Cuando me han invitado a participar en esta presentación, rápidamente dije que sí, como suelo hacer. Luego, una vez aceptada la invitación, me pregunté sobre qué intentaría hablar, y fue un significante el que se me impuso. El rasgón.

Tomo este significante que utiliza Jacques Alain Miller, en la primera lección de su curso El lugar y el lazo, de noviembre de 2000. Allí, Miller dice “Lo que me guía al dar clase es el rasgón. Para que yo me ponga a trabajar debe producirse un desgarro en el saber…noto que en mi caso el rasgón me empuja a engancharme hasta acabar con él, al menos hasta la próxima vez”¹. 

En mi caso, algo de eso se produce al aceptar una invitación como esta. El compromiso con los otros en torno a un texto, produce en mí esa especie de rasgón. Se abre una falta que me pone a trabajar.

Esa tarea, a la que me dedico, en general viene  de la mano de cierta incomodidad, una cuota de malestar y finalmente, satisfacción.

Aceptar rápidamente esta invitación es una operación no inocente. Sé lo que se pone en marcha una vez dado el sí. Es mi manera de ponerme al trabajo. Aceptar produce el rasgón, y lo que viene después es el esfuerzo de metabolizarlo.

Solo a partir de poner en juego una modalidad de falta es que puedo ponerme en marcha. En ocasiones lo he intentado de otro modo, en sentido inverso. Partir de lo que sé hasta alcanzar un producto, pero nunca me ha funcionado. Acumular saber para poder luego producir a partir de lo sabido, escamotea la incomodidad y la urgencia que introduce el rasgón y que son indispensables para mí.

¿Qué tiene que ver esto con los aforismos Lacanianos?

Entiendo que algo del mismo orden se pone en juego. Los aforismos de Lacan, se imponen, de algún modo, como un acertijo. La belleza de su forma se abre camino rápidamente, produciendo un efecto de extrañeza, a la manera en que funciona un enunciado poético.

En mi experiencia, al leerlos o escucharlos por primera vez, se produce cierto espejismo de comprensión. Pero inmediatamente después viene la perplejidad y el asombro. Es allí en donde se vuelve a poner en marcha el esfuerzo por incorporar ese enunciado enigmático al conjunto del saber.

Sabemos, sin embargo, que el enigma que los aforismos lacanianos proponen no se deja reducir completamente. Esta imposibilidad es lo que permite relanzar una y otra vez la búsqueda, y es en esos itinerarios que se produce cierto saber, inacabado, por supuesto.

Quería poder transmitir este mínimo detalle de mi experiencia con la lectura y el trabajo de los textos de Lacan.