Entre poesía y cuerpo
Intervención presentada en el Grupo de Investigación de la Sección Clínica de Barcelona No-todo en la clínica, el cine y la literatura.
Reflexión en torno a la creación y a la posición del artista, a partir de la entrevista a Alberto Conejero realizada el 28 de noviembre de 2021 en el marco de las Jornadas de la ELP Marcas del trauma1. Este texto se inscribe en el trabajo que, durante los últimos cuatro años, viene llevando a cabo el Grupo de Investigación a partir de nociones psicoanalíticas fundamentales en la enseñanza de Jacques Lacan.
Trauma, creación, lenguaje, arte, vacío, verdad.
Tuve la suerte de estar presente cuando se entrevistó a Alberto Conejero. Después de escribir “estar presente” dudé: ¿dónde fue, en qué lugar? En mi falso recuerdo me veía sentada en un auditorio escuchando al poeta-dramaturgo, tan viva era —es— la sensación que me causaron sus palabras. Pero no, estábamos aún con las restricciones por el covid; las Jornadas fueron vía zoom y el auditorio era mi casa.
Las respuestas de Alberto Conejero, entonces y ahora me parecen poseer el peso y la densidad que tiene lo verdadero. Y esa transparencia que la creación nos ofrece de aquello que para todos es oscuro. Una claridad, la de este artista, que nos es muy cercana porque compartimos, como él mismo apunta, el medio: el de las palabras, el del lenguaje y su consecuente traumatismo.
Alberto Conejero ha desarrollado su trayectoria en tres niveles: es poeta, ha sido profesor y es dramaturgo. Mi primer contacto con su obra ha sido La geometría del trigo, pieza de teatro de la que se siente muy satisfecho por ser su primera producción propia. En ella me emocionó su relato de ese trauma que ficciona con lo no dicho, entretejido en las vidas de los personajes y a través del tiempo de diferentes generaciones. También su valor y decisión de hacer convivir distintas lenguas nuestras porque, como dice en la entrevista, “no es exactamente lo mismo ‹echar de menos› que ‹trobar a faltar›”. Explica la esencia de su teatro como una búsqueda de la materialidad poética, porque para él no se debe deslindar la poesía y el teatro.
Para aquellos que leemos a Lacan, el discurso de Alberto Conejero nos resuena en ese afán por apartarse de lo cotidiano, en su voluntad de inconformidad para, con la creación, “dar forma a aquello que aún no existe”. Inevitablemente lacaniano de la misma forma que, para mí, Lacan tiene, a menudo, un trasfondo poético.
Otro paralelismo que descubrí en la entrevista es la ingente cantidad de referencias; más de veinte he llegado a contar: Bobin, Cohen, Pizarnik, Juarroz, Beckett, Fuertes, Zambrano, Wittgenstein, Artaud, Agamben, Calderon, Williams, Eurípides, Homero, Margarit, Rodríguez Rapún, Manresa... Alguno me dejo. Y esto en apenas una docena de páginas. Se nutre generosamente de clásicos y contemporáneos, del saber constituido y del que vamos constituyendo, destila esa densidad a la que me he referido, dotando a su desempeño del carácter de lo humano, fuera del tiempo concreto.
En el Seminario 20, Lacan afirma que “el lenguaje no es el ser que habla [...] el lenguaje es algo que se mantiene ahí, aparte, constituido en el curso de las épocas, mientras que el ser que habla, lo que llamamos hombres, es una cosa muy distinta”2. Ahí tenemos la trascendencia, el trauma, la herida y la falla, el agujero del significante S(A/), la grieta y a veces el abismo. Por ello “los creadores intentan, desde la poesía, la música y la danza, asirse para no caer a ese vacío en el que, por otro lado, están cayendo siempre”. Lo creado por los hombres es del registro de la sublimación que bordea la Cosa siempre representada únicamente por un vacío. “Todo arte se caracteriza por cierto modo de organización alrededor de ese vacío”3.
El niño que fue Alberto Conejero experimentó la “relación traumática con las palabras”, sufrió de esa herida provocada por el Otro: fue un niño raro. La pelea que mantuvo para dominar lo que se le resistía transformó ese lugar y lo volvió luminoso al hacer coincidir “el refugio con la intemperie”. Se convirtió en poeta. Se inició con la poesía y luego, ya adolescente, descubrió su vocación leyendo teatro. Sabiéndolo o no, se trató para él, como para todos, de “tomar el lenguaje como lo que funciona para suplir la ausencia de la única parte de lo real que no puede llegar a formarse del ser, esto es, la relación sexual”4, nos revela Lacan; quien, avanzando en el Seminario 20, nos advierte de que “la realidad se aborda con los aparatos del goce”, fórmula que nos propone a condición de no perder de vista que “aparato no hay otro que el lenguaje”5.
Alberto Conejero se rebela ante lo cotidiano; siguiendo a Roberto Juarroz atenta contra lo cotidiano para poder oír lo que “la fuerza de la costumbre no nos deja oír”. Crear, entiende, es “hurgar en la herida”. Me pregunto si no es eso, también, tratar con el no-todo, colocarse del lado del no-todo. Su voluntad de dejar fuera del escenario lo cotidiano, se entiende como la decisión de no caer en el abuso del sentido, de no dejarse engañar por lo que no es más que semblante.
Aborda su concepto de la creación asumiendo la paradoja que supone: “lo que me salva me condena”. Pero, a pesar del dolor que puede conllevar, la creación no es un lugar de sufrimiento para él. Se admira de los bailarines —y de los atletas— que consumen su propio cuerpo en y para su creación. Diría yo que todo creador pone en juego su cuerpo y lo gasta y desgasta en el acto de dar forma a su obra: llenando de palabras la hoja en blanco, de color un lienzo o un muro, haciendo surgir música de un instrumento...
Él, como nosotros, trabaja con las palabras y reconoce el poder que tienen: “abren mundos pero además los clausuran, [...] construyen y destruyen”. Y con ellas y por ellas, las palabras, nos encontramos con la noción de creación, “un saber de la criatura y del creador”, central en el sentido más amplio de la ética, dice Lacan en el Seminario 7 cuando nos plantea que “un objeto puede cumplir esa función que le permite no evitar la Cosa como significante, sino representarla, en tanto que ese objeto es creado”6, y más adelante nos dice que “toda obra es por sí misma nociva y solo engendra las consecuencias que ella misma entraña, a saber, al menos tanto de positivo como de negativo”7.
Alberto Conejero admite que no sirve como autor del realismo, no se aviene con la “domesticación del lenguaje”. Y congeniando con Artaud y Agamben en la idea de que “el lenguaje es nuestro puente con lo sagrado” utiliza su teatro para atentar “contra el muro de la realidad” y ofrecer un espacio de excepcional respeto a la palabra que busca liberarse de las servidumbres cotidianas para encontrarse con el trauma originario. Ya en sus inicios quiso exiliarse de su lengua y buscar en otra —además muerta— con la que pudo encontrar nuevas experiencias para la propia comprensión.
Manifiesta —también en eso coincidimos— que “el lenguaje siempre es un acto político” y, por tanto, siempre susceptible de manipulación porque “es una pértiga para ir más alto, o es una pala que cava para ir más hondo, o es escudo y posibilidades de reparación”. Al mismo tiempo, su obra no quiere ser un documento; se sirve de material histórico, pero los mecanismos que él acciona son los de la ficción y desde ahí asume una ética. Siente una responsabilidad con lo verdadero sin perder de vista que el teatro siempre es juego.
Celebra Alberto no llamarse Esteban, agradece a sus padres haber roto para él con una tradición familiar ofreciéndole inaugurar una genealogía. En la importancia de la nominación, que saludaba su venida al mundo, reconoce un acto de reparación que quiere romper con un cierto pasado. Ese pasado que “se abalanza sobre nosotros continuamente” y por ello piensa que “la memoria es una lectura ética y responsable del pasado”. Traslada esa idea a su teatro porque en ese medio se “rompe la historicidad y nos convierte a todos en contemporáneos”. Con esta artesanía, la suya, la del creador, nos ofrece un recurso para augurar un futuro que aún no existe.
Cerraré este paseo con Alberto Conejero recogiendo sus palabras sobre su recurso a figuras un tanto lejanas en sus obras teatrales: “lo que hago es un ejercicio especular por el que intento verme, porque a veces no puedo ir adentro, así que voy afuera para entrar”. Es nuevamente un reconocimiento de algo que está fuera del alcance del saber a través del concepto y que él consigue bordear de manera inédita. Como si se tratara de una traducción, eso que puede ser el acto supremo de la comprensión. Me parece que es su fórmula para vérselas con el Otro con mayúscula, el Otro radical, el no semejante8 y así, en una precipitación hacia otro, intentar verse y saber de lo que, siendo lo más importante, es invisible y nos recorre en silencio.
1.Fernández, Blanca y Stecco, Celeste. "El teatro de Alberto Conejero: entre poesía y cuerpo", El Psicoanálisis 39, ELP, Barcelona, 2022, pp. 159-171.
2.Lacan, Jacques. El Seminario, libro 20, Aún. Paidós, Buenos Aires, 1995, p. 10.
3.Lacan, Jacques. El Seminario, libro 7, La Ética del Psicoanálisis. Paidós, Buenos Aires, 1995, p. 160.
4.Lacan, Jacques. El Seminario, libro 20, Aún. Paidós, Buenos Aires, 1995, p. 62
5.Ibíd. p. 69.
6.Lacan, Jacques. El Seminario, libro 7, La Etica del Psicoanálisis. Paidós, Buenos Aires, 1995, p. 148.
7.Ibíd., p. 152
8.Miller, Jacques-Alain. Los divinos detalles. Paidós, Buenos Aires, 2020, p. 104.
Entre poesía y cuerpo
NODVS LXVII, juny de 2023