Los niños y sus sueños
Conferencia de clausura del curso 2019-2020 de la Sección Clínica de Barcelona, celebrada el 18 de junio de 2020. Publicada aquí con la amable autorización del autor.
Enric Berenguer es psicoanalista en Barcelona docente del Instituto del Campo Freudiano en España, AME de la ELP-AMP.
niños, sueños, inconsciente, cristalización del síntoma
Agradezco a mis colegas Margarita Álvarez y Vicente Palomera su amable invitación a clausurar este curso 2019-2020 de la Sección Clínica de Barcelona. Es imposible no referirme, en este momento de finalizar el curso, al especial desafío que ha supuesto responder a la conmoción provocada por la situación de confinamiento.
Entre las cosas que sentimos que perdíamos en aquella discontinuidad que se nos imponía por la emergencia de un real inédito, revestido por los semblantes de la muerte, también estaba la renuncia al placer de los encuentros que suponen nuestros seminarios, donde, entre docentes y participantes, celebramos la alegría de investigar juntos en torno a las preguntas que el psicoanálisis nunca deja de plantearnos, hoy día con la misma urgencia que expresan los escritos de Freud y la enseñanza de Lacan, para responder a esos interrogantes que adquieren formas renovadas en el horizonte de cada época.
Hablamos mucho en estos tiempos de necesaria presencia del analista para hacer posible un análisis, y entendemos que la puesta en juego del cuerpo es imprescindible para que un análisis alcance a poner en juego el real que a cada uno concierne. Aunque, por otra parte, eso que llamamos cuerpo en psicoanálisis no está exento de complejidad.
La enseñanza del psicoanálisis no es, por supuesto, lo mismo que ocurre en un análisis. Pero hay un nexo entre lo uno y lo otro. Lacan insiste en su posición analizante en su seminario. Y, sea como sea, cada uno de nosotros, en el lugar y la función que desempeña, debe preservar algo de esa dimensión que vincula la transmisión con la experiencia del análisis de cada uno. En ello ponemos el cuerpo.
Desde un primer momento, me pareció fundamental reanudar, en cuanto pudimos rehacernos tras el primer efecto de sorpresa, nuestra tarea en la SCB. En efecto, cada seminario es una tarea, en la que nuestro deseo, nuestra capacidad para poner en juego una relación con el saber del psicoanálisis basada en el cuestionamiento de toda certeza previa, supone una implicación subjetiva. Por eso consideré, como lo dije a los inscritos en el seminario optativo de la Tétrada que se desarrollaba bajo mi responsabilidad, que proseguir nuestro trabajo era también un modo de apostar por la presencia del psicoanálisis, su presencia en el mundo.
Debo decir que ha sido una excelente experiencia para mí –y que considero haber compartido– participar en ese ejercicio de demostración de que, sea cual sea la forma que adquiera el mundo, aunque en algún momento parezca poder convertirse en un desierto, el psicoanálisis tiene en él su lugar, si saber encarnar y decir el real que le concierne.
Aprovecho la oportunidad, por tanto, para agradecer a los inscritos del Seminario optativo su participación a lo largo del camino, a veces sinuoso, de la formación del síntoma, en particular en su aspecto Unwege, extraviado, sinuoso, que Jacques-Alain Miller destacó ya hace muchos años, en Barcelona, en un seminario semanal que dedicó a las conferencias de Freud sobre el síntoma, en 19851.
Hablo de este seminario concreto, pero esto que digo se puede repetir sobre el conjunto de seminarios que han seguido desarrollándose, primero con un esfuerzo añadido, luego con un entusiasmo renacido, que lo ha hecho todo más llevadero de lo que nosotros mismos habríamos supuesto.
Considero, pues, que este curso de la SCB ha sido, contra todo lo esperable, un éxito. Me parece que esto es propio del psicoanálisis mismo –¡qué diferentes los ecos mortecinos que me llegan del efecto depresivo y de vaciamiento que en muchos medios universitarios ha producido la situación creada por el COVID-19! De modo que, sea como sea, hemos conseguido poner el cuerpo, sin el cual el saber no alcanza ni siquiera a bordear lo real que nos concierne.
He querido empezar, por tanto, compartiendo con todos ustedes esta alegría.
¿Por qué los niños y sus sueños? En primer lugar, porque se enlaza con el tema de investigación que Jacques-Alain Miller propuso a la AMP, que estaba destinado a encontrar su punto de capitonado en el Congreso al que muchos de nosotros íbamos a asistir en Buenos Aires en el pasado mes de abril.
El Congreso tuvo que ser aplazado, como sabéis, pero esto no significa que el trabajo suscitado por esa importante convocatoria no haya tenido lugar. La pregunta lanzada sobre Los sueños, su uso y su interpretación en la cura lacaniana,y lanzada por quien, en virtud de la transferencia que nos une, estaba en la posición de causar nuestro deseo de responder, nos puso a trabajar a todos.
Por mi parte, el trabajo suscitado se desplegó en el marco de la Escuela de psicoanálisis, pero también se enlazó con mis investigaciones en los seminarios de la Sección Clínica. Así, en el curso pasado abordé algunos aspectos de la cuestión en relación con el caso Juanito de Freud. Algo de ello se publicó en Nodvs, a pedido de Marta Gutiérrez2.
Este año pude seguir abordándolo desde una perspectiva que cristalizó como la relación entre sueño y síntoma, elucidada a partir de una serie de casos de niños. Además del de Juanito, una vez más, el caso Sandy, comentado por Lacan en su Seminario, pero también el de Piggle, sin olvidar un ejemplo clínico fundamental, el del historial del Hombre de los lobos, en el que un sueño desempeña un papel crucial.
En la estela de la movilización causada por el Congreso de la AMP, también convoqué a una serie de colegas de distintas escuelas pidiéndoles una contribución sobre los sueños de los niños, con el fin de mostrar una complejidad que a menudo se obvia tras algunas afirmaciones recogidas de aquí y de allá sobre la supuesta simplicidad de esas formaciones. El resultado fue un libro, titulado ¿Con qué sueñan los niños?, editado hasta ahora como ebook por NED Ediciones3, pero que existirá físicamente en septiembre. ¡Queríamos presentarlo en abril en Buenos Aires! No pudo ser.
En cualquier caso, si el tema de trabajo del Congreso de la AMP sobre el sueño nos hizo despertar –tal es el título del texto de Miller que encabeza el volumen Scilicet, que me pidieron traducir, “Despertar”– es porque se nos invitaba, más bien se nos provocaba a olvidar todo lo sabido para pensar la cuestión de los sueños desde la última, qué digo, la ultimísima enseñanza de Lacan.
En suma, considerar lo que acostumbramos abordar como formación del inconsciente desde la perspectiva, paradójica, expresada por Lacan en el Seminario XXIV, el 16 de noviembre de 1976, cuando dice: “Trato de introducir algo que va más lejos que el inconsciente”4.
En el texto de Miller publicado en 2015 en la revista La Cause du désir, número 91, bajo el título “En deçà de l’inconscient”, se nos plantea una topología sutil entre ese más lejos de Lacan y lo que adquiere la forma de un “más acá”, en torno a los dos extremos en los que la cuestión del sinthome modifica nuestra concepción: por un lado, del fin del análisis, por otro lado, de lo que en su momento Lacan llamó “causación del sujeto”, desplazado ahora a los dominios del misterio del cuerpo hablante, nombre que en su momento dio Jacques-Alain Miller al parlêtre.
El examen de esta secuencia de casos de niños que antes he enumerado encajaba bien para mí en esta perspectiva, porque se trata, en todos ellos, de sueños que tienen un papel significativo, incluso a veces decisivo, en la cristalización de un síntoma. Eran, por tanto, una ocasión para examinar esas producciones tratando de situar en ellas (no sólo en el sueño aislado, por supuesto, sino, como se dice en el título del Congreso de la AMP, como insertado en la cura), la zona de borde, por así decir (o quizás sería mejor decir litoral) entre síntoma e inconsciente.
No es este el contexto adecuado para desarrollar todas las sutilezas y la complejidad del tema. Les daré algunas de las referencias que ya he transitado y que seguiré poniendo al trabajo en el curso que viene, en el Seminario de Clínica freudiana dedicado al examen del caso del Hombre de los lobos, con el inestimable apoyo del Seminario de DEA que en su día dedicó Miller a este caso. El historial es inagotable y, sin duda, tiene mucho que decirnos desde esta perspectiva de la última enseñanza de Lacan, desde la que somos invitados a reexaminar la teoría y la clínica.
Se trata, pues, de una investigación en curso. Aunque ya tiene algunos resultados.
Entre ellos, la introducción que escribí para el volumen del que antes les hablé, pero también un texto que se publicó en nuestra excelente publicación de la Sección Clínica de Barcelona, Nodvs, en este caso, no sólo sobre la cuestión específica de los sueños de los niños, sino recogiendo toda una serie de resultados del Seminario de la Tétrada en curso5. Aprovecho para agradecer al comité de edición, especialmente a Lucía Icardi, que me sugirió la publicación y tuvo la paciencia de esperar más allá de la fecha establecida.
Y, por último, se añade a esta serie de trabajos el texto “Síntoma y sueño en el niño: ventana a lo real”, que me pidieron desde la revista Enlaces y que tengo entendido se publicará en breve.
¡Como ven, el Congreso de la AMP me puso a trabajar!
He introducido ya hace un momento el nudo problemático, pero al mismo tiempo crucial, que sitúo entre síntoma y sueño, o quizás más apropiadamente, como síntoma e inconsciente. Pero, antes de adentrarme en este punto nodal, me permito algún rodeo más. En cuestiones de síntoma, el camino siempre participa algo de la senda que parece perdida, el Unwegeal que antes me referí. Pero, ¿acaso podemos atrapar lo real por las orejas, directamente? ¿Existe un “camino real” a lo real, como el “camino real” que fue para Freud el sueño para dirigirse al inconsciente. El síntoma es todo menos un camino real.
No tengo presente ahora el contexto en el que Freud habló de camino real, no conozco las resonancias de ese término en el alemán de Freud. Pero en español tiene resonancias interesantes.
En francés, Lacan habla alguna vez de la carretera principal, en relación con el Nombre del Padre. Esta metáfora le permite en algún momento distinguir a sujetos errantes, que no pueden transitar por esa vía. La vía romana es también el nombre de una realidad histórica, de un tiempo aún más lejano, que nos demuestra hasta qué punto el significante amo organiza el espacio del mundo y define los dominios de lo transitable. Por cierto, la experiencia del confinamiento nos ha mostrado que la topología del espacio y nuestro modo de habitarlo depende mucho de los significantes amo, y el de “confinamiento” ha tenido el poder de modificar nuestra relación con los tránsitos y los lugares, el contacto entre los cuerpos.
Me gusta lo del camino real, por lo que tiene de anticuado. Es pre-moderno. En efecto, los caminos reales eran los que hacían, bueno, mejor dicho, los que hacían hacer los reyes, porque los temas de comunicaciones tenían toda su importancia, aunque de otro modo que ahora, cuando las autopistas de la información y, más que ninguna otra cosa, los caminos insituables de las redes, deslocalizan en alto grado nuestros recorridos por el mundo. Cuando había caminos reales, el modo de vivir lo real era bien distinto. Junto al camino, estaba el bosque, cuyo misterio evocaba la presencia de los lobos y otras criaturas diversamente fantasmáticas. Esto me hace pensar en el cuento de Chejov, “Miedos”, en ruso Straji, o algo así. Con la Selva Amazónica en recesión, estamos en otro tiempo.
Todo eso le da cierto encanto nostálgico a recorrer caminos reales, que ahora ya no son la carretera principal, su sustituto moderno. Yo conocí algunos, muy bonitos, como el camino real del Valle de Arán, de cuando el rey de España trataba de mantener contentos a esos araneses que, si no se les ofrecía algo, eran capaces de convertirse en franceses. La época del sinthome, tanto en la cura como en la civilización, es una época en la que ya no es, ni por los caminos reales, ni por las carreteras principales por donde transita lo más decisivo. Lo real ya no está ahí, ni siquiera al borde del camino.
A nosotros, a nuestra manera, nos pasa con la última enseñanza de Lacan, que nos obliga a revisar mucho de lo que creíamos saber sobre carreteras principales y caminos reales. De modo que ahora nos ha tocado volver a lo que en su momento fue para Freud, pero que nosotros también quisimos creer, camino real, para considerarlo de otra manera. Amamos tanto al inconsciente, lo hemos venerado tanto, que el punto de reversión que nos mostró Miller (este es el término que emplea, rebroussement) en la enseñanza de Lacan, que llega al cuestionamiento mismo del inconsciente, no nos fue tan fácil de digerir.
Y henos aquí, recorriendo cada uno sendas difíciles, en las que, como nos demuestra la perspectiva del pase, pero que se puede aplicar en un ámbito más general, cada uno tiene que abrir camino. Y este es un camino que, para abrirlo, exige perforar, como lo dice Lacan, por ejemplo, en el Seminario XVI, cuando, en la lección titulada “39 de fiebre”6, destaca la dimensión analizante de su tarea, frente a la conformidad de los que creen que pueden quedarse tranquilos en un “ser analista”. Un ser analista, por ejemplo, de los que pretenden no salir nunca de la carretera principal. Incluso de aquellos que querían encontrar en la enseñanza de Lacan una autopista cómoda, fácilmente transitable, que tuviera respuestas ya hechas para todas las preguntas.
Recorramos pues algunas de las sendas que he propuesto explorar para irme acercando como puedo a esa zona que también se puede situar, en esos sueños de niños de los que me he ocupado, como entre el sueño y el despertar. Como se ve, las oposiciones y articulaciones se van multiplicando, mostrándonos la complejidad del tema, la dificultad intrínseca de localizarlo. Inconsciente y síntoma, Sueño y síntoma, Sueño y despertar. También Sueño y fantasma. A lo que podríamos añadir la cuestión, nada banal, de que no sólo dormimos de noche, sino que soñamos despiertos. Freud lo destacó a partir de la expresión común, que gustó de usar, “sueño diurno” o “soñar despierto". Y la otra, todavía más aguda, planteada por Lacan, de que no es seguro que alguna vez consigamos despertar, aun reconociendo en cierto despertar la finalidad misma de la tarea analítica.
La amplitud del tema y las múltiples articulaciones que contiene es lo que me llevó hoy a proponer como título de mi intervención: Los niños y sus sueños. Con ello quería aludir al hecho de que no sólo se trata de examinar e interpretar ciertas formaciones del inconsciente, como si se sostuvieran solas, sino que lo que está en juego es la relación del cada sujeto con su inconsciente –y lo que sus sueños pueden decirnos de esa relación, lo que en ellos podemos leer. Es ahí donde podemos situar el hiato donde se aloja el nudo entre síntoma e inconsciente.
Sin olvidar la relación con lo que Freud llamó el deseo inconsciente, presente en el sueño, pero igualmente abierto a lo que se construye en el borde de este último con el fantasma. En este, el sujeto del inconsciente, con los medios del inconsciente, produce una respuesta que le sirve como defensa contra lo real y le permite extraer de un goce que afecta a lo más profundo de su cuerpo una solución vivible, incluso deseable.
Así, “los niños y sus sueños” en una fórmula amplia, que puede alojar tanto lo que sucede en la zona en que sueños se abren, en un despertar aunque sea fugaz, a un real (experiencia esta de la que a veces surge un significante privilegiado de ese encuentro decisivo), como también las construcciones que pueden llevar a cabo los niños para poder seguir soñando despiertos. Estas se construyen en parte en contra o a pesar de, pero también con algo de lo que en el mencionado encuentro con un real se convierte en elemento insoslayable que dará a su modo de vivir la pulsión -que ojalá sea vivible- una orientación que no puede no ser sintomática, y que también se tramita en las formaciones fantasmáticas mediante las cuales el sujeto construye una identificación, un punto desde donde situarse como deseante.
La polisemia de la palabra sueño fue lo que también quise incluir en el título y subtítulo del libro que editó NED: ¿Con qué sueñan los niños? Inconsciente y deseo en su primera edad, para apuntar esa zona en la que el sujeto toma del parlêtre algo del encuentro con lo más vivo, surgido del encuentro del cuerpo con lalangue, y con ello elabora lo que constituye el marco de un modo de gozar viable, no sin pasar por el desfiladero de la sexuación, en la que cierta elección sitúa al sujeto como pudiendo decidir algo sobre aquello de lo que él mismo es efecto.
De esto último hay en el mencionado volumen un ejemplo clínico precioso, en el texto de Miller que reexamina con atención el caso de Sandy. Éste había sido comentado por Lacan en el contexto de su seminario, aunque dejando de lado aspectos importantes, que no entraban en el hilo de lo que en aquel momento quería resaltar. Miller nos muestra de qué modo la niña tramita el encuentro con lo real del que un sueño de angustia participa, en una solución que incluye, como momento decisivo, un modo de asumir el goce en juego a través de una versión de lo femenino.
Voy a dar ahora algunas de las referencias de Lacan que me han orientado y que siguen orientando mi trabajo, en continuidad con el que desarrollaré en relación con el historial del Hombre de los lobos.
La primera, punto de partida para mí, es la conferencia de Lacan en Ginebra, de octubre de 1975, sobre el síntoma. Les leeré los pocos párrafos que me sirvieron como punto de partida7:
“Si ustedes estudian de cerca el caso del pequeño Hans, verán que lo que ahí se manifiesta es que lo que él llama su Wiwimacher […] se introdujo en su circuito. En otros términos, […] él tuvo sus primeras erecciones. Este primer gozar se manifiesta, podría decirse, en cualquiera”.
Inmediatamente después, vincula este momento de irrupción del “primer gozar” con el inconsciente: “El inconsciente es una invención […] ligada al encuentro que tienen algunos seres con su propia erección.”
Prosigue insistiendo en que, para el niño, su propia erección no tiene nada de autoerótico y que es este el motivo de que “encarne ese goce en objetos externos”. Y añade:
“Vayamos finalmente a esta experiencia que hacemos todos los días. Si aquello de lo que hablamos es verdadero, si es precisamente en una etapa precoz que se cristaliza para el niño lo que hay que llamar por su nombre, a saber los síntomas, si la época de la infancia es tan decisiva para esto, ¿cómo no ligar este hecho con la manera en que analizamos los sueños y los actos fallidos? —no hablo de los chistes {mots d’esprit}, completamente fuera del alcance de los analistas, que no tienen naturalmente el menor ingenio {esprit}”.
Destaco en estos pasajes la sutil articulación entre el goce de lalangue en el niño y los modos de subjetivación de su cuerpo, en la que algo de lo radicalmente hétero se empieza a situar, a localizar. Y de lo que Lacan llama la “erección” en relación con el impacto de esa movilización del cuerpo por el significante, de un modo que mantiene toda su heterogeneidad, pero que resulta, aún en su extrañeza, innegable para el sujeto por la evidencia de sus efectos sobre un órgano.
Y también la invitación que nos hace Lacan a tener en cuenta esa dimensión del inconsciente, ligada a la irrupción de lo más radicalmente Otro, que sólo cuenta en la medida en que despierta lo más real del cuerpo, más allá incluso de los límites imaginarios de su anatomía. Invitación también a considerar esas formaciones llamadas síntomas, en la proximidad de su cristalización, también en la huella que pueden dejar en el margen entre el dormitivo sueño y el instante de un despertar.
Otra referencia de Lacan que forma parte de este programa de trabajo es su Respuesta a Marcel Ritter sobre el ombligo del sueño, que nos interesa muy especialmente, también porque forma parte de la misma época que la conferencia de Ginebra, 1975. En dicho texto, recientemente publicado en Freudiana, traducido por Josep María Panés8, Lacan plantea la necesidad de distinguir el límite de lo analizable del sueño -lo que Freud llama su ombligo- con el real pulsional que contiene. Considera que en la pregunta tal como le había sido formulada estas dos dimensiones podrían confundirse. Esboza entonces distintas formas de articularlas, sin renunciar en ningún momento a mantener una tensión, un hiato. Recurre a la noción de agujero, por un lado, y a la de constancia pulsional, por otro. Se refiere a la articulación de la pulsión con el cuerpo a través de la topología de las zonas erógenas, pero insiste en distinguir de ellas el agujero como tal.
Entonces habla del nudo de lo indecible y su inserción en lo que llama la “cicatriz umbilical sobre el cuerpo”. Se pregunta de qué modo el estigma de la exclusión irremediable del parlêtre respecto de su origen se reproduce en el sueño, que de algún modo representa lo que no puede ser dicho y que se encuentra en la raíz del lenguaje.
Lacan no identifica del todo el agujero con el punto de anudamiento del ombligo. Preserva así la dimensión irrepresentable del imposible de decir que emana de la no-relación sexual. Lo que corresponde al registro de la no-relación (real, punto de cierre) no debe confundirse, entonces, con el inconsciente en tanto implica el desplazamiento y la introducción de la significación sexual, así como de la muerte.
¿Qué ocurre entre el orifico que evoca el límite de lo simbólico y su anudamiento con lo más opaco de la pulsión? En una definición alusiva del parlêtre, Lacan lo sitúa entonces, precisamente, -en una fórmula a la que hay que prestar la máxima atención- en la “oscilación entre orificio y punto de anudamiento”.
Se trata de la huella, en las formaciones del inconsciente, de la repercusión del límite de lo simbólico, experimentado por el parlêtre en una pura singularidad. En esa zona, dice Lacan, de paso, la imagen no deja de ser convocada. La mención del “punto de anudamiento” nos sitúa en la dimensión del Uno del sinthome, como operador que permite pasar del no cesa de no escribirse de la no relación, al no cesa de escribirse de la iteración sintomática.
Lacan, en el Seminario XXV, insiste en que hay escritura en el inconsciente y esta podría darse en el sueño. Es importante subrayar esa fórmula condicional, que depende tanto de lo que en un sueño pueda llegar a escribirse como del tino en su lectura. De producirse, esta escritura surgiría en el lugar mismo de aquello que, en lo real, no se escribe, y surgiría allí gracias a una “confusión” entre un real y “lo imperfecto de lenguaje”9 –en alusión a la Une-bévue.
Una escritura del inconsciente merecerá elevarse a la dignidad de síntoma –y acceder a la repetición– cuando, entre lo uno y lo otro, un significante se preste al nudo. Ello no es posible sin la intrusión de un real del que dicho significante hará signo, en tanto participa del poder del equívoco que, en lalangue del parlêtre, toca su cuerpo más allá de su consistencia imaginaria.
Esto nos lleva, por ejemplo, a considerar ciertos aspectos del papel desempeñado por un sueño en el caso del Hombre de los lobos. A pesar de que no mucho tiempo antes Freud había descrito los sueños de los niños como simples realizaciones transparentes de deseos no elaborados, en este historial reconoce que es en el interior del sueño donde se efectuó, para el sujeto, la asunción de la realidad de la castración, que hasta entonces habría sido un simple pensamiento, sin consecuencias aparentes. Este aspecto decisivo lo recoge en su Seminario de DEA sobre el caso Jacques-Alain Miller. ¿Cómo pensar el cambio de estatuto de la castración como resultado de esta peculiar formación onírica, de la que, hay que decirlo, se destaca que dio lugar a un despertar y estuvo sometida a repeticiones, además de haber constituido un momento decisivo en el inicio de una nueva etapa en la formación de síntomas? Es conocida la relación de este sueño con el desarrollo de la fobia al lobo, pero Miller nos invita a tener en cuenta un aspecto del que se habla menos, a pesar de tener un papel fundamental en el historial escrito por Freud. En efecto, no se trata sólo de la emergencia de la pulsión escópica, a través del soporte inquietante de la mirada mulplicada de los lobos, cuyas derivaciones posteriores se pueden tener en cuenta en el desarrollo de fenómenos paranoides y en la obsesión por mirarse la nariz (agujereada) en el espejo.
Miller destaca que el eje sintomático fundamental y más estable es el descrito por Freud en términos de “erotismo anal”. Elementos de esa construcción estaban de algún modo presentes antes del sueño de los lobos, en efecto, pero su eficacia es distinta y da lugar a una nueva estructura sintomática a partir de él. Y Freud no dejó de señalar la conexión de determinados elementos del sueño con el despertar intestinal al que dio lugar.
Así, podríamos decir que algo de la castración se encarna únicamente, con todas las consecuencias, cuando el impacto de significante encuentra la oportunidad para lo que Lacan llama, en la expresión que antes he mencionado, un surgimiento decisivo del Uno del goce sobre el transfondo del agujero en lo simbólico, mediante una respuesta de lo real que moviliza el cuerpo más allá de lo imaginario. Es de ahí que surge ese punto de inserción cuya huella diferida encontraremos en el desarrollo de los síntomas.
Sólo mediante esta movilización del cuerpo se alcanza el momento de concluir que hace pasar de las elaboraciones fantasmáticas sin consecuencias a ese nudo entre agujero y Uno, no sin el cuerpo, que Freud llamó castración. De lo que pueda hacer luego el sujeto con el síntoma que allí se origina y de la posibilidad de su fantasma para producir, incluyendo de algún modo ese real que ya es inolvidable, un deseo sostenible, depende buena parte de su destino.
Como decíamos antes, el sueño no es camino real, simplemente porque, a lo real, no hay camino. Que esto haya tenido lugar en algunos casos en relación con sueños, no es ninguna norma. Sin embargo, algo tiene el sueño que puede favorecer la apertura, que da lugar a un encuentro posible con lo real y a una respuesta del cuerpo del parlêtre.
Solemos pensar esto por el lado del inconsciente y su capacidad para taponar ese encuentro con el sentido que emana de su poder de interpretación, capaz de reducir lo real al sentido mediante sus instrumentos metafóricos y metonímicos. Pero no hay que olvidar que el sueño desactiva la consistencia imaginaria del cuerpo con la que el yo se sostiene en el plano especular. Ocasión para el cuerpo pulsional de manifestarse, más allá de las construcciones imaginarias que suelen velarlo. Y, más allá incluso de la pulsión, el goce deslocalizado, ese que Lacan, en el Seminario XVI, dice estar dotado, por su radical exclusión, de nulibidad10, esto es, de la cualidad de estar en ninguna parte. Pero, como dice un poco más allá de ese párrafo Lacan, este no estar en ninguna parte es lo que le permite al síntoma hacer retornar el goce excluido desde cualquier lugar, desde todas partes.
Es en esa zona, entre el ninguna parte y en cualquier parte, es donde puede tener lugar lo que Lacan llamó acontecimiento de cuerpo. El síntoma, en efecto, recoge aquello del goce que excede a cualquier circuito, pero que retornará siempre, con consecuencias diversas según los medios de que disponga el sujeto para hacer frente a su irrupción. Lo que hace que en ese instante fulgurante, lo que “no deja de no escribirse” deje de no escribirse y se abra a la repetición.
En efecto, no todos los sujetos disponen de los mismos medios para hacer frente a lo real que allí se manifiesta. Medios entre los cuales no se debe excluir la decisión de un consentimiento a asumir como propio algo de lo más hétero. Es un aspecto que me parece importante y que fue recogido en el volumen que mencioné, ¿Con qué sueñan los niños?. Incluye, por ejemplo, una conferencia de Sonia Chiriaco en la que hace un desarrollo muy útil sobre el modo de tener en cuenta el imposible despertar que, en niños que llamamos psicóticos, impide la separación con respecto a lo que en el sueño se impone, desde un inconsciente radicalmente rechazado. Ella muestra que bajo transferencia algo de ese borde no inscrito se puede restaurar o, como mínimo, suplir.
En cuanto al punto de anclaje entre sueño y síntoma, obviamente, requiere una consideración especial en estos casos. Pero, aun así, se demuestra que, en no pocas ocasiones, uno por uno, lo que el inconsciente enigmático produce puede llegar a dar cierta orientación, en la medida en que inscribe algo de un real –siempre en el caso de que eso le diga algo al sujeto sobre lo que esté dispuesto a hablar bajo transferencia.
Así, en un caso publicado en el libro por Claudia González, un sueño repetitivo en el que el padre, representado como un maniquí, se cae hecho pedazos, inscribe el rechazo del sujeto a recogerlos ante la voz imperativa del padre, que se descompone en medio del más completo ridículo. En cualquier caso, la negativa del sujeto a sostener al padre no impide en él una intensa actividad creativa, consistente en armar figuras, algunas de ellas dotadas de un valor estético indiscutible, a partir de pedazos dispares, de restos. Es la propia consistencia de su yo, hecha pedazos al no contar con el soporte del padre, la que luego tiene que restaurar laboriosa e infatigablemente, con un resultado visible, en la medida en que algo de esas construcciones es acogido bajo transferencia como su obra y propiedad inalienable.
En estos casos, no se trata, por supuesto de interpretar los sueños, sino de tenerlos en cuenta en el registro que conviene y a partir de las coordenadas definidas y posibilitadas por la transferencia.
Dejo aquí mi desarrollo, que retomaré el año que viene como uno de los aspectos del Seminario de Clínica Freudiana dedicado al Hombre de los Lobos. Antes de terminar, quiero referirme a un comentario de Jacques-Alain Miller en su prólogo al libro de Hélène Bonnaud, El inconsciente del niño, cuyo subtítulo, “Del síntoma al deseo de saber”, viene muy bien en relación con el tema de hoy. Destaca Miller que, en la primera infancia, vemos que “el sujeto sale aplastado de su encuentro con el lenguaje, sepultado bajo el significante”11. Añade entonces que esa proximidad al surgimiento del S1 deja al sujeto en disposición de buscar un S2. Quien sepa estar en ese lugar, dice entonces, puede hacer milagros.
Creo que interpreto bien sus palabras, si digo que no se trata aquí de un S2 que pretenda tapar todo bajo el sentido, sino que favorezca el desarrollo de las propias respuestas del sujeto a ese encuentro con el troumatisme. No todos los S2 son iguales, como vimos este año en relación al caso de Piggle. Del mismo modo que, cuando hablamos de interpretar un sueño, hay distintas opciones.
He tomado esta distinción posible de un texto de orientación para el Congreso AMP, en el que Miller plantea: “Cada vez que nos ocupamos en descifrar un sueño, practicamos la interpretación de reconocimiento. Pero hay otro régimen de la interpretación que no se dirige al deseo sino a la causa”.
Dirigirse ahí y sostenerse ahí. De eso se trata.
1. Miller, Jaques-Alain. “Sobre Die wege der Symtombildung”. Freudiana nº 19, 1997.
Este seminario impartido en Barcelona se incluyó posteriormente en el volumen compilatorio de las conferencias de Jacques-Alain Miller en España: Miller, Jacques-Alain. “Sobre la vías de formación del síntoma”, Introducción a la clínica lacaniana, Barcelona, ELP-RBA, 2006.
2. Berenguer, Enric. “La fobia de Juanito… y más allá”. Nodvs 52, junio de 2018. Disponible en http://www.scb-icf.net/nodus/contingut/article.php?art=640&rev=71&pub=1
3. Berenguer, Enric. ¿Con qué sueñan los niños? El inconsciente y el deseo en su primera edad. NED Ediciones, Barcelona,2020.
4. Lacan, Jacques. El Seminario, libro 24. L’insu que sait de l’une-bévue s’aile à mourre. Lección del 16 de noviembre de 1977. Inédito.
5. Berenguer, Enric. “El Uno de la discordia y nuestro hacer con el síntoma”. Nodvs 57, abril de 2020. Disponible en http://www.scb-icf.net/nodus/contingut/article.php?art=717&rev=77&pub=1
6. Lacan, Jacques. El Seminario, libro 16, De Otro al otro. “39 de fiebre”. Paidós, Buenos Aires, 2008, pp. 215-224
7. Lacan, Jacques. “Conferencia en Ginebra sobre el síntoma”. Intervenciones y Textos 2. Manantial, Buenos Aires, 1988, pp. 123-127
8. Lacan, Jacques. “El ombligo del sueño es un agujero. Respuesta a Marcel Ritter”, Freudiana nº 87, 2019.
9. Lacan, Jacques. El Seminario, libro 25. El momento de concluir. Lección del 10 de enero de 1978. Inédito.
10. Lacan, Jacques. El Seminario, libro 16, De Otro al otro. Paidós, Buenos Aires, 2008, p. 297
11. Bonnaud, Hélène. El inconsciente del niño. ELP-Gredos, Barcelona, 2014.
Los niños y sus sueños
NODVS LIX, desembre de 2020