Fantasma psicótico y empuje en La mujer
Texto presentado y trabajado en el seminario de clínica freudiana impartido por Enric Berenguer, "El Hombre de los lobos, un inclasificable. Forclusión generalizada y psicosis ordinaria”, del curso 2020-2021 de la tétrada.
Planteamiento acerca de aquello que sustentó a Schreber antes del desencadenamiento de la psicosis que sufrió a los 51 años, a partir de varios fragmentos del seminario de Jacques-Alain Miller Del Síntoma al fantasma y retorno. Asimismo, y siguiendo el itinerario que traza Miller en el seminario comentado, trataremos de dar cuenta del recorrido por el trabajo de estabilización de la metáfora delirante que produce el presidente Schreber, y su imbricación con el trabajo de estabilización fantasmática.
Empuje a la mujer, regresión tópica en el estadio del espejo, regresión tópica en el Fort-Da, metáfora delirante, fantasma psicótico.
En los pasajes a comentar del seminario Del Síntoma al fantasma y retorno (57-60; 378; 383), Miller traza un itinerario del caso Schreber en el que principalmente se pregunta cómo logró sostenerse hasta los 51 años, edad en la que se produjo el desencadenamiento, sin la mediación del significante del Nombre del padre ante el deseo de la madre. A partir de estos fragmentos, trataremos de plantear cómo intervenen en la estabilización de Schreber, como paradigma de la psicosis, el fantasma psicótico y la empuje en La mujer.
Metáfora paterna y forclusión generalizada
Miller plantea la metáfora paterna en dos tiempos correspondiente al de los dos significantes que participan en ella. En el primero, el sujeto es confrontado sin mediación a un significante, al significante atribuido al Deseo materno. Esto basta para producir efectos de significado, escribe Miller, pero no los articula, ordena ni estabiliza. Para ello es necesario un segundo significante que sustituya al primero en una operación metafórica que, al tachar el primer significante, produzca el lugar vacío donde el sujeto podrá alojarse inscribiéndose en la significación fálica como sujeto sexuado.
Si leemos la metáfora como el nombre lacaniano de la represión, podemos señalar la represión propia que introduzca la metáfora paterna como la represión primaria. Represión primaria, inaccesible por eminentemente pérdida, que atrae hacía sí todas las represiones secundarias. Miller señala que Lacan no reservó el término de forclusión para la psicosis, sino que llegó a generalizarla para ubicarla como una cuestión estructural para todo ser hablante, en tanto la represión neurótica también está fundada en la forclusión de un significante, que permite pensar el sujeto del saber como saber que no se sabe, instaurando lo que vendrá a llamar el saber imposible. El todo el mundo es loco se sostiene en ese significante unario forcluido para todo ser hablante, que Miller sitúa en el significante de La mujer.
Este planteamiento abre la veda a la misoginia estructural del ser hablante , como forma de difamar, de mal decir desde la lógica masculina de todos, aquello que de la femme queda medio fuera de dicha lógica.
Sujeto en la psicosis y significación identificatoria de suplencia
Cuando Miller se pregunta por el sujeto en la psicosis, lo hace en relación a la ausencia del lapsus abierto por la represión primaria que constituye tanto la imposibilidad del saber todo, como el lugar de la verdad como saber imposible instaurado por la castración simbólica. Lapsus en el que el sujeto se inscribe como sujeto sexuado en la función fálica. En ausencia de ese lapsus, en la psicosis, dirá Miller, en el lugar de la verdad no hay vacío sino saber, por lo que se torna muy problemático tanto el estatuto del deseo como el del sujeto.
Si la significación fálica permite al sujeto identificarse al falo como mediador con el Deseo de la Madre, que es otra manera de decir el goce, la pregunta es qué efecto de significación identificatoria le permite al psicótico inscribirse en una cierta función, asumir el deseo de la madre, no desencadenarse.
Es en el término del delirio schreberiano que Miller ubica el índice de esa identificación que generaliza para el paranoico en general: la identificación a La mujer. “A falta de poder ser el falo que falta a la madre, le queda la solución de ser la mujer que falta a los hombres”.1
A falta de poder ser lo que falta al Otro
Si retornamos a la metáfora paterna, el falo aparece como el índice del deseo de la madre, como mediación ante él y como lugar al que el sujeto puede identificarse como aquello que le falta al Otro y, por lo tanto, le da un lugar éxtimo a él a la vez que constituye un Otro limitado.
Podríamos seguir un poco esta elucubración para situar que es el fallo de esta identificación al falo lo que lo marca con el signo negativo de la castración (-φ). Fallo que, siguiendo a Freud, podríamos atribuir a no ser suficiente para retener a la madre en tanto ésta, en el mejor de los casos, quiere algo más allá del niño. En términos lacanianos, más bien podríamos decir que es un fallo del significante fálico para dar cuenta del goce, que no es sino otro nombre de aquello que en la metáfora paterna Lacan escribe como el deseo de la madre.
Es justamente ahí, en ese más allá del falo, con aquello que falla la identificación por quedar por fuera de ella que, pagando la libra de carne, cediendo parte de su goce, el sujeto construirá el objeto de su fantasma y con él enmascarará la no relación sexual con una relación de objeto. La significación fálica supone por lo tanto una pérdida de goce que introduce una cierta regulación, un cierto modo de gozar escrito en el sello que el fantasma constituye y en el que está inscrito la significación de la castración.
A falta de significación fálica o, siguiendo el itinerario schreberiano, a falta de poder ser aquello que le falta a la madre, queda ser aquello que falta a todos los hombres, es decir, La mujer. Es ésta una identificación con la que, análogamente a la del neurótico con el falo, se instaura un afuera, un aquello que le falta a un todo que se constituye por ello.
Es en este punto que Miller se pregunta de dónde toma prestado el psicótico la significación de La mujer. Dado que esta identificación es aquella por la cual el sujeto asume el deseo de la madre en ausencia de la metáfora paterna, razona Miller, hay que concluir que es justamente de ese deseo de la madre que la toma. Es decir que es en la relación especular entre el niño y la madre a partir de la que éste se identifica a la madre como mujer, a la madre por fuera de la regla fálica, como figura del goce ilimitado, tomando de ella su singular. “El La de La mujer, lleva la sombra de ese singular materno”2.
A partir de ese significante que viene al lugar del Nombre del Padre, la metáfora delirante trata de metaforizar a la madre a partir de La mujer, en un intento de metaforizar el goce infinitizado, es decir, de recortarlo con un significante, de acotarlo a partir de una nominación de lo sin límites que paradójicamente haga función de límite al todo. No obstante, este intento de cerrar el universo del discurso siempre falla en tanto en la misma operación siempre se produce un resto inasimilable.
Itinerario del presidente Schreber: metáfora delirante y estabilización fantasmática.
Miller hace un apunte esclarecedor en relación a la diferencia entre el fantasma neurótico y el psicótico3. Que el primero incluya la significación de la castración, da cuenta que para el neurótico la satisfacción del fantasma está interdicta y que el fantasma deviene imaginario. En la psicosis, no obstante, por carecer de ella, el fantasma se realiza. ¿Cómo pensar esta tendencia a la realización del fantasma en la psicosis?
Me remito al itinerario sobre Schreber que Miller traza en el quinto capítulo del Seminario Del Síntoma al fantasma y retorno. El día de la víspera de asumir un cargo que lo sitúa en una posición de excepción, a Schreber se le aparece una emergencia fantasmática: “sería hermoso ser una mujer que está sufriendo el acoplamiento”4. Este fantasma, escribe Miller, es precursor de la perspectiva real de someterse a ese acoplamiento.
Lo que sitúa Miller en este itinerario es que la estabilización de la metáfora delirante, va a la par de la estabilización del fantasma. Hay por un lado el intento de cerrar un universo de discurso, de reconstruir el mundo después de su crepúsculo a partir de la metáfora delirante, y sin embargo hace falta el trabajo de estabilización del fantasma para tratar de articular el objeto, residuo de esa operación, que objeta la completa identificación con el significante ideal.
El falo, como significante del goce instituido por la metáfora paterna, produce una pérdida de goce que lo fija y localiza fuera del Otro, fuera del cuerpo. “El efecto del significante, escribe Miller, es un desierto de goce”.5 En la psicosis, a falta de significación fálica, no se produce ese vaciamiento del goce del Otro, por lo que éste se infinitiza y es conducido al cuerpo. Ahí Miller sitúa un diagnóstico diferencial entre esquizofrenia y paranoia: mientras en la primera el goce invade el cuerpo bajo la forma del sufrimiento, en la paranoia está el fantasma que permite producir placer con ese goce. Podríamos situar esa diferencia como dos tiempos en el itinerario de Schreber.
A falta de metáfora paterna, para Schreber, el Otro, lejos de ser un desierto de goce, es un Otro por fuera de la ley, un Otro gozador que precisa de su objeto para gozar. Cuando a Schreber se le conmina a ocupar el lugar de excepción en el tribunal de Leipzig, aparece el agujero cavado en el lugar del Nombre del padre haciendo fallar las identificaciones maternas con que el sujeto había podido sostenerse hasta el momento. Se presentifica entonces un Otro que, lejos de contener la falta en el que el sujeto podría alojarse, es un Otro ilimitado ante el cual el sujeto se ve confrontado sin mediación.
Enfrentado al agujero en lo simbólico, ahí donde nada responde al llamado al Nombre del Padre, y sin el recurso al falo que medie entre el sujeto y su estatuto de objeto, el sujeto deviene objeto del Otro, ya sea como desecho o como objeto de goce. En este punto se produce lo que Lacan llamará “regresión tópica al estadio del espejo”6. No obstante, me parece interesante tomar la formulación que Miller hace del Fort-da para tratar de dar cuenta de la posición de Schreber como objeto del Otro divino, en lo que, en el seminario en el que éste texto fue trabajado, fue formulado como una “regresión tópica al Fort-da”.
Podríamos plantear el Fort-da como el origen estructural del objeto, en tanto, tal como Freud vislumbró, el niño construye un objeto para hacer de intermediario entre él y las idas y venidas de la madre, permitiéndolo separarse del objeto que es en relación al deseo materno y de ese modo empezar a elaborar su posición subjetiva respecto a éste. Es lo que Lacan llamará “simbolización primordial”7, en tanto negativización del objeto por medio del significante. Lo que observamos en el caso de Schreber, es que a falta de haberse constituido el objeto por su extracción, no existe ese intermediario, y es el sujeto el que en su ser de objeto es literalmente dejado caer como un residuo para luego ser presa de un goce absoluto cuando se reanuda la relación con Dios.
El Fort se presenta en lo que Schreber llamará lieguen lassen y que Lacan traducirá por dejar plantado con sus “sonoridades sentimentales femeninas”8. Cuando la conexión entre este Otro y el objeto se rehace, el objeto deviene objeto de goce del Otro y entonces goza; Dios goza de él. De ese modo, Schreber queda preso en ese vaivén en el que, a falta del objeto mediador, es su mismo ser el que deviene el carretel de Dios.
Para que la conexión con Dios se rehaga, escribe Miller, Schreber se tiene que instituir él como sujeto del significante, es decir, vacío de significante, sacrificando el saber al goce en pos de una comunidad de goce con Dios que haga reaparecer la vida en el mundo con todas sus resonancias delirantes de devenir la madre de una nueva humanidad. Encontramos un indicio de ello en la alucinación en la que Schreber lee su nombre en las necrológicas del periódico9 que, si bien señalan la muerte del sujeto, no deja de ser ya una simbolización primordial en tanto negativización del objeto que encarna para el Otro.
Por otro lado, y tal como Lacan señala en Una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis, en el “crepúsculo del mundo”10 correlativo al estatuto de residuo en que queda el sujeto por la desaparición del Otro, se produce la regresión tópica al estadio del espejo, que Schreber plasma magistralmente en su aseveración de no ser más que “un cadáver leproso arrastrando otro cadáver leproso”11. En él, la identidad del sujeto se ve reducida a la confrontación con su doble psíquico en una relación especular que se reduce a su filo mortal a falta de un tercer término que medie entre ambos.
Es por una “operación espiritual”12, escribirá Lacan en su escrito de 1957, es decir, por una operación significante, que Schreber tratará de reparar con su delirio la regresión tópica al estadio del espejo a la vez que procurará encontrar una solución para significar su posición como objeto en relación con el Otro. Lo hará a partir del significante de La mujer que viene al lugar del tercero mediador en la confrontación con el doble mortal en que deviene el estadio del espejo en ausencia del Nombre del Padre. Es a partir de ese significante ideal que puede producirse la reconciliación, la redención que le permitirá a Schreber identificarse con la excepción que constituye ser La Mujer de Dios que alumbrará una nueva humanidad. Lo que en un primer momento, a falta de significación fálica, no puede vivirse sino como emasculación, es decir, castración en lo real, puede traducirse gracias a la nueva significación, en una identificación femenina.
Identificación que le permite dar un sentido al goce invasor que reducía su cuerpo a no ser más que un “agregado de colonias de nervios extraños, una especie de muladar para fragmentos desgajados de las identidades de sus perseguidores”13. Nervios que, gracias a la significación producida por la metáfora delirante, serán resignificados como nervios de voluptuosidad femenina, en una operación en la que, a partir del fantasma, se puede dar sentido al goce. Un goce invasor experimentado como sufrimiento, que se transforma en placer gracias a la significación femenina, producida por la metáfora delirante, con la que Schreber logrará cierta estabilización fantasmática a partir de la que situarse respecto a su ser de objeto para el Otro, introduciendo una temporalidad en la realización de la relación sexual que el fantasma sitúa en el horizonte. Es justamente la asíntota en que se sitúa la realización a la que tiende el fantasma en la psicosis, lo que le permitirá a Schreber sostenerse como sujeto a cierto resguardo de la voracidad gozante del Otro y de la muerte subjetiva que ese acoplamiento supondría.
1.Lacan, Jacques. "De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis." Escritos II . Siglo XXI, Madrid, 2013, p. 541.
2.Miller, Jacques-Alain. Síntoma, fantasma y retorno . Paidós, Buenos Aires, 2018, p. 378.
3.Ibíd ., p. 377.
4.Lacan, Jacques. "De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis", op. cit., p. 541.
5.Miller, Jacques-Alain. Síntoma, fantasma y retorno , op. cit. , p. 373.
6.Lacan, Jacques. "De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis", op. cit., p. 543.
7.Ibíd ., p. 550.
8.Lacan, Jacques. El seminario, libro 3, Las psicosis . Paidós, Buenos Aires, 1984, p. 183.
9.Lacan, Jacques. "De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis", op. cit., p. 543.
10. Ibíd ., p. 547.
11. Ibíd ., p. 543.
12. Ibíd ., p. 545.
13. Ibíd ., p. 543Fantasma psicótico y empuje en La mujer
NODVS LXII, novembre de 2021