el abandono de la madre como objeto de amor. Este es un paso fundamental en el desarrollo de la sexualidad femenina y va más allá de “un mero cambio de vía del objeto”5. Mientras esto sucede, se produce igualmente una progresiva inhibición de los impulsos libidinales activos, en parte por la frustración de los mismos, pero también en parte, según Freud, por factores biológicos que guiarán las pulsiones activas por el camino de la feminidad, entendiendo esta como pasividad.
Freud confunde aquí feminidad con pasividad, en parte porque no es capaz de superar la vía fálica de la sexualidad y apuntar a otro Goce más allá del falo para la mujer.
Sobre la sexualidad femenina
NODVS LIX, desembre de 2020