La identificación masculina en la histeria vista desde el caso Dora

 

Ensayo presentado para la obtención del Certificado de Estudios Clínicos de la Sección Clínica de Barcelona, Curso 2021 - 2022. Tutorizado por Marta Serra.
  • Publicado en NODVS LXV, novembre de 2022

Resum

 

En el presente trabajo, retomamos el caso Dora para mostrar los postulados freudianos y la posterior lectura que hace Lacan, centrándonos especialmente en ilustrar la identificación masculina en la histeria.

Paraules clau

Dora, histeria, identificación masculina, transferencia, deseo, señora K.

A lo largo de su enseñanza, Lacan sostuvo que la neurosis puede definirse como una pregunta. En el caso de la neurosis histérica se trata de una pregunta acerca de la sexualidad, en concreto, la pregunta sería ¿qué es una mujer? Y, más aún, Lacan apunta que en el caso de la histeria se trata de responder a esa pregunta por medio de una identificación masculina.1 Toda esta conceptualización se encuentra muy pronto en la enseñanza de Lacan, ya desde el Seminario 3 ―donde dedica varias clases a ilustrarla apoyándose sobre el caso Dora― pero será una constante a lo largo de su obra. La cuestión me parece un punto crucial a elucidar en la histeria, puesto que viene a arrojar luz precisamente allí donde Freud encontró el límite con las histéricas, como se muestra paradigmáticamente en el caso Dora. Dicho caso, se vio interrumpido bruscamente por la propia Dora, situación que será leída por Freud en términos de error en el manejo de la transferencia, pero que, con las aportaciones de Lacan, podemos valorar como un tropiezo por parte de Freud, quien no llega a apreciar la identificación masculina señalada por Lacan. Mediante este ensayo, retomaremos el caso Dora para mostrar los postulados freudianos y la posterior lectura que hace Lacan centrándonos especialmente en ilustrar la identificación masculina en la histeria.

 

Dora y Freud

Freud publicó el caso Dora por primera vez en 1905, aunque ya estaba escrito en 1901. El trabajo puede considerarse un eslabón intermedio entre La interpretación de los sueños y los Tres ensayos de teoría sexual, por lo que, a lo largo del texto, encontraremos ideas que enlazan con ambos trabajos. Destacan sobre todo las referencias a La interpretación de los sueños, puesto que Freud consideraba el caso Dora como un ejemplo con el que poder ilustrar las teorías vertidas en aquel trabajo previo. De hecho, inicialmente, el manuscrito se tituló “Sueños e histeria”, aunque Freud cambió su nombre antes de su publicación. En cualquier caso, este primer título ya anuncia la importancia de los sueños en esta obra freudiana.

Desde las páginas iniciales del caso, Freud deja claro “que la profundización en los problemas del sueño es una condición previa indispensable para comprender los procesos psíquicos que ocurren en la histeria y en las otras psiconeurosis”2, mostrando así que el camino freudiano para el tratamiento de las neurosis se alejaba de las vías médicas usuales de su época.

Además de ser uno de los primeros ejemplos sobre interpretación de los sueños, en el caso Dora podemos encontrar otros conceptos freudianos fundamentales para el psicoanálisis. Así, podemos ver también una importante referencia a la transferencia, concepto que resulta crucial para entender el desenlace del caso, cuyo tratamiento se ve finalmente interrumpido, dejando la cura inconclusa. De hecho, este final precipitado es la causa de que Freud lo considere sólo un fragmento de un análisis, puesto que lo considera inacabado.

El propio Freud hará lectura de la causa de este final precipitado del caso. Así, en el texto, en el epílogo, reseña que en su momento no fue consciente de la transferencia y al no poder resolverla, la joven la llevó al acto abandonando el análisis. Posteriormente, en una nota a pie de página agregada años después, Freud señalará como fuente de su tropiezo el hecho de que no haberse percatado de la importancia de la moción homosexual en el caso. Y va aún más allá cuando dice que “Antes de llegar a individualizar la importancia de la corriente homosexual en los psiconeuróticos me quedé muchas veces atascado, o caí en total confusión, en el tratamiento de ciertos casos”3.

Por su parte, Lacan, de forma muy acertada, redefinirá y complejizará la explicación acerca del error de Freud en el caso Dora. Así, la moción o corriente homosexual será tratada en términos, como decíamos, de pregunta acerca de la feminidad. La respuesta a esta pregunta sobre qué es una mujer se busca en la histeria por la vía de la identificación masculina.

 

La familia de Dora

Cuando Dora es tratada por Freud vive con sus padres y está aquejada de diversos síntomas que ya habían propiciado el diagnóstico de neurosis histérica.

El padre es calificado como la persona dominante del círculo familiar de Dora. Es un hombre “que andaba por la segunda mitad de la cuarentena, de vivacidad y dotes nada comunes”4 y que poseía fábricas que eran el sustento familiar, permitiéndoles una situación económica holgada. Dora se hallaba muy apegada a él, en parte, por los problemas de salud que el hombre había padecido desde que ella era una niña. Así, cuando Dora tenía seis años, su padre contrajo una tuberculosis; cuando tenía diez, el padre se vio afectado de un desprendimiento de retina; y, finalmente, cuando tenía alrededor de 12 años, el padre sufrió diversos síntomas que fueron diagnosticados de sífilis. De hecho, esta última enfermedad fue diagnosticada por Freud, a quien el padre había precisado visitar para esclarecer el origen de sus síntomas. Tan satisfecho quedó el hombre con los servicios de Freud como médico, que años después acudiría de nuevo a él para que tratara a su hija.

A causa de la tuberculosis del padre, la familia se trasladaría a la ciudad B., lugar de mejor clima, que se convertiría en su residencia durante años y en la que conocerían al Señor y Señora K., los otros protagonistas de este historial clínico.

La madre es descrita como “era una mujer de escasa cultura, pero sobre todo poco inteligente, que, tras la enfermedad de su marido y el consecuente distanciamiento, concentró todos sus intereses en la economía doméstica”5. La relación entre ella y su hija era mala desde hacía años.

El hermano era un año y medio mayor que Dora. Inicialmente fue para ella un modelo, forjándose una identificación poderosa, como podemos ver en el hecho de que, según la propia paciente, las enfermedades infantiles siempre le sucedían primero al hermano y luego se daban en ella en un grado mayor.  En la época que nos ocupa, sin embargo, hacía algunos años que Dora y su hermano estaban más distantes. Él “procuraba sustraerse en todo lo posible a las disputas familiares; cuando se veía obligado a tomar partido, lo hacía del lado de la madre”6. Aquí, Freud añade que “la usual atracción sexual había aproximado a padre e hija, por un lado, y a madre e hijo, por el otro”7. Cabe recordar aquí que, en esta época, Freud aún no había desarrollado su teoría del complejo de Edipo, mediante la que sostiene que el primer objeto de deseo tanto del niño como de la niña es la madre, por eso en este momento menciona que la “usual atracción sexual” separa por un lado a madre e hijo y a padre e hija.

En cuanto al hermano, todavía queda aún por reseñar otro signo que atestigua la identificación de Dora. Es una escena de la infancia que Dora recuerda y en la que ella se encuentra chupándose el pulgar de una mano mientras que con la otra da tironcitos al lóbulo de la oreja de su hermano8. En esta escena nos encontramos a Dora junto a su hermano, en una suerte de identificación especular en la que es fácil adivinar que para Dora no habría solución de continuidad entre su cuerpo y el cuerpo de su hermano.

 

Los síntoma de Dora

Los síntomas que Dora padecía o había padecido eran los siguientes:

- A los 8 años sufrió ataques de disnea

- A los 12 años comenzaron migrañas −que después desaparecieron− y ataques de tos.

- Entre los 16 y 18 años, a los ataques de tos se le sumaron episodios de afonía total.

- A los 17 años sufrió un cuadro abdominal que se diagnosticó como apendicitis.

- A los 18 años se produjo un intento de suicidio.

Aunque Freud ya la había atendido en una ocasión, a los 16 años, e incluso había prescrito que iniciara tratamiento psicoanalítico, no fue hasta los 18 años cuando este tratamiento comenzó, una vez que los padres encontraron una carta de despedida que presagiaba un eventual plan suicida de la joven.

En ese momento, los síntomas de Dora habían empeorado, puesto que a los ya descritos, se sumaron un “cansancio y una dispersión mental” que la alejaban del trato social. Además, los padres se quejaban de su carácter ya que, además de la habitual animadversión hacia la madre, ahora era también frecuente que mantuviera discusiones con su padre.

Ante esta presentación sintomática, Freud diagnostica de “Petite hystérie”9 y explica que la relevancia del caso radica, precisamente, en que no se trata de un caso de presentación llamativa, sino de un caso ordinario que permite esclarecer los síntomas más usuales. Explica, además, que el caso cumple con las condiciones psíquicas para la histeria que él había establecido previamente en su trabajo junto a Breuer, los “Estudios sobre la histeria”. Estas condiciones eran: “el trauma psíquico, el conflicto de los afectos y, según agregué en publicaciones posteriores, la conmoción de la esfera sexual”10.

 

Dora y los K.

Para situar estos puntos es necesario relatar el papel que cumplen en la historia los Señores K., a los que hemos nombrado previamente. El padre de Dora había trabado amistad con el Señor y la Señora K. a raíz de su traslado a la ciudad de B. La relación se había vuelto muy estrecha, en particular con la Señora K., quien cuidaba al padre de Dora cuando se encontraba enfermo. Por su parte, Dora, cuidaba de los hijos de la pareja como si fueran sus propios hijos. Además, mantenía también una amistad con el Señor K., con quien salía a pasear con frecuencia. Sin embargo, esta relación se quebró, según contó la propia Dora a sus padres, después de que el señor K. le hiciera una “propuesta amorosa”11. Esta escena se conoce como la escena del lago puesto que se había producido en uno de los paseos de Dora y el señor K. en los alrededores de un lago, en una ciudad en la que Dora y su padre estaban pasando un retiro vacacional invitados por los K., en una casa propiedad de estos. La respuesta de Dora a la proposición del señor K. había sido darle una bofetada. Tras enterarse de este episodio, el padre de Dora confrontó al señor K., quien atribuyó todo a una invención de la joven, a la que decía muy interesada en asuntos sexuales −con el consiguiente deshonor que esta acusación podía suponer en la sociedad vienesa de principios de siglo XX−. Esta explicación bastó al padre, que acudió a Freud calificando la acusación de la hija como una fantasía imaginada por ella. Para él, además, esta fantasía era el origen del mal comportamiento de Dora hacia él. Al parecer, desde aquel momento, Dora exigía a su padre que rompiera relaciones con los K., en particular con la señora K.; algo que el padre clamaba no poder hacer porque le unía a ella una estrecha y decorosa amistad, siendo “dos pobres seres” que se consolaban el uno al otro “en una amistosa simpatía”12. Así, el mantenimiento de la relación con los K. era el origen del conflicto entre Dora y su padre. Tanto es así que este fue el motivo de la discusión que causó un ataque de pérdida de conciencia en la joven.

Así, Freud explica que podría identificarse la declaración amorosa del señor K. como el trauma de Dora. Sin embargo, puesto que parte de los síntomas ya se habían producido con anterioridad a esto, habría que ir a buscar dicho trauma en la infancia13. Se inicia así el tratamiento analítico de Dora, que revelará más adelante que no era este el primer encuentro de este tipo que se había producido entre ella y el señor K. De hecho, cuando tenía unos 14 años, el señor K. la había besado en una ocasión en que el hombre había propiciado que se quedaran a solas. Frente a este beso, forzado por el señor K., Dora sintió asco y, su reacción fue salir corriendo.

Después de esto ninguno de los dos comentó nada y su relación permaneció inalterada, salvo por el hecho de que Dora evitó encontrarse a solas con el señor K. durante un tiempo.

Esta respuesta de Dora, la del asco, supone para Freud un claro ejemplo de una conducta histérica, puesto que “una ocasión de excitación sexual provoca predominante o exclusivamente sentimientos de displacer”14. El asco, se habría producido, para Freud, como resultado de un desplazamiento de la sensación desde la zona de los genitales −donde ella debería haber notado la excitación− hasta la zona oral. De igual forma, la percepción en su vientre de la erección del señor K., se habría desplazado hasta el pecho de Dora, dando origen así a la disnea. Finalmente, desde aquel episodio, Dora se había mostrado reticente a pasar cerca de ningún hombre a quien viera acompañando a alguna mujer; lo que se explicaría como una reacción de miedo a que la situación se repitiera. De esta forma, esta sola escena podría explicar tres de los síntomas de Dora. A lo largo de esta elucidación, Freud señala en varias ocasiones que cualquier joven sana habría sentido excitación sexual en esa situación. Por ello, califica la reacción de Dora como histérica en todos los sentidos. Vistos ahora, desde la óptica de las concepciones sociales de nuestra época, algunos de estos comentarios de Freud nos resultan escandalosos. Podríamos afirmar que Freud menosprecia el libre albedrío del deseo femenino −llega a decir que conoce al señor K. y que este podía considerarse un hombre atractivo15−. Aquí Freud se comporta como un médico vienés de su época, pero esto no debe llevarnos a confusión. Esto sólo trasluce las concepciones sociales de la época en la que vivió Freud. Sin embargo, lo que constituye verdaderamente lo novedoso, lo original del pensamiento freudiano y que ha hecho que llegue hasta nuestra época es, precisamente, que pone en duda los planteamientos de la época acerca de la sexualidad, dejando atrás esta visión anticuada. Disculpemos o censuremos al hombre de principios de siglo, lo que debe centrar nuestro interés es lo original de su pensamiento, porque estos comentarios no invalidan el resto de sus dilucidaciones acerca del caso. Después de este episodio Dora no dice nada y sigue frecuentando a los K., por lo que, el tratamiento que hace Freud del caso, cuestionando a Dora sobre su propio comportamiento y su papel en todo el embrollo de relaciones, sigue siendo relevante, aunque algunos de las ideas de Freud nos resulten hoy desactualizadas.

Una vez analizado el problema con el señor K., podemos centrarnos ahora en la señora K. Dora manifestaba múltiples quejas sobre la relación que su padre mantenía con la señora K. Mientras que el padre aducía que su relación era, como hemos dicho anteriormente, de una amistosa simpatía, Dora sostenía que la relación había ido bastante más allá y tenía pruebas de que en realidad eran amantes. De hecho, el motivo de que su familia hubiera regresado a vivir a Viena desde la ciudad B., parecía ser el que el señor y la señora K. también habían ido a vivir a la capital austríaca. Por esto, a Dora le parecía que su padre consentía el interés que el señor K. mostraba en ella porque suponía una suerte de intercambio entre ambos hombres −la mujer por la hija−, aunque no fuera este un trato consciente. Sin embargo, Freud no cae en el espejismo que suponen estos reproches de Dora a su padre. En lugar de convenir con la joven en afear la conducta al padre, él se dedica a lo verdaderamente importante, que es cuál es el papel de Dora en toda esta situación. Es decir, que los reproches que Dora le hacía a su padre también podían hacérsele a ella misma. Dora era conocedora y consentidora de la relación de su padre con la señora K. Ya una gobernanta que estuvo trabajando en su casa la había advertido sobre dicha relación y, Dora no había hecho nada por romperla. De hecho, inicialmente se llevaba muy bien por esta gobernanta, pero cuando fue consciente de que la mujer sólo la trataba bien para poder congraciarse con su padre, hizo que este la despidiera. En realidad, dice Freud, esto mismo era lo que la propia Dora hacía con los hijos del señor K., que siempre le sirvieron como nexo de unión con el hombre. Esta es una de las razones por las que Freud afirma −y así se lo hace saber a la joven− que Dora está enamorada del señor K.

La respuesta de Dora a esta afirmación es negativa, pero de inmediato los contenidos posteriores la llevaron a verbalizar que otras personas habían llegado a comentarle que estaba “loca por ese hombre”16. Recordemos aquí una cuestión técnica de la que Freud avisa en esta obra. Para él, lo importante tras una interpretación no es si el paciente responde de manera afirmativa o negativa, sino los contenidos que la asociación libre ofrece después17. Así, él ve en la respuesta de Dora el éxito de su interpretación.

Sin embargo, si Dora en realidad estaba enamorada del señor K., ¿por qué lo rechazó? La respuesta a esta pregunta la encontraremos más adelante. La respuesta es doble. Por un lado, Dora se censuraría conscientemente su comportamiento y no se daría permiso para proseguir con esta relación, pero hay aún otros factores inconscientes que veremos más adelante.

 

Dora y las endermedades:

Otro de los reproches de Dora hacia su padre era el de que este se inventaba las enfermedades y las usaba como un recurso. Para Freud, este mismo reproche también podría hacérsele a la propia Dora, que habría copiado en esto no sólo a su padre, sino a la señora K., de la que habría observado como utilizaba sus malestares para “sustraerse de unos deberes conyugales que le eran odiosos”18. Así Freud establece un paralelismo entre Dora y la señora K., mientras que aquella enfermaba para no tener que tratar con su marido, Dora padecía ataques de tos y afonía cuando el señor K. se ausentaba. Pero, Freud aborda aún otra explicación para los ataques de tos. Según nos explica, es posible mantener varias interpretaciones para un mismo síntoma porque estos no sólo tienen una única fuente, sino que múltiples significados se aúnan en un mismo contenido sintomático19. Dora presentaba los ataques de tos frecuentemente cuando hablaba de su padre durante las sesiones, lo que hizo pensar a Freud que tenían relación con este. Finalmente, un dicho de la joven en el que Freud encuentra un doble sentido, lo lleva a determinar que estos ataques de tos tenían relación con una fantasía sexual que implicaba el uso erótico de la zona oral. Todo esto, reseñando que Dora tenía un conocimiento de las cuestiones sexuales que siempre parece sorprender a Freud, quien pregunta continuamente por la procedencia de este conocimiento sin que la joven llegue a revelar su fuente. El origen del síntoma se explica de la siguiente manera: “era irrecusable que las cosas debían completarse así: con su tos espasmódica, que, como es común, respondía al estímulo de un cosquilleo en la garganta, ella se representaba una situación de satisfacción sexual per os entre las dos personas cuyo vínculo amoroso la ocupaba tan de continuo”20. Estas personas son, por supuesto, su padre y la señora K. La verbalización de esta interpretación por parte de Freud, supuso que el síntoma decayera poco después. Esta fantasía sexual se asentaba, a su vez, sobre una fijación oral que tendría su base en la tendencia al chupeteo durante la infancia de Dora. Se entendería este chupeteo como una forma de satisfacción autoerótica sobre la zona erógena que constituyen los labios21. Esto prestaría la solicitación somática necesaria para la creación sintomática.

Es importante señalar como esta concepción del síntoma como un mensaje, el abordaje de los dichos del paciente buscando los diversos significados semánticos y dobles sentidos que se pueden esconder en el discurso, el tratamiento de los sueños −que veremos más adelante−, dejando de lado todo el disfraz imaginario para realizar un análisis del texto del sueño… Todas estas cuestiones de la enseñanza freudiana permiten entender por qué Lacan se sirvió de la lingüística y del concepto de significante para incorporarlos al saber psicoanalítico.

 

La hipótesis de Freud:

Una vez explicado el sentido de los síntomas de Dora, podemos pasar a desgranar la hipótesis que sostiene Freud que supone el conflicto inconsciente en este caso:

“[…] Se identificaba con las dos mujeres amadas por el padre: con la que amaba ahora y con la que habría amado antes. La conclusión resulta obvia: se sentía inclinada hacia su padre en mayor medida de lo que sabía o querría admitir, pues estaba enamorada de él”22.

Esto debía haber sido así durante la infancia; sin embargo, en la época en la que el padre comenzó a intimar con la señora K., Dora, en lugar de sentirse desplazada y celosa −al menos conscientemente− toleraba dicha relación y se llevaba bien con la mujer. Entonces, se pregunta Freud, ¿qué había producido que este enamoramiento por el padre se reavivara hasta el punto de generar las exigencias de Dora por que su padre abandonara toda relación con la señora K.? Pues bien, la respuesta a esta pregunta es que esto servía “como síntoma reactivo para sofocar alguna otra cosa que, por tanto, era todavía más poderosa en el inconsciente”23. Este otro contenido inconsciente era el enamoramiento de Dora por el señor K. Así, la “vieja inclinación hacia el padre”, la protegía frente al enamoramiento del señor K.

Sin embargo, detrás de estos enamoramientos queda aún una tercera moción amorosa, una aún más inconsciente y que fue infravalorada por Freud durante el tratamiento con Dora24 (él mismo lo expresa así en una nota a pie de página al final de la obra). Se trata del enamoramiento de Dora por la señora K. Ante esta sospecha, Freud preguntó acerca de la relación entre ambas mujeres, y la respuesta de Dora confirmó la hipótesis freudiana. Al parecer, ellas siempre se habían entendido bien, hasta el punto de que Dora incluso compartía habitación con la señora K. cuando pasaba días en casa de esta. Era ella, por cierto, la fuente de la que Dora había adquirido su conocimiento sobre temas sexuales. De esta forma, el enamoramiento renovado de Dora hacia su padre, los celos frente a la señora K., eran una fórmula que le permitía protegerse de los sentimientos contrarios que permanecían inconscientes, es decir, de su atracción por la señora K.

En resumen, habría tres capas de mociones amorosas: la primera, la más superficial, el amor al padre que servía como protección frente al enamoramiento del señor K. −que sería la segunda capa− y, finalmente, la capa más profunda, la atracción por la señora K.

 

Los sueños

El primer sueño

Con este primer sueño vemos un ejemplo muy detallado del método freudiano de interpretación de los sueños. Trabaja el sueño a partir de su texto, no de su imaginería, descomponiéndolo en pasajes que apuntarán a una dirección concreta en función de los contenidos que aparezcan a través de la asociación libre. Finalmente, el discurso, la cadena de significantes que se arma por este método, es la que permite reunir el material necesario para la interpretación. Vemos, así, como Freud utiliza las palabras del texto del sueño a partir de su forma como significantes. Un claro ejemplo podemos verlo cuando habla de los “cambios de vía”25, que serían momentos en los que el cambio de significado de un mismo significante puede conducir en una dirección distinta que lleve al esclarecimiento del sueño.

El sueño es el siguiente: “En una casa hay un incendio —contó Dora—; mi padre está frente a mi cama y me despierta. Me visto con rapidez. Mamá pretende todavía salvar su alhajero, pero papá dice: «No quiero que yo y mis dos hijos nos quememos a causa de tu alhajero». Descendemos de prisa por las escaleras, y una vez abajo me despierto”26.

Este sueño se había presentado durante tres noches seguidas, después de la escena del lago en la que Dora dio la bofetada al señor K.

Freud hace un análisis pormenorizado de los elementos del sueño y las asociaciones posteriores de las que haremos aquí un breve resumen acerca de las conclusiones que alcanza:

La primera ocasión en que se presenta el sueño es una vez que Dora se percata de que el señor K. puede entrar en cualquier momento en su habitación. En este momento, ella siente que peligra y así se hace el designio de marcharse de esa casa en compañía de su padre.  El sueño funciona como una repetición de este designio y, en él, el padre actúa como salvador de Dora frente a este peligro. Este peligro no es sólo el deseo del señor K., sino la tentación que para ella supone dejarse llevar por su propio deseo y sucumbir a los intentos de seducción de aquel.

La figura del padre se introduce en el sueño por su similitud con la forma en la que el señor K. apareció frente a la cama de Dora, por ser similar a la manera que el padre la despertaba de pequeña para evitar que mojara la cama. Este “mojar” encuentra su expresión en el sueño a partir de un contrario, el incendio. Algo más acerca del mojar: “En los pensamientos oníricos, la «mojadura» recibe, por vinculaciones fácilmente discernibles, el papel de un punto nodal para varios círculos de representaciones”27. Así, se vincula no solo con el mojar la cama por la enuresis, sino con el mojar de contenido sexual y con el catarro vaginal. Este sería el final de una cadena significante que parte del par fuego-mojado y encuentra sus puentes intermedios en los significantes “gotas” (en referencia a unos pendientes en forma de gotas que Dora menciona que su madre habría querido) y alhajas (que deriva del mencionado alhajero y que en alemán podría funcionar como antónimo de sucio).28 De esta manera, en el alhajero se condensarían dos corrientes, por un lado, los celos infantiles hacia la madre por poder tener las gotas −es decir, mantener relaciones sexuales− del padre y, por otro lado, la tentación actual de entregar este alhajero −representación aquí de los genitales femeninos− al señor K. El humo que se huele tanto en el sueño como, brevemente, al despertar, estaría en relación con el beso que el señor K. había robado a Dora años antes y, atendiendo a la transferencia, sería también una referencia a Freud. Por esta vía, el sueño se reaviva y vuelve a soñarse durante el tratamiento psicoanalítico, como un nuevo designio, esta vez el de abandonar el tratamiento con Freud.

 

El segundo sueño

Cabe destacar que después de la resolución de este sueño, el análisis finalizó abruptamente porque Dora abandonó el tratamiento.

El contenido del segundo sueño es el siguiente:

“Ando paseando por una ciudad a la que no conozco, veo calles y plazas que me son extrañas. Después llego a una casa donde yo vivo, voy a mi habitación y hallo una carta de mi mamá tirada ahí. Escribe que, puesto que yo me he ido de casa sin conocimiento de los padres, ella no quiso escribirme que papá ha enfermado. «Ahora ha muerto, y si tú quieres, puedes venir». Entonces me encamino hacia la estación ferroviaria [Bahnhof] y pregunto unas cien veces: «¿Dónde está la estación?». Todas las veces recibo esta respuesta: «Cinco minutos». Veo después frente a mí un bosque denso; penetro en él, y ahí pregunto a un hombre a quien encuentro. Me dice: «Todavía dos horas y media». Me pide que lo deje acompañarme. Lo rechazo, y marcho sola. Veo frente a mí la estación y no puedo alcanzarla. Ahí me sobreviene el sentimiento de angustia usual cuando uno en el sueño no puede seguir adelante. Después yo estoy en casa; entretanto tengo que haber viajado, pero no sé nada de eso… Me llego a la portería y pregunto al portero por nuestra vivienda. La muchacha de servicio me abre y responde: «La mamá y los otros ya están en el cementerio [Friedhof]»”29.

Veamos cómo se descomponen y se tratan los diversos elementos que encontramos en el sueño:

-La ciudad extraña remite a Dora a unas postales que le había enviado unos días antes un joven que la pretendía. Estas postales estaban en una caja que ella no encontraba, por lo que tuvo que preguntar a su madre “¿Dónde está la cajita?” Esta pregunta, conecta con la pregunta del sueño acerca de la localización de la estación30.

-El deambular sola por la ciudad conecta con una ocasión en la que Dora estaba haciendo turismo en Dresde con unos primos suyos. Uno de ellos se ofreció a hacer de guía, pero ella rechazó la propuesta y se marchó sola. Estuvo en la galería admirando el cuadro de la Madonna.

-La estación se vincula, para Freud, con la cajita de postales que Dora buscaba y que hemos mencionado antes. Ahora bien, en alemán, la palabra “cajita” −Schachtel− es una forma despectiva de referirse a la mujer. De igual forma, para Freud pueden ponerse en serie las palabras estación (Bahnhof) y cementerio (Friedhof) junto a la palabra Vorhof, que es un significante que designa el introito, el vestíbulo de los genitales femeninos31.

De esta forma, explica Freud, en esta primera parte del sueño Dora presenta una identificación masculina y su meta sería encontrar una mujer32.

-La pregunta repetida cien veces es asociada por Dora con una reunión familiar en la que la joven había preguntado a su madre en multitud de ocasiones por la llave de un bargueño. Tanto esta pregunta −¿Dónde está la llave?− como la pregunta por ¿Dónde está la cajita? pueden interpretarse como preguntas por los genitales33.

-La carta que recibe de su madre se vincula con la misma reunión familiar. En dicha reunión, alguien brindó por el padre, deseándole buena salud. Como sabemos, el padre estaba enfermo y esto se asocia en el sueño con la muerte a la que se refiere la carta.

Igualmente, esta carta del sueño informando de la muerte del padre puede conectarse con la carta de despedida que Dora dejó para sus padres. De esta forma se vehiculiza en el sueño un cierto deseo de venganza.

-En esa carta aparece una expresión, si tú quieres, de la que posteriormente Dora dirá que había un signo de interrogación. De esta forma, lo conecta con la carta que le envió la señora K. para invitarla a la ciudad donde ocurrió la famosa escena del lago.

-Con la escena del lago se conecta también el bosque que Dora ve en el sueño, porque según ella era el mismo bosque que había a la orilla del lago. Esta imagen del bosque la remite a un cuadro que había visto en una exposición el día anterior, en el que además aparecían ninfas.

De esta manera, el bosque, las ninfas, el introito…todos estos elementos remitirían a interpretar el sueño como una “fantasía de desfloración: un hombre se esfuerza por penetrar en los genitales femeninos”34.

Tras comunicar a Dora esta interpretación, “enseguida emergió un pequeño fragmento olvidado del sueño: Ella se va tranquila a su habitación y ahí lee un gran libro que yace sobre su escritorio. El acento recae aquí sobre los dos detalles: «tranquila», y «grande», referido al libro. Pregunté: «¿Tenía el formato de una enciclopedia?». Ella dijo que sí”35. Tras este agregado se suceden varias preguntas, a partir de las cuales se infiere que Dora había estado leyendo información primero sobre la apendicitis −cuadro que condujo a la muerte de una tía suya− y posteriormente habría buscado en la enciclopedia información de contenido sexual. De esta manera, Freud llega a la siguiente conclusión: La apendicitis que padeció Dora se produjo nueve meses después de la escena del lago, por lo que se correspondería con una fantasía de embarazo cuyo resultado final −los dolores correspondientes al cuadro abdominal− sería el parto. Tras esta apendicitis, a Dora le persistió como secuela una leve cojera que no tenía explicación fisiopatológica. La interpretación que entonces ofrece Freud se apoya nuevamente sobre la escena del lago y la fantasía de embarazo: Dora habría dado un mal paso en aquel momento, por lo que nueve meses después tuvo un parto. Esto remite nuevamente a la hipótesis de que Dora inconscientemente deseaba acceder a las proposiciones del señor K, para ella, según Freud, en su inconsciente, en esa escena del lago sí que había ocurrido algo con el señor K. Freud señala en el texto que cuando hace esta interpretación, Dora “ya no contradijo”36 más. Es más, en la segunda sesión que dedicaron a este sueño, al finalizar, Freud expresó su satisfacción y Dora se muestra, por el contrario, indiferente − “¿Acaso ha salido mucho?”37−dice y, ya en la tercera sesión anuncia que ese día será el último en que acuda al tratamiento.  Visto ahora, con el conocimiento que tenemos, se nos hacen visibles los errores de Freud, resultando evidente que Freud parecía en ocasiones más preocupado porque Dora llegase a casarse con el señor K. que por escuchar lo que la joven expresaba. El “ya no contradijo más”, Freud lo ve como una prueba de lo acertado de sus interpretaciones en vez de percatarse del hartazgo de la joven. No obstante, podemos permitirnos hacer estas críticas ahora, desde la distancia y desde el conocimiento que nos aportó el propio Freud, quien no vaciló a la hora de remarcar sus errores.

Como sabemos, tras el análisis de este sueño, Dora informa de su decisión de abandonar el tratamiento psicoanalítico. Esta decisión la había tomado unos catorce días antes. Freud le recuerda que este es el tiempo de preaviso que las muchachas del servicio se toman cuando van a despedirse de una casa. Esto sirve a Dora para asociar con una gobernanta que había en casa de los K. y que, cuando ella había estado visitándolos en la ciudad del lago, había dado un preaviso para marcharse de la casa. Al parecer, dicha gobernanta, había mantenido una relación con el señor K. y este le había dicho lo mismo que a Dora, es decir, que su mujer no era nada para él. La muchacha había cedido y, posteriormente, el señor K. se había desinteresado por lo que la relación entre ambos se había vuelto mala. La gobernanta, contó toda la historia a Dora el mismo día que se produjo la escena del lago.

De esta forma, Freud interpreta a Dora que la bofetada y la respuesta negativa hacia la propuesta del señor K. se produjo por una mezcla de celos y de haberse sentido tratada como una chica del servicio. Además, todavía hay otros ecos de la identificación a esta muchacha por parte de Dora. La carta que Dora recibe en el sueño sería un reflejo de la que la gobernanta recibió de sus padres, quienes le pedían que regresara a casa tras contarles ella lo sucedido con el señor K. Igualmente, Freud ve otro signo de esta identificación en los catorce días de preaviso para abandonar la cura. Los mismos catorce días que Dora tardó en contarle a sus padres lo sucedido, esperando, según Freud, que en ese tiempo el señor K. volviera a mostrar interés en ella. De esta manera, se despide Freud de Dora, señalándole que lo que le molesta cuando le recuerdan la escena del lago es que ella había imaginado que el señor K. insistiría en su empeño por casarse con ella. Ella se despidió cortésmente y no volvió al análisis.

 

El epílogo

Freud comienza el epílogo disculpándose por el carácter sólo fragmentario de esta comunicación. Posteriormente, corrige a los que le critican por aludir sólo a factores psicológicos en su teoría sobre la histeria y las neurosis. Él señala, por su parte, que sólo la técnica es psicológica, pero que su teoría apunta a las bases orgánicas de las psiconeurosis al señalar a la sexualidad como fuente de estas enfermedades. La importancia de la sexualidad la deja clara cuando dice que “presta la fuerza impulsora para cada síntoma singular y para cada exteriorización singular de un síntoma. Los fenómenos patológicos son, dicho llanamente, la práctica sexual de los enfermos”38. Es importante aquí entender la sexualidad más allá de la genitalidad, en el sentido tan amplio que le daba Freud.

También en este epílogo alude Freud a otro concepto psicoanalítico fundamental, el concepto de transferencia. Aquí aún las llama transferencias, en plural. Las define como “reediciones, recreaciones de las mociones y fantasías que a medida que el análisis avanza no pueden menos que despertarse y hacerse conscientes; pero lo característico de todo el género es la sustitución de una persona anterior por la persona del médico. Para decirlo de otro modo: toda una serie de vivencias psíquicas anteriores no es revivida como algo pasado, sino como vínculo actual con la persona del médico”39. La transferencia es entonces una reedición de una relación pasada −infantil− del sujeto, pero transfigurada en la persona del terapeuta. Freud dirá que es inevitable, inherente a la relación no sólo psicoanalítica, sino terapéutica.

En cuanto a la transferencia en el caso Dora, Freud señala que no fue consciente de la misma hasta que fue tarde. Para él, la paciente veía en él un sustituto de la figura del padre y, después, del señor K. Explica que, después del primer sueño, en el que como hemos visto anteriormente él ya interpretó que Dora se hacía un designio para abandonar el tratamiento, debería haber señalado esta sustitución transferencial y haberla resuelto, de modo que estima que así podría haber continuado la cura40. Sin embargo, explica, no lo hizo y “así fui sorprendido por la trasferencia y, a causa de esa x por la cual yo le recordaba al señor K., ella se vengó de mí como se vengara de él, y me abandonó, tal como se había creído engañada y abandonada por él. De tal modo, actuó {agieren} un fragmento esencial de sus recuerdos y fantasías, en lugar de reproducirlo en la cura”41.

No obstante, el comentario más importante acerca de la transferencia en el caso Dora, se realiza en una nota a pie de página. En ella, Freud admite que su error fue no percatarse de “que la moción de amor homosexual (ginecófila) hacia la señora K. era la más fuerte de las corrientes inconscientes de su vida anímica”42. Era la señora K. la verdadera protagonista, la que suscitaba el mayor interés de Dora. Y Freud aún señala más acerca de su error y sus limitaciones en este caso: “Antes de llegar a individualizar la importancia de la corriente homosexual en los psiconeuróticos me quedé muchas veces atascado, o caí en total confusión, en el tratamiento de ciertos casos”43.

Dora volvió a solicitar la ayuda de Freud unos quince meses después, aunque Freud no la tomó en serio. En ese tiempo había conseguido ajustar cuentas con los K., al conseguir que la mujer admitiera la relación con su padre y que el hombre admitiera la verdad sobre la escena del lago. Acudía a Freud porque padecía una neuralgia facial desde hacía aproximadamente 14 días. Freud señala como causa de esta neuralgia el que exactamente catorce días antes se había publicado en un periódico la noticia de su nombramiento como catedrático en la universidad. “La pretendida neuralgia facial respondía entonces a un autocastigo, al arrepentimiento por el bofetón que propinó aquella vez al señor K. y por la trasferencia vengativa que hizo después sobre mí”44. Años más tarde Freud volvió a tener conocimiento sobre el estado de Dora, que se había casado con el joven pretendiente que se menciona a raíz del segundo sueño. Precisamente, en relación a los sueños de la joven, Freud termina diciendo que “si el primer sueño dibujaba el apartamiento del hombre amado y el refugio en el padre, vale decir, la huida de la vida hacia la enfermedad, este segundo sueño anunciaba que se desasiría del padre y se recuperaría para la vida”45.

 

Dora y Lacan

Lacan comenta el caso Dora en varios momentos de su obra. Es un caso al que retorna de forma recurrente, aportando nuevas capas, nuevos puntos de vista y complejizando las observaciones que hace sobre el famoso caso freudiano. Así, encontramos comentarios sobre Dora en el escrito “Intervención sobre la transferencia”46 y en los Seminarios 1 (Los escritos técnicos de Freud)47, 3 (Las psicosis)48, 4 (La relación de objeto)49, 8 (La transferencia)50, 10 (La angustia)51 y 17 (El reverso del psicóanalisis)52.

 

Dora y la transferéncia

La primera referencia que hace Lacan al caso Dora es un comentario acerca de la transferencia. Más allá de la crítica que le hace a Freud, señalando cómo en este caso se deja llevar por sus prejuicios y trata de guiar a Dora hacia el destino que cabría esperar para una muchacha de su época, es decir, casarse con el señor K. −y obviando, así, la importancia de la señora K.−, Lacan reseña ampliamente en su escrito Intervención sobre la transferencia que el caso se construye “bajo la forma de una serie de inversiones dialécticas”53. Para Lacan, este hecho va más allá de un simple método de exposición del caso por parte de Freud y se trataría de la forma en la que avanza la cura. “El psicoanálisis es una experiencia dialéctica”54 en torno a la verdad. De esta forma, la transferencia puede definirse en términos de dialéctica.

Siguiendo esta línea de pensamiento, Lacan analiza el caso Dora desde esta perspectiva, planteando que toda la cura es un baile de tesis, antítesis y síntesis entre Dora y Freud.

De esta forma, encontramos al principio lo que Lacan denomina el primer desarrollo de verdad, es decir, los hechos tal y como se los plantea Dora en el primer encuentro que tiene con Freud y que son resumidos en el escrito lacaniano de la siguiente manera: “La señora K. y su padre son amantes desde hace tantos y tantos años y lo disimulan bajo ficciones a veces ridículas, pero el colmo es que de este modo ella queda entregada sin defensa a los galanteos del señor K., ante los cuales su padre hace la vista gorda, convirtiéndola así en objeto de un odioso cambalache”. La tesis de Dora es que esta es la realidad y poco puede hacerse con ella salvo darle la razón en su enfado. Sin embargo, la respuesta de Freud apunta en otra dirección, constituyendo un claro ejemplo de lo subversivo del abordaje freudiano de la enfermedad mental que deja de lado la visión pasiva del paciente para introducir un elemento inexplorado hasta ese momento y que es crucial en el psicoanálisis; esto es, la responsabilidad del sujeto en su propio devenir sintomático. En el caso Dora, la respuesta de Freud es devolverle la siguiente pregunta: “cuál es tu propia parte en el desorden del que te quejas”55. Esto es considerado por Lacan la primera inversión dialéctica que da lugar al segundo desarrollo de verdad. Este segundo desarrollo podemos resumirlo así: la complicidad de Dora ha sido vital para que la relación entre su padre y la señora K. se mantenga. Pero es que, además, la propia Dora ha participado en un interjuego relacional entre los cuatro miembros de la historia (ella, el padre y los señores K.) y recibía regalos tanto por parte del señor K. como de su padre. Los regalos del señor K. podrían considerarse una prueba de amor y los regalos del padre podrían considerarse “la reparación debida a la mujer legítima”56, papel que jugaría aquí Dora, toda vez que su madre es una parte muy accesoria en esta historia. De igual modo, Lacan señala que “la relación edípica se revela constituida en Dora por una identificación al padre, que ha favorecido la impotencia sexual de éste, experimentada además por Dora como idéntica a la prevalencia de su posición de fortuna: esto traicionado por la alusión inconsciente que le permite la semántica de la palabra fortuna en alemán: Vermögen. Esta identificación se transparenta en efecto en todos los síntomas de conversión presentados por Dora, y su descubrimiento inicia el levantamiento de muchos de éstos”57.

Desde esta nueva perspectiva, los celos tan desproporcionados experimentados por Dora, requieren una nueva explicación.  Llegamos de este modo a la segunda inversión dialéctica, operada por Freud al plantear que estos celos sirven para enmascarar un interés de Dora por la señora K., “interés cuya naturaleza mucho menos asimilable al discurso común no puede expresarse en él sino bajo esa forma invertida”58.

El tercer desarrollo de la verdad lo constituye entonces esta atracción de Dora por la señora K. Es a ella a quien Dora sigue protegiendo a pesar de que es la mencionada mujer la precursora de las acusaciones que se le hacen a Dora.

Así se nos lleva hasta la tercera inversión dialéctica, al menos, la que debería haber sido, puesto que aquí es donde se produce el tropiezo de Freud. Lacan afirma que, al desvelar Dora las confidencias de tipo sexual que compartía con la señora K., esta información nos conduciría hacia esta tercera inversión dialéctica que Freud no llega a hacer y “que nos daría el valor real del objeto que es la señora K. para Dora. Es decir, no un individuo, sino un misterio, el misterio de su propia feminidad, queremos decir de su feminidad corporal, tal como aparece sin velos en el segundo de los dos sueños”59. Así, la moción homosexual freudiana, es interpretada por Lacan como la interrogación de Dora por la feminidad. De esta forma, la lectura del segundo de los sueños, podría resumirse a grandes rasgos como un ejemplo de la posición histérica, es decir, Dora se interroga por la feminidad desde la identificación masculina.

Lacan rastrea esta identificación masculina hasta el punto más antiguo donde podemos hallarla en el texto de Freud. Se trata de la escena narrada por Dora en la que ella se encuentra chupándose el dedo y con la otra mano tirando del lóbulo de la oreja de su hermano. Es esta la escena especular que propicia la identificación masculina. De esta escena también se extrae la fuerza de la pulsión oral en Dora, pero a diferencia de Freud, para él, el síntoma de la afonía no está en relación con la marcha del señor K., sino con quedarse a solas con la señora K. La misma situación es leída por Freud y por Lacan desde ángulos diferentes60.

De esta forma, por tanto, Dora no estaría enamorada del señor K., sino que estaría identificada a él y, por ende, también a Freud, “y todas sus relaciones con los dos hombres manifiestan esa agresividad en la que vemos la dimensión propia de la enajenación narcisista”61.

Como decimos, por tanto, el tropiezo de Freud se produce al no ponderar la importancia de la señora K. e insistir en la tesis del enamoramiento de Dora por el señor K. Insiste hasta el hartazgo, recordemos si no cómo en la penúltima sesión Freud aprecia como un éxito de su interpretación el hecho de que la joven “ya no lo contradijera más”62, cuando es en ese momento donde la joven ya ha decidido que interrumpiría el tratamiento.

Para Lacan, con su tropiezo, Freud permanece en el nivel imaginario de la transferencia, haciendo intervenir su propio ego −sus prejuicios, es decir, su entendimiento “acerca de para qué está hecha una muchacha: está hecha para amar a los muchachos”63− en lugar de propiciar el reconocimiento del deseo de Dora. Esto último sería operar sobre el nivel simbólico y, de haberlo hecho así, Freud habría permitido que la palabra se encarnara en la historia de Dora, en lugar de permanecer latente en los síntomas. Y a esto, señala vehementemente Lacan, es a lo que debe aspirar un análisis, lo otro, lo que hizo Freud al operar tratando de modelar a Dora en función de su propio ego, no debería denominarse análisis. Esta es la crítica que hace Lacan en este Seminario a los kleinianos y al llamado “análisis de las resistencias”64. No obstante, esta operación en lo simbólico, este reconocimiento del deseo de Dora, no hubiera supuesto el final del análisis sino sólo la superación de la primera etapa, aquella en la que abandonó el tratamiento Dora y que culmina con la Verliebtheit o enamoramiento. En esta fase, el sujeto se reconoce, se identifica a su propia imagen −aquí O’− lo que da como resultado una suerte de exaltación narcisista, que Lacan detalla citando una descripción del final de análisis según Balint, y que el analista se sitúe en el lugar del ideal del yo. Desde este lugar, puede realizarse la siguiente fase del análisis65.

 

Dora y la otra mujer

Como ya hemos mencionado, el interés de Dora por la señora K., Lacan lo atribuye a la pregunta acerca de la feminidad. En Intervención sobre la transferencia, lo explica de la siguiente manera:

“Igual que para toda mujer y por razones que están en el fundamento mismo de los intercambios sociales más elementales (aquellos mismos que Dora formula en las quejas de su rebeldía), el problema de su condición es en el fondo aceptarse como objeto del deseo del hombre, y es éste para Dora el misterio que motiva su idolatría hacia la señora K., así como en su larga meditación ante la Madona y su recurso al adorador lejano, la empuja hacia la solución que el cristianismo ha dado a este callejón sin salida subjetivo, haciendo de la mujer objeto de un deseo divino o un objeto trascendente del deseo, lo que viene a ser lo mismo”66. Así, vemos como Dora busca en la señora K. la feminidad y una fórmula para “aceptarse como objeto del deseo del hombre”. Por eso, cuando en la escena del lago el señor K. le dice que su mujer ya no es nada para él, toda la situación se derrumba. Es esta, para Lacan, la expresión del señor K. que motiva la bofetada de Dora. Si la señora K. no es nada para el señor K., entonces él no es nada para Dora67. La fantasía de embarazo, nos explica Lacan, no es un impedimento para esta interpretación, pues “es notorio que se produce en las histéricas justamente en función de su identificación viril”68.

La pregunta acerca de la feminidad no es exclusiva de Dora como de ninguna otra mujer, es una pregunta inherente al ser humano. Lo constitutivo de la histeria es el abordaje, la respuesta a esta pregunta desde la identificación masculina. Esta es la posición histérica, que en Dora se realiza por intermedio del señor K69. Por este motivo, la situación, la opereta vienesa −como llega a describirlo Lacan70− se derrumba una vez que el señor K. enuncia que su mujer no tiene ningún valor para él. Es en este momento cuando él mismo pierde el valor para Dora porque deja de cumplir la función que tenía para ella.

Retomando la cuestión de la feminidad, vemos como los sueños, tal y como ya pudimos ver en el análisis freudiano de los mismos, dan importante cuenta de esta pregunta. Lacan lo expresa de la siguiente manera en el Seminario 3: “Los dos sueños de Dora son, al respecto, absolutamente transparentes, no se habla de otra cosa: ¿Qué es ser una mujer? y específicamente: ¿Qué es un órgano femenino? Observen que nos encontramos aquí ante algo singular: la mujer se pregunta qué es ser una mujer; del mismo modo el sujeto masculino se pregunta qué es ser una mujer”71. Así, como vemos, la pregunta es la misma para ambos, hombre y mujer, sin embargo, la posibilidad de respuesta los sitúa en una remarcable disimetría. La disimetría se produce porque hay un solo significante para poder simbolizar la sexuación, el falo. Es decir, no hay representación para la mujer, la única representación para los dos sexos es el falo. Y esto origina la disimetría, porque mientras para el niño lo imaginario devuelve la presencia del órgano fálico, en la niña lo imaginario está marcado por la ausencia, que será interpretada como falta72. De este modo, mientras que para el niño el encuentro con la castración se produce al final del camino edípico, para la niña dicho encuentro se produce al inicio. No debemos caer en el error de pensar que la madre podría ofrecer una representación para la feminidad, puesto que la madre es también fálica, en tanto que tiene un falo −simbólico− que sería el hijo o la hija. De este modo, tal y como nos enseña Lacan, la mujer tiene que hacerse mujer, en cierto momento tiene que preguntarse qué es ser una mujer y recorrer un “camino de realización simbólica” que la lleve a alcanzar la posición femenina73. Pero, entonces, si la madre no ofrece una respuesta a la pregunta por la feminidad, ¿dónde puede buscarse? Es ahí donde entra la Otra mujer, que para Dora es la señora K. o la Madonna que admira en uno de sus sueños. De alguna forma, Lacan minimiza el componente homosexual freudiano porque entiende el estatuto de investigación acerca de la feminidad que tiene la fascinación de Dora por la señora K. Sin embargo, en todo este engranaje hay que resaltar que, aunque la pregunta sobre qué es ser una mujer es eminentemente histérica, no es ni mucho menos exclusivamente histérica. Lo que sí define la posición histérica es la posición desde la que se responde dicha pregunta. En el caso Dora podemos ver un claro ejemplo de esto, a saber, la identificación al padre74 −y al hermano y al señor K.−.

 

Dora y el falo

En el Seminario 4, La relación de objeto75, Lacan profundiza en la dialéctica fálica, pero esta vez no desde el punto de vista significante, sino atendiendo a su carácter de objeto y de don simbólico.

Para explicar brevemente en qué consiste esta teorización, recordemos que Lacan señala en este Seminario que, en la fase fálica, se produce una organización de las pulsiones a través de la genitalidad; pero no nos llevemos a engaño, no es una fase de armonía y completud biológica. Como nos dice Lacan, no hay una “[…] plena realización de la función genital, realmente estructurada y organizada. Aún permanece en efecto un elemento fantasmático, esencialmente imaginario, el predominio del falo, en virtud del cual hay para el sujeto dos tipos de seres en el mundo −los seres que tienen el falo y los que no lo tienen, es decir, que están castrados”76.

La relevancia de este hecho se sitúa en que el falo se tiene o no se tiene. De esta forma, un elemento imaginario −el falo− introduce al sujeto en la dimensión simbólica del don77. A nivel simbólico, la presencia o ausencia del falo se representan con un signo más (+) o un signo menos (-). Es decir, para el niño está la presencia, con el miedo a la pérdida por medio de la castración que constituiría la salida del Edipo. Sin embargo, para la niña, la ausencia no se representa con el cero (0), sino con el signo menos, es decir, la falta. Y es así como entra en el Edipo, al percatarse de su falta que interpreta como castración (-). ¿De qué manera, entonces, interviene este elemento imaginario que es el falo, en la simbólica del don? Pues porque ese falo, que puede estar o no estar, que se acompaña del signo más o menos, se tiene o no se tiene y puede ser dado o no dado. Así, la niña, que afronta el punto de partida marcada por ese signo menos (-) irá en busca del falo −y sus sustitutos−, que espera recibir del padre.

Desde esta perspectiva, Lacan comenta el caso Dora en contraposición al caso de la joven homosexual, puesto que considera que los dos casos pueden tomarse como inversos, cumpliendo el aforismo freudiano de que la neurosis −Dora− es el negativo de la perversión −la joven homosexual−. Pero no sólo por esto los considera inversos, sino que entiende que pueden considerarse inversos también desde la perspectiva de cómo se comporta el padre de ambas en cuanto a sus posibilidades de dar ese don de amor del que venimos hablando. Mientras que, en la joven homosexual, el padre está marcado por la potencia, en el caso Dora “la carencia fálica del padre atraviesa toda la observación como una nota fundamental, constitutiva de la posición”78. De hecho, para Lacan, el inicio de los síntomas histéricos de Dora lo justifica precisamente esta carencia del padre, como podemos leer en el siguiente párrafo:

“En efecto, ella sigue muy vinculada con este padre de quien no recibe simbólicamente el don viril, tan vinculada que su historia empieza exactamente a la edad de la salida del Edipo, con toda una serie de accidentes histéricos netamente vinculados con manifestaciones de amor por ese padre que, en este momento, más que nunca, se presenta como un padre herido y enfermo, afectado en sus mismas potencias vitales. El amor que Dora le tiene a este padre es en tal caso estrictamente correlativo y coextensivo de su disminución”79. Podemos decir aquí que la fijación de Dora −como histérica− a su padre, es en tanto que padre idealizado, padre que como tal conserva una suerte de potencia simbólica que va más allá de la situación real del padre80.

Esto en cuanto a los síntomas previos a la consulta con Freud, pero con respecto a la situación que se establecerá después, el enredo con el padre y los señores K., Lacan también resume acertadamente la posición de Dora. Para él, toda la situación se trata de una suerte de juego cuadrangular. Por un lado, Dora puede tolerar que su padre ame a la señora K. más allá de ella y, en otro ángulo, que el señor K. la ame a ella más allá de su esposa. La situación puede resumirse en el siguiente esquema81:

Sin embargo, en el momento en el que el señor K. afirma que su esposa no es nada para él, toda la estructura se derrumba, porque “Dora no puede tolerar que [el señor K.] sólo se interese por ella interesándose sólo en ella. Inmediatamente, toda la situación se rompería. Si el señor K. sólo está interesado en ella, es que su padre sólo se interesa por la señora K., y entonces ella no puede tolerarlo. ¿Por qué?”82. Porque “si ella misma no ha renunciado a algo, es decir, precisamente al falo paterno concebido como objeto de don, no puede concebir nada, subjetivamente hablando, que haya de recibir de otros, es decir de otro hombre. En la medida de su exclusión de la primera institución del don y de la ley en la relación directa del don de amor, sólo puede vivir esta situación sintiéndose reducida pura y simplemente al estado de objeto. Eso mismo es lo que ocurre en este momento. Dora se rebela y empieza a decir −Mi padre me vende a otro. Éste es en efecto el resumen claro y perfecto de la situación”83.

Estos dos párrafos de Lacan desentrañan la posición de Dora en la relación con su padre y los señores K., tanto mientras la estructura cuaternaria funcionaba como cuando se vuelve insostenible.

En el Seminario 8, el caso Dora es retomado nuevamente atendiendo a la cuestión fálica, pero desde una perspectiva diferente, más centrada en la relación de Dora con su propio deseo. En este Seminario, Lacan introduce la distinción entre ϕ (phi) y Φ (Phi). Mientras que ϕ designa el falo imaginario, Φ representa el símbolo del falo, es decir, el falo en tanto representante del deseo84. Para ver más clara la distinción entre ambos y la relación que el sujeto establece con ellos, recurriremos a otro párrafo de Lacan: “la relación innombrada −por innombrable, por indecible− del sujeto con el significante puro del deseo se proyecta en el órgano localizable, preciso, situable en alguna parte en el conjunto del edificio corporal. De ahí el conflicto propiamente imaginario consistente en verse a sí mismo como privado, o no privado, de ese apéndice. Es alrededor de este punto imaginario donde se elaboran los efectos sintomáticos del complejo de castración”85.

Si recordamos ahora la estructura cuaternaria que se establecía entre los personajes que participan en el vodevil del caso Dora, esta estructura puede separarse en dos ternario

1.Padre – Dora – Señora K

2.Dora – Señor K. – Señora K.

Estos dos ternarios nos servirán para comprender precisamente cómo participa Dora en este montaje. Podemos ver que Dora está en medio de todos los personajes, en medio de todas las relaciones que se establecen entre ellos. En el ternario que establece con el señor y señora K., el hombre es para Dora el objeto a, pero su verdadero interés, a quien ella apunta es la señora K.  Y se sitúa también entre su padre y la señora K., relación que acabará denunciando pero que −como Freud muestra magistralmente− es ella quién ha ayudado a sostener.

Lacan resume la situación de forma soberbia en un párrafo en el que, como venimos anunciando, explicará la relación de Dora con el falo como símbolo (Φ) y el falo imaginario (ϕ): “Dora recurre a todas las formas de sustituto −las formas más cercanas, adviértanlo− que puede dar de este signo Φ. Si siguen ustedes la operación de Dora, o de cualquier otra histérica, verán que para ella nunca se trata más que de un juego complicado con el que puede, por así decir, sutilizar la situación, deslizando donde es preciso el ϕ, el phi minúscula del falo imaginario. ¿Su padre es impotente con la Sra. K? Pues bien, qué importa, ella es quien hará la cópula. Se consagrará a ello. Será ella quien sostendrá esta relación. Y como todavía no es suficiente, hará intervenir la imagen −que la sustituye a ella como ya les he mostrado hace tiempo, y demostrado− del Sr. K., que ella precipitará a los abismos, que expulsará a las tinieblas en el momento en que ese animal le dirá lo único que no debía decirle ‘mi mujer no es nada para mí’. A saber, no me la pone tiesa. Si ella no te la pone tiesa, entonces, ¿para qué sirves? Porque para Dora la cuestión, como para toda histérica, es ser la procuradora de este signo en su forma imaginaria. La devoción de la histérica, su pasión por identificarse con todos los dramas sentimentales, de estar ahí, de sostener entre bastidores todo lo que pueda ocurrir que sea apasionante y que, sin embargo, no es asunto suyo −ahí está el resorte, el recurso a cuyo alrededor vegeta y prolifera todo su comportamiento. Ella intercambia siempre su deseo contra este signo, no busquen en ninguna otra parte la razón de lo que se llama su mitomanía. Es que hay una cosa que prefiere a su deseo −prefiere que su deseo esté insatisfecho a lo siguiente, que el Otro conserve la clave de su misterio. Es lo único que le importa, y por eso, identificándose con el drama del amor, se esfuerza en reanimarlo, a ese Otro, en volver a apuntalarlo, en volver a completarlo, a repararlo”86.

De este modo, Dora −como histérica− elije siempre ser el falo (ϕ) como elemento imaginario que moviliza, que reaviva el deseo, el cual mantendrá siempre en movimiento y, a la vez, siempre insatisfecho, porque de otro modo habría de aceptar la castración del Otro y de sí misma.

Encontramos aún otro párrafo de Lacan, en el Seminario diesiciete, que insiste en la cuestión fálica, ahora desde una perspectiva algo diferente, y centrado en el papel que el señor K. juega para Dora: “Lo que le va a Dora es la idea de que él tiene el órgano. Freud se da cuenta y nos indica de manera precisa que es esto lo que tiene el papel decisivo en el primer encuentro, la primera escaramuza, si puedo expresarme así, de Dora con el señor K., cuando ella tiene catorce años y el otro le da un apretujón en un portal […] Ciertamente, su valor reside en el órgano, pero no para que Dora sea feliz con él, si puede decirse así, sino para que otra le prive de él. Lo que a Dora le interesa no es la joyita, por indiscreta que sea”87.

Esta referencia a la joyita, es una alusión a los sueños de Dora, en concreto, al primer sueño que, recordemos, podemos decir que versaba sobre el incendio y el alhajero88. A Dora no le interesa la joyita “porque la joya es ella. Su joya, la de él, indiscreta como decía hace un momento, que vaya a meterse en otra parte y que esto se sepa. De ahí la ruptura, cuya significación he señalado desde hace tiempo, cuando el señor K. le dice: Mi mujer no es nada para mí. Es muy cierto que en este momento se le ofrece el goce del Otro y ella no lo quiere, porque lo que ella quiere es el saber como medio del goce, pero para que sirva a la verdad, a la verdad del amo que ella encarna como Dora. Y esta verdad, para decirlo de una vez, es que el amo está castrado”89. Y esta vía del saber como medio de goce conecta directamente con el segundo sueño −que podríamos llamar el del padre muerto90−: “el segundo sueño señala que el padre simbólico es ciertamente el padre muerto, que sólo puede accederse a él desde un lugar vacío e incomunicado”91. En este sueño, Dora sustituye a este padre muerto por un gran libro, la enciclopedia de la que obtendrá el saber sexual según interpreta Freud92.

 

Conclusiones

Por un lado, sobre el desarrollo freudiano del caso, cabe destacar como podemos encontrar en este texto muchos de los conceptos que Freud irá desarrollando a lo largo de toda su obra. Dos críticas se alzan, me parece, ante las elaboraciones de Freud sobre el caso. La primera, lo que podríamos denominar, en mi opinión, la tendencia a la hiperinterpretación de Freud, al que vemos interpretar todos los dichos de la paciente incluso sin que a veces haya material asociativo suficiente para sustentar esas interpretaciones. La otra crítica es la más relevante y la que ha guiado la línea seguida en este trabajo. Es señalada incluso por el mismo Freud y se trata de su minusvaloración acerca del interés de Dora por la otra mujer.

Con respecto a la amplia lectura lacaniana del caso Dora, resumimos aquí brevemente los aspectos más importantes que se han señalado en este trabajo:

1.- La transferencia entendida como proceso dialéctico, que se estanca en este caso por los prejuicios de Freud, prejuicios que desvela a Dora claramente, sin ambages, y que lo sacan de la posición de x que debe adoptar el analista.

2.- La importancia de la señora K. como objeto de interés de Dora, constituyendo la Otra mujer a través de la cual poder responder a la pregunta sobre la feminidad; pregunta que irá a responderse en la histérica desde la identificación masculina.

3.- La posición de insatisfacción del deseo de Dora como histérica, a pesar de participar en diversos juegos con los otros en los que siempre se la encontrará movilizando el deseo.

Notes

1. Lacan, Jacques. El Seminario. Libro 3. Las psicosis. Paidós, Buenos Aires, 2009, p. 244.

2. Freud, Sigmund. Fragmento de análisis de un caso de histeriaObras completas. Vol. VII. Amorrortu, Buenos Aires, 1992, p. 10.

3. Ibíd., p. 105.

4. Ibíd., p. 18.

5. Ibíd., p. 19.

6. Ibíd., p. 20.

7. Ibíd., p. 20.

8. Ibíd., p. 46.

9. Ibíd., p. 22.

10. Ibíd., p. 23.

11. Ibíd., p. 24.

12. Ibíd., p. 25.

13. Ibíd., p. 25.

14. Ibíd., p. 27.

15. Ibíd., p. 27.

16. Ibíd., p. 34.

17. Ibíd., p. 51.

18. Ibíd., p. 35.

19. Ibíd., p. 47.

20. Ibíd., p. 43.

21. Ibíd., p. 46.

22. Ibíd., p. 50.

23. Ibíd., p. 52.

24. Ibíd., p. 104.

25. Ibíd., p. 58

26. Ibíd., p. 57.

27. Ibíd., p. 78.

28. Ibíd., p. 79.

29. Ibíd., p. 83.

30. Ibíd., p. 84.

31. Ibíd., p. 87.

32. Ibíd., p. 85.

33. Ibíd., p. 86.

34. Ibíd., p. 88.

35. Ibíd., p. 88.

36. Ibíd., p. 91.

37. Ibíd., p. 92.

38. Ibíd., p. 100.

39. Ibíd., p. 101.

40. Ibíd., p. 104.

41. Ibíd., p. 104.

42. Ibíd., p. 105.

43. Ibíd., p. 105.

44. Ibíd., p. 106.

45. Ibíd., p. 107.

46. Lacan, Jacques. “Intervención sobre la transferencia”. Escritos 1. Siglo XXI Ed., Buenos Aires, 2003, p. 204.

47. Lacan, Jacques. El Seminario, libro 1, Los escritos técnicos de Freud. Paidós, Buenos Aires, 2001.

48. Lacan, Jacques. El Seminario, libro 3, Las psicosis. Paidós, Buenos Aires, 2009.

49. Lacan, Jacques. El Seminario, libro 4, La relación de objeto. Paidós, Buenos Aires, 2008.

50. Lacan, Jacques. El Seminario, libro 8, La transferencia. Paidós, Buenos Aires, 2008.

51. Lacan, Jacques. El Seminario, libro 10, La angustia. Paidós, Buenos Aires, 2007.

52. Lacan, Jacques. El Seminario, libro 17, El reverso del psicoanálisis. Paidós, Buenos Aires, 2008.

53. Lacan, Jacques. Intervención sobre la transferenciaop. cit., p. 207.

54. Ibíd., p. 205.

55. Ibíd., p. 208.

56. Ibíd., p. 208.

57. Ibíd., p. 208.

58. Ibíd., p. 209.

59. Ibíd., p. 209.

60. Ibíd., p. 210.

61. Ibíd., p. 211.

62. Freud, Sigmund. Fragmento de análisis de un caso de histeria, op. cit., p. 91.

63. Lacan, Jacques. El Seminario, libro 1, Los escritos técnicos de Freud. Paidós, Buenos Aires, 2001, p. 272.

64. Ibíd., p. 274.

65. Ibíd., p. 275.

66. Lacan, Jacques. Intervención sobre la transferenciaop. cit., p. 211.

67. Ibíd., p. 213.

68. Ibíd., p. 213.

69. Lacan, Jacques. El Seminario, libro 3, Las psicosis. op. cit., p. 131.

70. Ibíd., p. 132.

71. Ibíd., p. 244.

72. Ibíd., p. 251.

73. Ibíd., p. 254.

74. Ibíd., p. 254.

75. Lacan, Jacques. El Seminario, libro 4, La relación de objeto. Paidós, Buenos Aires, 2008.

76. Lacan, Jacques. El Seminario, libro 4, La relación de objeto. op. cit., p. 124.

77. Ibíd., p. 124.

78. Ibíd., p. 142.

79. Ibíd., p. 142.

80. Lacan, Jacques. El Seminario, libro 17, El reverso del psicoanálisis. Paidós, Buenos Aires, 2008, p. 100.

81. Lacan, Jacques. El Seminario, libro 4, La relación de objeto. op. cit., p. 145.

82. Ibíd., p. 146.

83. Ibíd., p. 146.

84. Lacan, Jacques. El Seminario, libro 8, La transferencia. Paidós, Buenos Aires, 2008, p. 270.

85, Ibíd., p. 279.

86. Ibíd., p. 280.

87. Lacan, Jacques. El Seminario. libro 17, El reverso del psicoanálisis. op. cit., p. 100.

88. Freud, Sigmund. Fragmento de análisis de un caso de histeriaop. cit., p. 57.

89. Lacan, Jacques. El Seminario, libro 17, El reverso del psicoanálisis. op. cit., p. 101.

90. Freud, Sigmund. Fragmento de análisis de un caso de histeriaop. cit., p. 83.

91. Lacan, Jacques. El Seminario: Libro 17. El reverso del psicoanálisisop. cit., p. 102.

92. Freud, Sigmund. Fragmento de análisis de un caso de histeriaop. cit., p. 88.

Antonio M. Ramírez Ojeda

La identificación masculina en la histeria vista desde el caso Dora

NODVS LXV, novembre de 2022

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