El cuento de La carta robada de Edgar Allan Poe

Referencia presentada en el Seminario del Campo Freudiano de Barcelona, durante la sesión del 13 de marzo de 2021, impartida por Miquel Bassols. 

  • Publicado en NODVS LX, abril de 2021

Resum

El siguiente texto está conformado por el argumento del cuento sobre La carta robada y algunas pinceladas sobre lo que Jacques Lacan trabaja en el Seminario sobre la carta robada en los Escritos y sobre el capítulo 16 de El seminario 2, dedicado al cuento de Poe.

Paraules clau

carta robada, Edgar Allan Poe, letra, cadena significante, simbólico, automatismo de repetición.

París en otoño. Dupin se encuentra en su biblioteca con un amigo. Ambos en profundo silencio. La atmósfera les envuelve con el denso humo proveniente de una elegante pipa de espuma de mar. Meditan en soledad uno al lado del otro. De pronto, irrumpe en la escena el prefecto de la policía parisiense para consultar a Dupin sobre un asunto oficial. Llevan meses rompiéndose la cabeza en algo que parece tan sencillo como desconcertante. Simple and oddOdd: extraño, raro. Adjetivo que insiste repetidas veces en el primer diálogo que mantienen.

El prefecto aporta algunas unas pinceladas sobre lo que ocurre. Dupin, sabiendo sin saber, da en el clavo y dice: “quizá sea la gran sencillez de la cosa la que los induce al error"1. Ja, ja, ja, ríe a carcajadas el prefecto. Dupin acentúa de nuevo que seguramente se trata de algo “un poco demasiado sencillo […] un poco demasiado evidente”2.

Con una pomposa jerga diplomática, el prefecto va relatando, y cada vez con más precisión por la insistencia en el detalle que le exige Dupin, de lo que se trata y para lo cual pide su opinión. Agrega que su honor está en juego, tratándose de un asunto que requiere el mayor secreto, y en el que hay implicada una importante recompensa monetaria.

Lo ocurrido es lo siguiente: La reina se encontraba sola en su regio boudoir, cuando recibe una carta. Mientras la lee cuidadosamente, entra el rey, a quien especialmente ella deseaba ocultarla. En el intento fugaz en el que procura esconderla en un cajón, se ve forzada a dejarla abierta sobre la mesa. La dirección queda boca arriba, pero el contenido permanece oculto. Pasa entonces inadvertida para el rey, pero en esa coyuntura entra el ministro D., que con sus ojos de lince ve rápidamente la carta reconociendo la letra y la dirección. Observa la confusión de la reina y ¡paf!, se adentra en su secreto.

Después de comentar un par de temas de negocios, el ministro saca una carta muy parecida a la carta en cuestión. La abre, pretende leerla y la deja yuxtapuesta a la otra. Continúa sobre algunos asuntos públicos y al cabo de poco, se despide y toma de la mesa la carta de la reina. Ella se percata inmediatamente de lo ocurrido, pero no puede llamar la atención sobre ello ya que el rey está presente. El ministro se marcha dejando la carta sin importancia. Y es así que, en posesión de la carta de la reina, se dedica los últimos meses a usar el poder que le da tenerla para fines políticos.

Desde entonces, a petición de la reina, la policía lleva meses buscando la carta en casa del ministro. Una búsqueda minuciosa, microscópica y exhaustiva hasta en los lugares más recónditos. Una búsqueda en la que el prefecto asegura que ni la quincuagésima parte de una línea puede escapárseles. Y aun así, no la encuentra, por lo que pide consejo a Dupin.

Dupin, luego de escuchar suficientemente al prefecto, le pide una descripción exacta de la carta. Conversan un poco más y el prefecto se marcha. Al cabo de un mes, vuelve encontrándose en la misma situación. Dupin pregunta a cuánto asciende la recompensa. El prefecto replica que daría cincuenta mil francos a quien le ayude en el asunto. Entonces, Dupin abre el cajón, saca el talonario de cheques y le dice: “puede usted llenarme un cheque por esa suma. Cuando lo haya usted firmado le entregaré la carta"3. Y así sucede, quedando el prefecto estupefacto con la carta en la mano.

Una vez resuelto el asunto, Dupin explica a su amigo los errores de la policía calificando su proceder como una excesiva profundidad o quizá demasiada superficialidad. Fumando su pipa, continúa refiriendo que, si se han equivocado tantas veces, ha sido primero por carencia de esa identificación —se refiere al niño que consigue ganar siempre al juego de par o impar, observando la astucia de su contrincante e identificándose al intelecto del mismo— y, en segundo lugar, por haber apreciado de manera inexacta o más bien no haber apreciado la inteligencia con la que se miden. Le dice, “no ven ellos más que sus propias ideas ingeniosas, y cuando buscan algo escondido, sólo piensan en los medios que hubieran empleado para ocultarlo"4.

La genialidad de Dupin le permite resolver el enigma siguiendo su orientación inicial, de que quizá se trataba de algo sencillo y evidente. Para demostrarlo a su amigo, se refiere a un juego de acertijos en el que en un mapa, uno de los jugadores le pide a otro que encuentre un nombre dado de una ciudad, río, estado o cualquier palabra que aparezca en la extensión del mapa. Un principiante en el juego intenta buscar, en general, un nombre en letras diminutas para hacer difícil su búsqueda. Pero, quienes están acostumbrados al juego, escogen nombres que aparecen con los caracteres más gruesos extendidos de punta a punta en el mapa. Así, esas palabras, escapan a la vista por su misma excesiva evidencia. Cuestión que supera la comprensión del prefecto, quien nunca creyó que el ministro dejaría la carta ante las narices del mundo entero. Había escondido la carta, justamente no intentando esconderla en absoluto.

Convencido en estas ideas, es que Dupin se presenta como por casualidad, en la casa del ministro D. con unas gafas verdes. En lo que conversa con él, hace un scan de la habitación y detecta la carta sobre un tarjetero que cuelga de la chimenea, con una sucia cinta azul. Estaba ahí, descuidada, un poco rota, arrugada y sobre todo, a la vista. La carta además, había sido dada vuelta como un guante, plegada y lacrada nuevamente.

Una vez ubicada la carta, Dupin se despide y deja sobre la mesa una tabaquera de oro. Excusa que le permite volver al día siguiente a buscarla. Al volver, mientras está charlando con el ministro, un loco en la calle pagado por él mismo, da un pistolazo. Esto distrae la atención del ministro y es el momento en que Dupin se apodera de la carta y la sustituye por una muy parecida en su aspecto exterior. La carta que le deja no es una carta en blanco, si no que lleva un escrito, el cual tiene por intención conseguir cierta venganza sobre una mala pasada que le había hecho el ministro en Viena.

En las acciones que acontecen a lo largo del cuento, la mirada tiene un lugar importante. En el Seminario sobre La carta robada, Lacan ubica tres tiempos, los cuales están ordenados por tres miradas soportadas por tres sujetos. Sujetos que a la vez están encarnados por distintos personajes. Primero, una mirada que no ve nada: el rey y la policía. Segundo, una mirada que ve que la primera no ve nada y se engaña creyendo ver cubierto por ello lo que esconde: la encarna al inicio la reina y después el ministro. Y tercero, las dos miradas anteriores que dejan a la vista lo que ha de esconderse, para quien quiera apoderarse de ello: en este caso, el personaje del ministro y luego Dupin. El rey y la policía se mantienen en el lugar de la ceguera5.

En ningún momento del cuento, sabemos sobre lo que está escrito en la carta de la reina. Sabemos sólo el peligro de que el rey se entere o sospeche. Curiosamente, el contenido de la carta se mantiene oculto, como si estuviera cubierto permanentemente por las bocanadas de humo que ambientan los escenarios.

Lacan señala en El Seminario 2 que, si la policía no puede encontrar la carta, es porque la busca justamente en el espacio físico de la realidad. La busca a la fuerza y en lo real. Puede que, incluso, en sus búsquedas hayan visto la carta, la hayan abierto, pero no la hayan reconocido. Desconocían su contenido, y el sello junto con el sobrescrito habían sido cambiados por el ministro. De todas maneras, la cuestión es que justamente la policía ignora que una carta no está en ninguna parte6. Lo que falta en su lugar, es lo que está escondido. Si la letra falta en su lugar, indica que puede cambiar de lugar, es decir, lo simbólico7. Solo en lo que respecta a la verdad, es que puede haber algo escondido. Por eso, es la verdad la que está escondida y no la carta8.

El orden simbólico es constituyente en el sujeto, sujeto marcado por el significante. Esta marca deja una impronta de la que da cuenta el automatismo de repetición en la cadena. “[…] El inconsciente es que el hombre esté habitado por el significante"9. La carta, finalmente, existe como puro significante que se va desplazando. Se desplaza, como vemos en el cuento, de sujeto a sujeto. Pero en realidad, el verdadero sujeto es esta carta-letra, letter, que está hecha de una materialidad significante singular, simple and odd. No permite su partición aunque se rompa a trozos, ya que “[…] el significante es unidad por ser único, no siendo por su naturaleza sino símbolo de una ausencia”10. Por eso, la carta robada, “estará y no estará ahí donde está, vaya a donde vaya"11.

El desarrollo que hace Lacan, tanto en El Seminario sobre ‘La carta robada, como en el capítulo de El seminario 2 dedicado al cuento de Poe, es apasionante. Sin duda, cabe seguir su lectura a la letra, sin perder de vista lo que Lacan nos recuerda en el final de ambos textos, que una carta siempre llega a su destino12.

 

Notes

1) Poe, E. La carta robada. Ed. Rayuela. España,1980, p. 63.

2) Ibíd., p. 64.

3) Ibíd., p. 70.

4) Ibíd., p. 72.

5) Lacan, Jacques. El seminario sobre “La carta robada”. Escritos 1. Paidós, Buenos Aires, 2002, p. 27.

6) Lacan, Jacques. El Seminario, Libro 2, El Yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica. Paidós, Buenos Aires, 2019, p. 302.

7) Lacan, J. Escritos 1. El seminario sobre “La carta robada”. op. cit., p. 36.

8) Lacan, Jaques. El Seminario, Libro 2, El Yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalíticaop. cit., p. 302.

9) Lacan, J. Escritos 1. El seminario sobre “La carta robada”. op. cit., p. 45.

10) Ibíd., p. 36.

11) Ibíd., p. 36.

12) Ibíd., p. 51.

Regina Menéndez de la Riva

El cuento de La carta robada de Edgar Allan Poe

NODVS LX, abril de 2021

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